Resumen de la Ponencia:
La ponencia se centra en el análisis del Harlem afroamericano de la ciudad de Nueva York desde sus orígenes hasta el llamado Renacimiento de Harlem. Analiza la constitución moderna de la ilustración racista de la modernidad que han negado los saberes y las culturas diferentes. Sostengo que estos sistemas de razón, a la vez, operan como universales y aluden también a mecanismos de separación entre sujetos ilustrados y sujetos bárbaros, entre culturas instruidas y culturas incivilizadas y en los hechos les niegan a éstas últimas cualquier capacidad de raciocinio y creatividad. Particulariza en los saberes y cultura afroamericana, profundizando en las múltiples violencias a los que esta población ha sido sometida en el Harlem afroamericano, lo que ha devenido en la violencia simbólica por excelencia: el estigma subjetivo a través del cual se ejerce una violencia simbólica sobre el otro, el diferente, négandole su identidad cultural a través de dispositivos que lo estructuran como el otro iletrado y peligrosos, lo que implica diversas aristas, que van desde el intento de borrar su cultura hasta procesos de silenciamiento y estigmas que suelen devenir en violencia. Finaliza en un acto histórico, político y cultural: El llamado Renacimiento de Harlem donde se generaron una serie de movimientos sociales de recuperación de los orígenes africanos y de reivindicación de la raza afroamericana.
Introducción:
Los sistemas de razón y concretamente los vinculados con el abolengo de la Ilustración, sirven para generar sistemas de administración social fundamentados en relaciones de poder, legitimando la ideología dominante que sostiene que las culturas y las lenguas de los otros son culturas y lenguas inferiores.
En este sentido, la universalización de la razón ilustrada blanca europea y estadounidense alude a un posicionamiento universal que se gesta desde una “voluntad de saber” que delimita lo racional de lo irracional, lo ilustrado de lo no ilustrado a la vez que controla y excluye a los “otros”, a los pertenecientes a otras razas, religiones, o sistemas políticos, como sujetos inferiores a ser educados de acuerdo tanto a epistemes occidentales como a sistemas de razón normalizadores y disciplinarios que a menudo han acompañado procesos de colonización. Ya desde Kant[1] se observan estos sistemas diferenciados de razón:
“La raza de los [indios] americanos no puede educarse. No hay fuerza motivadora porque carecen de afecto y pasión. Ellos no están en el amor, por eso tampoco tienen miedo. Apenas hablan, no se acarician, nada les importa y son haraganes. Uno podría decir que la raza de los negros es completamente lo contrario de los americanos, están llenos de afecto y pasión, son muy vivaces; conversadores y vanidosos. Ellos pueden ser educados pero sólo como sirvientes, o sea que se permiten ser entrenados”.
En esta visión kantiana de las razas, destaca una contradicción constitutiva, por un lado, estas razas son ineducables en los parámetros de la razón ilustrada, por el otro, sí serían educables pero sólo en posiciones de inferioridad, es decir, como sirvientes.
De esta forma, las culturas periféricas son marcadas con el sello de la inferioridad cultural. Ya desde Foucault se sabe que estos sistemas de razón están imbricados con mecanismos de poder. De hecho la noción de episteme en Foucault alude al conjunto de relaciones que puedan unir, en una época determinada, las prácticas discursivas que dan lugar a unas figuras epistemológicas, a unas ciencias que devienen sistemas formalizados de razón. En este aspecto y de acuerdo con Popkewitz[2]
“…la “razón” y la racionalidad del cosmopolitismo produjeron ejemplos de distinciones comparativas que diferenciaron, dividieron y “abyectaron” a grupos e individuos “no civilizados” y, por ende, no calificados para participar. En consecuencia, el cosmopolitismo constituye una estrategia para explorar históricamente el entrelazamiento entre la problemática de la exclusión social y los mismos impulsos orientados a incluir y a ilustrar”
Estos sistemas de razón, a la vez, operan como universales y aluden también a mecanismos de separación entre sujetos ilustrados y sujetos bárbaros, entre culturas instruidas y culturas incivilizadas y en los hechos les niegan a éstas últimas cualquier capacidad de raciocinio.
De esta manera, se ejerce una violencia simbólica sobre el otro, el diferente, negándoles su identidad cultural a través de dispositivos que estructuran al otro y que van desde el intento de borrar la cultura hasta procesos de silenciamiento que suelen devenir en violencia, como es el caso de los afroamericanos en Estados Unidos.
[1] Citado en García, Pedro Dispositivos epistémicos y geopolítica. La invención de la modernidad en América Latina en: Buenfil, R. N., Fuentes, S. y Treviño, E. Giros teóricos. Diálogos y debates en las ciencias sociales y humanidades, México, UNAM, 2012. P. 93
[2] Popkewitz, Thomas El cosmopolitismo y la era de la reforma escolar, Madrid, Morata, 2008. P. 12
Desarrollo:
Violencia con múltiples aristas, por ejemplo, a nivel simbólico, el afroamericano nace y crece con un sentimiento de inferioridad racial introyectado que atraviesa su vida, , Clark (1966: 59) señala: “Si el negro tiene que identificarse con el cuchitril infestado de ratas, su sentido de frustración e inferioridad personales, agravados ya por en la discriminación en punto a empleos y otras formas de humillación de que es objeto, se refuerza por la realidad física que lo rodea…Una casa es un símbolo concreto del valor de la persona que la ocupa”
Caso emblemático es el Harlem afroamericano, situado en el centro de Manhattan en Nueva York, conocido como el Harlem negro, barrio pobre y peligroso para los otros, emblema de racismo y la exclusión y lugar de producción de estigmatizaciones: inferioridad racial y subjetividades deterioradas, espacio de evidente pobreza, suciedad, degradación del habitus Si pensamos en el pasado afroamericano de esclavitud, del deterioro constante de la subjetividad masculina, vía no sólo su uso como fuerza de trabajo esclava sino con la violación constante de sus mujeres, en un país, en el que aún después de la guerra siguen siendo esclavos de sus estigmas, podemos acordar con García Lorca [1]quien habitó en el Harlem negro de Nueva York durante 1929, y que lo resume en el siguiente fragmento:
¡Ay, Harlem¡, ¡Ay, Harlem¡, ¡ Ay, Harlem¡
No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
A tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro.
A tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
A tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.
Resulta interesante que el racismo se sustente en relaciones de poder que legitiman la producción de diferencias en términos de signos corporales (el color de la piel) que son utilizados para asignarles una representación a los sujetos y han sido históricamente construidos y reglamentados como lugares de diferencia, subalternización y de ficción, no sólo en Estados Unidos sino también en el mundo.
En este sentido, podemos hablar de una reiteración de las huellas mnémicas, definidas por Freud como aquellas inscripciones inconscientes, que se refieren a esquemas repetitivos que operan vía la transferencia como viejas percepciones llevadas a nuevas experiencias. Martínez[2] plantea que en Freud “…el aparato psíquico trata por un lado de un espacio virtual y por otro, funciona como una máquina de escritura, esto es, un aparato virtual donde se inscribe una huella mnémica”. Esta misma autora[3] al analizar el trabajo de Freud,[4] Notas sobre la pizarra mágica señala que en Freud, “…la desaparición o borradura de lo escrito es tan sólo una ilusión. Si levantamos la lámina de celuloide y el papel encerado podemos ver cómo todo trazo ha quedado grabado en la capa de cera…Lo ya trazado hará que los nuevos trazos tomen ciertos caminos, esto es, dirige el nuevo trazo”.
En el caso de los afroamericanos, el trazo de la memoria de las huellas mnémicas alude a una inferioridad racial introyectada desde la esclavitud, como subjetivación racial sedimentada que no necesariamente está presente en el campo de la conciencia, como inscripción de antigua data que es refrendada en el racismo del que son objetos en los países donde viven (USA) o a los que migran, es decir, como huellas mnémicas que en los nuevos trazos resultan en cicatrices y marcas.
Estas huellas mnémicas son corporalizadas como marcas identitarias que devienen estigmas que descalifican primariamente al sujeto, éste al ser rechazado socialmente genera una ambivalencia respecto a su propia identidad, Gofman[5] plantea “Dado que en nuestra sociedad el individuo estigmatizado adquiere estándares de identidad que aplica a sí mismo, a pesar de no poder adaptarse a ellos, es inevitable que sienta cierta ambivalencia hacia su yo…El individuo estigmatizado presenta una tendencia a estratificar a su pares según el grado en que sus estigmas se manifiestan y se imponen.”
Un caso emblemático es el de las mujeres afroamericanas, las cuales fueron sistemáticamente violadas por los amos en la esclavitud y a las cuales éstos les atribuyeron una sexualidad promiscua, evidentemente una mujer objeto de violencia sexual tiene que ser justificada de alguna manera por su violador.
La mujer afro como fetiche emblemático de la violación sistemática no sólo a su cuerpo sino a sus más elementales derechos humanos, es hoy símbolo de una alianza perversa, la del “multiculturalismo”, Bell (2019:22) ve en esto que “ Cuando la cultura dominante exige que el otro se ofrezca como señal que se está dando un cambio político progresista, que el Sueño norteamericano de hecho puede incluir la diferencia, invita al resurgimiento de un nacionalismo cultural esencialista”, sin embrago habría que acotar porque no hay tal cambio político hacia la población afroamericana, más bien existe un mandato simbólico neocolonial de servidumbre. El sueño americano pertenece a la población blanca, rica o de clase media, se sustenta en el éxito, los afroamericanos presentan más bien un sueño desesperado por alcanzar la blanquitud, Clark señala: “la preocupación de muchos negros por usar productos que les dejen lacio el cabello, les blanqueen la piel y otros parecidos, ilustran este aspecto trágico del prejuicio racial norteamericano: los negros han acabado por creer en su propia inferioridad”, el estigma se ha vuelto cuerpo ficcional y subjetividad sometida.
Sin embargo, el sujeto como lugar de conformación e inscripción histórica-política de las subjetividades, permite dar cuenta de relaciones inconclusas, indecidibles y en tensión entre heteronomía y autonomía, entre resistencia y sujeción en sus desplazamientos y singularidades, lo cual nos permite argumentar que el sujeto no es sólo un sujeto sujetado sino también un espacio de emergencia a través de la resistencia y la decisión.
Esto es claramente visible en que fue precisamente el Harlem negro, donde se generaron una serie de movimientos sociales de recuperación de los orígenes africanos y de reivindicación de su raza. Los movimientos más conocidos estuvieron encabezados por Marcus Aurelius Garvey cuyo propósito central consistía en conducir a su pueblo de regreso a África, fue él quien organizó la Black Star Line, una compañía de navegación para transportar a los descendientes de africanos, de Estados Unidos a África. En 1926 fue deportado a Jamaica. Otros movimientos de importancia estuvieron lidereados por Ben Davis, elegido concejal de la ciudad de Nueva York en 1943; Adam Clayton Powell Jr. Autoprocalamado el “Discípulo de la Protesta”, miembro de la Cámara de Representantes por el 18 distrito de Harlem.
De esta forma, el Harlem ha sido también sitio de conformación de una dimensión de formación política, donde se elaboran las pautas de una cultura política que se fundamentó en la incipiente participación de esta población en espacios de poder estatal.
Por otra parte, Gracía Canclini[6] señala que “el patrimonio de una nación, o de una ciudad, es distinto para diferentes habitantes. Representa algunas experiencias comunes, pero también expresa las disputas simbólicas entre las clases, los grupos y las etnias que componen una ciudad”.
En el caso de la construcción de Harlem, Osofsky[7] relata
“Prácticamente todas las casas que se alzan hoy en Harlem fueron construidas desde 1870 hasta la primera década del siglo veinte. Las viejas casuchas fueron condenadas a muerte por la inmensidad de piedra rojiza, ladrillos y argamasa. Este nuevo paraíso residencial atrajo a antiguos y ricos habitantes de Manhattan. En una sociedad cuyas familias de la clase trabajadora pagaban un alquiler promedio mensual de 10 a 18 dólares, los alquileres para un grupo de departamentos en Harlem arrancaron en la década de 1890, exactamente en 80 dólares mensuales”
De esta manera, el capital se volcó a la construcción como un medio para asegurar la consecución de ganancias elevadas. Sin embargo, la ola de especulación con los terrenos y la propiedad en Harlem generada por la construcción del subterráneo forjó una artificialidad en la demanda de mercado que condujo a que Harlem se saturara de departamentos y a un exceso de construcciones que derivo en la quiebra del mercado. Lo anterior resultó en una depreciación de las propiedades, las que entonces fueron dadas en alquiler a la población negra, Osofsky[8] señala:
“Algunos propietarios se unieron en asociaciones para repudiar lo que ellos llamaban la “invasión” negra o la “afluencia negra”. El lenguaje que empleaban para describir el movimiento de los negros hacia Harlem (la palabra invasión, por ejemplo, aparecía en casi todas las denuncias sobre negros) era un lenguaje de guerra…Se desató una guerra propagandística y letreros que rezaban “blancos únicamente” fueron colgados de las ventanas de los departamentos de Harlem”
Sin embargo, todas estas asociaciones fracasaron, la población blanca vendió sus propiedades y se mudaron a otros lugares y Harlem se constituyó como uno de los ghettos más importantes de Estados Unidos. Este mismo autor[9] plantea:
“La creación del Harlem negro no es más que un ejemplo del desarrollo general de las grandes comunidades negras segregadas, en muchas ciudades norteamericanas, en los años que precedieron y siguieron a la primera guerra mundial. El hecho de que Harlem se convirtiera en el centro específico de la población negra, fue fruto de las circunstancias: el hecho de que un sector de la ciudad fuera destinado a convertirse en barrio negro, fue la consecuencia inevitable de la emigración de los negros al sur de Nueva York”
Como hemos visto, en la conformación del Harlem negro destaca la diferencia no sólo de clases (el alquiler de Harlem baja de 80 dólares en 1890 cuando está habitado por población blanca a 40 cuando es invadido por la población afroamericana), sino también de razas, de tal suerte, que la pertenencia identitaria se ve atravesada tanto por la clase como por la raza, es decir, existe una sobredeterminación identitaria que involucra diferentes posiciones de sujeto.
Ahora bien y de acuerdo con García Canclini[10], la ciudad moderna incorpora tres ámbitos de constitución, estos son: lo histórico-territorial, lo industrial y lo informacional o comunicacional y presenta dos tipos de patrimonio, “el patrimonio urbano, el patrimonio visible, material… y el patrimonio invisible constituido por leyendas, historias, mitos, imágenes, pinturas, películas, que hablan de la ciudad, formando un imaginario múltiple, que no todos compartimos del mismo modo, del que seleccionamos fragmentos de relatos y los combinamos con nuestro grupo” , en suma, como símbolos intangibles de identificación con el ámbito urbano que orientan una identidad cuya fuente incorpora a la memoria citadina.
Si bien, podría cuestionarse la noción de patrimonio invisible porque las imágenes, pinturas o películas poseen un sustento material, ambos patrimonios tienen en común un rasgo esencial y común: actúan como soportes identitarios que de alguna manera permiten a los sujetos pensarse no sólo como ciudadanos sino también como miembros de determinados espacios urbanos (barrios) y en el caso norteamericano, particularmente en Nueva York, el barrio marca pertenencias culturales y raciales.
Por ejemplo, la importancia de este patrimonio invisible para el caso de Nueva York, puede verse en el Harlem negro, cuna del movimiento cultural e intelectual más importante del siglo XX conocido como el renacimiento de Harlem o como el nuevo movimiento negro, lidereado por el historiador Alain Locke y en el que escritores como Jean Toomer, Langston Hughes, Zora Neal Hurston, Rudolph Fisher y Countee Cullen produjeron una literatura y una obra plástica abocada a dar a conocer al barrio negro, a generar un identidad afroamericana a partir de un encuentro con su pasado africano y a romper con los estereotipos del negro bufón o del negro sirviente.
Langston Hughes[11], formulaba así esa declaración de independencia literaria:
“Nosotros, jóvenes artistas negros que creamos, proponemos ahora expresar nuestros oscuros yo individuales sin temor ni vergüenza. Si ello agrada a los blancos, nos alegramos. Si no, no nos importa. Sabemos que somos hermosos. Y también feos. Si ello agrada a los negros. Nos alegramos. Si no tampoco nos importa su desagrado. Construimos nuestros templos para el futuro, sólidos como sabemos deben ser, y estamos de pie en lo alto de la montaña, libres dentro de nosotros mismos”.
El reencuentro con las raíces históricas y la denuncia del esclavismo es visible en el poema Hombre fuertes de Brown[12]:
“Te arrastraron de tu patria
Te encadenaron a otros esclavos
Te entrenaron como buey
Te azotaron
Te marcaron con hierro candente
Tú cantabas:
Seguid avanzando
Como un pobre gusano.
Tú cantabas:
Caminad, juntos, muchachos
No os canséis
Los hombres fuertes seguirán avanzando
Los hombres fuertes se hicieron más fuertes”
Asimismo, en Blues hastiad, Hughes impregna a su blues de un sentimiento africano, como en el blues nostálgico: “Puente ferroviario. Triste canción del aire. Siempre que pasa el tren. Siento deseos de ir a alguna parte”. Este mismo autor expresa su identificación retrospectiva con África:
“Tendremos una tierra de árboles
que se inclinan bajo el peso de loros parlanchines
Luminosos como el día.
Y no está tierra en la que los pájaros son grises”
La recuperación de Harlem, como espacio identitario y su imbricación con el pasado, puede verse en el ensayo de Silvestre Leaks[13], quien escribe:
“Harlem, mujer negra de corazón ardiente, bondadosa y jovial, cuyas venas sin sangre son un campo de deportes, cuyo cuerpo desollado y lleno de cicatrices, golpeado y apaleado, gastado y andrajoso, corrompido y violado es el santuario privilegiado para esa impía trinidad de terratenientes que arrancan renta, polizontes coimeros y tiburones usureros; para rufianes elocuentes y falsos profetas, políticos ladrones y vendedores de sexo y religión, impostores que todo lo curan y adivinos, y execrables mercachifles de narcóticos y muerte…Tú eres un portento negro, Harlem, Tu has sobrevivido”
Zora Hurston Neal es considerado por muchos como uno de los mejores escritores del Renacimiento de Harlem, su novela Sus ojos miraban a Dios y su ensayo autobiográfico Cómo se siente el ser de color de mí, describen las diferencias entre ser negro y ser blanco en la cultura estadounidense y exponen al hombre blanco como un intruso en la conciencia cultural negra. En el ámbito de la obra plástica destacan las obras de Jacob Lawrence y Aron Douglas. En ambas obras, puede notarse la reivindicación racial (todos los personajes son negros), la crítica al papel jugado por la población afroamericana durante la esclavitud (en la obra de Douglas), así como la reapropiación del territorio afroamericano del Harlem (“Street shadows” de Lawrence).
Asimismo, en la obra de Woodrow es posible observar la apropiación del espacio citadino por parte de la población afroamericano y su lucha por un trato igualitario, como se recordará durante siglos, los afroamericanos no podían sentarse junto a la población blanca en los medios de transporte.
[1] García Lorca, Federico Poeta en Nueva York, México, Grupo Editorial Tomo, 2002. P. 95
[2] Martínez, Rosaura Ensayos sobre inscripcionalidad en el aparato psíquico freudiano. Freud y Derrida en un diálogo sobre la memoria en: SeminarioHermenéutica, sujeto y cambio social, México: Facultad de Filosofía y Letras-UNAM.2005. P. 4 (inédito)
[3] Martínez, Rosaura Memoria y Por-venir en: Seminario Hermenéutica, sujeto y cambio social, México: Facultad de Filosofía y Letras-UNAM.2006. P. 9 inédito)
[4] En este texto, Freud plantea a la pizarra mágica como aparato de la memoria donde “la superficie que conserva el registro de los signos, pizarra u hoja de papel, se convierte por así decir en una porción materializada del aparato mnémico que de ordinario llevo invisible en mí” Freud, Sigmund, Notas sobre la pizarra mágica 1925. Buenos Aires: Amorrortu,
[5] Gofman, Irving Estigma. La identidad deteriorada, Buenos Aires, Amorrortu, 1963. P. 127
[6] García Canclini, op. cit. p. 95
[7] Osofsky, Gilebert, Harlem: Cómo se fabrica un ghetto, en: El Ghetto Negro, Argentina, Ediciones Sílaba, 1966, p. 28
[8] Ibid, p. 34
[9] Ibid, p. 40
[10] García Canclini, Néstor, Imaginarios urbanos, Buenos Aires, Eudeba, 1997, p. 92-93
[11] Langston Hughes, poeta negro internacionalmente famoso, escritor y dramaturgo.
[12] Cfr. Homes, Eugene El legado de Alain Locke, en: El Ghetto Negro, Argentina, Ediciones Sílaba, 1966. P. 61
[13] Leaks, Silvestre, Hablemos de Harlem en: El Ghetto Negro, Argentina, Ediciones Sílaba, 1966. P .21. Leaks es uno de los novelistas y periodistas más importantes de Harlem.
Conclusiones:
La noción de pertenencia, implica una adscripción simbólica e imaginaria del sujeto tanto a una comunidad imaginada, fundamentada en su adscripción al estado nacional que le otorga al sujeto una pertenencia histórica y jurídica y lo incorpora a una identidad común representada por la ciudadanía (Anderson, 1977), como en el caso de los afroamericanos y como pertenencia a las llamadas comunidades diferenciadas (Morley, 2005) y son los patrimonios materiales y cilturales, uno de los ejes clave para entender esta adscripción identitaria.
En este contexto, el renacimiento del Harlem implicó una promoción de un patrimonio que dota a los afroamericanos de identidad colectiva y social y convierte al Harlem en un lugar ritual con componentes históricos y afectivos que generan espacios de pertenencia, a través de la apropiación de símbolos: valoración de sus raíces africanas, ruptura con imágenes estereotipadas de la población negra, apropiación del espacio urbano, reivindicación del ghetto, entre otros.
Bibliografía:
Hooks, Bell. Devorar al otro: deseo y resistencia, traducido de Black Looks: Race and Representation, Boston, Ma., South End Press, 1992.
Butler, Judith, Vida precaria. El poder del duelo y la violencia Buenos Aires, Paidós, 2006.
Butler, Judith Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Buenos Aires, Paidós. 2005.
Clark, Kenneth Ghetto Negro, México, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1965.
Freud, Sigmund, Notas sobre la pizarra mágica Buenos Aires: Amorrortu, 1925/1989.
García Lorca, Federico Poeta en Nueva York, México, Grupo Editorial Tomo, 2002.
García Canclini, Néstor, Imaginarios urbanos, Buenos Aires, Eudeba, 1997, p. 92-93
García, Pedro Dispositivos epistémicos y geopolítica. La invención de la modernidad en América Latina en: Buenfil, R. N., Fuentes, S. y Treviño, E. Giros teóricos. Diálogos y debates en las ciencias sociales y humanidades, México, UNAM, 2012.
Gofman, Irving Estigma. La identidad deteriorada, Buenos Aires, Amorrortu, 1963.
Homes, Eugene El legado de Alain Locke, en: El Ghetto Negro, Argentina, Ediciones Sílaba, 1966.
Leaks, Silvestre, Hablemos de Harlem en: El Ghetto Negro, Argentina, Ediciones Sílaba, 1966.
Martínez, Rosaura Ensayos sobre inscripcionalidad en el aparato psíquico freudiano. Freud y Derrida en un diálogo sobre la memoria en: Seminario Hermenéutica, sujeto y cambio social, México: Facultad de Filosofía y Letras-UNAM.2005. (inédito)
Martínez, Rosaura Memoria y Por-venir en: Seminario Hermenéutica, sujeto y cambio social, México: Facultad de Filosofía y Letras-UNAM. 2006. (inédito)
Osofsky, Gilebert, Harlem: Cómo se fabrica un ghetto, en: El Ghetto Negro, Argentina, Ediciones Sílaba, 1966, p. 28
Popkewitz, Thomas El cosmopolitismo y la era de la reforma escolar, Madrid, Morata, 2008.
Richard La conciencia africana del Harlem en: El Ghetto Negro, Argentina, Ediciones Sílaba, 1966.
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