Resumen de la Ponencia:
El maíz nativo del Valle de Lluta, cultivo ancestral propio de la ciudad fronteriza de Arica al extremo norte de Chile, ha entrado, en las últimas dos décadas, en un proceso de patrimonialización gracias a los hitos claves: la creación del Festival del Choclo y la obtención del Sello de Origen o Indicación Geográfica. Este proceso se vincula, en buena parte, con la realización de un proyecto de investigación agroecológico interdisciplinar, que ha caracterizado aspectos únicos de la semilla, capaz de adaptarse a suelos estériles a nivel mundial. A partir de su composición genética y descubrimientos geológicos de la zona, se ha especulado en torno a su historia y vínculo con pueblos originarios, como el imperio Inca y el pueblo Aymara. Sin embargo, está pendiente comprender el fenómeno sociocultural asociado y su reciente proceso de patrimonialización. Bajo la pregunta general ¿cómo se encarna la patrimonialización del maíz lluteño en las experiencias y narrativas de los actores clave en la zona?, esta investigación asume dos tareas imbricadas. Primero, construir una red de actores describiendo los roles que cumplen para que la semilla exista -en su dimensión material e inmaterial- así como también el modo en que estos se vinculan entre sí. Segundo, comprender algunos hitos del proceso de patrimonialización y su estado actual. Respecto a esto último, encontramos que a pesar del halo cultural y ancestral en torno a la semilla, su reconocimiento más significativo es uno de tipo comercial con la Indicación Geográfica y que los beneficios esperados tras su obtención, como nuevas políticas de fomento productivo o culturales, no han prosperado. Esta ponencia ofrece una lectura de ese impasse resaltando los (des)encuentros de lenguaje y estructura de organización entre las instituciones, específicamente el gobierno local e investigadores, y la comunidad de agricultores. El vínculo débil entre estos disminuye la posibilidad de acción concertada con objeto de lograr la transferencia de fondos gubernamentales para el fomento del desarrollo y conservación de la semilla, pues a pesar de haber una voluntad común para su protección, el funcionamiento de las instituciones le exige a la comunidad de agricultores adoptar una lógica de organización que les es difícil cumplir al no acomodarse a su lógica burocrática. La última esperanza ha quedado entonces sobre actores intermediarios que realizan una labor de “traducción” entre las dos estructuras, pero que es aún débil. La presente propuesta surge de la investigación “La vida sociocultural del Maíz Lluteño: Investigación cualitativa sobre las prácticas, experiencias y narrativas en torno a la semilla patrimonializada.”, financiada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, Folio N° 601640.
Introducción:
Recientemente, el maíz lluteño, especie de maíz que se cultiva en el valle de Lluta al extremo norte de Chile, ha entrado en un proceso de patrimonialización con seguimiento institucional escaso y poca reflexividad para con la identidad cuidadora de tal patrimonio. Con tal diagnóstico, identificamos bases inestables en función de una conservación patrimonial responsable. Respecto a esto, es destacable la falta de investigaciones académicas que se ocupen de las relaciones cotidianas actuales con esta semilla. El vasto trabajo académico disponible aborda la cuestión desde la agronomía, historia o arqueología, pero no desde una perspectiva sociocultural presente. El proyecto en que se enmarca este texto consistió en desarrollar una investigación de enfoque etnometodológico que explore el entramado de prácticas, experiencias y narrativas cotidianas asociadas tanto a las relaciones productivas como a la patrimonialización del maíz lluteño o, en otros términos, a la producción material y simbólica del maíz lluteño. El presente artículo, presentará los resultados preliminares de la investigación desde la lectura de un problema particular, esto es, la de los (des)encuentros entre los actores institucionales con la comunidad de agricultores.
El maíz lluteño obtuvo el 2015 una denominación de origen de la región de Arica y Parinacota (Hoernig Díaz, 2017), que es una denominación –en este caso Indicación Geográfica (I.G.), particularmente– que otorga el Instituto Nacional de Propiedad Intelectual a un producto cuyas características como la calidad o reputación son atribuibles a su origen geográfico (INAPI, 2018). La denominación de origen fue resultado del trabajo llevado a cabo por un proyecto adjudicado por la Universidad de Tarapacá en CORFO, institución gubernamental de fomento productivo, el cual se desarrolló desde el 2010 en el valle de Lluta y fue dirigido por la Dra. Elizabeth Bastías Marín. Su ejecución tuvo colaboración de agricultores del valle. La articulación que realizaron permitió conocer y diferenciar la semilla para la I.G. (Departamento de Producción Agrícola Universidad de Tarapacá, 2012). Además, desarrollarlo propuestas de eficiencia productiva (Hoernig Díaz, 2017; Bastías et al., 2011). Para nosotros, la Indicación Geográfica constituye uno de los dos hitos de patrimonialización incipiente.
Este maíz, no obstante, tiene una pertinencia cultural que antecede por mucho al reconocimiento de propiedad. Evidencia de aquello es el Festival del Choclo en Poconchile que se realiza anualmente (Municipalidad de Arica, 2019). Consideramos a este festival como el otro hito de patrimonialización institucional regional de la semilla. El festival se ocupa de celebrar la gastronomía y herencia cultural local con productores de todo el valle. Así, la comunidad de la ciudad acude a la localidad de Poconchile –al medio del Valle de Lluta– a comer platos basados en maíz, escuchar música y entretención que cruza la cultura popular nacional con la tradicional regional a través de bailes típico, juegos, cortometrajes y artistas pop.
Ahora bien, la comprensión del maíz lluteño en tanto fenómeno multidimensional es, en definitiva, compleja no sólo por la relativa escasez de información disponible, sino porque cruza dimensiones como el trabajo, la agricultura, el patrimonio, la gastronomía, la vida rural, etc. Otero las divide en “alimentos, referencias identitarias, mercancías y alternativas productivas” (2015, p.77). El maíz de Lluta es, al mismo tiempo, un alimento, una especie con particularidades biológicas y agroecológicas, una fuente de sustento económico, y un acervo de tradición gastronómica, histórica, agrícola y cultural para los habitantes del Valle de Lluta y los actores institucionales, y cada una de ella se aglutina en lo que se llama patrimonio (cf. Blas-Yañez et al., 2018). Así, el maíz lluteño no es considerado patrimonio únicamente por su historia –que comienza a vincularse desde vestigios arqueológicos de la cultura Chinchorro (2.000a.C), del apogeo del imperio Inca (1.100 y 1.400 d.C) y pasa por tradiciones de cultivo de la época colonial (Cf. Díaz Araya, 2015; García y Santoro, 2014; Santoro, Romero y Standen, 2004; Santoro, Vinton y Reinherd, 2003)–, sino que también por la simbología y tradición que acarrea en cuanto alimento, como confirma el Festival del Choclo.
A pesar de aquello, hemos identificado que se ha investigado poco sobre su patrimonialización reciente y las relaciones productivas actuales. Bajo la pregunta general ¿cómo se encarna la patrimonialización del maíz lluteño en las experiencias y narrativas de los actores clave en la zona?, la investigación en que se enmarca este texto asumió dos tareas imbricadas. Primero, construir una red de actores describiendo los roles que cumplen para que la semilla exista -en su dimensión material e inmaterial- así como también el modo en que estos se vinculan entre sí. Segundo, comprender algunos hitos del proceso de patrimonialización y su estado actual. Respecto a esto último, encontramos que paradójicamente su reconocimiento más significativo es uno de tipo comercial con la Indicación Geográfica y que los beneficios esperados tras su obtención, como nuevas políticas de fomento productivo o culturales, no han prosperado según lo previsto. Este artículo ofrece una lectura de ese impasse resaltando los (des)encuentros de lenguaje y estructura de organización entre las instituciones, específicamente el gobierno local e investigadores, y la comunidad de agricultores.
Desarrollo:
El patrimonio agroalimentario es un concepto disputable. Se ha debatido sobre si la idea de un patrimonio universal es compatible con las realidades situadas (Sugiyama, 2015). En definitiva, es común que bajo la etiqueta ‘patrimonio cultural’, se encuentren discursos disonantes y de intereses a veces contradictorios. Son múltiples las instituciones políticas y económicas involucradas, además. En ciertos casos, puede ser una expresión de poder o gobernanza de estas por sobre las prácticas localizadas (Santamarina, Del Mármol y Beltrán, 2014; Contreras Hernández, 2018) o, en otros, como observa García Canclini (1999), puede cumplir la función opuesta de reivindicar la identidad de grupos menos privilegiados. El patrimonio agrario en particular, en teoría, debería apoyar a grupos de campesinos y productores no industriales que lo sostienen. Es una herencia viva que producen, conservan y narran usualmente por personas que llevan una relativamente rural o alejada de la ciudad y desarrollan una economía familiar de cultivo o una producción a baja escala. Resulta problemático, entonces, la falta de representación, al menos en la literatura formal, del grupo identitario que se busca reivindicar y su propio entendimiento del maíz como parte de su patrimonio.
El maíz lluteño, ahora bien, no es solo un patrimonio agrario, sino también gastronómico. La patrimonialización de la comida, o conversión de la alimentación a la gastronomía, enfrenta sus propias controversias. Hernández-Ramirez (2018) distingue entre procesos en que este reconocimiento se deriva directamente de los intereses de las instituciones dominantes, y otros que buscan negociar el concepto con los grupos identitarios. El Festival del Choclo parece ser un reconocimiento de tipo gastronómico por girar en torno a preparaciones culinarias. Sin embargo, las narrativas de la comunidad de agricultores están poco representadas, a diferencia de casos similares como las salineras de Maras (Beltrán, 2014). Esta opacidad parece problemática y debe ser investigada a fondo.
Consecuentemente, la concepción de un patrimonio agroalimentario que seguimos en esta investigación implica una comprensión holística de la vida social, cultural y económica del “objeto” en cuanto procesos de producción, distribución y consumo, buscando reconocer una identidad grupal tanto en aspectos materiales como simbólicos (Medina, 2017). Además, al hablar de las posibles problemáticas en la definición del patrimonio, es clave entender cómo este se inserta en las interacciones del mercado. Indudablemente, el maíz lluteño es un producto y como formas de reconocimiento pueden encontrarse el fomento económico y desarrollo de la zona. Sin embargo, si la caracterización del fenómeno es imprecisa, es posible que un enfoque mercantil perjudique el mismo patrimonio (Blas-Yañez et al., 2018; Bortolotto y Carrera Díaz, 2017). García Canclini (1993) propone al patrimonio cultural como reconocimiento identitario de un grupo humano particular que debe representar dicha a partir de la actividad misma de este grupo. En el caso del maíz de Lluta se ignora la dinamicidad y actividad de los procesos actuales (Blas-Yañez et al., 2018; Bortolotto y Carrera Díaz, 2017).
Además, se hayan algunas contradicciones atendiendo a la patrimonialización. Primero, la denominación geográfica no es un reconocimiento cultural, sino un reconocimiento comercial –al nivel del registro de marca– y se ha presentado como una oportunidad de desarrollo para la región (Arica al día, 2015). Segundo, a pesar de ello, se los componentes culturales e históricos del cultivo se emplean como una justificación para la distinción geográfica (INAPI, s.f.), lo que excede la relación entre cualidades de un producto y su geografía. Si hacemos el balance, el reconocimiento cultural y el comercial se entrecruzan. Pese a ello, el foco principal es el ámbito productivo, área de destino del financiamiento estatal (Bastías et al., 2011; García y Santoro, 2014). Contreras Hernández (2018) alerta que la idea de patrimonio puede ser ‘abusada’ cuando no existen instituciones adecuadas para alojarlo.
El trabajo de campo tuvo una aproximación etnometodológica y se realizó en tres jornadas de campo entre agosto del 2021 y abril del 2022 en el Valle de Lluta. Las entrevistas se guiaron para obtener las diversas perspectivas de los actores claves respecto al maíz de Lluta (DiCicclo-Bloom y Crabtree, 2006). Además, se recogieron claves de la Teoría del Actor-Red: realizar una ‘entrevista al objeto’ inserto en una red de distintos tipos de actores y conocimientos (Woodward, 2016). Por eso las entrevistas y recopilación de información considera una red diversa de actores. Se realizó un muestreo por conveniencia según características territoriales y organizacionales de quienes interactúan con el maíz de Lluta. De aquel proceso resultó la siguiente muestra: 2 agricultoras, 2 guardadoras de semilla, 4 cocineras, 3 investigadoras e investigador, 2 participantes de organizaciones no gubernamentales, 4 autoridades locales.
Para el grupo de investigadores del maíz, autoridades locales y quienes trabajan con las comunidades del maíz (mediadores comunitarios) se realizaron entrevistas semi-estructuradas. Para quienes trabajan directamente con el maíz se hicieron entrevistas en profundidad. También se aplicó observación participante con agricultoras y no-participante con mediadores comunitarios. Adicionalmente, se tomaron notas de campo y registro fotográfico. Para analizar las transcripciones de las entrevistas, se consideraron las siguientes dimensiones: 1) experiencia con el maíz, 2) conocimiento de características del maíz, 3) prácticas realizadas u observadas, 4) significados o sentidos de su importancia, 5) conocimiento y valoración del proceso patrimonial y 6) problemáticas centrales o adyacentes.
De ese trabajo, logramos identificar una completa red de actores que participan de la producción material y simbólica del maíz lluteño. Dicha multiplicidad de actantes fue organizada fundamentalmente en dos mapas que expresan dos aspectos de la red. El primero, es un mapa de cercanía de los actantes respecto al maíz lluteño. Como su descripción clama, tal mapa expresa la intensidad de la interacción de un actor o actante con el maíz. El segundo, es un mapa de vínculos de la red el cual expresa la intensidad del enlace de unos actores con otros. A continuación, se exponen de forma escrita los resultados de ambos mapas a fin de describir la variedad de personas que componen el sistema de producción del maíz en cuestión. Ahora bien, no se realizará aquí una descripción detallada de las prácticas, significados ni percepciones mutuas de cada actor, pues dista del objetivo central de la ponencia, como se entenderá con mayor claridad en breve.
A modo general, los actores identificados por la investigación son los siguientes: 1) guardadores de semillas, 2) agricultores, 3) temporeros, 4) vendedoras de choclo (elote, maíz fresco) o preparaciones de maíz (humitas, principalmente), 5) ONG intermediaria (Fundación Servicio País), 6) Investigadores, 7) Gobierno local (incluyendo autoridades o funcionarios), y 8) medios de comunicación. El mapa de cercanía con el maíz ordena estos actores círculos –y sus correspondientes subgrupos, si aplica– en cinco según la intensidad de su interacción con el maíz en sus vidas cotidianas. En el primer círculo se encuentran las y los guardadores de semillas, que producen la semilla en la parte alta del Valle de Lluta y tienen una vinculación afectiva significativa con el maíz lluteño, la cual se manifiesta en su interés explicito por su conservación y la dependencia mayoritaria su sustento diario en el trabajo con este maíz. En el segundo círculo, ubicamos a los agricultores. En el tercer círculo, ubicamos por orden de cercanía a los vendedores de preparaciones con maíz, vendedores de choclo o elote, a los temporeros locales y a los temporeros migrantes. En el cuarto círculo, se encuentran los actores intermediarios. En estos destacan dos. El primero es la Organización Cultural Maíz de Lluta, que la organización de agricultoras que participan en el Festival del Choclo y, por tanto, median entre agricultoras y el gobierno local cuando se realiza dicho festival. El segundo actor intermediario es una fundación llamada Servicio País y destaca como el único actor intermediario no perteneciente a la comunidad de agricultores que ha realizado un trabajo continuado en el tiempo con la comunidad de agricultores y guardadores de semillas. En el quinto círculo, ubicamos a los investigadores y al gobierno local, ambos caracterizados por un sentido institucional fuerte. Finalmente, ubicamos fuera de los círculos a los medios de comunicación, pues ocupan una labor incidental y de repetición de discursos provenientes de alguno de los otros círculos.
En el mapa de vínculos de la red se identificaron los enlaces o grupos entre actores con los niveles de intensidad débil, medio, fuerte y muy fuerte. Quienes poseen vínculos muy fuertes entre sí son: i) guardadores de semillas, agricultores, temporeros chilenos, vendedores de preparaciones culinarias con maíz y vendedores de maíz; ii) guardadores de semillas y fundación Servicio País. En el caso de los vínculos fuertes se encuentran: i) agricultores y temporeros migrantes, ii) agricultores y fundación Servicio País, iii) gobierno local y Servicio País. Respecto a los vínculos medios: i) Organización Cultural Maíz de Lluta y gobierno local; ii) Organización Cultural Maíz de Lluta, agricultores y guardadores de semilla. Por último, los vínculos débiles se encuentran entre: i) agricultores e investigadores; ii) agricultores y gobierno local. El foco de esta ponencia es justamente este último enlace débil señalado. Para ponerlo en otros términos ¿cómo podemos explicar que en la red productiva del maíz lluteño haya un vínculo débil entre los actores institucionales y la comunidad de agricultores? Habiendo identificado esta brecha entre actores institucionales y los agricultores, el presente texto se ocupa de leer los resultados del trabajo de campo hacia una interpretación que pueda arrojar luces sobre este problema.
Conclusiones:
Durante nuestra investigación, identificamos que, como ya se esbozó, en la región la vida del maíz lluteño es muy activa, multidimensional y vincula diversos actantes. Décadas atrás, la vida de dicho maíz estaba encapsulada en la vida rural, por lo que su raíz la conciencia ciudadana de su calidad patrimonial era baja. La interacción entre la ciudadanía y el maíz se limitaba a la comercialización agrícola. Consecuentemente, la singularidad cultural solo se manifestaba en primera persona, es decir, para los actores protagónicos de su producción a la vez material y simbólica: las familias de agricultores. Ahora bien, en base a la información pudimos reconstruir que hace aproximadamente 15 años comenzó un lento e incipiente proceso de reconocimiento institucional que consolida cierta estabilidad con dos hitos: primero, el Festival del Choclo y luego la Indicación Geográfica. Ese proceso posibilitó un conocimiento mucho más extenso sobre el maíz lluteño y abrió la posibilidad para políticas de producción de conocimiento y fomento.
El Festival del Choclo, por un lado, acercó el producto a la ciudadanía de forma masiva gracias a la asistencia de miles de personas a un evento en que se venden productos gastronómicos derivados del maíz como humitas (similares a los tamales), pastel de choclo, choclo cocido con queso, etc. Por otro lado, el proyecto que culminó con la Indicación Geográfico reunió investigaciones agronómicas, que permitieron caracterizar la semilla y sus particularidades excepcionales como la alta resitencia a la salinidad y al boro; geográficas, que lograron describir las características del paisaje del valle; y arqueológicas e históricas, que se aproximaron al maíz como patrimonio genético y cultural con evidencia del pasado. Tales investigaciones fueron requisito para la posterior obtención de la Indicación Geográfica el 2015. Lo fundamental de dicha indicación, que más bien es una distinción comercial que especifica que un producto está asociado a determinada zona geográfica, es que constituye un reconocimiento y puesta en valor que aseguraba cierta protección local de la semilla ante la amenaza de su apropiación por semilleras industriales, pero además generaba oportunidades posibles para la obtención de mayores recursos en el gobierno central para su desarrollo productivo. No obstante, este último punto quedó en suspenso parcial y no ha prosperado de manera óptima según percepciones mutuas tanto de actores institucionales como de las y los agricultores.
No obstante este proceso de patrimonialización, la relación entre los actores institucionales y la comunidad de agricultores es débil. Es compartida por gran parte de la red la percepción de que la Indicación Geográfica –o cuestiones asociadas a ella– ofrecería para el Maíz Lluteño oportunidades de desarrollo, fomento, reconocimiento patrimonial, etc. Sin embargo, hasta la fecha no hay acción concertada y sostenida entre tales actores institucionales y la “comunidad” de agricultores, sino solo para el Festival del Choclo –que ya existía antes de la Indicación Geográfica–. En base al trabajo de campo de nuestra investigación, podemos proponer que entre los actores institucionales y la comunidad de agricultores hay intereses comunes, pero también desencuentros. Los primeros, puede resumirse en la siguiente narrativa: el maíz lluteño es valioso por sus raíces ancestrales y características excepcionales; arriesga extinguirse por el envejecimiento de la población guardadora de la semilla. Sobre desencuentros, puede decirse que hay un entendimiento distinto de la semilla, lenguajes distintos y estructuras de funcionamiento muy distintas y complejas de compatibilizar entre sí.
El discurso institucional, por un lado, se puede resumir al discurso de que el maíz lluteño es valioso por sus tradiciones, pero es excepcional por sus potencialidades agroecológicas que son reconocidas por la comunidad científica incluso en el extranjero. El asunto patrimonial y del sello de origen es, en cierta medida, principal porque posibilita su participación en asuntos relacionados con la semilla, sean estos la investigación o la creación de políticas públicas. Puede servir como fuente de conocimiento para enfrentar la emergencia climática. Reconoce también que el riesgo para la conservación es que la población productora de la semilla está envejeciendo. Por otro lado, el discurso de las agricultoras y agricultores sostiene que el maíz es valioso por sus tradiciones, pero es excepcional por su sabor. Ante todo, es fundamental porque es fuente de sustento económico. Viven el maíz como un trabajo y forma de vida (de agricultura rural). El asunto patrimonial y el sello de origen usualmente pasa a segundo plano, aunque la promoción del maíz es valorada. Riesgo reconocido para la conservación: “cuando yo me muera, esto se va a acabar”.
Ambos discursos destacan distintas dimensiones excepcionales del maíz, pero desde intereses y lenguajes distintos. Las razones de sus interacciones con el maíz son distintas. En ambos casos, por cierto, se reconoce el riesgo de que la semilla está en vías de extinción, por lo que está presente la sensación compartida de que debe hacerse algo para evitarlo. No obstante, la acción conjunta entre agricultores y las instituciones a partir de la Indicación Geográfica no se cumple. El vínculo débil entre ellos impide que la red logre la transferencia de fondos gubernamentales para políticas para fomentar el desarrollo y para la conservación del Maíz Lluteño. Por parte de los agricultores está la sensación de que la municipalidad, la universidad u otros actores institucionales se acercan a trabajar con ellos, pero 1) o no se concretan proyectos o 2) no reciben beneficios significativos directos. Esta cuestión llevó a cierta desconfianza, decepción y hastío; de todos modos, siguen participando del Festival del Choclo, pues les reporta una cantidad importante de ventas (allí ellos “ponen la comida” y la municipalidad “pone el show”, como nos comentó una agricultora que participa del Festival). Por parte de las instituciones, en el caso de la Municipalidad, continúan realizando el Festival del Choclo como su acción principal de fomento cultural y productivo; en el caso de la universidad comentan que la continuidad de proyectos en conjunto a los agricultores no ha podido continuar porque los agricultores no se han agrupado en un consejo de agricultores por lo que no cumplen los requisitos burocráticos. Esta es una desconfianza inversa, es decir, dado que no hay una estructura de organización consistente y sostenida de los agricultores, que siga la estructura institucional usual, la institucionalidad no tiene sustento para confiar en agricultores desagregados y hacer proyectos con ellos. Hay desconfianza mutua.
Nuestra posición es que el desencuentro de ninguna manera debe interpretarse como una cuestión de falta de voluntades de ninguna de las partes. Más bien, proponemos que obedece a un desencuentro estructural entre los actores institucionales y los no institucionales. La universidad, bajo la exigencia estructural del funcionamiento de los fondos del gobierno central, se ve obligada a pedir a los agricultores que se institucionalicen, que funcionen en los términos de la institucionalidad nacional, es decir, que se constituyan como organización, lógica o estructura de organización que es ajeno a su modo de vida. Esto implica para los agricultores cierto desajuste: dificultades de base para desarrollar vida política (transporte, tiempo, tendencia a la atomización y el interés individual, desesperanza de que obtendrán beneficios). Los actores institucionales lo son en sentido fuerte, esto es, están forzados a funcionar bajo los dictámenes institucionales, con sus protocolos y reglas. Derivado de esos requisitos generales, se encuentra el requisito de una constitución de una “comunidad” de agricultores en forma de organización debidamente institucionalizada. Frente a esto el requisito de agricultores organizados se transfiere para ser cumplida por ellos, pero es difícil que puedan cumplirlo por sí mismos e incluso dada la desconfianza en que se encuentran pueden sentir que no tienen incentivos para hacerlo.
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Palabras clave:
Indicación geográfica, patrimonio agroalimentario, maíz