Resumen de la Ponencia:
El presente trabajo tiene como objetivo explorar las tendencias agroalimentarias que surgen en torno a los huertos urbanos en la Ciudad de México. El punto de partida son las propuestas sobre el contramovimiento alimentario delineado por tendencias alimentarias que se mantienen en constante tensión por la transición hacia un nuevo régimen alimentario. La información para llevar a cabo tal análisis se obtuvo a través de revisión documental y visitas a huertos urbanos de esta ciudad en las que se realizaron diversas entrevistas a funcionarios, miembros de la sociedad y usuarios de dichos espacios. En la Ciudad de México se pudo avizorar la presencia de prácticas vinculadas a la agroecología que, en buena medida definen a las tendencias pertenecientes al contramovimiento alimentario. Pero, para dar cuenta de las tensiones que se dan en el sistema agroalimentario también se encontraron contradicciones que refuerzan el estereotipo sobre lo privativo de los productos locales y agroecológicos, así como su imbricación en procesos vinculados a la gentrificación.
Introducción:
El final de la década de los setenta marcó el inicio de un régimen alimentario de tipo corporativo, caracterizado por el acaparamiento de tierras y desplazamiento de campesinos por empresas transnacionales con un creciente poder económico y político que les permitió insertarse en las diversas fases del sistema agroalimentario y apropiarse de cada una de las ramas del sector (Delgado Cabeza, 2017). Como contraparte, el descontento por la creciente desigualdad y la crisis multidimensional (ambiental, cultural, económica y social) derivada de esas prácticas detonó la formación de diversos movimientos alimentarios urbanos y rurales con distintos alcances y enfoques (Holt Giménez y Shattuck, 2011; Holt-Giménez, 2009).
Movimientos alimentarios internacionales como Slow Food y La Vía Campesina son parte de estas reacciones, al igual que la Asociación para el Mantenimiento de la Agricultura a Pequeña Escala (AMAP) en Europa y la Alianza Africana por la Soberanía Alimentaria, solo por mencionar algunas. Estas organizaciones, si bien, buscan ser motor de cambio a partir de discursos y orientaciones propios que van de lo progresivo de la justicia alimentaría y empoderamiento a lo radical de la soberanía alimentaria y derechos adquiridos, ambas corrientes comparten cierta visión sobre cómo debería ser el modelo de sistema agroalimentario (Holt Giménez y Shattuck, 2011).
Dentro de estos movimientos la agricultura a pequeña escala y la agroecología se posicionaron como elementos imprescindibles para avanzar en seguridad y soberanía alimentaria. Para el caso de las ciudades, la agricultura urbana tomó relevancia en las políticas ambientales y alimentarias. Se reconoce ampliamente que, como manifestación de la agricultura urbana, los huertos urbanos son símbolos de sustentabilidad y resistencia al sistema agroalimentario globalizado (McClintock, 2014). Pero también se ha evidenciado que, aunque no de manera intencional, los proyectos de agricultura urbana pueden inhibir la participación en la gobernanza del sistema agroalimentario (Montagut, 2013) y hacen de herramientas para detonar procesos de exclusión como la gentrificación (McClintock, 2014).
En la Ciudad de México, si bien la agricultura urbana en la zonas altas y chinamperas del sur se han mantenido desde tiempos prehispánicos, la urbanización hizo prácticamente inexiste los cultivos en las zonas intraurbana y suburbana de la ciudad, por tal motivo los estudios en la materia se centran en las zonas de cultivo tradicionales y de valor comercial (Avila-Sánchez, 2019). No obstante, en las últimas dos décadas la zona intraurbana de la ciudad ha visto un renovado interés por el cultivo agroecológico vinculado a la gastronomía y al activismo alimentario (Baig, 2019; Barba Flores, 2020; Gravante, 2019, 2020; Pardo Núñez y Durand, 2019)
Con base en lo anterior el presente trabajo tiene como objetivo explorar las tendencias agroalimentarias que surgen en torno a los huertos urbanos en la Ciudad de México. El punto de partida son las propuestas de Holt Giménez y Shattuck (2011) sobre el movimiento y contramovimiento alimentario, así como las contradicciones de la agricultura urbana argumentadas por (McClintock, 2014). La información para llevar a cabo tal análisis se obtuvo a través de revisión documental y visitas a huertos de esta ciudad en las que se realizaron diversas entrevistas a funcionarios, miembros de la sociedad y usuarios de dichos espacios.
Desarrollo:
Tendencias agroalimentarias en el régimen alimentario corporativo
La alimentación no es solo una cuestión biológica, es también cultural, económica, política y por supuesto ecológica, un hecho social que involucra a la sociedad en su conjunto y a sus instituciones (Friedmann, 2005). Lo anterior hace de la alimentación una de las principales áreas de regulación pública rodeada por intereses y conflictos entre las diferentes fases y actores involucrados en la cadena alimentaria (Gómez-Benito y Lozano, 2014; Holt Giménez y Shattuck, 2011). Esta dinámica da lugar a un entramado de relaciones de poder que configuran la forma en la que se desarrolla la economía agroalimentaria mundial en determinados periodos históricos denominados regímenes alimentarios (Friedmann y McMichael, 1989). El concepto de regímenes alimentarios vincula las relaciones internacionales de producción y consumo de alimentos con formas de acumulación que distinguen los períodos de transformación capitalista desde 1870.
En la actualidad se dice que transitamos un tercer régimen al que Friedmann y McMichael (1989) denominaron corporativo, Otero (2014) la dieta neoliberal y Rubio Vega (2012) lo definió como la fase agroalimentaria global. Este periodo enmarcado por las políticas neoliberales tiene como principios básicos: desregulación, liberalización y privatización, de tal modo que en el sector agroalimentario “hemos pasado de una era de sobreproducción y preciosos bajos a otra de sobreproducción y volatilidad en los precios” (Otero 2014, 15). En la construcción de esta etapa del capitalismo los países desarrollados, a través de tratados y organizaciones multilaterales, marcaron los lineamientos de la política alimentaria de los países en desarrollo. Así mientras los primeros se enfocaron a la producción y exportación de los bienes básicos, los países en desarrollo en los bienes tradicionales tales como café, tabaco y azúcar, así como hortalizas (McMichael, 2000; Rubio, 2015).
Otra característica de esta etapa es la convergencia entre las políticas ambientales y la reorganización de las cadenas de suministro de alimentos implementadas por supermercados en dos vías: una dirigida a ricos y otra a pobres -Whole Foods-Walmart; Superama-Aurrera- (Friedmann, 2005). En este proceso la certificación por terceros intervino como elemento primordial para garantizar los parámetros de calidad de cada uno de los productos alimentarios en el mercado. Por supuesto estos organismos e instrumentos de regulación privados han sido impugnados, por considerarse una estrategia de capitalismo verde con beneficios para grupo de consumidores privilegiados (Friedmann, 2005). Además de ser una barrera de entrada al mercado para los pequeños y poco capitalizados agricultores (Hernández Moreno y Villaseñor Medina, 2014; Reyes Gómez et al., 2020).
En este punto, es importante destacar que la transición hacia un nuevo régimen ocurre debido a las tensiones internas, a través de las cuales se objetan las reglas establecidas. Este proceso eventualmente hace inoperantes las relaciones y las prácticas propias de cada régimen, lo que conlleva a una crisis seguida por un periodo de transición (Friedmann, 2005; Lang y Heasman, 2004)
De manera amplia las medidas neoliberales han sido objetadas por organizaciones campesinas, grupos ambientales, sindicatos de distintos ramos, en distintas latitudes apenas fueron puestas en marcha. Tal como se dejó ver desde la década de 1990 con la formación de La Vía Campesina, la guerrilla Zapatista o la multitudinaria manifestación altermundista congregada en Seattle en septiembre de 1999 hasta los Cacerolazos en Argentina, los Indignados en España o Occupy Wall Street.
La crisis alimentaria marcó un cambio de dirección en las prácticas neoliberales, con estrategias como la revalorización de los alimentos y el fomento a la producción local por parte de organismos internaciones que a decir de Rubio Vega (2012, p. 36) “se instaura(n) como un rasgo de la fase de transición y probablemente del nuevo modelo que está emergiendo”. Esta última se dio en principio a través de la reducción de apoyo alimentario del FMI, BM y el G-8. Por su parte la CEPAL, IICA y FAO se pronunciaron a favor de trabajar para incentivar la soberanía alimentaria en América Latina (Rubio Vega, 2012). Incluso la ONU designó al 2014 como el año de la Agricultura Familiar. En 2015 la FAO realizó el primer simposio de agroecología en el que se plantearon 10 principios de agroecología, los cuales fueron aprobados en 2018 por el Comité de Agricultura de la FAO (COAG) como guía de una de las formas de promover los sistemas alimentarios y agrícolas sostenibles y aprobados. En 2019 estos principios fueron aprobados por 97 miembros de la FAO para guiar la visión de este organismo sobre la agroecología.
Pero ¿hacia dónde vamos en la configuración del modelo emergente? De acuerdo, con Holt Giménez y Shattuck (2011, p. 113), “la profundidad, el alcance y el carácter político del cambio de régimen alimentario, está en función tanto del "doble movimiento" del capitalismo como de la naturaleza política y el dinamismo de los movimientos sociales”. Sin embargo, pese al crecimiento del movimiento antineoliberal Holt-Giménez (2017) sostiene que, debido al control y ataques sobre organizaciones con posiciones críticas en 2008 el contramovimiento no fue lo suficientemente fuerte, en comparación con el dirigido en 1930 por obreros y partidos políticos.
En este sentido hay que tomar en cuenta que la crisis del siglo XXI es una de tipo multidimensional en la que concurren una serie de actores que más que movimiento se cuentan en plural como nuevos movimientos sociales (Calderón Gutiérrez, 2011; Wieviorka, 2011) y culturales (Touraine, 2006). Entre los que destacan los de mujeres, estudiantes, indígenas y anticapitalista, el antiimperialista y el globalifóbico (Wieviorka, 2011), pero también los ambientalistas, feministas campesinas y de agricultores familiares, trabajadores del sistema agroalimentario, personas de color inmigrantes y jóvenes (Holt-Giménez, 2017). Es decir, el movimiento social central regido por la lucha de clase y el Estado como locus de poder, pierde centralidad en el espacio público y emerge la acción colectiva diversa (Calderón Gutiérrez, 2011; Wieviorka, 2011)
De acuerdo con Holt Giménez y Shattuck (2011) y Holt-Giménez (2009, 2017), la época actual se caracteriza por cuatro tendencias, en lo que refiere a movimientos alimentarios. Dos de ellas, la neoliberal y reformista, buscan la continuidad del régimen alimentario corporativo. Las otras dos, consideradas como el contramovimiento alimentario, son la radical y la progresista (Holt-Giménez, 2017) o de transición (Holt Giménez y Shattuck, 2011). La primera se relaciona con los contramovimientos vinculados a la soberanía alimentaria que buscan la democratización del sistema y un cambio profundo en la estructura y dinámica del régimen alimentario actual a través de movimientos de alcance global como La Vía Campesina.
La tendencia progresista o de transición es en la que los autores ubican a iniciativas vinculadas al acceso a alimentos saludables de producción sostenible que, bajo la noción empoderamiento ciudadano y el derecho a la alimentación, persiguen el mejoramiento de las redes de seguridad y una mayor participación ciudadana para impulsar a los pequeños agricultores orgánicos y comerciantes locales. Ejemplo de ello son: la agricultura urbana, la recuperación de las tiendas del barrio, la agricultura apoyada por la comunidad y el despliegue de mercados de agricultores, es decir el fomento de lo local (Holt Giménez y Shattuck 2011; Holt-Giménez 2009, 2017).
Dentro de esta tendencia se manifiesta la urgencia de concebir a las ciudades como agentes de cambio en el sistema alimentario, y no como consumidoras de insumos y generadora de desechos. Tal como menciona Michael Ableman “Se está produciendo una revolución silenciosa en nuestro sistema alimentario. No está sucediendo tanto en las granjas distantes que todavía nos proporcionan la mayor parte de nuestra comida; está sucediendo en ciudades, vecindarios y pueblos pequeños” (Michael Ableman citado tomado de Dieleman 2017, 156).
La Ciudad de México da muestras de que esta revolución se está gestando, si consideramos que la agroecología se ha convertido un elemento fundamental e inherente no solo en el discurso y acciones de los huerteros capitalinos, también forma parte del repertorio de la política pública cada vez con mayor presencia de la soberanía alimentaria en instrumentos legales.
Estrategia metodológica
Para cumplir con el objetivo de identificar las tendencias agroalimentarias que surgen en torno a los huertos urbanos en la Ciudad de México se tomaron como insumos las entrevistas realizadas los años 2019 y 2020. Durante el primer año de trabajo de campo se llevaron a cabo visitas a funcionarios y técnicos encargados de los huertos urbanos administrados por las alcaldías Azcapotzalco, Benito Juárez, Coyoacán, Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo, así como a usuarios de estos espacios. De igual modo se entrevistó a miembros de Casa Gallina y se participó en un taller sobre huertos escolares y en un encuentro sobre Agricultura Urbana realizados por Huertos Escolares de México y El Huerto Tlatelolco, respectivamente. El segundo año se entrevistó a jóvenes involucrados en distintos proyectos sociales y empresariales vía telefónica debidos a las medidas sanitarias por Covid-19.
Es importante mencionar que el trabajo de campo forma parte de mi proyecto posdoctoral en el que se aborda la construcción de ciudadanía alimentaria. De tal modo que, si bien no era el objetivo central, la pandemia y sus vínculos con la alimentación aunados a la crisis alimentaria, hicieron necesario dar una nueva relectura a las entrevistas con la guía de los regímenes y las tendencias agroalimentarias.
El contexto de la agricultura urbana en la Ciudad de México
Un momento clave dentro de la historia reciente de la agricultura urbana en la Ciudad de México fue la creación en 2007 de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (SEDEREC), instancia que, a través del “Programa de Agricultura Sustentable a Pequeña Escala en la Ciudad de México” apoyó a familias y grupos de ciudadanos de distintas delegaciones, ahora alcaldías, con recursos económicos y asesoría para el establecimiento de huertos. No obstante, con la transición en 2018 de SEDEREC a la Secretaría de Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades Indígenas Residentes (SEPI), este programa se disolvió.
Otro momento icónico se dio en 2017, año en que se publicó la Ley de Huertos Urbanos en la Ciudad de México (LHU2017). Sin embargo, por Decreto, en diciembre de 2020 se le abroga y promulga una nueva: Ley de Huertos Urbanos de la Ciudad de México (LHU2020). Esta última busca atender a la modernización en materia ambiental, así como al rediseño institucional de los entes de gobierno y las modificaciones de naturaleza jurídica dada la transición de delegaciones a alcaldías (Ley de Huertos Urbanos de la Ciudad de México, 2020 [LHU, 2020] Artículo 2). De manera específica, se excluyó a la extinta SEDEREC y se le confieren sus atribuciones y obligaciones a la Secretaría del Medio Ambiente de la Ciudad de México (SEDEMA), también se establece la obligación a las alcaldías de generar un censo sobre los huertos urbanos y la atribución de ser notificadas del establecimiento de nuevos huertos (Ley de Huertos Urbanos en la Ciudad de México, 2017 [LHU, 2017]; LHU, 2020).
De manera específica SEDEMA, es la encargada de brindar capacitación y seguimiento en materia de agricultura urbana, así como fomentar la transmisión intergeneracional de conocimientos tradicionales y nuevas tecnologías. También corresponde a esta Secretaría vigilar que el establecimiento de esos espacios se lleve conforme a lo estipulado por la LHU2020. Por su parte, Secretaría de Inclusión y Bienestar Social de la Ciudad de México (SIBISO) es la encargada de crear huertos con enfoques alimentarios que coadyuven a la política de seguridad, soberanía y sustentabilidad alimentaria. La Secretaría de Administración y Finanzas y la Secretaría de Desarrollo Económico tienen la facultad de presentar proponer beneficios fiscales y económicos para las personas físicas o morales que decidan participar en la elaboración de proyectos de huertos privados. También se hace la opción de solicitar beneficios fiscales y apoyos por parte de la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo para quienes brinden trabajo a grupos vulnerables.
Al igual que la ley abrogada, la LHU2020 es clara en cuanto a la exclusión de agroquímicos y la promoción de principios agroecológicos a través del reciclaje de residuos, cosecha y aprovechamiento de agua pluvial, el uso de especies nativas y recuperación del conocimiento tradicional de la agricultura. Aunado a lo anterior, también se hace mención sobre el fomento al intercambio intergeneracional y el llamado a promover la idea de comunidad.
Pero, sin lugar a duda lo que más llama la atención sobre la LHU2020 es la inclusión de nuevos términos a su glosario, en particular el de soberanía alimentaria, que definen como el “Derecho de las personas a disponer de alimentos en cantidad y calidad suficientes para satisfacer las necesidades alimentarias y nutricionales, producidas de forma sostenible y ecológica, para una cultura determinada” (LHU, 2020, Artículo 2). Dicho termino se retoma en las atribuciones de Sibiso y en el objetivo IV que refiere a la promoción de la soberanía y seguridad alimentaria derivada del consumo de frutas, verduras, hortalizas y otros alimentos producidos en los huertos urbanos, evitando el consumo de alimentos transgénicos.
En la práctica, si bien no todas las alcaldías cuentan con espacios de cultivo, en algunas demarcaciones se pueden encontrar sitios que han sido apropiados por la comunidad. Un ejemplo, con más treinta años de existencia es el Huerto de las Niñas y los Niños administrado por la alcaldía Cuauhtémoc, espacio en el que se ofrece, a quien lo solicite, una pequeña parcela en la que puede sembrar y experimentar. Además, dar acompañamiento, imparten talleres y visitas guiadas. Otros más recientes como el Centro Ecológico Azcapotzalco, el cual es un sitio de aprendizaje sobre ecotecnias y conservación de especies, se ofrecen visitas guiadas e incluso si se tienen disponibilidad comparten semillas para su propagación.
La Alcaldía Miguel Hidalgo cuenta con tres espacios. El primero de ellos es El Huerto Lincoln (Parque Lincoln Polanco) enfocado a la educación ambiental de niñas y niños; el segundo es Huerto Caneguín a la población de todas edades en particular quien quiera participar como voluntario en el cuidado de las parcelas a la vez que adquiere conocimientos en la materia. El tercero, pero no menos importante, es el que alberga la Universidad de la Vida para Adultos Mayores (UNIVI), un espacio por demás interesante dirigido a adultos de la tercera edad.
Otros programas que integran a los huertos urbanos en sus convocarías son Colectivos Culturales Comunitario de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, así como los Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes de la Ciudad de México (Pilares) dirigidos por la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación de la Ciudad de México (SECTEI). El primero se enfoca a promover y fortalecer la participación ciudadana mediante proyectos artístico-culturales, a través del cual se han desarrollado diversos proyectos enfocados a la agricultura urbana que buscan la recuperación de espacios y transmisión de conocimientos sobre temas ambientales y agroecología (R y CH-AZ, comunicación personal, el 28 de octubre de 2020; Tallerista CIPEA, comunicación personal, el 21 de octubre de 2020). Por su parte Pilares, brinda espacios comunitarios para el desarrollo de procesos para el intercambio de conocimientos y saberes, entre los que se encuentran los talleres de huertos urbanos dentro del área de educación para autonomía económica.
Por supuesto que el proceso de reconocimiento e institucionalización no hubiera sido posible sin el empuje de la sociedad civil. Iniciativas ciudadanas en torno a la agricultura urbana y agroecología que hacen de puente entre productores y consumidores, pero también entre personas interesadas en aprender y compartir experiencias y conocimientos. Estas articulaciones e intercambios se concretan en los huertos, tianguis alternativos o cooperativas, sin dejar de lado las redes sociales tan útiles y solicitadas en esta pandemia.
Algunas de estas experiencias de amplia difusión son el Huerto Roma Verde, Huerto Tlatelolco, Huerto La Romita, Mercado El 100 y Tianguis Orgánico de Tlalpan que han logrado consolidarse en la última década. Pero también se encuentran otras un tanto menos conocidas como El Molinito, Huerto San Miguel, Huerto Comunitario Las Rosas, Colectivo Zacahuitzco, Mercado de las Cosas Verdes “Tianquiskitt” y Canasta Solidaria, por mencionar algunas. Y otras tantas que se desarrollan en multifamiliares, o azoteas, y que, si bien no están en el anonimato, son conocidas solo por unos cuantos en el barrio o colonia. La diversidad de iniciativas que se presentes en la Ciudad de México nos brinda un crisol para reflexionar sobre las tendencias.
Tendencias agroalimentarias y huertos urbanos en la Ciudad de México
La Ciudad de México, al igual que en otras ciudades del mundo, la agricultura urbana es considerada como un símbolo de sustentabilidad y resistencia alimentaria. Sin embargo, los proyectos de agricultura urbana se encuentran inmersos en contradicciones, ya que por un lado pueden contribuir a la seguridad alimentaria, pero a la vez pueden detonar procesos de gentrificación (McClintock, 2014; Sbicca, 2018) o inhibir la participación en la gobernanza del sistema agroalimentario (Montagut, 2013).
La gentrificación es un concepto que desde la década de los sesenta se ha utilizado en ciudades del norte global para analizar a comunidades en las que tras un periodo de desinversión o deterioro económico se inicia una reinversión, generando, entre otros, alza en los servicios básicos volviéndolo inaccesibles para los pobladores originales. Sin embargo, en los últimos años ha tenido eco en Latinoamérica. En Ciudad de México colonias como Santa María La Ribera, San Rafael, Roma y Condesa han sido objetos de estudio ante la transformación de sus edificaciones derruidas en renovados conjuntos habitacionales dirigidos a la población de ingresos altos. En estos estudios llama la atención la relación que guardan estos procesos con los cambios en la oferta alimentaria, ante el arribo de vecinos con mayor poder adquisitivo, grado de estudios, nivel socioeconómicos y conciencia sobre la alimentación (Vázquez-Medina et al., 2020; Baig, 2019).
Bajo la consigna de “eres lo que comes”, “consume local” y “el apoyo a los pequeños agricultores” cada vez más la agricultura urbana se encuentra ligada a restaurantes. En la colonia Roma (Baig, 2019) y Santa María La Ribera (Vázquez-Medina et al. 2020) el auge de los restaurantes alternativos, veganos, orgánicos o agroecológicos se ha dado a la par del incremento de huertos y emprendimientos vinculados a esta práctica. Según Sbicca (2018), estos sitios representan un importante referente simbólico para los nuevos avecindados quienes relacionan los atributos mencionados al inicio del párrafo con el tipo de ciudad en la que buscan vivir, pero que llegan a convertirse en una herramienta gentrificadora.
Dentro de estas transformaciones y su relación con la agricultura urbana llama la atención que, si bien lo orgánico se ha mantenido como un valor agregado tanto en la comida preparada como en los productos frescos, se hace cada vez más necesario para los agricultores y distribuidores de la Ciudad de México marcar la diferencia entre lo orgánico y lo agroecológico. Aclaración que tiene por un lado un trasfondo legal y económico, en el que lo orgánico requiere de una certificación por terceros que implica un costo, a veces incosteable, mientras que los cultivos agroecológicos, a decir de algunos huerteros, permiten un poco de agroquímicos. Sin embargo, para muchas otras personas, tanto agricultores como para consumidores, es una herramienta de resistencia contra la certificación por terceros acompañada de la crítica a los costos y a su procedencia transnacional. En su lugar propugnan por las certificaciones agroecológicas que son nacionales e incluso locales, participativas y de cara a cara. Además, porque en la agroecología reconocen una forma distinta de producción en la que impera la conexión con la tierra, con lo autóctono, lo tradicional, las raíces del agricultor, es decir, una opción radical al sistema agroalimentarios globalizado.
Desde el punto de vista de otro sector de consumidores, quienes no tienen del todo clara las diferencias entre lo orgánico y lo agroecológico, consideran a estos productos costosos, aunque reconocen que el comerlos trae beneficios a la salud. Estos atributos también son exaltados por agricultores y distribuidores inmersos en cadenas cortas quienes son conscientes que no están al alcance de todos los presupuestos, de tal modo que buscan ofrecer sus cosechas a personas y restaurantes de ingresos medios y altos. Incluso se menciona que la alimentación se podría estar convirtiendo en una cuestión elitista, pero, se enfatiza la responsabilidad de los consumidores en establecer sus prioridades, reforzando la consigna de eres lo que comes y de solidarse con el agricultor, pero además con el reconocimiento de ser una persona conocedora crítica y responsable.
Entonces, no solo se busca la experiencia del paladar, también el generar conciencia sobre el sistema agroalimentario. Encontramos así que los huertos urbanos son sede de talleres en los que se invita a chefs que ofrecen sus creaciones o bien imparten cursos sobre la elaboración de platillos con las cosechas de los huertos. En este sentido, Vandana Shiva incluye a las cocinas y enuncia el papel que los chefs tienen en la revolución del sistema agroalimentario al marcan tendencias, enfatiza que cuando ellos sirven comida local y ecológica entonces la sociedad empieza a valorarla (Rivas, 2018). Sin embargo, coincido con Vázquez-Medina et al. (2020, p. 18) en que las iniciativas u organizaciones que enmarcan estos eventos contribuyen a la formación de vínculos con la comunidad, sin embargo, en el intento de democratizar, “elitizan la práctica culinaria”.
Las redes que se han formado entre agricultores y consumidores sean a título personal o con restaurantes, sin duda ha incentivado la alfabetización alimentaria y contribuido a mejorar la situación económica de los agricultores al tener ventas regulares a precios justos. Sin embargo, no hay que pasar por alto como indica Montagut (2013), que una vez que se ven resultas las necesidades de aprovisionamiento y distribución de estos actores llegan a considerar innecesario el participar de la gobernanza del sistema agroalimentario.
En este sentido es importante mencionar que algunos de los huertos, restaurantes y espacios de comercialización alternativos realizan continuamente pláticas sobre sensibilización de las problemáticas del sistema agroalimentario. Estas platicas tienen un impacto sobre los hábitos de consumo, pero, aunque el consumo se catalogue como responsable, el mercado es un mecanismo no democrático que le otorga a unos cuantos muchos votos, unos cuantos a pocos y a los demás ninguno. Por lo tanto, la capacidad de empujar a un cambio de sistema por medio del consumo es muy limitada (Montagut, 2013). Welsh y MacRae (1998) abonan a la discusión al señalar que una las limitantes de los programas de apoyo para la eliminación del hambre es que se centran en los derechos del consumidor sin desafiar las estructuras hegemónicas.
Estas prácticas están siendo cuestionadas por algunos colectivos formados en su mayoría por jóvenes no mayores de 35 años, estudiantes o profesionistas cuyas iniciativas se localizan en colonias populares, que buscan consolidar un proceso comunitario antes de darse a conocer de manera extensiva. Esta dinámica detona, según lo observado en este primer acercamiento, la presencia de las dos tendencias de contra movimientos.
Por un lado, la de transición representada por aquellos sitios consolidados que si bien involucran lucha por espacios urbanos al estar establecidos en predios abandonados y que en algunos casos se involucran como organizaciones de la sociedad civil en el impulso iniciativas gubernamentales, se les considera una rama del capitalismo verde. Por su parte los colectivos de jóvenes son conscientes no solo de la importancia de los pequeños agricultores, pero sobre todo que las deficiencias del sistema agroalimentario globalizado no solo afectan a productores sino también a consumidores por el que comer bien no debería ser solo para quienes tienen el poder adquisitivo, pero que además estas asimetrías derivan del propio sistema que requiere ser cambiado. Pero como indica McClintock (2018) a medida que la agricultura urbana se vuelve cada vez más institucionalizada y reconocida por la corriente principal puede parecer más reformista que radical.
Conclusiones:
En la Ciudad de México la diversidad de experiencias y las redes que se tejen en torno a la agricultura van en aumento. En cada una de ellas se refleja no solo la manera en que los actores involucrados quieren alimentarse, sino también el estilo de vida y el tipo de ciudad en la que quieren vivir y convivir. Lo anterior involucra: áreas verdes, contacto con la naturaleza y el acceso no solo a cultivos frescos, también a opciones de comidas preparados con productos locales y de comercio justo.
Si bien la categorización de las tendencias alimentarias propuesta por Holt Giménez y Shattuck (2011) integra elementos que no se contemplan en este trabajo, es una herramienta que permite un primer acercamiento al entramado que se está configurando en torno a la agricultura urbana. Y junto con el argumento de las contradicciones en la agricultura urbana expuesto por McClintock (2014) permitió explicar que la cara más visible de la agricultura urbana en esta ciudad es la de las colonias de moda y el buen vivir. Iniciativas que llega a ser unas ideas comercializables y como afirma Friedmann (2005) el capital se aprovecha de todo lo que funciona.
Si bien se busca la formación de redes de seguridad para los proyectos y productores locales, hasta el momento, la oferta se está concentrando en sectores con alto poder adquisitivo, que brindan esa seguridad de ingresos a los productores pero que de manera amplia no busca resolver problemas estructurales.
No obstante, es un imperativo observar los procesos que se desarrollan en colonias populares que podrían dar un impulso a la tendencia radical al emerger con una mirada crítica sobre la manera en la que se ha desarrollado la agricultura urbana en esta ciudad. En este sentido, además de profundizar en el análisis de las redes que se configuran en torno esta práctica, queda como asignatura pendiente indagar sobre la formación de nuevos actores.
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Palabras clave:
Huertos urbanos, tendencias agroalimentarias, Ley de Huertos Urbanos de la Ciudad de México.
Urban gardens, agri-food trends, Law of Urban Gardens of Mexico City.
Hortas urbanas, tendências agroalimentares, Lei de Hortas Urbanas da Cidade do México.
Resumen de la Ponencia:
A proposta apresentada busca relacionar análises teóricas e práticas em torno da antropologia da alimentação e as relações que se estabelecem no processo de produção e comercialização de alimentos em embarcações na cidade de Salvador. Trilhando nas memórias dos comerciantes e identificando os caminhos que levam à produção desses alimentos, no ponto da composição ou status de comida típica de um determinado estabelecimento, que vai tomar proporções e escanear ou preparar como algo necessário essencialmente à subsistência das famílias, que em muitos casos se encontra em condição de vulnerabilidade social, passa a fazer parte de uma tradição local. Ficar sem comer e comer, além da necessidade básica de se alimentar, existem motivações e necessidades que compõem a natureza ritualística da culinária. Com a necessidade de gerar renda e prover a subsistência de sua família, muitas pessoas decidem se inserir na cozinha como local para atingir esse objetivo primordial. Sendo especialistas ou efetivamente possuindo um "bom tempero", muitas mulheres e homens passam a comercializar alimentos. As formas e locais de produção e comercialização variam de acordo com os recursos financeiros que temos para investir em nossos insumos, utensílios e equipamentos. Motivado por experiências vividas, tentarei dialogar com esse empírico a partir de abordagens qualitativas por meio de processos etnográficos desenvolvidos a partir da observação participante em lojas de barcos localizadas em bairros periféricos da cidade. Sendo especialistas ou efetivamente possuindo um "bom tempero", muitas mulheres e homens passam a comercializar alimentos. As formas e locais de produção e comercialização variam de acordo com os recursos financeiros que temos para investir em nossos insumos, utensílios e equipamentos. Motivado por experiências vividas, tentarei dialogar com esse empírico a partir de abordagens qualitativas por meio de processos etnográficos desenvolvidos a partir da observação participante em lojas de barcos localizadas em bairros periféricos da cidade. Sendo especialistas ou efetivamente possuindo um "bom tempero", muitas mulheres e homens passam a comercializar alimentos. As formas e locais de produção e comercialização variam de acordo com os recursos financeiros que temos para investir em nossos insumos, utensílios e equipamentos. Motivado por experiências vividas, tentarei dialogar com esse empírico a partir de abordagens qualitativas por meio de processos etnográficos desenvolvidos a partir da observação participante em lojas de barcos localizadas em bairros periféricos da cidade.Resumen de la Ponencia:
O presente estudo parte da premissa que em decorrência do processo de empresarização da agricultura (do campo e da alimentação), processo este que acarretou na massificação dos alimentos industrializados, os produtos orgânicos se tornaram escassos, caros e, consequentemente, objetos de desejo dos indivíduos. Diante desse contexto e tomando o consumo como um processo de comunicação e diferenciação social, o objetivo desta pesquisa é analisar os significados do consumo de cestas alimentos orgânicos com serviço de entrega/delivery, na cidade de Pelotas/RS. Para isso, foram analisadas duas empresas que comercializam exclusivamente esses produtos, que receberam os nomes fictícios de Naturalis e Casa Orgânica. Além disso, foram entrevistados os clientes/consumidores dessas organizações, com o intuito de evidenciar os significados tanto do lado da oferta como da demanda. Mais interessados que nutrir o corpo e alimentarem-se, estes consumidores, segundo os dados levantados, estão em busca dos significados sociais comercializados por essas empresas, que ultrapassam os meros benefícios fisiológicos. Dentre os significados identificados podem ser citados: a diferenciação; a escassez; a busca por saúde e por bem-estar; o cuidado e o auto-cuidado; a demonstração de carinho e afeto; a consciência ambiental; a mudança; a confiança e a procedência dos produtos; o apelo visual; o conforto em receber os alimentos em casa; a felicidade; e o tempo de vida, que ao que parece, é o mais importante dos significados identificados, levando-se em consideração que quem faz esse tipo de escolha ganha tempo quando não precisa ir à feira ou ao supermercado, pois recebe seus alimentos no conforto de casa e ganha tempo quando consome esses produtos, alimentos tidos como mais saudáveis, proporcionando assim ao consumidor mais saúde, mais qualidade de vida, mais tempo, mais longevidade. Dessa forma, nota-se que os alimentos orgânicos foram enriquecidos, tornaram-se escassos e desejáveis, foram transformados em alguns signos de consumo e passaram a ser comercializados como artigos de luxo. Ou seja, o que antes era “coisa de hippie”, agora é chique e inacessível para uma boa parcela da população.Resumen de la Ponencia:
Los quelites son plantas no cultivadas usadas como alimento por los pueblos originarios del territorio hoy llamado México. Instituciones gubernamentales y académicas los consideran en la actualidad un alimento subvalorado, debido a su baja producción y consumo, así como a ciertos prejuicios (como el ser alimento de pobres). Estas mismas instituciones promueven su revaloración nacional, como recursos fitogenéticos que enriquezcan las dietas y la economía mexicana, alentando su producción y consumo comercial. Esta ponencia señala que estos esfuerzos no apuntalan el valor de uso local vigente de los quelites, ni benefician a aquellas personas que tradicionalmente y aún hoy los colectan y consumen. Más aún, esta valoración nacional mercantilista, puede poner en peligro la soberanía alimentaria de los pueblos indígenas, debido a que su comercialización puede amenazar los valores de uso locales de los quelites. Dicha amenaza puede pensarse como parte de una injusticia estructural (materializada en instituciones, y legitimada desde conceptualizaciones viciadas) que atenta contra la capacidad que han tenido los pueblos para alimentarse por sus propios medios, esto es, la forma específica tradicional de relacionarse con el entorno local para generar valores de uso que sacien sus necesidades alimenticias. Así, estos valores de usos locales han articulado formas particulares de reproducción social y material, como son la pluralidad de culturas originarias con sus maneras propias de habitar e interpretar el mundo. Los quelites figuran en esta reproducción de la vida como un complemento alimentario en tanto colectados, no reconocido como importante en la dieta básica actual de las comunidades debido a su desuso. Sin embargo, reparando en la importancia que tuvieron los quelites en otros momentos históricos (como en la colonia), se revelan con un potencial crucial para la soberanía alimentaria en problemáticas contemporáneas. El análisis planteado aquí del desuso de los quelites revela también que las injusticias que originan esta problemática no solamente son de orden alimentario sino también epistémico: el que una comunidad deje de comer quelites implica que deje de saber que son los quelites. Esta dimensión epistémica está en estrecha relación con rasgos identitarios de las culturas, como son su lenguaje y su territorio. Así el desuso de los quelites es espejo de la complejidad de las injusticias alimentarias que sufren los pueblos, articuladas desde dimensiones sociales no tan evidentes, como es la epistémica. La ponencia se nutre del desarrollo de mi investigación de Doctorado, la cual, por un lado, toma como caso la cultura nahua para el análisis del valor de uso local de los quelites, recurriendo a trabajo de campo en algunas comunidades; por otro, hace un análisis de los discursos más relevantes sobre la revaloración de los quelites a nivel nacional, cuál es la significación de los mismos y sus objetivos.
Introducción:
La ponencia que hoy les comparto es una parte de mi investigación en torno a la revaloración actual de los quelites en México, como parte del doctorado en el programa de Filosofía de la Ciencia en la UNAM. Dicha investigación pretende problematizar críticamente las formas hegemónicas de promoción de los quelites, y se ha nutrido tanto de trabajo de campo en ciertas comunidades nahuas del centro del país, como de análisis de proyectos y políticas de revaloración de estas llamadas “verduras nativas mexicanas”. Son dos los objetivos de esta charla: por un lado, está el señalar algunas de las injusticias alimentarias que surgen de ciertas tendencias de revaloración de los quelites y que amenazan a las personas que tradicionalmente los han consumido; y, por otro, mostrar que estas injusticias involucran daños de orden epistémico para estos mismos sectores.
Para dar a pensar tales ideas la ponencia está dividida en tres apartados: el primer apartado hace una caracterización de los quelites, poniendo énfasis en su dimensión cultural y en cómo se articulan su valor de uso y sus conocimientos asociados a su utilización. El segundo apartado plantea la situación actual de los quelites, su problema como alimento subvalorado y los principales esfuerzos nacionales de su revaloración. Finalmente, en el tercer apartado hablaré de cómo es posible entender injusticias de orden alimentario y epistémico en estos contextos. Una sección conclusiva hace una síntesis concisa las reflexiones a las que se llega siguiendo las premisas expuestas.
Agradezco al Seminario de Estudios de la Alimentación de la UV, en el que tuve una breve participación, por invitarme a este grupo de trabajo sobre alimentación en América Latina que ha sido muy interesante.
Desarrollo:
I
A diferencia de lo que solemos creer el común de los habitantes de la ciudad de México, los quelites no son una sola planta o una variedad de verdura nativa de México. Son, más bien, una pluralidad de plantas no cultivadas cuyas hojas, flores o tallos tiernos han sido utilizadas como alimento por las culturas originarias del territorio que hoy llamamos México. Son así una suerte de concepto o campo semántico acuñado por dichas culturas y que tiene su propia forma de nombrarse desde cada cultura. Habría ciertos rasgos cruciales que caracterizarían a los quelites, que se concatenan entre ellos y los distinguen, por ejemplo, de una mera verdura nativa cultivada.
En primer lugar y lo más peculiar de los quelites, en tanto plantas no cultivadas, es decir, que aparecen “natural o espontáneamente” en los campos de cultivo, es su manejo y los conocimientos asociados a ello. Es esto lo que los vuelve un objeto útil, es decir, hace que devengan un alimento, y no sean considerados como malezas, rastrojos o hierbas cargadas de perjuicios o inutilidad. Así los quelites no están mediados directamente por la siembra, sino que son toleradas, fomentados y cuidados en los espacios de cultivos. En el campo de la agroecología a estas plantas útiles asociadas a los cultivos se les llama arvenses.
Un segundo rasgo sería la diversidad local de los quelites. La forma de su manejo, su carácter de no-cultivados vuelve a los quelites algo eminentemente local, pues dependen de las semillas esparcidas en la tierra. De manera que los quelites que crecen en la sierra Tarahumara, no son los mismos que crecen en la Cuenca del Anáhuac o en la selva del Sureste.
El rasgo anterior hace que los quelites requieran de conocimientos y técnicas particulares para ser utilizados: saber identificarlos en la aparente homogeneidad de lo verde que crece cerca de los cultivos; saber cuándo cortarlos (cuando crecen, cuando dan sus flores, si de día o en las tardes, etc.); saber cómo cortarlos (si sola los hojas tiernas, o las flores o la raíz, o la mata completa); saber cómo cocinarlos con qué sazonarlos, si tirarles el agua de la primera hervida, si darles un tratamiento especial para eliminar alguna sustancia tóxica que pueda poseer debido a su feralidad; o bien para almacenarlos con alguna técnica de conservación como el deshidratarlos al sol. Este cúmulo de conocimientos y técnicas asociados a su consumo como alimento son su tercer rasgo peculiar, los cuales están codificados en las lenguas vernáculas de los territorios en que crecen los quelites, teniendo así un estrecha relación con ella. Y huelga señalar que estos saberes, dependiendo del quelite pueden potenciar los valores de uso de los quelites, dándoles utilidad también como condimento, medicina, linderos u ornamento.
Y bueno finalmente, hay que decir que a los quelites le es propio un espacio y un tiempo. Requieren de un espacio para crecer “independientemente del trabajo humano”. Ese espacio propio es la milpa, el policultivo, la tierra trabajada a la manera tradicional. O también puede ser el “monte”, pues hay quelites que crecen más allá de las tierras cultivadas. En tierras trabajadas con herbicidas, por ejemplo, no hay espacio para los quelites. Ahí se transforman en malezas. Por otro lado, su tiempo propio es el de lluvias, el de temporal. No se les puede encontrar en otro tiempo a la gran mayoría de ellos, pues su manejo y gradiente de domesticación no está articulado para cultivarlos, a excepción de algunas variedades, cuya demanda alienta su domesticación y producción fuera de su tiempo tradicional.
A partir de estas características podemos decir que el valor de uso de los quelites en tanto alimento, es decir, la posibilidad para usarlos, de tornarlos un objeto útil, requiere de un espacio en el cual puedan crecer y de los conocimientos para usarlo. En suma, de una forma particular de trabajar la tierra, de un sistema alimentario específico. Ahora esta idea del valor de uso, de raigambre marxista, yo la abordo desde la interpretación de Bolivar Echeverría, sabemos que su sentido cabal se articula en torno a un sistema de reproducción de la vida social con identidad propia, formando una cultura, de la que forma parte el sistema alimentario. Es decir, el valor de uso de los quelites, este espacio y estos conocimientos se articulan a partir de una cultura específica. Mi análisis se ha concentrado en entender esto en pueblos con herencia cultural nahua, y sería a partir de ella que mostremos la manera en que se trenza con los quelites y su valor de uso.
Los quelites figuran en estas culturas originarias como alimento complementario en sistemas alimentarios protagonizados por el maíz. Su complementariedad es necesaria para la cabalidad de la dieta y para hacer frente a vicisitudes, como bien retrata la leyenda del Xopantlakualli. La leyenda del Xopantlacualli, la comida del tiempo verde (Muñiz, 2014), es una narración oral en náhuatl que explica el origen de los quelites en las tierras de los masehuales en Milpa Alta, o Malcaxtepec Momoxco, como ellos nombran a su territorio en su palabra, el masehualtlahtolli. Contaban los más antiguos de aquella región que hace mucho tiempo hubo una gran sequía que amenazaba a las milpas, evitando que los maíces crecieran para dar elotes y mazorcas, poniendo en riesgo la supervivencia de los pueblos masehuales. La tuza (tuzati) y el venado (mazatl), al tanto del riesgo que corría la siembra y con ello el alimento de las gentes del Momoxco, fueron a interceder por ellos ante el Teuhtli (dios-volcán aún hoy relevante en la vida campesina milpalteca). Éste le dio una encomienda a cada uno para ayudar a los masehuales: el venado, ágil y veloz iría a ver a los volcanes nevados para hacerles una petición de lluvia, mientras que la tuza se encargaría de enterrar, con ayuda de las hormigas, unas semillas que el Teuhtli les dió. Aquellas semillas serían los quelites que habrían de brotar con apenas las primearas lluvias y servirían de alimento mientras el maíz está listo para comerse. Los quelites son así, la comida del tiempo verde (xopantlacualli), que sirve como sustento en el tiempo de la espera y de las inclemencias (del clima, peor también las humanas, como la guerra). Son así significados como un alimento complementario pero necesario para la vida.
Los conocimientos, nombres e historia de quelites están codificados en las lenguas propias de las culturas. Como ya mencioné antes los quelites tienen un lazo mucho más estrecho con la lengua y los conocimientos debido a su manejo, puesto que, en su gran mayoría, no existen semillas que se hereden de una generación a otra, la codificación de los conocimientos de los quelites en las lenguas cumpla la función de ser lo que se herede y mantenga la relación humano-quelite. Así, saber que aquello es kilwiwilan, kaxtilankilitl, xokokilitl, es saber que estas plantas se comen, y estos nombre muy pocas veces encuentran traducción al español. Pero también es en los nombres de los quelites en lenguas originarias en que queda señalados ciertas características propias de tal quelite. Así por ejemplo en náhuatl, raíz kil-, que viene del sustantivo general Kilitl, suele acompañarse de sufijos que describen al quelites, su sabor, alguna asociación al lugar en que se encuentra, o alguna de sus propiedades más allá de las culinarias.
Otra forma crucial en que los quelites se relacionan con las formas propias de las culturas originarias es en cómo participan de un uso comunitario de la tierra, evidente por ejemplo en la recolección, en la que ciertas personas con necesidad pueden solicitar colectar los quelites. O en que algunos quelites se dan en el monte (poihtik), o en los linderos que son de uso comunal. Pero también en el hecho de que, en las comunidades, pocas veces son vendidos, más bien son regalados, entendiendo que el producto de la tierra a veces es también comunitario. Así los quelites pocas veces entran en relaciones de valorizar su valor de uso, es decir, relaciones mercantiles, más bien participan de intercambios locales no mediados por el dinero, sino por la inmediatez de su uso.
El consumo de quelites por parte de los pueblos y comunidades, como puede verse está estrechamente ligado con las formas propias de producción de alimentos, con la gestión autónoma de sus territorios y su economía. Así, la decisión de completar y diversificar la dieta con quelites, es un ejercicio propio de la soberanía alimentaria de los mismos: elegir el ritmo de producción, la forma de diversificar la dieta, de hacer frente a las adversidades agroalimentarias.
Así mismo, de acuerdo con la manera en que se ha expuesto el consumo de quelites, se deja ver que la soberanía alimentaria, la decisión autónoma y colectiva respecto la producción y consumo de alimentos, tiene en su base un dimensión ontológica-epistemológica, que cuestiona la forma hegemónica de conocer y de relacionarse con la tierra. (Amy Trauger, 2014).
Esta radicalidad del consumo tradicional de quelites, las tantas aristas que se ven implicadas en su consumo, (espacio, este conocimiento y esta autonomía que son base de su valor de uso local) al verse amenazadas por la política del capitalismo global, causa que los quelites dejen de ser consumidos, pues su valor de uso se desarticula.
II
Una vez que hemos planteado en algunas líneas cruciales la manera en que los quelites se vinculan con las culturas locales, pasaremos a hacer un esbozo de su situación actual contemporánea en México y de los esfuerzos más importantes para su revaloración. La CONABIO tiene registro de 350 especies diferentes usadas como quelites, sin embargo, paralelo a ello se tiene un estimado de pérdida de uso y conocimientos de un 90% de quelites en los últimos 4 siglos (Méndez, 2017). Es decir que las 350 especies que se tienen registradas de uso actual representan solo el 10% de los quelites que se utilizaban en la época prehispánica. Ello no significa que toda esa diversidad se haya extinto, sino que los quelites siguen ahí pero ya no se reconocen como tal, es decir, que su conocimiento, sus nombres y valores de uso son lo que se ha perdido. Lo que, a su vez, como deja ver la sección anterior, es un reflejo de la pérdida de la diversidad cultural de estos territorios.
La alta demanda urbana de un grupo reducido de quelites ha generado un manejo intensivo de los mismos, lo que ha generado que un puñado de quelites se cultiven como cualquier otra verdura, en monocultivos tecnificados. Son estos los que más comúnmente se pueden encontrar en mercados urbanos, y no solo en tiempo de lluvia, sino todo el año, como son las verdolagas, los quintoniles, el pápalo, principalmente. Ello pues transforma el manejo originario de los quelites y a su vez los desvincula de su significación y formas culturales más tradicionales. Esta transformación intensiva en la forma de producir los quelites, que hecha mano de herbicidas y demás agroquímicos, genera que los quelites monocultivados atenten contra otros quelites que podrían crecer entre los surcos. Así el quelite (popular) se vuelve enemigo del quelite (poco conocido), generando que haya una transformación en el sentido del quelites en estos discursos: el quelite cultivado se vuelve el quelite eminente, popular, mientras que aquel olvidado, cuyo nombre apenas algunos conocen, se transforma en maleza, rastrojo, planta indeseable, invasora.
Instituciones gubernamentales y académicas los consideran en la actualidad un alimento subvalorado, debido a su baja producción y consumo, así como a ciertos prejuicios (como el ser alimento de pobres) asociados a estas dietas colectadas (Edelmira, 2019). Sería frente a estos puntos que de unas décadas a la fecha se han articulado distintos esfuerzos que buscan revalorar a los quelites y fomentar su consumo. Esta tendencia involucra instituciones gubernamentales y académicas, asociaciones civiles y un pequeño sector privado. Por cuestiones de tiempo, aquí nos limitaremos a hablar de las iniciativas del sector público que se expresan en distintas instituciones y que podemos condensar en una tendencia nacional de revaloración, que se enfoca en los puntos que antes mencionamos.
La Red Quelites y el Proyecto de “Rescate de especies subvaloradas tradicionales de la dieta mexicana y su contribución para el mejoramiento de la nutrición en México” son los proyectos de revaloración de mayor alcance estructurados desde el sector público en fechas recientes. La Red Quelites forma parte de la Macro Red Impulso, un mecanismo a cargo del Servicio Nacional de Inspección y Certificación de Semillas (SNICS) que promueve la conservación y el aprovechamiento sostenible de cultivos considerados como subutilizados (Solís, 2017). Estas redes se vertebran a partir de tratados y organismos internacionales (Como el TIIRFA, el CBD y la FAO) y sus objetivos objetivos serían la conservación (in situ y ex situ) y el aprovechamiento sostenible de la biodiversidad agrícola. Sobre todo, aquella con importancia para la población local y su seguridad alimentaria, en tanto dicha biodiversidad forma parte de la “subsistencia de grupos étnico y vulnerables”. Estos objetivos parecen conducirse por otro camino, al estarla la Red limitada a tomar en cuenta solo 18 especies de quelites, las cuales son aquellas que tienen mayor relevancia en el mercado, y suelen ser aquellas que son cultivadas, dejando de lado el grueso de variedades de manejo como arvenses o que se colectan en “el monte”. Vale aludir también a que las verdolagas, uno de los quelites más eminente, debido a su valor comercial, no forma parte de esta Red, y tiene sus propios mecanismos.
El proyecto “Rescate de especies subvaloradas tradicionales…” fue puesto en marcha en el 2016 como parte del programa “Problemas Nacionales” del CONACyT (Narváez, 2016). Este proyecto fue de alguna forma un apéndice parcial de aquella misma Red, pues muchos actores académicos colaboraron en ambos proyectos, así como andamiaje teórico es también compartido. El proyecto buscaba rescatar y promover el consumo de estas variedades, se enfocó en crear contenidos de divulgación en torno a los quelites, como son recetarios (Linares et al., 2017), artículos en
periódicos y revistas (La jornada del campo, 2017), así como videos cortos (CEIICH, 2017). El énfasis está en una promoción de la gastronomía tradicional (en tanto patrimonio cultural de a humanidad, UNESCO) como un incentivo al turismo, así como de las propiedades nutraceúticas de los ingredientes de estas cocinas y de los quelites. El análisis crítico apuntaría a que los objetivos de estos esfuerzos se ven mediados de intereses económicos que consistirían en: 1) Valorar a los quelites en tanto recursos fitogenéticos que enriquezcan las dietas y la economía mexicana; 2) Promover su producción intensiva (limitado a aquellas variedades cultivadas); 3) Promover su consumo a partir de recetarios que insisten en sus propiedades nutraceúticas; 4) Promocionarlos como parte del turismo gastronómico. La pregunta que podemos hacer ahora es ¿qué tanto colaboran estos objetivos a apuntalar la diversidad tanto biológica como de valores de uso locales de los quelites? ¿Qué tanto evitan su pérdida y desuso? ¿Estos esfuerzos apuntalan el valor de uso local de los quelites?
III
Dichas medidas están enfocadas en los posibles beneficios para el mercado nacional y para el abasto urbano de ciertas variedades de quelites. Reflexionando críticamente puede verse que dicho abasto urbano, de acuerdo con como está organizada la sociedad y las relaciones productivas en México, implica alentar desigualdades estructurales que se reflejan en los sistemas agroalimentarios de pueblos y comunidades originarias. Es decir, aquello que ha sido nombrado injusticias alimentarias (Cadieux & Slocum, 2015) y que se articulan desde repartos desiguales de recursos y de poder, y perjudican de manera crucial la autonomía en que se han mantenido los sistemas agroalimentarios tradicionales, afectando (y muchas veces imponiendo) no solo los alimentos que pueden consumirse, sino la manera en que estos se producen (como las milpas). Habría dos huellas ejemplares de este tipo de injusticias en el caso de los quelites. La primera sería la captación de los quelites como parte del turismo gastronómico, el cual genera una apropiación que fetichiza y exotiza los alimentos, arrebatándoseles a poblaciones locales (Hernández, 2018). La segunda huella estaría en la intención de volver a los quelites “comodities” o mercancías con un valor homogéneo regulado por su demanda y la posibilidad de su distribución a gran escala, lo cual se contrapone al valor de uso y las economías campesinas de autosustento. Es en suma, ver a los quelites como “verduras nativas” que potencialmente pueden hallarse en supermercados, lo cual se propone como un mejor futuro y realidad que en la que de hecho existen: como saciando necesidades locales (es decir, consumiendo su valor de uso inmediato) al producirlos mediante sistemas tradicionales como las milpas. Desde un análisis de derechos alimentarios (Trauger, 2014), diríamos que se promueve un derecho nacional de consumir quelites, pero no un derecho sobre cómo producirlos, a partir de la forma concreta de producción que forma parte de la identidad cultural de los pueblos.
Mi aportación crítica es hacer visible que en estas injusticias alimentarias se ven implicadas también ciertas injusticias de tipo epistémico. Partimos pensando con Eraña (2021) que una forma de ver la injusticia epistémica es la exclusión de un sector de la sociedad de la interpretación de los hechos sociales, en pro de cierta perspectiva del mundo promovida por grupos favorecidos, y a partir de la cual se establecen normatividades y modos de relacionarse que estructuran la vida social. Dicha exclusión significaría una injusticia y una forma de empobrecer el entendimiento de la realidad. En nuestro caso, serían las personas que detentan conocimientos locales/tradicionales de los quelites, las que son excluidas tanto de la interpretación pública nacional de los quelites, como de las políticas y normatividades que se articulan en torno a ellos. Algunas formas en las que esto se manifiesta serían: a) que las políticas, proyectos y productos (recetarios, videos, campañas, etc.) están hechos por y para hispanohablantes, excluyendo el acceso y la contribución de personas hablantes de lenguas originarias; b) como apéndice de lo anterior resulta una comprensión de los quelites desde los conocimientos científicos y la economía capitalista. Dentro de las consecuencias de dichas injusticias estaría la homogenización y reducción de los quelites en tanto “verduras nativas de México”. El hecho de que las políticas agroalimentarias fomente un paradigma agroindustrial atentaría contra los derechos de la producción local de quelites, en favor del consumo nacional de los mismos, y no a la libre forma de producirlos para el consumo directo de su valor de uso, como alimento de otras formas de hacer mundo.
Conclusiones:
Los quelites son una pluralidad de plantas no cultivadas que han sido utilizadas como alimento por las culturas originarias del territorio mesoamericano. Su manejo, es decir, su utilización a partir de su carácter no-cultivado es lo que distingue a estas plantas de ser meras verduras locales, pues están estrechamente relacionadas con la forma específica de reproducción de la vida de dichas culturas. Sus características cruciales, además de no ser cultivadas, radicarían en su gran diversidad local, sus conocimientos y lenguajes específicos asociados, así como su espacio-tiempo específico están trenzados con la urdimbre cultural. Así, por ejemplo, para su uso y significación en la cultura nahua, los quelites tiene leyendas que explican su origen y su función social, pero también palabras específicas para designarlos, describirlos y heredar su conocimientos. Así mismo hay espacios específicos y dinámicas de intercambio social en que los quelites se involucran, formando así parte crucial de la alimentación y de su identidad.
Los esfuerzos actuales de revaloración nacional de los quelites poco colaboran en la dinámica local propia de los quelites. Más bien parecen promoverse como un remplazo del valor de uso local de los mismos por una valoración nacional como mercancías producto de monocultivos agroindustriales que puedan nutrir al grueso de la población, o bien como alimentos gourmet exotizados y despojados de sus comensales originarios.
El análisis planteado aquí del desuso de los quelites revela también que las injusticias que originan esta problemática no solamente son de orden alimentario sino también epistémico: el que una comunidad deje de comer quelites implica que deje de saber que son los quelites. Esta dimensión epistémica está en estrecha relación con rasgos identitarios de las culturas, como son su lenguaje y su territorio. Así el desuso de los quelites es espejo de la complejidad de las injusticias alimentarias que sufren los pueblos, articuladas desde dimensiones sociales no tan evidentes, como es la epistémica. El que una comunidad deje de comer quelites implica que deje de saber qué son los quelites, cómo dejarlos crecer, cuidarlos, cortarlos y prepararlos.
Una cabal revaloración y esfuerzo por la pluralidad de los quelites toma en cuenta las lenguas, culturas y territorios de las personas que tradicionalmente los ha consumido, pero fundamentalmente involucra a dichas personas como agentes epistémicos que colaboren en la construcción de mejores sistemas alimentarios y otros mundos posibles.
Bibliografía:
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Palabras clave:
Quelites, injusticia alimentaria, injusticia epistémica
quelites, food injustice, epistemic injustice
Resumen de la Ponencia:
La composición étnica y cultural de la población mexicana es resultado de la interacción histórica entre pueblos originarios, grupos europeos, africanos y otros grupos étnicos que llegaron a su territorio. Tan solo el componente indígena integra a 68 grupos etnolingüísticos que en el año 2020 correspondían a 12 millones de personas, lo que evidencia además la diversidad en los hábitos alimenticios de la sociedad mexicana. La comercialización de flora nativa comestible en el país y en particular en la región geográfica socio productiva de las Montañas, Veracruz, México; es un fenómeno socio cultural que data de siglos. Debido a que esta actividad no se ha identificado dentro del contexto económico, ecológico y social agrícola de la región, este estudio de caso tuvo por objetivo definir la dinámica social de este fenómeno. Para ello se estudió el perfil de los sujetos sociales que intervienen en los procesos de comercialización, por medio de la identificación de los procesos de suministro, la estimación de la producción por unidad económica, además de las formas de transacción en que se lleva a cabo el intercambio comercial. Por lo que, fue posible integrar un inventario etnobotánico. Para ello, fueron elegidos los mercados municipales dentro de los cuatro principales municipios que concentran la mayor actividad de comercialización de productos agrícolas. En el estudio de caso participaron 102 personas entre los que participaron productores, revendedores y acopiadores. Las entrevistas se llevaron a cabo entre los meses de diciembre 2021 a marzo del 2022, utilizando el enfoque etnográfico a través de la aplicación de un cuestionario semiestructurado y un guion de entrevista. Finalmente, respecto al perfil de socioeconómico de los participantes, se encontró que el rango de edad de los participantes estuvo entre los 26 a los 88 años, con un promedio de 57.5 años de edad. Además de que el 85 % de participación de participantes fueron mujeres. Los resultados indican que al menos 40 productos derivados de la flora nativa que se ofertan en los mercados tradicionales. Estos alimentos provienen de la agricultura tradicional de los sistemas de producción milpa (25 %), el traspatio (63 %) y la silvicultura (12 %). La estimación obtenida respecto al volumen de producción que este tipo de alimentos provee a la región fue al menos 1.7 toneladas. Los hallazgos permiten concebir como el fenómeno sociológico que significa la comercialización de la flora nativa comestible podría permite desarrollar estudios multidisciplinares para la conservación y preservación de estos recursos bioculturales. Palabras clave: recursos bioculturales, agricultura tradicionalResumen de la Ponencia:
Durante el desarrollo de la investigación se ha trabajado con hombres y mujeres caficultoras a través de la metodología IAP (Investigación-acción-participación) en dónde la comunidad ha tenido una supremacía en el desarrollo del proyecto, a través de la integración de saberes populares con los conocimientos científicos de los profesionales en un diálogo horizontal, permanente y participativo.El foco principal han sido las prácticas de sostenibilidad con un énfasis en la soberanía alimentaria y la economía circular y la perspectiva de género, con el fin de que las mujeres caficultoras alcancen niveles altos de liderazgo y empoderamiento, que les permita llevar las riendas de su negocio productivo y que puedan identificar otras líneas que signifiquen para ellas sostenibilidad económica, social y ambiental. En Colombia, los cambios sociales y económicos de las últimas décadas, aunados a diferentes variables como la finalización del Acuerdo Internacional del Café, el conflicto armado, el desplazamiento violento y la migración masculina a la ciudad, han contribuido a un cambio importante en la mano de obra dedicada a la producción, recolección y beneficio del café, que recae principalmente sobre mujeres campesinas, presentando así una nueva perspectiva para el café colombiano (Thurston, 2013). A pesar de esto, la caficultura sigue siendo representada principalmente por hombres que han concebido sus prácticas a la luz de las directrices de grandes monopolios con rigidez institucional; sin embargo, estos sistemas de producción conservadores e inflexibles poco tienen que ver con las demandas del mercado actual, que requiere productos especializados. Cerca del 30% de la caficultura colombiana está en manos de mujeres, muchas de las cuales apuestan por la producción de cafés especiales, además, nuevas generaciones de mujeres se interesan en actividades como la catación o el barismo para ofrecer al consumidor la mejor taza de café (Agricultura de Las Américas, 2020).El objetivo de este proyecto busca desarrollar una metodología participativa con enfoque de género que facilite la gestión de parámetros de sostenibilidad y calidad en la producción y en el procesamiento de café en el Municipio de Girardota – Colombia. Esta investigación se aborda desde el enfoque mixto (Cualitativo-cuantitativo), en dónde tiene mayor relevancia los datos cualitativos. El planteamiento cualitativo se realiza desde la perspectiva IAP en dónde se han identificado categorías que han sido resultado del análisis del discurso de las y los participantes, la comprensión, la crítica y la reflexión, esto contrastado con estudios, informes y datos sobre el objeto de estudio. Se está trabajando con tres grupos de interés, 1-Familias caficultoras, 2-Consumidores y 3-Expertos.Los datos cuantitativos han sido tomados a través de encuestas a consumidores y se espera obtener datos cuantitativos de la evaluación de calidad del grano para hacer un análisis a través de la estadística descriptiva.Resumen de la Ponencia:
Durante décadas, los procesos sociotécnicos en la agricultura mexicana y a nivel internacional se desarrollan a partir del modelo hegemónico capitalista que pondera el incremento productivo y la máxima ganancia. Las consecuencias de esta trayectoria han sido asimétricas, prevaleciendo el beneficio de un puñado de empresas transnacionales, quienes controlan el paquete tecnológico resultado de la Revolución Verde y en la actualidad la tecnología de la ingeniería genética que permite crear semillas con características como tolerancia a herbicida y resistente a insectos, integrando el uso de uno de los herbicidas más controversiales a nivel mundial como es el glifosato por sus efectos nocivos en el medio ambiente y la salud humana, debido a la ingesta de residuos del agroquímico en el agua y alimentos. Ambas técnicas, expresan los intereses de los grandes empresarios agrícolas y las industrias, para quienes la tecnología es solamente una forma de impulsar el monocultivo, sin considerar el bien común y la salud de la mayoría de los productores, pobladores de las zonas rurales y de los consumidores. En los últimos años existe una controversia sobre el uso de estas tecnologías, respecto a cuáles deberían ser las soluciones a esta problemática, no solamente a través de la denuncia por la sociedad civil organizada, sino también proponiendo alternativas sociotécnicas sustentables e incluyentes que permitan una alimentación sana y contribuya a la soberanía alimentaria. En la ponencia reflexionamos sobre los impactos ambientales, económicos y sociales del uso del paquete tecnológico de ambas modernizaciones del campo, en especial por el empleo del glifosato; revisamos la propuesta del gobierno mexicano para disminuir las importaciones del herbicida e instrumentar programas que habiliten a los productores en el empleo de técnicas sustentables para producir plantas libres de agroquímicos; asimismo, analizamos desde el constructivismo social de la tecnología el trabajo de campo que realizamos desde 2015 a la fecha sobre la trayectoria sociotécnica de la organización Consejo Poblano de Agricultura de Conservación (COPAC), pequeños y medianos productores de maíz quienes han implementado técnicas agroecológicas junto con la agricultura de conservación, así como los diversos usos del maíz nativo en su cocina familiar, reconociendo y revalorar la importancia de incluir en la alimentación las plantas nativas que han sido protegidas y mejoradas por los campesinos y las campesinas para su consumo local y regional.