Resumen de la Ponencia:
El aporte de Mary Douglas, Jürgen Habermas y Andrew Feenberg para interpretar el proyecto de la modernidad Carlos Segovia (Usal) cascundy@hotmail.comFederico Mitidieri (Usal) fedemitidieri@yahoo.com.arSusana Barbosa (Usal) susanbarbosa@gmail.comArgentina – Ciudad Autónoma de Buenos Aires Esta propuesta pertenece a un proyecto de investigación en curso y apunta a relevar los aportes de tres autores de las humanidades europea y canadiense del siglo XX, M. Douglas, J. Habermas y A. Feenberg, en torno a la organización de la vida social, poniendo el acento en el riesgo, la cultura y la técnica. Del riesgo ha sido Douglas la pionera para la ulterior teoría social del riesgo; la cultura en el Habermas de escritos tempranos y en una conferencia de 1980, es un interés que define las ciencias histórico-culturales y es también la argamasa en la cual se puede expresar la comunicación; la técnica para Feenberg se coloca por encima de todo esencialismo y pone en primer plano la acción técnica como acción social. Desde una historia crítica de las ideas sociofilosóficas, nuestro trabajo apunta a interpretar el “proyecto de la modernidad” mediante la reconstrucción del marco de la polémica entre los autores mencionados. Palabras clave: Douglas, Habermas, Feenberg, proyecto de la modernidad
Introducción:
En este trabajo nos ocupamos de los conceptos de 'riesgo', 'cultura' y 'técnica' en relación con el proyecto de la Modernidad. En primer lugar relevamos someramente el tema riesgo en Mary Douglas; luego nos interesa particularmente el modo en que los conceptos de cultura y técnica son estudiados por Jürgen Habermas en el período 1964-1971, y en su trabajo de 1980, “Modernidad: un proyecto incompleto”. Y también el modo en que los piensa Andrew Feenberg, tres décadas más tarde, desde su particular propuesta de una teoría crítica de la tecnología. A partir de estos análisis consideramos que es posible empezar a delinear las diversas maneras en que estos autores entienden la dialéctica entre Modernidad y Emancipación, central para la tradición de la teoría crítica a la que pertenecen.
Como un antecedente no canónico a Habermas y Feenberg hemos propuesto a Mary Douglas, principalmente por haber sido pionera en pensar el 'riesgo' en el contexto de la modernidad, mucho antes de la consolidación del campo gnoseológico sociología del riesgo. En un contexto tan apocalíptico como en el que nos rodeara en la pandemia si hubo una noción importante de la terminología filosófico-social ésta (Douglas, 1985); pero entonces su aporte fue menos usado por la academia que por los usuarios de seguros. Poco habituados como estamos a las casuísticas a lo Durkheim que gestiona Douglas rescatamos su registro como algo original. A Douglas le interesa el mundo de los símbolos, rituales y objetos de la vida cotidiana que se imbrican en la construcción de la vida social. Pese a su formación en la antropología cultural, no se focaliza en abstracciones sobre cosmovisiones sino en creaciones culturales observables, con lo que hace de la realidad cotidiana el foco de sus investigaciones.
Desarrollo:
Una lectura minuciosa de “Ciencia y técnica como ideología” y de “Modernidad: un proyecto incompleto” de Habermas, permitió comprender las principales críticas que el autor plantea al modo en que los autores de la primera generación de la Escuela de Frankfurt pensaron la cuestión de la técnica, especialmente Herbert Marcuse. El principal problema que Habermas encuentra en esas lecturas es que sólo piensan la racionalidad con respecto a fines (la racionalidad instrumental) y no ven la importancia de la racionalidad comunicativa. Por eso su análisis de la racionalización de la sociedad termina siendo tan pesimista. Si sólo se considera la racionalidad con respecto a fines como modo de racionalización de la sociedad, entonces el resultado es la sociedad administrada con las funestas consecuencias que ya señalaron Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración y Marcuse en El hombre unidimensional. Para ellos el avance de la ciencia y de la técnica conducía indefectiblemente a la dominación de la naturaleza por el hombre y a la dominación del hombre por el hombre. Y la ciencia y la técnica llegarían a ser la ideología de la sociedad capitalista. De ahí que a veces se los pudiera tildar como antimodernos. Si la modernización sólo podía concluir en el sistema de la dominación total, entonces se tornaba difícil encontrar sus aristas positivas y, mucho más difícil aun encontrar los nexos entre modernización y emancipación. Parecía no haber alternativa.
Dice Habermas que si se tomara en cuenta que la racionalidad con respecto a fines no es la única forma de racionalidad sino que también existe otra forma de racionalidad, la racionalidad comunicativa, entonces se podría ver cómo ésta podría repolitizar el mundo de la vida y, desde allí, guiar a la racionalidad con respecto a fines en su racionalización de los subsistemas sociales. De esta manera, entonces, la racionalización de la sociedad podría tener un potencial emancipador y la modernización de la sociedad por medio de la técnica podría no llevar necesariamente a la barbarie, como suponen los autores de la primera generación (Horkheimer, Adorno, Marcuse). Pero para ello será necesario someter el desarrollo de la ciencia y de la técnica al marco institucional del mundo de la vida, donde la racionalidad comunicativa pueda tener la última palabra. Es decir, se debe realizar una crítica a la tecnocracia, que despolitice la sociedad haciendo que incluso el mundo de la vida quede bajo la racionalidad instrumental.
La ciencia y la técnica no son por sí mismas emancipadoras, pero tampoco llevan necesariamente a la dominación. La modernización, con el desarrollo técnico y científico, podría llevar a la emancipación, pero si y sólo si el proceso es guiado por la política. Si y sólo si la última palabra la tiene la racionalidad comunicativa y no la ciencia y la técnica como ideología.[1]
Andrew Feenberg, por su parte, comparte la idea habermasiana sobre la posibilidad de que la modernización de la sociedad lleve a la emancipación, pero por motivos muy distintos. Por un lado, considera que Habermas es ingenuo al creer que politizando el mundo de la vida va a poder guiar a la ciencia y la técnica hacia otras consecuencias, distintas a las de la unidimensionalidad marcuseana. Para Feenberg, lo que hay que politizar, democratizar, es justamente la tecnología. Hay que democratizar los códigos técnicos. Si no, con la tecnología realmente existente, la emancipación no va a ser nunca posible, se va a seguir reproduciendo la dominación capitalista, legitimada en la supuesta neutralidad de los fines racionales de la técnica, porque está enquistada en los códigos técnicos.
La principal diferencia entre Feenberg y los integrantes de la primera generación de la escuela de Frankfurt y también Habermas, es que para el canadiense la tecnología realmente existente no es la única tecnología posible, no es la única racional, ni es universal, sino que es histórica, producto de esta sociedad del capitalismo avanzado. Pero podría haber tecnologías alternativas que lleven a modernidades alternativas. Sólo así podría ser posible la utopía de la transición al Socialismo. No con la tecnología actual, basada en el código técnico capitalista, sino entendiendo a esos códigos técnicos como escenarios de luchas micropolíticas que pueden llevar a su modificación. Ahora bien, esta democratización radical de la sociedad de ninguna manera podría llegar, como pretende Habermas, por la mera repolitización del mundo de la vida; sino que lo que hay que repolitizar es a la tecnología misma, que no es la única racionalmente posible, sino que favorece los intereses de los grupos de poder hegemónicos y obstruye otras orientaciones posibles.
En su teoría crítica de la tecnología, Andrew Feenberg postula que la tecnología es socialmente relativa y que el producto de las elecciones técnicas está mucho más mediado por los intereses de los distintos grupos sociales en pugna de lo que podría parecer a primera vista. La teoría crítica de la tecnología busca desarticular las posiciones que plantean la necesidad racional y universal de las decisiones técnicas. Ya en los años ochenta, el giro constructivista en los estudios de la tecnología mostró que muchas configuraciones posibles de recursos podían dar lugar a aparatos eficientes. Los diferentes intereses de los diversos grupos de poder involucrados en el diseño se reflejan en sutiles divergencias de los que son, en el fondo, el mismo aparato. Así es como las elecciones sociales intervienen no sólo en la definición del problema técnico sino también en su solución. La tecnología tal como existe en la realidad es, por tanto, mediada por intereses y valores sociales, y el producto de las decisiones técnicas es un modo de organización social que preserva e impone, invisiblemente, el modo de vida de uno u otro grupo social influyente. De modo que podemos decir que la tecnología está “subdeterminada” o “subcondicionada” por el criterio de eficiencia y está mediada por diversos intereses y valores particulares que actúan en la selección entre estas opciones.
La intervención de intereses no necesariamente reduce la eficiencia, pero sesga el desarrollo tecnológico y sus posibilidades de responder a un programa social alternativo.
El “código técnico” articula la relación entre las necesidades sociales y las técnicas. La racionalización democrática de la tecnología, entonces, abre el futuro del desarrollo tecnológico y lo incorpora al juego político de las deliberaciones democráticas contemporáneas. Así, presenta una alternativa, tanto a la celebración de la tecnocracia triunfante en los enfoques neoliberales, como a la visión pesimista de la catástrofe tecno-cultural, de enfoques como el de Heidegger o de la primera generación de frankfurtianos. Un “código técnico” (o “código de diseño”, como lo llama Feenberg en teorizaciones posteriores) es “la realización de un interés bajo la forma de una solución técnicamente coherente a un problema”[2]. Esta manera de entender las cosas permite ver con otros ojos la naturaleza de las controversias éticas y políticas que involucran a la tecnología. Por lo general, se las solía entender como una oposición entre eficiencia y valores. Pero ahora podemos ver que esta oposición es construida y que oculta el verdadero costado político de lo que se presenta como neutral.
En el desarrollo tecnológico, conocimiento técnico y valores van de la mano. Pero los valores deben ser traducidos a un lenguaje técnico para que no queden solo en buenas intenciones. Un ejemplo de esto pueden ser las rampas para personas con discapacidad motriz. Primero surgieron como protestas por el derecho a circular por el espacio público, pero ese derecho a circular sólo se tradujo a la realidad de la vida social de las ciudades una vez que los ingenieros pudieron especificar la ubicación, ancho y pendiente de la rampa.
Del mismo modo, nuestro mundo fue performado por valores que precedieron a las creaciones técnicas. Las tecnologías son la expresión cristalizada de esos valores y, al invisibilizarlos, favorecen su reproducción. Ciertamente una vez que los conflictos éticos y políticos pasan a formar parte del diseño de los artefactos, o del sistema social mismo, y una vez que esos valores y demandas sociales son internalizadas a través de su incorporación dentro del código técnico, hay una tendencia a elidir o perder de vista los componentes sociales involucrados en dicho proceso. De allí que se tienda a considerar a los artefactos como entes desprovistos de influencias sociales, como si hubieran sido concebidos fuera de la realidad social, histórica, y de sus valores e ideologías. Es decir, hay una tendencia a verlos como si fueran una segunda naturaleza.
La tecnología no puede ya ser considerada como una mera colección de dispositivos ni, en general, como la suma de medios racionales y neutrales para un fin. Estas son definiciones interesadas, que presentan a la tecnología como más funcional y menos social de lo que es. Si entendemos que la tecnología es socialmente relativa, entonces podremos fácilmente imaginar que una estructura de poder diferente innovaría hacia una tecnología alternativa, con diferentes consecuencias sociales y políticas. En este sentido la tecnología, sostiene Feenberg, es “un escenario de lucha social, en el que las alternativas de la civilización están en pugna”[3].
Para Feenberg no existe algo así como la tecnología en sí. Hoy en día usamos esta tecnología específica con limitaciones que se deben, no sólo al estado actual de nuestro conocimiento, sino también a las estructuras de poder que sesgan ese conocimiento y sus aplicaciones. Pero una democratización profunda de la tecnología podría cambiar esta situación. En clave foucaultiana podríamos decir que esta propuesta haría posible, por medio de micro-resistencias, la emergencia de una reforma tecnológica progresiva, con sus correspondientes consecuencias políticas y sociales.
La proliferación de estas micro-resistencias conducirá, finalmente, a una convergencia en la que los distintos actores sociales involucrados, de modo más o menos directo, con las consecuencias de un cierto sistema técnico serán capaces de articularse políticamente a fin de formar un movimiento contrahegemónico. Y éste llevará, según Feenberg, a una democratización de los códigos técnicos y los diseños y, por tanto, a un mayor grado de control sobre el impacto de la tecnología en la naturaleza y en los otros seres humanos.
El auténtico progreso tecnológico[4] no tiene por qué implicar necesariamente la dominación y la conquista total de la naturaleza, sino que otras formas de racionalidad tecnológica son posibles. Una racionalización democrática, o subversiva, podría dar lugar a nuevas formas de ordenamientos sociales, a nuevas instituciones, también mediadas por la tecnología, pero no por eso necesariamente iguales a las realmente existentes, y con diferentes consecuencias tanto sobre los grupos sociales afectados como sobre la naturaleza.
[1] Cfr. J. Habermas (1968): “Ciencia y técnica como 'ideología'” en J. Habermas, Ciencia y técnica como 'ideología' (“Technik und Wissenschaft als 'Ideologie'”, Frankfurt), trad. M. Giménez Redondo y M. Garrido, Tecnos, Madrid, 1984: pp. 53-112.
[2] A. Feenberg (2005) “Teoría crítica de la tecnología”, Revista CTS, N° 5, vol. 2: 109-123.
[3]A. Feenberg: “Subversive Rationalization: Technology, Power and Democracy”, en A. Feenberg y A. Hannay, eds., Technology and the Politics of Knowledge, Bloomington and Indianapolis: Indiana University Press, 1995.
[4] Sobre la cuestión del progreso ver “Más allá del dilema del desarrollo” en: A. Feenberg, Transformar la tecnología. Una nueva visita a la teoría crítica, trad. C. Alfaraz et al., Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2012.
Conclusiones:
En conclusión, hemos tratado de poner en diálogo a tres autores para verificar si los temas del riesgo, la cultura y la técnica tal como son analizados y puestos en discusión por ellos pueden ser facilitadores de la dialéctica de la modernidad y la emancipación (Paolicchi, 2017). Así como Douglas instaura un registro pionero del riesgo, Habermas parece ir más lejos que Marcuse, Adorno y Horkheimer con el tema de la cultura y de la técnica, pero es Feenberg quien abre la caja negra de la conceptualización del campo cognitivo de lo técnico y puede afirmar la emancipación a pesar de la modernidad.
Bibliografía:
Bibliografía
T. W. Adorno y M. Horkheimer (1998), Dialéctica de la Ilustración [1944/7], Valladolid, Trotta.
M. Douglas (1966), Pureza y peligro: análisis de los conceptos de contaminación y tabú (Purity and Danger: An Analysis of Concepts of Pollution and Taboo, Londres), Siglo XXI, España, 1973.
---------------- (1970), Símbolos naturales. Exploraciones en cosmología (Natural Symboles. Explorations in Cosmology), trad. Carmen Criado, Alianza, 1978.
---------------- y Isherwood, B. (1979), El mundo de los bienes. Hacia una antropología del consumo (The World of Goods. Towards an Anthropology of Consumption), trad. Enrique Mercado, Grijalbo, México, 1990.
M. Douglas (1985), La aceptabilidad de riesgo según las ciencias sociales (Risk acceptability according to the social sciences NY), trad. V. A. Martínez, Paidós Ibérica 1996.
A. Feenberg (1995) Alternative Modernity: The Technical Turn in Philosophy and Social Theory. Berkeley: University of California Press.
---------------- “Subversive Rationalization: Technology, Power and Democracy”, en A. Feenberg y A. Hannay, eds., Technology and the Politics of Knowledge, Bloomington and Indianapolis: Indiana University Press, 1995.
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----------------(2002) Transforming Technology: A Critical Theory Revisited. New York: Oxford University Press.
----------------(2005) “Teoría crítica de la tecnología”, Revista CTS, N° 5, vol. 2: 109-123, 2005.
A. Feenberg (2017) Technosystem. The social life of reason, Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 2017.
J. Habermas: (1968), “Ciencia y técnica como 'ideología'” en J. Habermas, Ciencia y técnica como 'ideología' (“Technik und Wissenschaft als 'Ideologie'”, Frankfurt), trad. M. Giménez Redondo y M. Garrido, Tecnos, Madrid, 1984: pp. 53-112.
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C. F. Mitidieri, (2021), "Lo político en el tecnosistema. Una mirada desde la teoría crítica de la tecnología de Andrew Feenberg”, en: A.A.V.V., La técnica. Discusiones fundamentales desde la filosofía. Centro de Publicaciones PUCE, Quito, Ecuador.
L. Paolicchi (2017), “Discursos sobre la Modernidad. Algunas coordenadas para una discusión continua” en Conti, R. (comp.), Perspectiva Descolonial: Conceptos, Debates y Problemas. Mar del Plata, Eudem, ISBN: 978-987-1921-97-3. pp. 179-202.
------------ (2018), “El laberinto de la Ilustración. Habermas y Foucault sobre discurso, crítica y
modernidad” (en co-autoría con Germán Pérez) en M. Schuster y G. Pérez (Eds.), Filosofía y Métodos de las Ciencias Sociales vol. 2, Buenos Aires, Manantial, 2018.
Palabras clave:
Riesgo; Cultura; Técnica; Proyecto de la Modernidad; Teoría Crítica