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Resumen de la Ponencia:
La violencia aparece como un fenómeno disruptivo. Sin embargo, el crimen y los distintos esquemas de seguridad nacional, pública y ciudadana, hasta el diseño de políticas basadas en un enfoque de securitización (nota: en la acepción utilizada por…) para la defensa de los riesgos globales y locales constiuyen una prioridad política para muchos gobiernos. Por otra parte, la corrupción y la impunidad de los sistemas de seguridad son la expresión de diferentes formas de violencia que estas generan desde la inseguridad general (Alda Mejías, Rodríguez Sánchez-Lara, 2021). Este ensayo intenta concentrar su atención en la contribución que la teoría de los procesos civilizatorios de Norbert Elías y otros autores ofrece para la comprensión de la violencia directa, cultural o simbólica (Galtung 1969). Elías en particular, en su larga y productiva investigación, ha discutido sobre la naturaleza humana y el mundo social del que formamos parte, reflexionando sobre aquellos hechos de la vida que son parte de un intercambio dialéctico entre naturaleza y cultura. Las famosas reflexiones de Elías sobre el tema del vínculo entre el proceso de civilización y la violencia se enfocan en la pregunta: ¿Cómo es posible vivir juntos en paz y con bajos índices de violencia? ¿Qué sucede con el Proceso de Civilización? En este particular estudio la pregunta es si la securitización, en un contexto de corrupción e impunidad, aumenta o no aumenta la propensión a la violencia. La violencia debe ser comprendida en profundidad, analizando la cultura y las emociones imperantes en cada período histórico.
Introducción:
La violencia siempre ha sido un tema de particular interés y muchos son los autores que se han dedicado al argumento. A pesar de una percepción general que parece indicar un aumento de la violencia en las ultimas décadas, en realidad los datos indican que el nivel de violencia se ha reducido como nunca en la historia, si bien es importante recordar que la violencia permanece potencialmente alta en las relaciones humanas, no solamente en el plano individual, sino también en virtud de su naturaleza estructural, en la tríada individuo-sociedad-contexto (Morin 2001). Existe en la trama que vincula a los diferentes individuos, poderes y órdenes sociales, en los sentimientos agresivos, en el deseo de destrucción que implican un desprecio tanto de los valores como del orden establecido, agravado por la negación de la identidad de quienes no podrán formar parte de un determinado grupo minoritario elitista o de la mayoría de la sociedad.
Según la definición de Cipolla, la violencia es la "ruptura del diálogo entre el yo y el alter" (Cipolla 1997: 31). Estas pocas palabras logran hacernos comprender con gran simplicidad el alcance de este fenómeno social siendo capaz de crear profundas distinciones entre individuos y grupos. La violencia es siempre física y simbólica al mismo tiempo, ataca simultáneamente al individuo o al grupo y su significado, como es muy evidente en los ataques terroristas a edificios y lugares simbólicos. Con los ataques se pretende borrar la identidad, significado y sentido de algo, se quiere remodelar las mentes, la cultura y el lenguaje en un acto de (re)fundación del orden social. La violencia y sus expresiones, sin dejar de ser una constante en la historia humana, cambian de forma y lenguaje sin desaparecer, siempre se encuentra una lucha entre identidades diversas en competencia por el reconocimiento de la propria identidad y por el poder resultante. La contribución de Pinker del 2013 reabrió el debate sobre el declino de la violencia desde un punto de vista sociológico. Los datos estadísticos, con toda evidencia, muestran que los niveles de agresión y violencia directa en los distintos periodos históricos han disminuido progresivamente. El declive de la violencia parece, pues, una parábola casi natural. A pesar de la presunta disminución de la violencia, el crimen y los distintos esquemas de seguridad nacional, pública y ciudadana, hasta el diseño de una vida de securitización y la “policialización” para la defensa de los riesgos globales y locales representan una prioridad política para muchos gobiernos. La organización de las relaciones sociales en las que el Estado tiene el monopolio de la violencia, poseedor de una violencia legal capaz de evitar su uso con fines ilegales (Van Krieken 2019), haría relativamente pacífica la convivencia, pero esta organización - dice Elías - es una invención técnica del hombre y como tal mantiene su fragilidad. Los "inventos" de la civilización se definen como espadas de doble filo: si por un lado logran moldear las relaciones limitando algunos tipos de violencia, por otro lado la insatisfacción con ellos podría conducir primero a la desilusión y luego al uso de la violencia. ¿Es la violencia el lenguaje más común del vivir en sociedad? Los espacios no regulados, es decir, los espacios de relaciones internacionales a nivel macro, y los de relación a nivel meso o micro, ¿siguen siendo los del estado natural? La violencia se puede domar a través de las instituciones, pero para que esto suceda, se deben cumplir condiciones precisas: si el proceso de securitización y policialización se desarrolla en un contexto de corrupción y impunidad de los sistemas de seguridad, estos pueden crear las condiciones para que nuevas formas de violencia se generen desde la inseguridad general (Alda Mejías, Rodríguez Sánchez-Lara, 2021). Este ensayo pretende enfocarse en la contribución que la teoría de los procesos civilizatorios de Norbert Elías puede hacer a la comprensión de la violencia directa, cultural o simbólica (Galtung 1969). En su larga y productiva investigación, el estudioso se ha interrogado continuamente sobre la naturaleza humana y el mundo social del que formamos parte, deteniéndose en aquellos eslabones del proceso de vida que nos involucran en un intercambio dialéctico que es a la vez naturaleza y cultura. Elías se da cuenta de que “cuanto más claramente perciba el significado de un solo evento histórico, más claramente su propia investigación le revelará lo que los hombres del período bajo consideración pensaban de Dios, de la verdad, de la moralidad, de la belleza o del estado y de la ley [...]. Las formas temporales asumidas por la idea en diferentes períodos están ellas mismas conectadas, como hechos únicos, en un sistema más grande de ideas” (Elías 1998: 15, 16). Las cuestiones relativas a la violencia son múltiples: si se aísla como parte integrante del individuo, este lado muchas veces definido como primordial o animal del ser humano (Maffesoli 2003) ejerce fascinación y horror al mismo tiempo; si se entiende como pulsión social, la estrecha interrelación con el tema del poder (Hobbes 1651), la justicia (Benjamin 1921) y los lenguajes de la cultura (Foucault 2019; Bourdieu 1977), nos muestra cómo es un tema ineludible tanto ya que es imposible de restringir. La violencia es intrínseca a los sistemas sociales que, por la necesidad de mantener su propia identidad y coherencia y de perpetuarse, generan respuestas agresivas si los cambios que les afectan resultan demasiado bruscos o radicales. Si ya con la formación de los estados dinásticos en Europa a finales de la Edad Media, el estado se convierta en poseedor del monopolio de la violencia legítima (Van Krieken 2019) eso pero no fue el momento desde el cual una progresiva pacificación de la vida social causó la disminución de la violencia, este se interioriza pero no cesa. Los individuos aprenden a controlar sus impulsos, si, estamos en la sociedad de las "buenas costumbres", esa sociedad que comienza a sentir repugnancia por las pasiones descontroladas, se vuelve más mojigata, es una sociedad que niega e incluso elimina la muerte. Las reflexiones de Elías sobre el tema son útiles para indagar la cuestión, en cuanto parten de examinar el vínculo entre el proceso civilizatorio y la violencia. Los dos términos antagónicos se influyen recíprocamente dividiendo el campo de batalla. Invirtiendo la pregunta de Pinker, lo que Elías se pregunta es cómo es posible convivir de una manera relativamente pacífica y con índices de violencia bajos en lugar de razonar sobre la particularidad de la violencia social. El prejuicio negativo relativo al hombre, percibido como un sujeto tendencialmente violento y egoísta, lleva a formular la pregunta en otros términos: si en la representación antropológica prevaleciera el lado colaborativo/inclusivo que aseguraría la convivencia, las preguntas serían completamente diferentes, incluyendo el rasgo distintivo de la contradicción humana. Con el tiempo hemos sido testigos de una disminución progresiva de la violencia, pero no nos doblegamos por completo a las normas de la civilización y es entonces cuando la violencia regresa “La civilización nunca se completa y está constantemente en peligro. Está en peligro porque el mantenimiento de las normas civilizadas de comportamiento requiere ciertas condiciones, como un nivel relativamente estable de autodisciplina individual. Estos están vinculados a su vez a estructuras sociales particulares, como la provisión de bienes y servicios, la preservación de un estándar de vida acostumbrado y especialmente la pacificación social: la solución no violenta de conflictos a través del Estado. Pero la pacificación interna de la sociedad está siempre amenazada por conflictos sociales y personales que se encuentran entre los fenómenos normales de la vida social y que las instituciones pacificadoras sirven para resolver” (Elías 1988: 177).
La violencia no es solo una pulsión individual, sino es también una construcción social, un lenguaje de cada cultura: puede ser una respuesta adaptativa a un estímulo o estrés específico, como lo son los procesos de securitización y policialización y la violencia que deriva de la corrupción e impunidad causada por la pérdida de libertad por la securitización, pero sin los efectos positivos esperados. Es intrínseco a los sistemas sociales que, para mantener su propia identidad y coherencia y autoperpetuarse, generen respuestas agresivas cuando los cambios que los involucran resultan demasiado repentinos o radicales. Si vivimos en una sociedad que ofrece seguridad a cambio de libertad, cuando pagas en términos de libertad pero no obtienes más seguridad podemos esperar un aumento en los niveles de violencia general. Veremos en el siguiente párrafo la metodología elegida y cómo se articula el vínculo entre seguridad y violencia.
Desarrollo:
Por este trabajo se realizó una revisión bibliográfica sistemática sobre el tema en la literatura existente que permitió la reflexión teórica sociologica. La misma incluyó libros, publicaciones de autores nacionales y extranjeros indexadas en diferentes bases de datos. Se emplearon como palabras claves para la búsqueda de la información las siguientes (en español e inglés): corrupción, securitización y policialización, corrupción e impunidad, violencia, por lo demás, datos de los ultimo cinco años. El análisis de contenido de tipo directo permitió enfrentar teóricamente la temática que constituye un referente útil a los profesionales de la policy advice y de las ciencias sociales. La presente investigación utiliza una metodología mixta, con el objetivo de poder analizar las dimensiones cuantitativa de las publicaciones y la interpretación cualitativa, lo cual ofrece los datos necesarios para comprender los nexos entre seguridad y violencia. El paradigma cuantitativo es una variada serie de conceptualizaciones y operaciones, capaces de permitir la objetivación del fenómeno en estudio a través del cálculo u otros protocoles de clasificación. La parte cuantitativa muestra como estos temas son muy importantes en la literatura latinoamericana, con un especial atención en un enfoque geográfico que comprende México. En una primera búsqueda de la literatura estos temas se acompañan a otros como: migración y narcotráfico. Esto no pretende decir que en estas áreas geográfica hay más problemas de este tipo sino que la realidad es investigada desde un punto de vista académico que posiblemente esta solicitada por una sociedad que queda representada a través de estos temas. En la investigación también se utiliza la metodología cualitativa la cual permite profundizar y comprender los significados de las realidades sociales que le subyacen a través de una investigación lingüística que subraya a que nivel la violencia puede ser simbólica (uso de los adjetivos u nombres). Se utilizan tanto la metodología cualitativa como la cuantitativa para describir las categorías asociadas a la violencia. El contexto de dominación utilizada favorece la formación de identidades que tienen en cuenta una realidad de la violencia que se conjuga con securitización y policialización y al mismo tiempo con corrupción e impunidad. Esto tipo de conexión no favorece un optimismo ligado al monopolio de la violencia del Estado, ni tampoco con el precio de la securitización en términos de libertad personal.
Payne (1989) sugiere que en contextos donde se da rienda suelta a la violencia, el concepto de que la vida tiene poco valor sigue siendo válido. Donde el dolor y la muerte permanecen constantes en la vida de la mayoría, existe la sensación de que la vida no es un bien preciado y, en consecuencia, quitarle la vida a alguien o usar la violencia adquiere diferentes significados en diferentes contextos. Por esto, según Payne, sólo en sociedades donde la tecnología y la seguridad económica aseguren el alargamiento de la expectativa de la vida, se valoriza y la violencia disminuye. Puede haber rituales de violencia justificados por representaciones de justicia (Zorzi 1994). Si bien para este ensayo pretendemos abordar el concepto de violencia tal como lo define Galtung (1969), ampliando la mirada nos damos cuenta que la definición de violencia sigue siendo difícil de abordar; la variedad de contextos y culturas existentes relativiza la mayoría de los enunciados generales. La violencia no es solo un impulso interno de un individuo, sino que es una construcción social, un lenguaje, un fenómeno emergente aprendido en una cultura específica o puede ser una respuesta adaptativa a un estímulo o estrés específico. Las reflexiones de Elías sobre el tema comienzan investigando en particular el vínculo entre el proceso de civilización y la violencia. Lo que pregunta Elías es cómo es posible vivir juntos en paz y con índices de violencia tan bajos. ¿Qué pasa con el Proceso de Civilización? La violencia puede ser comprendida en profundidad exclusivamente analizando la cultura y las emociones imperantes en cada período histórico. No olvidamos que la violencia y sus expresiones, sin dejar de ser una constante en la historia humana, cambian de forma, lenguajes y modos sin desaparecer. También Girard (2019) reflexionó sobre la violencia pero empezando desde las tragedias clásicas para comprender la relación entre los orígenes constitutivos de la sociedad y la violencia. En mitos y rituales Girard identificó los fundamentos de la violencia en la sociedad, a decir que la violencia es una fuerza circular el cuyo objeto es: 1) un deseo mimético en el que uno quiere ser el otro, 2) uno quiere poseer lo que el otro posee. Ese deseo mimético genera violencia, venganza o una espiral de violencia sin fin. Para proteger la comunidad de esta destrucción es necesario identificar estrategias de contención que en las sociedades arcaicas residían en los ritos sacrificiales que sirvieran para transmitir la violencia hacia una víctima sacrificial y actualmente residen en el sistema de justicia. Pero, que pasa si el sistema de justicia permite corrupción e impunidad? Si en los sacrificios la violencia se vuelve sagrada conteniendo la propagación de la violencia misma, la víctima o el chivo expiatorio, también es sagrado y es fundamental la elección de la víctima que debe tener una característica esencial para el desempeño de su función: debe estar tanto dentro como fuera de la comunidad o sea, tiene que pertenecer a esta sociedad e igualmente debe tener características que la hagan marginal a la comunidad y por lo tanto prescindible. En este particular se puede reconocer la construcción social de la figura del enemigo, sujeto marginal de la comunidad que transmite sentimientos negativos al mostrar que tiene las características de una alteridad suficiente (por características culturales, sociales o físicas) para ser prescindible en nombre de una supuesta protección de la identidad mayoritaria y por tanto no desencadene una espiral de venganza. El papel de la violencia evidentemente, incluso en los procesos de socialización, tiene un papel correspondientemente alto en la transmisión y perpetuación del conocimiento sobre el orden y los roles, la conciencia del poder su lógica y sus estructuras. A decir que la violencia es una herramienta de una tipología de orden y por esto los actores involucrados lo perciben como aceptable dentro del contexto de la relación social. La “ritualización” de la violencia que se repite según un esquema recognoscible crea una normalidad dentro de la cual los subjetos saben moverse. La idea de Elías fue sugerir que en la base del cambio social estaba el deseo de autodeterminación de nuevas identidades que se expresan primero a través de la creación de nuevos lenguajes y culturas y luego a través de la violencia: “En la base de estos mecanismos automáticos y tendencias de cambio social se encuentran formas particulares de relaciones humanas, tensiones entre personas de un tipo e intensidad específicos. Estas tensiones comienzan a producirse, para decirlo de manera muy general, en una etapa particular de la división de funciones, cuando ciertas personas o grupos adquieren el monopolio hereditario de los bienes y valores sociales de los que dependen otras personas, ya sea para su sustento o para proteger o cumplir su existencia social” (Elías 2001: 41). Elías recuerda que no sólo las páginas de la historia sino también las de la literatura de los períodos examinados son de gran ayuda para comprender los signos del cambio cultural, y de hecho, todos los lenguajes culturales, desde las música, la poesía, la literatura y otro se superponen y exaltan, casi confundiéndose: la violencia es el lenguaje que expresa el Zeitgeist.
¿Cuál es la relación entre la corrupción, la impunidad y la violencia? La expectativa es que ahí donde haya actos de corrupción que se mantengan en la impunidad, habrá un menor ejercicio de libertad personal. Donde el Estado sea incapaz de mantener la seguridad pública habrá más violencia y la arbitrariedad de la punición será percibida como injusta afectando la relación entre Estado y sociedad. Si vamos a interpretar el discurso de Ortiz, Vázquez (2020, 171) superponiendo la violencia con los Derechos Humanos (DH) “La expectativa de impunidad relacionada con los actos de corrupción funciona como un contexto que incentiva su comisión, que mantiene la comisión de actos corruptos a lo largo del tiempo, y que todo ello impacta en la disminución del ejercicio de los DH. En este marco, corrupción e impunidad se convierten en patrones estructurales de las violaciones a los DH. Siguiendo a Serrano & Vázquez (2009), cada derecho está constituido por el siguiente conjunto de obligaciones a cargo de los Estados:
— Obligaciones generales de respetar, proteger, garantizar y promover los DH.
— Elementos institucionales de disponibilidad, accesibilidad, calidad y aceptabilidad.
— Principios de aplicación de núcleo del derecho, progresividad, prohibición de regresión y máximo uso de recursos disponibles.” En el caso que no se sigua este esquema la relación de confianza entre estado y comunidad no se puede mantener y la violencia será una estrategia para crear un nuevo orden más justo a los ojos de la comunidad”.
Conclusiones:
Cada individuo, viviendo de interdependencias y estando inserto en el colectivo social, vive en un amplio proceso. El hombre mismo es un proceso y se necesita una mirada atenta para comprender “las formas temporales que asume la idea” (Elías 1998: 16). La sociedad y el individuo son uno, y los cambios sociales no son fenómenos que vienen del exterior para modificar un sistema social en equilibrio. Elías reafirmó el carácter procedimental de la vida social y el concepto de vida social como relacional. Lo mismo ocurre con las organizaciones, que deben verse como procesos continuos y no como entidades estables sujetas a cambios ocasionales: los cambios que experimentan son el resultado de las acciones de los individuos. Necesitamos ver a los humanos no en singular, un homo clausus (Elías 1968), sino como partes de comunidades, grupos y redes (Elías 1969). La violencia narrada por Elías es la suma de pulsiones, sueños e ideales de los sujetos en busca de una identidad que dé sentido a sus vidas. La violencia nunca es producto de individuos o personas, es producto de sociedades que recurren a él como lenguaje universal para restablecer el orden, o un diálogo interrumpido. Los seres humanos no son civilizados por naturaleza, pero tienen por naturaleza una disposición que, bajo ciertas condiciones, hace posible una civilización, es decir, una autorregulación individual de impulsos conductuales momentáneos basados en pulsiones y afectos, o a una redirección de esos impulsos. De ninguna manera es correcto decir que el instinto de agresividad disminuye a lo largo del proceso de civilización. Hay un cambio en el equilibrio entre las limitaciones externas y la autolimitación a favor de estas últimas y, de esta manera, cambia toda la estructura de la identidad. En otras palabras, cambia la sensibilidad social hacia la violencia. Para Elías la superación de algunos rasgos de la acción violenta, tanto en sus formas interpersonales como estructurales es la principal propiedad del Proceso de Civilización, como lo es el proceso de constitución del Estado moderno. La pacificación de la sociedad a través de una “expropiación” de la violencia personal a favor del monopolio de la violencia estatal, sustentada en la aparición de sentimientos como la vergüenza y la aversión a la violencia, combinados con la confianza social hacia las estructuras estatales, sustenta el aumento de la autocontrol mediante la imposición de restricciones internas y externas a la agresión humana (Clement, Mennell 2020).
El proceso civilizatorio describe un cambio en el comportamiento de los sujetos que pasan de verse obligados a entregarse a la violencia hacia una autorregulación que tiende a la pacificación: un proceso moral , cognitivo y emocional al mismo tiempo. Para que el proceso civilizatorio pueda dar sus frutos, debe poder ser, al menos en la mente de los individuos de una sociedad, portador de mayores ganancias que los costos que requiere, el deseo de autolimitarse y el autocontrol debe estar profundamente arraigado para permitir que se superen las dificultades naturales del cambio social sin que los grupos se desintegren. Elías con gran sabiduría trató de demostrar cómo para comprender este fenómeno es necesario afrontar un esfuerzo de síntesis entre "naturaleza" y "cultura". La violencia sigue siendo un impulso, la violencia directa se convierte en violencia cultural o simbólica en algunos casos, existen justificaciones que la hacen lícita, se convierte en una herramienta útil para la afirmación identitaria de los grupos.
Una representación social de los hechos (Moscovici 1993) produce y mantiene sentimientos heroicos que fascinan a los que se sienten llamados a misiones superiores a través de la violencia. La violencia social se exprime en una fusión mística, en una sola identidad colectiva, tan fuerte que puede exigir sacrificios individuales y grupales. Se trata de personas que parecen estar animadas por la esperanza desesperada de una redención que sólo podría ser posible si la causa o el país en el que viven puede reconfigurarse a través de un sacrificio. En las mayoría de los casos la violencia, sobre todo de grupo está asociada a la figura de los jóvenes. Para Elías, los jóvenes (y en esta parte de su investigación, los terroristas) necesitan al menos tres cosas: proyección de futuro, un grupo de iguales que les ofrezca cierto sentimiento de pertenencia (Corvino 2021) en un mundo donde las diferencias entre generaciones son enormes, y un ideal o una meta que tenga sentido para sus vidas y que es incluso superior a la vida misma. La creación de identidades personales y colectivas, la necesidad de diálogo y la búsqueda de sentido se buscan y persiguen por cualquier medio, incluso con violencia directa, cultural y simbólica. Cuando la realidad les muestra a estos jóvenes que todo está perdido el sueño se convierte en una búsqueda violenta que glorifica la brutalidad. El sueño revela que no es más que un sueño. El desencanto se combate a través de la violencia como herramienta de imposición de la realidad: “Me parece que los terroristas de nuestros días también siguieron una época de deseo profundo. En los años había un floreciente movimiento marxista que, en lo esencial, no era violento. Hubo el emerger rápido y ligero del movimiento estudiantil del año 1968, y el terrorismo empezó en el momento en el que resultó ser sólo un sueño; en este caso, no el sueño de lograr una victoria, sino el sueño de hacer una revolución. Un sueño no se abandona tan fácilmente: sigue existiendo, uno está atado al sueño. Porque es imposible hacer soñar con la violencia, es imposible hacerlo con medios pacíficos” (Elías 1994: 149).
El impacto que la corrupción y la impunidad tienen sobre la violencia, en la medida en que ni la violencia ni el acto de corrupción, que de hecho permite que no sea sancionada, la impunidad se convierte en un contexto que incentiva al perpetrador a seguir cometiendo los mismos actos violentos, a seguir cometiendo actos de corrupción, y a las víctimas a cometer nuevas violaciones para protegerse.
Esquema 1. Interacción entre corrupción, violaciones a los derechos humanos e impunidad que se puede aplicar también a la violencia
Fuente: Ortiz, Vázquez (2020)
“Son varios los países del mosaico latinoamericano que han incorporado la securitización en la seguridad pública […] que goza de todas las características de guerra convencional; el discurso gubernamental niega la guerra y la reduce a un conflicto interno entre terroristas y el Estado, pero a este último se le agrega además la sociedad. El asunto del terrorismo tiende un velo que aún no han podido dilucidar los especialistas y los promotores de la violencia securitizada, porque no hay una definición ni tipologización sobre el terrorista, sólo la imputación es suficiente para detener a cualquier persona porque tiene perfil, pesa sobre él la sospecha o simplemente la fiscalía decide que es terrorista y hay que abrirle proceso judicial cuando es detenido el presunto delincuente” (Salazar, Rojas 2011, 33).
Esta Guerra de Baja Intensidad puesta bajo vigilancia y control de los cuerpos armados es un asunto de carácter político aplicada en temas considerados amenazas y ataques que vulneran la integridad del Estado. Indudablemente, la incorporación de la securitización como ejercicio preventivo de la policía orilla a la sociedad a un estado de guerra donde no hay seguridad en cuanto derecho natural. Ese Estado que tiene la capacidad para usar la fuerza, pero que permite la corrupción e impunidad y la invasión en la vida privada (Salazar, 2006) para asegurar aquellos derechos que no garantiza. Ese Estado se convierte en fuente de ingobernabilidad, como dice Guillermo O´Donnell, a la democracia en la frontera del autoritarismo. El miedo como factor político de control social sirve entonces para neutralizar ¿cual adversario? “La herramienta del miedo es un componente del biopoder, donde el control desde el Estado es tal que debilita la psique humana y la encierra en un cuerpo sin ánimo ni disposición de libertad; la angustia aparece como síntoma del auto-encierro e imposibilita a las personas otear el escenario primario que día tras día se presenta para obtener sus satisfactores cotidianos […] estamos ante una política de profilaxis social que busca incesantemente eliminar a todo opositor bajo el estigma de terrorista” (Salazar, Rojas 2011, 39).
En una sociedad reprimida es muy posible que se vaya a luchar contra el orden impuesto. El sueño de la libertad, de un nuevo orden y una nueva identidad va a apresurar con violencia contra el estado de las cosas. Como ya afirmaron Kilminister y Wouters (1995), Maso (1995: 140) “la imagen del ser humano es el principal obstáculo para aplicar un modelo radicalmente relacional en la investigación sociológica” y es precisamente este el punto sobre el que se necesitará más investigación. La imagen hiper-racionalizada del ser humano (D'Andrea 2020) no favorece el florecimiento de razonamientos complejos que pueden incluir los aportes de la psicología, los estudios culturales y literarios que ya utilizaba Elías. Fragmentando el tema solo puede conducir a elaboraciones parciales y respuestas engañosas (Small 2021). Para mirar los procesos sociales con nuevos ojos, será necesario superar la dicotomía naturaleza/cultura del paradigma de la Modernidad (Morin, 2001) para favorecer una concepción compleja del ser humano que recupere lo múltiple dimensiones.
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Palabras clave:
violencia, civilización, poder