Resumen de la Ponencia:
En la historia del doblaje en América Latina se distinguen dos grandes períodos definidos con características únicas: uno que abarca de 1945 hasta 1989 y otro que comprende de 1989 hasta la actualidad. En ambos casos, a pesar de las diferencias tan drásticas en las condiciones materiales, el uso preponderante del español neutro para la producción y consumo de doblaje se sitúa como una constante. La ponencia en cuestión se encamina a ahondar en el por qué de este fenómeno desde la perspectiva teórico-metodológica de Pierre Bourdieu. De esta forma, se propone que en el primer periodo surgió una configuración del campo del doblaje en la cual las empresas mexicanas lograron dotar de neutralidad a su variante lingüística y la impusieron como regla dentro del mismo, creando así un habitus de consumo en toda la región que sirvió para asegurar su posición monopólica. El segundo periodo toma lugar en un contexto global, lo que obliga a detenernos en el análisis de la globalización y a enlazarlo con las categorías de Bourdieu. En este texto, la globalización es concebida como un proceso totalizante que, sin embargo, está lejos de lograr homogeneización en el consumo. A través del debilitamiento del Estado, el retroceso a los derechos sociales y la apertura de los mercados, la globalización impone la lógica y el habitus económico a todos los campos y esferas de la vida. No obstante, se identifica una disociación entre lo veloz de las redefiniciones de los campos a las que obliga este proceso y lo lento de la transformación de los habitus específicos. Entendiendo el consumo no sólo como imitación y práctica de distinción, sino también como habituación, se comprende que el gusto y los habitus se configuran en mediana y larga duración, de ahí que su transformación no sea fácil ni veloz y ofrezca rechazo. Así, el uso del español neutro se prolonga en el tiempo a la vez que transita de su carácter impositivo a su conformación como resistencia frente a la globalización.
Introducción:
Antes de comenzar, es necesario hacer una precisión. La presente ponencia da continuación a una investigación que su autor ha publicado en la revista Global Media Journal México, en su número 36, volumen 19, bajo título El español neutro en el doblaje latino: la imposición a través de luchas simbólicas, y que el lector puede consultar si desea explorar más acerca del tema.
Un somero vistazo a la historia del doblaje en América Latina hará distinguir dos periodos: el primero de 1945 a 1989, y el segundo de 1989 hasta la actualidad. Pese a los cambios que acontecieron en la transición entre ambos periodos, una constante que permaneció inalterable fue el predominio del llamado español neutro en los doblajes.
De aquí en adelante, se entenderá a este español como “una variante lingüística artificial y reconocida del español, usada para todo producto cultural que pretenda un gran alcance en el mundo hispanoamericano, ya se trate de productos traducidos o no, y cuya base es el español del centro de México” (Martínez Moreno, 2022, p. 17). Un adecuado entendimiento de este concepto implica el análisis de los dos periodos sugeridos, por lo que brevemente se detallan a continuación.
Respecto al primero, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial supuso una grave crisis financiera para la industria cinematográfica de Estados Unidos, que dependía en gran medida de los mercados del viejo continente (Fuentes-Luque, 2020). La guerra y la posterior destrucción del continente volvieron a Europa un territorio convulso. Ante ello, Hollywood decidió enfocar la exportación de sus películas hacia América Latina.
Sobreponerse a la crisis implicaba que las productoras impulsaran un proceso de reconocimiento y aceptación, primero de esta modalidad de traducción audiovisual, y después del español neutro, como forma común y normalizada de consumo de películas y series. Y es que, en tanto productos culturales, las producciones audiovisuales imponen, exigen y crean un habitus de consumo, esto es, una serie de disposiciones que rigen y normalizan el actuar (Bourdieu, 2010).
De esta forma es que el doblaje ingresa a América Latina, aunque con ciertas resistencias. En efecto, la introducción del doblaje como modalidad de consumo atravesó varios retos, entre los cuales destacan tres: 1) la aceptación del público —que implicó la uniformidad del acento a través del español neutro—, 2) la oposición de la industria cinematográfica, y 3) la falta de infraestructura.
Al momento de afrontarlos, México aventajó a todos los países latinoamericanos por su equipo técnico. Contar con la mayor industria cinematográfica de la región en los cuarenta y cincuenta le permitió adaptar algunos de los estudios existentes para la labor de doblaje (Consejo de Empresas Mexicanas de la Industria del Doblaje, 2019a). Además, en las décadas siguientes la región latinoamericana atravesó por varias crisis económicas, golpes de Estado, dictaduras y guerrillas que la volvieron una región convulsa. México, en comparación, contaba con una relativa estabilidad que les permitió a las empresas de doblaje del país hacerse con un monopolio casi absoluto. Una razón más que puede haber motivado a las productoras a apostar por nuestro país, radica en que México históricamente ha sido el mercado más grande en la región, lo cual evitaría perder la menor cantidad de dinero posible.
La estructura creada en este periodo —es decir, aquella en la que las empresas mexicanas dominaron el mercado— permanecería intacta por varias décadas, ya que la relativa estabilidad de México frente al problemático contexto latinoamericano de la Guerra Fría fue determinante en la decisión de los estudios de doblar sus contenidos en este país. Asimismo, la Guerra Fría estableció condiciones materiales que implicaron la imposibilidad de los países latinoamericanos de desarrollar industrias propias.
En el tramo final de este conflicto entre superpotencias se presentaron sucesos que reconfiguraron el mercado latinoamericano de doblaje. En primer lugar, este período, fuera de las ataduras políticas, económicas y sociales relacionadas al contexto de la Guerra Fría, presenció el incremento de la competencia por el mercado, destacando las industrias argentina, venezolana y colombiana.
Toda esta competencia, así como la situación política y económica de la región, ha reconfigurado la industria del doblaje en México y ha provocado la pérdida de cerca de la cuarta parte del mercado para las firmas mexicanas. A pesar de ello, México continúa poseyendo un monopolio en el mercado. Actualmente, “[…] el 70% de los contenidos audiovisuales doblados al español latinoamericano a nivel mundial se realizan en territorio nacional” (Consejo Mexicano de Empresas de la Industria del Doblaje, 2019b).
Por otro lado, otro efecto relevante de la creciente competencia recae en que algunas empresas y productoras comienzan a interesarse por la diversificación del doblaje. En la actualidad, existe una tendencia hacia el impulso de los doblajes localizados, donde la variante lingüística es la del país en que se exhiben los contenidos audiovisuales, de forma que estos trabajos incorporan acentos y modismos propios (Iglesias Gómez, 2009).
Ahora bien, el otro gran eje de las transformaciones suscitadas a partir de la globalización está conectado con las prácticas de consumo. En este rubro, pueden ubicarse las audiencias activas, que se manifiestan, por ejemplo, en el hecho de que “los consumidores no solo han desarrollado una relación diferente con el material, sino que sus relaciones con el resto de los agentes implicados en el proceso se han estrechado. Los consumidores han adquirido canales de comunicación directa con los productores y no tienen miedo de hacer escuchar su voz” (Orrego Carmona, 2013, p. 311). Cada vez es más común, primero, un contacto directo con los actores favoritos de los fanáticos del doblaje, principalmente a través de las redes sociales, y segundo, que las productoras escuchen a los consumidores (Ortiz Romero, 2019).
En síntesis, este periodo de la historia del doblaje se caracteriza por el constante cuestionamiento de la posición de México en el mercado y el uso predominante del español neutro en los doblajes. El monopolio mexicano se configuró gracias a las condiciones materiales de la época, por lo que una vez que éstas cambiaron, es lógico que la posición de las empresas mexicanas se viera en riesgo. Asimismo, si con anterioridad el doblaje mexicano era el único que se podía consumir, ahora que firmas de otros países realizan doblajes, la oferta de variantes lingüísticas comienza a expandirse.
Por tanto, la pregunta a contestar es: ¿por qué el español neutro perdura como preponderante en el doblaje a pesar del cambio de condiciones materiales?
Desarrollo:
Pensar la globalización desde Bourdieu
Para contestar la pregunta planteada al final de la sección anterior, acercarse a la globalización desde un enfoque cultural se muestra como necesario, ello en la medida en que una perspectiva así da cuenta de las transformaciones en la reproducción de la vida, las identidades, la lengua, los saberes, las costumbres y, por supuesto, en las prácticas de consumo.
Ante la diversidad de propuestas existentes, se optó por aproximarse a las ideas de Dominique Wolton, Octavio Ianni y Arjun Appadurai, pues estas permiten relacionar el proceso de la globalización con los elementos nodales de la ponencia: el consumo, la producción y el habitus. Además, esta característica posibilita enlazar sus respectivas propuestas con las categorías de Bourdieu (1985, 200, 2001a, 2001b, 2007, 2010), formando así una argumentación coherente y con secuencia lógica. Dicho esto, se procede a explicar algunas de las ideas centrales de tales autores.
En primer lugar, la globalización está intrínsecamente ligada al capitalismo. Éste es comprendido no sólo como un sistema económico, sino como “[…] un modo de producción material y espiritual, una forma de organizar la vida y el trabajo, y un proceso civilizatorio que se expande continua y reiteradamente por todos los rincones del mundo” (Ianni, 2013, p. 55). Como proceso civilizatorio, el capitalismo siempre ha tenido pretensiones planetarias, aunque sólo en los últimos tres siglos ha alcanzado dimensiones globales (Ianni, 2013).
Siguiendo esta idea, la historia del capitalismo puede ser vista como la historia de la globalización y, en tanto tal, “un proceso histórico de larga duración, con ciclos de expansión y retracción, rupturas y reorientación” (Ianni, 2013, p. 55). Por lo tanto, la globalización, cuyo origen puede rastrearse en la génesis del capitalismo mismo, no es un fenómeno reciente. Aunque dada su duración, es mejor habar de ciclos o fases
En segundo lugar, la globalización en tanto proyecto civilizatorio impulsado inicialmente desde Europa y ahora también desde Estados Unidos, ha conllevado a un proceso de occidentalización del mundo. Dicho proceso se resume en la imposición de patrones y valores socioculturales —libertad, igualdad, propiedad, mercado—, modos de vida y trabajo —producción y consumo capitalistas—, formas de pensamiento —eurocentrismo—, posibilidades de imaginación (Ianni, 2013) y hasta una lengua común —el inglés—.
A pesar de presentarse como un proceso totalizante, la occidentalización del mundo muestra resistencias, ya que los grupos y pueblos insertos en el proceso poseen su propia cultura y la reproducen en un intento por conservarla (Ianni, 2013). De tal manera que la globalización no hace más que reconocer la pluralidad de mundos existente (Ianni, 2013).
En tercer lugar, la globalización en su fase actual involucra otro importante proceso cada vez más generalizado: la desterritorialización. Hoy es posible observar la manifestación de estructuras de poder globales —económicas, políticas, sociales y culturales— con un carácter descentrado y la disolución de fronteras, centros decisorios y puntos de referencia (Ianni, 2013). En efecto, para asegurar su reproducción, el capital ha tenido que traspasar cualquier frontera física, humana e imaginaria y cualquier modelo de acumulación a partir de centros.
A pesar de estas características de la globalización, aún queda otra por explorar a propósito del pensamiento de Wolton. Este autor coincide en reconocer que las distancias se han acortado por el capital, no obstante, matiza en afirmar que han dejado de ser físicas y ahora son culturales (Wolton, 2004). Si bien el capital y las relaciones estrictamente económicas han logrado traspasar fronteras, no ocurre lo mismo con las personas y, en especial, con la cultura.
De ahí que haga una diferencia entre la mundialización técnica y de las comunicaciones o informaciones, a comparación de Ianni que considera a la globalización como un todo indivisible. De la primera mundialización, la tercera de sus fases, de 1975 a la fecha, deja atrás su carácter estrictamente económico y se conjunta con el aspecto cultural (Wolton, 2004, p. 15).
En definitiva, la reproducción del capital en escala ampliada ha conllevado de las últimas décadas del siglo XX a la fecha, la generación de informaciones en una proporción sin precedentes. Pero dichas informaciones no se traducen en una mejor comprensión del mundo para los habitantes de nuestro planeta, ni en un mejor entendimiento del otro, dicho de otra manera, el progreso técnico no significa progreso de la comunicación (Wolton, 2004).
Cada salto dentro del progreso técnico ha revolucionado nuestras herramientas de comunicación con una intensidad cuyo crecimiento es exponencial, generando más informaciones en menos tiempo. El desarrollo de las comunicaciones refleja entonces que “los individuos cambian más rápido de herramientas de lo que cambian sus maneras de comunicar” (Wolton, 2004, p. 22). Como consecuencia, los agentes se ven inmersos en una negociación permanente entre su concepción del mundo heredada y las informaciones recibidas, las cuales los exponen a un mosaico de experiencias culturales que aspira a conformarse como común para todos. A partir de ello, el experimentar una sensación de amenaza ante el desvanecimiento de lo exterior se vuelve una constante (Wolton, 2004). Así, la tercera mundialización hace reconocernos en nuestras diferencias y materializa un choque de culturas y visiones del mundo.
Ahora bien, una vez expuestas las propuestas de ambos autores, lo que queda es enlazar la globalización con las categorías de lo simbólico, habitus y campo. Según Burchardt, la globalización desde Bourdieu puede entenderse como un mito (Burchardt, 2006), o más precisamente como un símbolo, es decir, como un instrumento de integración social que dota de sentido al mundo y reproduce una realidad específica. Ésta es una donde el capital tiene las libertades para hacer posible su pretensión planetaria, a la vez que se inmiscuye en todas las esferas de la vida.
Como símbolo, es producto de luchas simbólicas en torno al capital, donde los agentes —empresas multinacionales, Estados, Organizaciones Internacionales, individuos, etcétera— se disputan su definición de acuerdo con los intereses de cada uno. Así, la globalización en su fase actual se presenta como un bien necesario, cuando en realidad sólo beneficia a los grandes poseedores del capital. Para el resto, la globalización — simbólicamente consensuada— es amenaza a la identidad o retroceso en los derechos sociales.
Como proceso civilizatorio, como modo de organizar la vida y la realidad, las fases del capital referidas por Ianni vienen acompañadas de una reconfiguración de lo simbólico. Así, los ciclos implican también formas inéditas de reconocer el capital y de integrarlo en la propia reproducción de la vida. Si bien el capital siempre ha tenido pretensiones globales y transformaciones simbólicas, sólo en este momento histórico se dio una configuración simbólica que impulsó y materializó lo global como el estado natural del capital. Este momento se encuentra relacionado con el fin de la Guerra Fría, pues efectivamente el bloque soviético fungía como contención contra éste y los deseos de las multinacionales.
Por otro lado, al permitir que el capital se expanda libremente, la globalización implica la intromisión e imposición de la lógica económica a todas las esferas de la vida. Esto puede interpretarse, desde Bourdieu, como la imposición del habitus económico en todos los campos (Álvarez Benavidez, 2005). En efecto, existe una diversidad de campos con sentidos de juegos distintos dependiendo de lo ofertado en cada uno. Distintos criterios, reglas e instituciones —no sólo la maximización de los beneficios económicos— moldean los espacios de juego. No obstante, al privatizar todo, la globalización deja en manos del mercado y las empresas el manejo de las cuestiones de salud, educación, vivienda, etcétera. De esta forma, son estos entes los que redefinen los campos, impregnándolos de una lógica que sirve a su interés: la acumulación del capital.
Sin embargo, no sólo se trata de la imposición del habitus económico, sino también del mandato de todo tipo de habitus occidentales. A la par que se profundiza la presencia del capital, también lo hace el proyecto civilizatorio occidentalizante que lo acompaña. Por ello, los pueblos alrededor del globo han sido obligados a adaptar sus prácticas y costumbres a los criterios occidentales, lo mismo que a su racionalidad y valores. Si bien éste no es un proceso nuevo, sí irrumpe con más fuerza en la actualidad. El inglés instituido como lengua global es tan sólo un ejemplo de esta transformación, que además puede asumirse como la imposición de un habitus lingüístico.
A pesar de mostrarse como un proceso totalizador y homogeneizante, existen resistencias en todas partes del mundo. Siguiendo la argumentación presentada, éstas no son más que la insistencia en la reproducción de los habitus locales, en un intento por conservar los saberes y las costumbres. Dado que los habitus son, en términos simples, “[…] maneras duraderas de mantenerse y de moverse, de hablar, de caminar, de pensar y de sentir […]” (Bourdieu, 2010, p. 15), estas estructuras pueden presentarse igualmente en la cotidianidad. Es decir, las resistencias a la globalización no sólo se manifiestan en una articulación colectiva, como comúnmente se abordan, sino también en las prácticas diarias. Una de aquellas acciones es el consumo, y más precisamente, el consumo de producciones audiovisuales.
En suma, las ideas aquí expuestas brindan un panorama general para entender la globalización y para comenzar a plantear la existencia del español neutro como una práctica de resistencia.
Industrias culturales y mercado de bienes culturales en un contexto global
Si la globalización se cimienta como un proceso que pretende homogeneizar los habitus, entonces es menester cuestionarse si realmente lo está logrando. Hablando específicamente del consumo, resulta fundamental preguntarse si la globalización, al impulsar ciertas prácticas perdurables y repetidas —habitus—, se encuentra uniformando el gusto. Ambas respuestas exigen profundizar primero en las industrias culturales y en el mercado de los bienes culturales en un contexto globalizado.
En su análisis, Ianni identifica que las industrias culturales se constituyen como una de las formas de poder mundial. Éstas “[…] están articuladas según los principios de la economía de mercado, de la apropiación privada, de la reproducción ampliada del capital y de la reproducción capitalista en escala global” (Ianni, 2013, p. 139).
Al mismo tiempo, estas industrias refuerzan el proceso civilizatorio occidentalizante del capital a escala global, ya que “pueden ser vistas como una técnica social por medio de la cual se trabajan mentes y corazones” (Ianni, 2013, p. 138). Aquello que ofertan es todo un conjunto de imágenes, formas, lenguas, ritmos, estilos e ilusiones (Ianni, 2013) que tienen por objeto transformar la percepción de la realidad, la forma de reproducir la vida y la cultura o, mejor dicho, moldean estas formas de acuerdo con valores y patrones occidentales.
Enunciado de otra manera, pretenden imponer habitus concretos sobre la población mundial. Entre la multiplicidad de dichos habitus, el que interesa es el de consumo. Las industrias culturales, en su conformación global, tratan de imponer formas homogéneas de consumo de productos culturales donde reinan los criterios occidentales.
Todo parece indicar que las industrias culturales cuentan con un poder y alcance no observado con anterioridad. Dicho poder se encuentra transformando el consumo en global y homogéneo. Ante ello, surge la pregunta de si la uniformidad en el consumo puede traducirse en uniformidad en el gusto.
Con el fin de indagar en esta cuestión, el pensamiento del antropólogo indio Arjun Appadurai puede servir de apoyo. Para él, la globalización no supone la homogeneización de la cultura y mucho menos del gusto. Según señala, “[…] en la medida en que las diferentes sociedades se apropian de manera distinta de los materiales de la modernidad, todavía queda un amplio margen para el estudio en profundidad de las geografías, las historias y los idiomas específicos” (Appadurai, 2001, p. 33). Appadurai, además, se niega a relacionar globalización con uniformidad del gusto debido a su concepción del consumo como habituación.
Aun en el caso de los contextos más dedicados siempre a seguir las últimas modas, [...] el consumo siempre tiende a la habituación por la vía de la repetición. La principal razón de que esto ocurra de esta manera es que el consumo, en todos los contextos sociales, se centra en lo que Marcel Mauss denomina las técnicas del cuerpo, y el cuerpo reclama disciplinas de repetición o, por lo menos, disciplinas periódicas. Esto no es así porque el cuerpo sea en todas partes el mismo hecho biológico y demande, por lo tanto, las mismas disciplinas. Al contrario, puesto que el cuerpo es uno de los ámbitos íntimos en el que se llevan a cabo las prácticas de reproducción, también es un sitio ideal para la inscripción de las disciplinas sociales, disciplinas que pueden variar enormemente de un lugar a otro (Appadurai, 2001, pp. 81-82).
Ello no niega que el consumo se manifieste como imitación o distinción, empero, de acuerdo con el autor, “todas las prácticas de consumo que pretendan perdurar deben pagar algún tributo a la inercia del cuerpo, aun si tal inercia afecta áreas muy diferentes y está anclada en ideologías dramáticamente diferentes a lo largo del tiempo y el espacio” (Appadurai, 2001, p. 82).
De todo lo mencionado, se puede deducir que los habitus se construyen en mediana y larga duración, pues requieren de un proceso de disciplina del cuerpo a partir de la repetición. Otra aseveración importante para señalar es que la transformación de los habitus se muestra como una tarea en suma complicada, ya que requiere de tiempo y esfuerzo implicados en ese mismo proceso.
Ahora bien, la globalización en su nueva fase, por mucho, tendrá unos cuarenta y siete años, tomando en cuenta la periodicidad que propone Wolton. Su fase anterior, correspondiente al periodo de los colonialismos e imperialismos, tuvo una duración aproximada de cinco siglos. Ambos periodos, en su configuración específica del capital, generan una serie de habitus afianzados en el tiempo por vía de la habituación.
A partir de ello, se concluye la existencia de una disociación entre la fuerza con la que la globalización trata de imponer ciertos habitus para todos los habitantes del planeta, y la lentitud con que efectivamente modifica los habitus locales y de consumo. Sería un error negar, por esta razón, que el consumo no esté en proceso de transformación, pues el consumo no sólo es habituación, sino también imitación y distinción. Se trata de tres fuerzas que, en lugar de oponerse, se complementan. A pesar de ello, la habituación irrumpe como una razón poderosa a considerar.
En síntesis, el desfase del que se da cuenta expone la forma en que se problematizan, desde los elementos teóricos propuestos por Bourdieu, las resistencias a la globalización en el ámbito del consumo. Así, el consumo cultural se perfila como una de las actividades idóneas desde las cuales resistir. Asimismo, en la mayoría de las ocasiones, por fuerza de la habituación, dicha resistencia pasa inadvertida, por lo que existen millones de personas en el planeta aferrándose a sus prácticas de consumo sin reconocer necesariamente que se oponen a los embates de la globalización.
Globalización y doblaje: transformaciones en la producción, consumo y socialización
Como se ha logrado advertir a lo largo de la ponencia, la historia de la industria del doblaje en América Latina puede dividirse en dos grandes periodos: de 1945 a 1989, y de 1989 hasta la actualidad. Ambos, en realidad, se ubican temporalmente en diferentes fases de la globalización y corresponden a modelos distintos de acumulación del capital. La conformación de la industria antes de 1989 se caracteriza por la acumulación capitalista centralizada, primero en Argentina, Puerto Rico y México, y después únicamente en este último. En tanto, la estructuración posterior plantea un modelo de acumulación descentralizada con una presencia en aumento de puntos decisorios dispersos. En estas periodicidades se ha observado que la imposición del habitus económico y de los habitus de consumo occidentales son otras dos fuerzas transformadoras que deben analizarse
El estatus que adquirió este español para la conservación del mismo permaneció intacto en su paso por la globalización, a pesar de que la transformación de los pilares en que se asentaba apuntaba a la desaparición de su dominio. La razón de estriba en la habituación como fuerza que motiva el consumo. De 1945 a 1989, las dinámicas del mercado fueron construyendo un habitus de consumo específico que, en adelante, dictaría que cualquier producto audiovisual extranjero debía consumirse con doblaje en español neutro, formando así una nueva realidad. A falta de otras posibilidades de consumo, la repetición constante de esta práctica acostumbró al público a esta modalidad de traducción audiovisual y a esta variante del español, haciéndola pasar por natural y haciendo desconocer las condiciones materiales y el proceso histórico que le dio comienzo.
Es menester recordar que los habitus se construyen en mediana y larga duración. Pese a que el consumo de doblaje en español neutro lleva gestándose unas cuantas décadas, el consumo de productos culturales de todo tipo en español reúne ya varios siglos. Desde la época de la conquista, los asentamientos españoles sometieron a los pueblos originarios de América no sólo a un dominio político, económico y cultural, sino también lingüístico. El español se constituyó así como la lengua del poder y, poco a poco, la lengua del consumo. Primero en forma de folletines y obras de teatro, y siglos después en forma de películas y series, la formación de un consumo en español, ligada a la formación de un habitus lingüístico común para la región, data del siglo XVI.
Ante ello, por más ímpetu que la globalización impregne a sus pretensiones homogeneizantes, ésta no ha logrado uniformar el gusto ni imponer el consumo en inglés como práctica común. De tal manera que, si hay algo que caracteriza al campo del doblaje en la actualidad, es la existencia de una disociación entre la fuerza con la que la globalización intenta transformar la posición del español neutro y la lentitud con la que realmente lo hace. De esta forma, este español ha conseguido resistir al cambio de las condiciones materiales, a la nueva forma de acumulación y, sobre todo, a la homogeneización cultural. Es más, ha logrado imponerse a audiencias que originalmente preferían la subtitulación, tales como el público argentino.
Dicho lo anterior, queda una cuestión por resolver. Si la globalización no se ha traducido en la imposición del consumo en inglés, ¿por qué tampoco ha sido sinónimo de una transición a los doblajes localizados? La cuestión es, en efecto, una de sentido práctico (Bourdieu, 2007). La realización de doblajes para cada una de las variantes del español implica un aumento de los costos que las productoras no están dispuestas a pagar. Así, el consumo de doblaje en español neutro expresa un punto de equilibrio entre consumidores y productores en la nueva reconfiguración del mercado. Además, las productoras y cadenas televisivas reconocen la existencia de este habitus de consumo y se aprovechan de él para seguir garantizando el consumo de sus producciones.
Conclusiones:
Para finalizar, se puede advertir que la globalización ha fallado en su intento de homogeneizar el gusto. Este se edifica socialmente en procesos de mediana y larga duración, por lo que su transformación requiere de grandes esfuerzos y un tiempo que asegure la repetición. Así, con las ideas expresadas en este texto, queda en evidencia que ambos elementos no están presentes en el campo del doblaje y en relación con el español neutro, por lo cual la conmutación del gusto se vislumbra todavía lejana.
Ello no descarta la remota posibilidad de que una transformación de este tipo pueda suceder pronto. De ello dependerá la capacidad del capital para reordenar los flujos y la vida en general, así como el desarrollo del proyecto civilizatorio occidentalizante en curso o la aparición de otros. En suma, depende del cambio de las condiciones materiales, pero también de las alteraciones en las formas de reproducir la cultura y las posibilidades de imaginación.
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Palabras clave:
español neutro, doblaje, globalización, habitus, Bourdieu