Resumen de la Ponencia:
La presente investigación busca analizar la participación femenina en experiencias de asociatividad a través de la construcción de relatos de vida. Esto con el fin de hacer un reconocimiento de las experiencias de mujeres campesinas participantes en redes asociativas que permite poner de relieve los procesos que han llevado al adelanto de estas iniciativas, los desafíos que han planteado, los beneficios obtenidos a título personal y colectivo y las lecciones aprendidas desde la perspectiva de las participantes; así como profundizar en las realidades de las mujeres campesinas colombianas e identificar características comunes relevantes para el desarrollo de procesos asociativos para la mejora de la calidad de vida.
Introducción:
Históricamente las mujeres se han visto sujetas a condiciones de desigualdad e injusticia, en el marco de estructuras y dinámicas sociales predominantemente patriarcales, sin que esto implique que su aporte al desarrollo social haya sido menor que el de sus contrapartes masculinos. Sin embargo, han sido, a la vez que oprimidas e invisibilizadas ejes y protagonistas del desarrollo de las comunidades de las que hacen parte.
Los roles de género adquieren características particulares de acuerdo con la sociedad de la que son producto, a la vez que condicionan de forma diferenciada el desarrollo de los miembros de estas. En el caso de la ruralidad, tradicionalmente definida por asociación al uso agrario del suelo, el aislamiento histórico de la comunidad y la baja de densidad de la población (Kayser, 1972), esta ha particularizado, así mismo, el proceso de construcción de normas de comportamiento diferenciadas para hombres y mujeres. Lo rural, de acuerdo con el Emakunde (1995): “aparece como enclave que ralentiza y frena en muchas ocasiones la evolución de las mujeres” (p.15), ya que se fundamenta en imaginarios más conservadores a la vez que existen mayores limitaciones en las oportunidades. Lo femenino, y en particular lo rural, ha sido asociado desde visiones hegemónicas a la sumisión y la pasividad y limitado a lo doméstico.
Sin embargo, en las últimas décadas, el papel de las mujeres como actores sociales, políticos y económicos ha sufrido diversas transformaciones y estas se manifiestan en diferentes ámbitos de la cotidianidad de la vida privada y pública. Algunos de los cambios más significativos están relacionados con la visibilización de las labores y actividades que han venido desarrollando históricamente dentro y fuera del hogar sin que estas sean reconocidas ni valoradas; las oportunidades para el desarrollo laboral, educativo y el acceso a recursos propios; así como con el reconocimiento de la necesidad de implementar políticas públicas que tengan como objetivo la equidad entre géneros.
Con respecto a esto último, en reconocimiento a las distintas inequidades enfrentadas por las mujeres y las niñas a nivel mundial y la importancia de ellas para el desarrollo de sus comunidades, la ONU plantea como ODS número cinco a la igualdad de género. Esto entendiendo que: “Poner fin a todas las formas de discriminación contra las mujeres y niñas no es solo un derecho humano básico, sino que además es crucial para el desarrollo sostenible” (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2021). En concordancia y de acuerdo también con lo establecido en los Lineamientos de la política pública nacional para la equidad de género, que data del 2012, el Gobierno colombiano ha asumido el desafío de la transversalización del género en temas de política pública, lo que significa una inclusión de este enfoque en todos los programas y proyectos a nivel nacional. Sin embargo, los mecanismos utilizados no han sido suficientes para atender a la situación de desigualdad que enfrentan las mujeres rurales debido a una falta de entendimiento profundo referente a las particularidades de su situación.
En consecuencia, aun cuando en las últimas décadas se han hecho avances en distintos aspectos buscando la disminución de las brechas de género, la mujer campesina colombiana, en todas sus etapas vitales, sigue estando sujeta a condiciones que entorpecen el desarrollo de su proyecto de vida y que se manifiestan en fenómenos tales como la feminización de la pobreza, las brechas en el acceso a la tierra y la violencia machista.
En este contexto, atendiendo a las experiencias asociativas femeninas que se han venido gestando de forma autónoma durante los últimos años en el municipio de Pacho, Cundinamarca y entendiendo a la asociatividad como una herramienta de alto potencial para la transformación social y el desarrollo de capacidades personales, este trabajo busca hacer un reconocimiento de las vivencias y saberes de las mujeres que han participado y liderado prácticas asociativas en este territorio. Esto enmarcado desde la perspectiva de los feminismos decoloniales que hablan de la necesidad de, por un lado, atender a la interseccionalidad que enmarca las vidas de las mujeres y sus experiencias y por otro de escuchar sus voces y generar diálogos que reconozcan sus saberes y sus perspectivas.
Desarrollo:
Mujeres y ruralidad
Tal como se mencionó con anterioridad los roles de género han estado inclinados históricamente hacia una infravaloración de la mujer como actor social y económico. Pero, en el caso de lo rural, esta problemática ha sido aún más profunda debido al arraigo de mentalidades conservadoras y la situación de aislamiento geográfico que limitan la independencia de la mujer y profundizan la brecha entre géneros. Esta dependencia ha resultado en dificultades en el acceso a recursos, desarrollo personal y reconocimiento. Tradicionalmente se ha dado una incompatibilidad entre las múltiples labores desarrolladas por la mujer rural como guardiana de la tradición y su invisibilización como sujeto social, que ha resultado en una caracterización de lo femenino como pasivo, sumiso y limitado (Aristizábal y López, 2019)
En este sentido, si bien la mujer ha llevado a cabo tareas tanto reproductivas como productivas, estas últimas no han sido reconocidas por no ser objeto de una remuneración proporcional a la recibida por el hombre y al percibirse como parte de las labores del hogar. Las funciones de la mujer como madre y esposa gozan de mayor reconocimiento social que aquellas que ejerce como productora y proveedora, debido a que estas están vinculadas a la figura masculina (Rodríguez 2009). Con lo cual, tareas tales como el cultivo de productos de pancoger o el cuidado de animales de granja aun cuando tienen como resultado el acceso a recursos para el sostenimiento del hogar no son visibilizadas como aportes particulares de la mujer para tal fin.
En el marco de la transformación neoliberal y la nueva ruralidad, los estudios de género han cobrado importancia, en tanto existe un interés por superar las desigualdades producidas por las estructuras patriarcales tradicionales. Las nuevas configuraciones productivas han transformado los roles de género. Para Ramírez (2015), “Ha sido una labor dura en la erradicación de una larga herencia del dominio del hombre para ir construyendo espacios dignos para garantizar la equidad, el trato justo y el reconocimiento a los múltiples roles que desempeña la mujer en la sociedad” (p. 38)
Asociatividad en mujeres rurales
El término asociatividad surge del campo empresarial. Hace referencia a un mecanismo a través del cual las empresas que participan buscan conseguir un objetivo común mediante la conjunción de fuerzas de unas con otras (Narváez, Fernández y Senior, 2008). Esta estrategia se ha hecho vital para la supervivencia y crecimiento de las empresas en el contexto económico actual debido a que permite optimizar los procesos internos, fortalecer la productividad y participar de manera más competitiva en el mercado. La asociatividad es, así mismo, un medio para la adaptación de las empresas a los cambios del entorno y la innovación, esto teniendo como base la constitución y fortalecimiento de redes cooperativas de trabajo en las cuales las compañías participantes contribuyen y se complementan entre sí para enriquecer los procesos y dinámicas que cada una de estas lleva a cabo. Generando así beneficios para todos los participantes. A su vez estas estrategias tienen un impacto en la vida económica de los países y regiones en cuanto son un camino para favorecer condiciones de equidad en los mercados y dar fuerza a los sistemas económicos con base en la articulación entre distintos actores, que permite implementar estrategias coordinadas de crecimiento y de respuesta en momentos de crisis.
Llevando esto al campo de la acción social se puede hablar de relaciones sinérgicas entre actores sociales que se dan en un territorio determinado con el fin de generar mejores condiciones de calidad de vida. Dentro de este mejoramiento se pueden incluir múltiples factores, tanto económicos -productivos y laborales, de gestión de recursos-, como sociales, ya que la asociatividad impacta directamente la forma en la que las personas viven y se relacionan con su entorno y con el otro. Asociarse es una estrategia para pensar el tejido social, escuchar, resistir y crear planes para el futuro en comunidad. (Chamorro, 2020).
Las asociaciones que se construyen desde lo comunitario se convierten en una herramienta para la transformación en diferentes niveles; van desde los cambios en las personas participantes, el desarrollo de habilidades y capacidades y la generación de medios para subsistencia, hasta la gestación de transformaciones sociales y económicas de las comunidades y los territorios. Pueden tener también un papel político en cuanto pueden forjarse como un medio para la participación en el poder de sus integrantes. De esta manera, las asociaciones en lo social son una forma en la que, por medio de la construcción de redes de cooperación y ayuda mutua, se pasa de lo singular a lo plural y a través de la conjunción de fuerzas se consiguen objetivos a diferentes escalas. La asociatividad es una acción humana que trasciende las dinámicas individuales. (Soto, 2017)
En concordancia con lo anterior, dentro del contexto rural Merelas y Sánchez (2018) refieren que la asociatividad en el caso de las mujeres implica dos niveles de finalidades: el plano interno y el externo. El primero hace referencia a los espacios de crecimiento personal y socialización y el segundo a los procesos de integración social. Identifican como beneficios de estas prácticas: a) la sociabilidad; b) la información; c) el aprendizaje d) la diversión y desconexión, e) el empoderamiento y f) lucha contra la violencia machista. Por ende, las redes asociativas se constituyen como una estrategia con especial potencial para la trasformación social en los entornos rurales ya que atienden a múltiples aspectos que afectan la cotidianidad y generan espacios para la participación, el intercambio, la socialización y autogestión de necesidades y problemáticas comunitarias.
Metodología
La investigación tiene un enfoque cualitativo en cuanto tal como mencionan Ñaupas et al. (2014) lo que se busca es estudiar la forma en la que se comprende, experimenta y produce la realidad social desde la perspectiva, interrelaciones y narrativas de los participantes en su contexto. Esto en atención a la complejidad y los significados que conforman los fenómenos sociales.
Se inscribe así mismo entre los paradigmas fenomenológico e interpretativo de forma complementaria, esto en cuanto mientras la fenomenología propone una postura epistemológica basada en dotar de sentido a las vivencias de las personas y comunidades frente a los fenómenos desde lo subjetivo; la hermenéutica, desde un punto de vista más ontológico, busca dar cuenta de estos sentidos y significados subyacentes a los fenómenos para llegar a una interpretación fundamentada, estructurada y comunicable de estos. (Pérez, Nieto y Rodríguez, 2019).
El desarrollo se realiza en dos momentos: En el primero, de tipo documental, se lleva a cabo un proceso heurístico en el cual se exploran distintas fuentes, documentos y teorías relacionados al tema de mujer rural y, de forma subsecuente, un proceso hermenéutico de interpretación y análisis de la información compilada, poniendo en relación aportes de investigaciones previas a nivel local, nacional e internacional que permiten comprender las generalidades de las condiciones de vida y las problemáticas enfrentadas por las mujeres rurales. Este primer momento tiene como resultado el establecimiento de categorías de análisis que permite hacer un acercamiento inicial a la población desde la revisión de la literatura. Estas son: Género; Ruralidad y nueva ruralidad; Mujer rural; Participación comunitaria: Asociatividad en mujeres rurales; y Empoderamiento.
El segundo momento se estructura desde el trabajo de campo con la comunidad, para esto se sigue el método de relatos de vida con finalidad analítica. La técnica a utilizar para la recolección de datos es la entrevista a profundidad con enfoque biográfico. Esta selección obedece a que se busca hacer un análisis holístico y en profundidad que permita reconstruir las realidades de las mujeres que habitan los territorios rurales y conocer sus puntos de vista acerca de los fenómenos que las rodean y los significados que asignan a sus experiencias.
Para el análisis de la información se sigue el enfoque cualitativo de procedimiento, tal como lo proponen Gil, García y Rodríguez (1996), basado en la lectura, reducción, disposición de datos y generación de conclusiones. Esto mediante la transcripción, codificación mediante el programa Nvivo, comparación de categorías y obtención de conclusiones. Este proceso de análisis se enfoca desde el análisis crítico del discurso a través del cual según Van Djik (1999) se puede estudiar las relaciones que tiene el uso del lenguaje con el contexto social, político, cultural e histórico del que hacen parte los participantes con el propósito de combatir la desigualdad social. De esta manera el ACD permite ir más allá de la descripción de lo que dicen los participantes en la investigación para entrar en el campo explicativo y comprender por qué lo dicen y cómo se relacionan estos sentidos y significados con sus condiciones de vida.
Las participantes de esta investigación son cinco mujeres de entre 42 y 72 años residentes en las zonas veredales de Pacho, Cundinamarca, Colombia. Ellas fueron seleccionadas por muestreo teórico teniendo como criterio sus trayectorias liderando procesos asociativos de diversos tipos -asociaciones, grupos, juntas de acción comunal- en su territorio.
Resultados y discusión
¿Por qué asociarse?
Las motivaciones para asociarse son variadas, pueden provenir de una fuente interna o del surgimiento de una oportunidad externa y estar enraizadas ya sea en una prospectiva de realización personal; en el interés o la necesidad de incidir en los asuntos de la comunidad; en la búsqueda de un espacio de socialización; o en un beneficio económico, entre otras. Cada experiencia de entrada a los procesos asociativos habla sobre la trayectoria vital de las participantes y las dinámicas sociales, económicas y culturales. De esto se puede extraer que las asociaciones son en efecto un punto de encuentro entre diferentes perspectivas y formas de habitar los territorios y que lejos de ser grupos homogéneos, se constituyen en lugares de encuentro, diálogo y negociación en torno a las necesidades y expectativas individuales y colectivas.
La experiencia de E1, fue influenciada por una iniciativa por parte del Estado para generar redes asociativas de mujeres en los territorios rurales de la región hace más de 35 años. Si bien esta iniciativa no tuvo el éxito esperado ya que en muchos municipios no tuvo permanencia en el tiempo, sí lo tuvo en el caso de Pacho y la asociación sigue activa. Para la entrevistada, esta iniciativa influyó de forma de determinante en su vida en tanto le permitió acceder a diferentes rutas de formación en torno a los temas de género y movilización social y así mismo consolidar proyectos de vida relacionados con el trabajo con la comunidad.
En contraste, para E3 su entrada a la asociación se dio por curiosidad y no tenía muchas expectativas respecto a su participación en esta, más allá de poder trabajar por mejorar las condiciones de producción agraria que en los últimos años se han visto afectadas por el encarecimiento de los insumos y los costos de transporte. Ya que según había escuchado, las asociaciones tienen acceso a beneficios y subsidios por parte del gobierno.
Por otro lado, para E4 y E5 la asociatividad ha sido desde siempre un asunto de vocación y el interés por estar vinculadas en proyectos sociales y comunitarios ha trascendido su vida llevándolas a participar en distintos escenarios.
Otros factores a considerar dentro de los liderazgos en los procesos asociativos, desde lo interseccional, es la clase. En este sentido, se debe mencionar que E1, E2 y E4 son mujeres pertenecientes a familias consideradas como acomodadas en sus veredas de residencia y cuentan con recursos económicos que les permiten solventar sus gastos holgadamente. Lo cual influyó en su posicionamiento como líderes en sus respectivos grupos. Otro factor diferencial es la formación en tanto E1, E4 y E5, son vistas como personas con una alta formación, lo cual les da un status de autoridad.
Dificultades en los procesos asociativos
Muchas veces al hablar de procesos asociativos se puede caer en el error de pensarlos siempre en una luz positiva y si bien es cierto que tienen un gran potencial transformador, cada proceso de asociación implica una serie de desafíos en diferentes ámbitos, para los fines de este documento se ha decidido agrupar las respuestas dadas por las entrevistadas en tres grupos: Desafíos institucionales; desafíos internos y desafíos socioculturales.
Para abordar este tema es necesario contextualizar la situación de la población campesina pachuna: El municipio de Pacho ubicado en la zona montañosa del centro del país fue durante la segunda mitad del siglo pasado escenario de periodos sucesivos de violencia por el narcotráfico y la llegada de los grupos armados, habiendo sido declarado como zona roja. Los efectos de esta violencia se manifestaron de diferentes maneras: por un lado implicó un rezago económico para el municipio en tanto frenó la producción agraria debido a la entrada de dineros ilícitos al municipio y el desplazamiento de los campesinos mediante extorsiones; genero un estigma para la población pachuna que al día de hoy sigue siendo asociada con el narcotráfico y la violencia; se desarrolló una narcocultura, reconfigurando los valores, los patrones de vida y las dinámicas sociales, esta reconfiguración incluye una fragmentación de la identidad comunitaria en cuanto se instauró una época de terror en la cual las familias se protegieron escondiéndose para sobrevivir. Esto llevó a que tras la violencia la comunidad de Pacho haya hecho esfuerzos significativos para reconstruir su identidad y fomentar el crecimiento económico a través de la agricultura.
En cuanto a los desafíos institucionales, estos ponen de manifiesto la relación entre las comunidades rurales y el Estado en Colombia. En este sentido se debe hablar de la invisibilización histórica que los campesinos han sufrido como actores políticos y ciudadanos. Además de las consecuencias que el conflicto interno ha tenido para la calidad de vida de quienes viven en las zonas rurales del país, su acceso a recursos y servicios y el reconocimiento de sus derechos. Las entrevistadas exponen distintos grados de inconformidad con la forma en la que el Estado atiende -o desatiende- las demandas de la comunidad, pero todas están de acuerdo en que hay mucho trabajo que hacer y las condiciones de vida del mundo rural mejoran muy lentamente. La entrevistada 3, quien tiene un cultivo de café, menciona:
quiero decir que las condiciones para los campesinos son muy difíciles, aquí no hay manera de producir. Desde que volví estoy produciendo a pérdida o ganando muy poquito porque los precios del abono y del alimento de los pollos no da, simplemente no da
Así mismo las entrevistadas 4 y 5 hacen referencia a la situación de corrupción que subyace el gobierno tanto municipal como departamental y la necesidad de “conocer a alguien” para lograr movilizar las agendas o recibir ayudas que deberían otorgarse de forma universal.
Los desafíos internos están relacionados con las dificultades para generar compromisos por parte de los participantes de las asociaciones; las dificultades para lograr acuerdos y priorizar necesidades; el no sentirse seguras de los conocimientos propios y el sentir que no se están logrando los objetivos trazados. Es importante mencionar las luchas de poder existentes al interior de los grupos, así como la consolidación de liderazgos únicos que no son transferibles, lo cual a la larga genera que no se pueda dar una permanencia en el tiempo debido a que no hay relevos generacionales, así como un descontento al interior del grupo. Esto particularmente se da en el caso de la entrevistada 1, las entrevistada 2 explica que: “a veces hay temporadas en las que no quiero saber de la asociación porque se siente como si ella (entrevistada 1) únicamente fuera la asociación”.
Por último, los desafíos socioculturales están relacionados con la forma en la que está configurada la estructura social y cultural del territorio. Estos factores tienen una alta incidencia en la participación de las mujeres en grupos asociativos en tanto implican barreras para su entrada a estos y para su permanencia. En el caso de las mujeres campesinas de Pacho el estar inmersas en una cultura patriarcal se ha manifestado de diversas maneras y en distintos grados.
Para las entrevistadas 1, 2, 3 y 5 debido a que participan en asociaciones exclusivamente femeninas estos obstáculos se hacen claramente visibles en: la dificultad de reunirse por no tener tiempo debido a la sobrecarga de trabajo de las mujeres rurales y en algunos casos por no contar con el permiso del esposo; la dificultad para participar en las reuniones que tienen algunas de las otras asociadas por no sentirse seguras al hablar en público. Para la entrevistada 4, que preside una junta de acción comunal el mayor desafío ha sido el no ser escuchada por sus compañeros por ser mujer.
Por otro lado, las consecuencias de los conflictos que ha atravesado el municipio implican por un lado el que no haya antecedentes históricos de prácticas asociativas de larga data, pero sí que existan múltiples procesos y esfuerzos por trabajar en comunidad.
¿Para qué asociarse?
Lo expresado por las entrevistadas está en concordancia con los aportes de Merelas y Sánchez (2018). Los beneficios que los procesos asociativos tienen para las mujeres se han dado tanto en el plano interno como en el externo. Los espacios de asociatividad generan tanto crecimiento personal en diferentes aspectos como una participación en la vida social y de comunidad. En el plano interno las respuestas varían:
Para E1 los procesos de asociatividad le han permitido escuchar y conocer a otras mujeres, formarse y compartir esos conocimientos. Así como también proyectar planes a futuro y trabajar con la comunidad para mejorar las condiciones de vida en el territorio. El ser líder comunitaria es parte de su identidad.
Para E2 la asociación ha sido una oportunidad para movilizarse, salir de su casa y hacer nuevas amigas. Así como para aprender y reconocerse a sí misma como una mujer fuerte y capaz.
Para E3 lo principal ha sido informarse a través de la asociación de las convocatorias y oportunidades para los campesinos.
Para E4 el paso por la JAC ha significado un aprendizaje constante y el desarrollo de habilidades de liderazgo y toma de decisiones. También ha implicado una oportunidad de empoderamiento entendido desde lo colectivo y lo intrapersonal.
Para E5 esta experiencia obedece a su vocación. El estar con otras mujeres y trabajar por el bienestar colectivo es una misión de vida.
Pero en el plano externo, la asociatividad según las entrevistadas, ha contribuido en dos aspectos principales: el fortalecimiento del sentido de comunidad y la mejora de la calidad de vida. Lo primero se relaciona con los lazos emocionales y las redes de apoyo que se forman a raíz de poder intercambiar opiniones con el otro y generar proyectos comunes para atender a las necesidades también comunes y lo segundo con el llevar a cabo estos proyectos.
En el caso de las asociaciones exclusivas de mujeres también han contribuido a generar espacios de esparcimiento e intercambio de saberes respecto a las labores del campo, así como a generar redes de apoyo emocional ya que en muchos casos las mujeres comparten similaridades en sus historias de vida.
Conclusiones:
A partir de los relatos de vida compartidos por las entrevistadas y reconstruidos parcialmente en este documento se pueden extraer algunas conclusiones que permiten hacer un reconocimiento de las dinámicas que han llevado a la construcción de estas experiencias de asociación y las han soportado en el tiempo.
Las razones que impulsan a las mujeres a asociarse son diversas en tanto cada una tiene una historia de vida única. En este sentido estas prácticas se enmarcan desde su inicio en procesos de interacción e intercambio entre distintos intereses y perspectivas de la realidad social. Se constituyen así en un punto de encuentro de distintas voces. Reconocer esta polifonía se hace imperativo para generar procesos eficaces y estables en el tiempo.
Los procesos asociativos están siempre enmarcados en un momento y lugar específicos, obedeciendo a particularidades económicas sociales y culturales que determinan las dinámicas al interior del grupo y del grupo con el mundo externo. Por lo cual los procesos asociativos deben abordarse desde la complejidad, entendiendo que las asociaciones no son fenómenos aislados, sino que están asentadas sobre redes de relaciones que se han dado en el tiempo.
Las experiencias de asociatividad no son siempre positivas en tanto la construcción de confianza, cooperación y solidaridad requieren trabajo y esfuerzo colectivo. Es necesario generar espacios democráticos, seguros y abiertos al dialogo para consolidar este tipo de práctica.
Los beneficios de la asociatividad están ligados tanto al crecimiento personal como al crecimiento colectivo y una misma experiencia puede tener significados distintos para cada uno de los asociados.
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Palabras clave:
Mujeres campesinas, Asociatividad, Narrativas