Resumen de la Ponencia:
Hablaré sobre la representación de la desigualdad social desde la perspectiva de las clases altas. Esto es porque, generalmente, cuando hablamos de desigualdad social, o se menciona el tema, inmediatamente pensamos en pobreza, precariedad, vulneración de derechos, etcétera. Sin embargo, aunque lo anterior es muy importante de analizar, me parece que al mismo tiempo debemos analizar cómo es que se legitima la riqueza y los privilegios, para tener un panorama completo sobre la gran brecha que existe entre los extremos de la distribución. Esto es fundamental, porque si queremos comprender los problemas económicos de la nación, debemos entender cómo es que se distribuye el poder adquisitivo y el acceso a recursos y servicios básicos para el desarrollo humano, en todas las clases. Es decir, que tenemos identificado el extremo hacia la pobreza, pero no sabemos, o no mostramos interés por saber cuál es el extremo hacia el lado contrario. Pareciera que, a la riqueza sin límite, en ningún momento se le relaciona con la precariedad de ciertos sectores. Así pues, para esta investigación se ha analizado el discurso de 10 personas con un ingreso, que oscila entre los $60,000 y arriba de $100,000 por persona al mes. Lo anterior, nos brinda mejor panorama para entender de qué forma legitiman su propia riqueza y qué opinión tienen sobre la desigualdad económica. Para ello, tomamos en cuenta variables propias del discurso meritocrático, tales como: educación, trabajo arduo, consumo razonable, etcétera. Esto es relevante porque la desigualdad en nuestro país es tan evidente que la clase media tan solo está compuesta por el 12% de la población. Además, es una clase media bastante inestable, donde las posibilidades de pasar a la pobreza son potencialmente más grandes, que pertenecer a la clase alta. No obstante, casi cualquier mexicano diría que se identifica en la clase media, independientemente de su ingreso mensual, ya que el parámetro de referencia es la comparación con “quien tiene más” o “quien tiene menos” y no en cifras reales basadas en canasta básica, ingresos, servicios, derechos, etcétera. Y, esto es alarmante, porque al no querer reconocer la crisis económica como un problema urgente, colectivo y real, se evidencia que, como población, no reconocemos nuestros propios derechos laborales y ciudadanos en general.