Resumen de la Ponencia:
Esta ponencia se concentrará en rescatar la experiencia de las cajas de ahorro de mujeres impulsadas por las compañeras del Consejo Comunitario de la Sierra, el Cruce y la Estación (CONESICE), del municipio de Chiriguaná, Cesar, Colombia como una forma en la que la experiencia de economía popular, generada por y para las mujeres, permite la reproducción material y simbólica de la vida y genera nuevas formas de construcción de la trama comunitaria.La construcción de las cajas de ahorro surge de la identificación de las escasas posibilidades de empleo para la comunidad, específicamente para las mujeres, del reconocimiento de la labor de cada una de ellas realiza en el espacio doméstico, de la dependencia económica de muchas de ellas con sus compañeros y de la necesidad de salir de las prácticas de endeudamiento en sus núcleos familiares. En este sentido, las cajas de ahorro surgen como una estrategia de economía popular que busca liberar y resolver necesidades económicas inmediatas para la reproducción material de la vida y, al mismo tiempo, generar relaciones de reciprocidad, solidaridad y cooperación que permitan gestionar la vida colectiva.El encuentro quincenal que permite la dinámica de las cajas ha posibilitado la construcción de lazos de confianza y reciprocidad entre las mujeres que derivan en el desarrollo de estrategias colectivas que desbordan la experiencia concreta del ahorro y que, por el contrario, aportan en la generación de dinámicas solidarias en otros ámbitos. Es decir, las cajas de ahorro de mujeres se despliegan en ámbitos económicos múltiples que se reflejan en la voluntad de la recuperación de la soberanía alimentaria a través de la creación de huertas colectivas y en el auto reconocimiento identitario como mujeres afrocolombianas del consejo, que habilita su participación dentro del proceso organizativo del consejo como miembros del comité de mujeres. En ese sentido, la construcción de espacios de reflexión como las cajas de ahorro de mujeres permite pensar las transformaciones que surgen desde una iniciativa que, en principio resuelve necesidades materiales a partir del ahorro, pero que desborda la generación de valores de cambio y permite la construcción de relaciones de confianza y reciprocidad que producen valores de uso y genera nuevas y múltiples dinámicas que posibilitan la gestión colectiva de los recursos. Lo anterior, implica la transformación en las relaciones sociales y de género que suceden en la vida cotidiana del consejo y otorgan a la comunidad mecanismos de participación en la entrega de responsabilidades como formas de gestión del ser parte de. Es decir, la gestión colectiva de los recursos y la generación de nuevas y múltiples dinámicas colectivas, teje responsabilidades compartidas que habilitan el reconocimiento de la pertenencia a una trama.
Introducción:
El ahorro entre mujeres como estrategia para la reproducción material de la vida
El consejo comunitario CONESICE se encuentra ubicado en el corredor minero de la subregión centro del Cesar. Un lugar geoestratégico para los intereses económicos del capital en donde la minería de carbón ha representado por muchos años una de las principales fuentes de ingresos para la región. La centralización de la producción económica del departamento en la explotación de minerales no renovables y la extensión de los monocultivos de palma aceitera, han significado la pérdida de los cultivos de sorgo, arroz y de pan coger para las comunidades. Al mismo tiempo, ha desembocado en la proletarización de la población, haciéndola dependiente de las esferas del flujo del capital y disminuyendo y agravando las condiciones de salud de éstas1. Las afectaciones en los ecosistemas implicados por la gran industria, la desviación de ríos y la producción de desechos mineros ha producido un impacto profundo en las condiciones de salud de las comunidades y en general en las condiciones para el sostenimiento de la vida humana y no humana.
La llegada de grandes multinacionales como la Drummond y Glencore (entre otras), ha generado en la región múltiples variables desfavorables para los lugareños, entre las que se pueden mencionar: 1. el desplazamiento forzado para la población que vivía de la minería artesanal, 2. la falta de oportunidades laborales en las multinacionales que explotan el carbón en la región, 3. el incremento de delincuencia común y prostitución infantil, 4. la llegada de colonos y terratenientes que expanden forzosamente sus predios, 5. el encarecimiento del costo de vida, 6. la corrupción en la administración pública, entre otras (Buendía-Martínez & Carrasco, 2013).
Para los corregimientos que conforman el consejo comunitario del CONESICE las principales fuentes de ingreso se encuentran determinadas por las reducidas oportunidades de empleo que ofrecen las multinacionales mineras (fundamentalmente a los hombres); las labores de construcción de parques e infraestructura que devienen de las negociaciones realizadas con el consejo para la construcción de megaproyectos (en su mayoría realizadas por hombres); al comercio de productos y servicios de alimentación, recreación, educación y algunos recursos de la gestión con el estado y organizaciones no gubernamentales. De esta manera, ante la exponencial proletarización de la población y la ausencia de oportunidades laborales, muchas de las necesidades económicas son resueltas en la comunidad a través de los mecanismos de usura que representan los pago diario2.
En este escenario, la construcción de las cajas de ahorro surge de la identificación de las escasas posibilidades de empleo para la comunidad, específicamente para las mujeres, del reconocimiento de la labor de cada una de ellas realiza en el espacio doméstico, de la dependencia económica de muchas de ellas con sus compañeros y de la necesidad de salir de las prácticas de endeudamiento en sus núcleos familiares. En este sentido, las cajas de ahorro surgen como una estrategia de economía popular que busca liberar y resolver necesidades económicas inmediatas para la reproducción material de la vida y, al mismo tiempo, generar relaciones de reciprocidad, solidaridad y cooperación que permitan gestionar la vida colectiva.
Las cajas se reúnen quincenalmente y los lugares de reunión rotan entre los diferentes espacios de las compañeras. Inicialmente se compraban 5 acciones que representaban su ahorro individual y se daba una aportación al fondo común3. Sin embargo, con el transcurso del tiempo y en coherencia con la necesidad de ir transformando las prácticas de la economía capitalista, incluso desde el lenguaje, las mujeres del consejo decidieron dejar de hablar de acciones y llamarlas aportes. El ahorro que se genera con las aportaciones de las mujeres es prestado a una o varias de ellas en cada reunión para resolver alguna necesidad inmediata y debe ser retornado con intereses del 1 o 2%, así mismo, el ahorro que consiguen con el fondo colectivo es destinado a realizar actividades de producción o disfrute entre todas ellas, permitiendo con ello la gestión colectiva de recursos que sostienen la trama comunitaria.
En ese sentido, la construcción de espacios de reflexión como las cajas de ahorro de mujeres permite pensar las transformaciones que surgen desde una iniciativa que, en principio resuelve necesidades materiales a partir del ahorro, pero que desborda la generación de valores de cambio y permite la construcción de relaciones de confianza y reciprocidad que producen valores de uso4 y genera nuevas y múltiples dinámicas que posibilitan la gestión colectiva de los recursos. Lo anterior, implica la transformación en las relaciones sociales y de género que suceden en la vida cotidiana del consejo y otorgan a la comunidad mecanismos de participación en la entrega de responsabilidades como formas de gestión del ser parte de (Gutiérrez, 2018).
las Cajas no se encuentran actualmente formalizadas, es decir, no se encuentran registradas ante ninguna entidad nacional que regularice su situación mediante la ley 44 de 198 que regula la economía solidaria en Colombia5. Sin embargo, se han establecido dentro del proceso organizativo del consejo como uno de los procesos más autónomos. Actualmente se mantienen activas 2 Cajas de Ahorro lideradas por Narlys Guzmán y Nubia Florián, que se encuentran articuladas a procesos regionales devenidos de la articulación de movimientos sociales como la Mesa de Interlocución del Sur del Bolívar, Centro y Sur del Cesar.
Desarrollo:
Entre la economía solidaria y feminista
Las formas de economía popular abren un amplio espectro de dinámicas que representan lógicas asociativas que corresponden a prácticas económicas de relevancia histórica para la reproducción de la vida. Estas son siempre multiformes y no siempre logran proponer una fuerza a contra pelo del capital. Así lo describe José Luis Corragio al hablar de la economía popular y solidaria en Ecuador y presentar sus múltiples formas:
(…) Se está admitiendo tanto la relevancia histórica de las prácticas económicas orientadas por la reproducción de la propia vida de los individuos, grupos y comunidades, organizada básicamente desde unidades domésticas como el papel central que tiene el desarrollo de sus formas asociativas, autogestionadas y afirmadas en la capacidad de los trabajadores de diversas culturas para cooperar, organizar y dirigir autónomamente actividades económicas para el funcionamiento de cualquier sociedad (…) las cooperativas, las asociaciones, las comunidades y las redes de ayuda mutua, entre otras, son formas que van más allá de la solidaridad intra unidad doméstica (Corragio, 2011)
Las economías populares y sus expresiones se reconocen como un espacio de oscilación entre la experiencia concreta y teórica que adopta diferentes formas de nombrarse. En este sentido, posibilitan un amplio espectro de dinámicas que procuran establecer vínculos solidarios y creativos que no necesariamente se adscriben a una norma a priori para confrontar las relaciones de explotación y dominio del capitalismo (Gago, Cielo, & Gachet, 2018). No podemos entonces afirmar que todas las experiencias de economía solidaria logran desbordar los límites de la economía capitalista o de la formalización estatal. Sin embargo, podemos adscribir las dinámicas de las economías solidarias a experiencias que, a través del establecimiento de relaciones de producción fundadas desde la solidaridad, empujan en esa dirección.
La experiencia documentada en esta investigación parte de la generación y distribución de recursos que surgen del ahorro y posibilitan la transformación en las formas de relacionamiento. En este sentido, esta forma de economía popular se nombra a sí misma como una práctica de economía solidaria que es impulsada por mujeres y que abreva de lugares de la economía solidaria y la economía feminista. Es decir, es una experiencia que toma dinámicas que pueden adjudicarse a estas matrices teóricas, pero que en su realidad concreta mutan y se mantienen en un escenario siempre imbricado entre las economías formales e informales.
Sí bien no todas las experiencias nombradas desde la economía solidaria logran salirse completamente del flujo del capital e incluso pueden ser útiles a él, existen otras experiencias de asociación solidaria que producen formas de relacionamiento que no se encuentran plenamente subsumidas al capital. Estas experiencias corresponden a lógicas asociativas de producción que plantean formas de relacionamiento que permiten la reproducción ampliada de la vida. Es decir, que se concentran en lo que Eduardo Aguilar (2018) ha nombrado como las experiencias de transición-hacia-afuera- de la economía capitalista, cuyas bases se encuentran en la producción de valores de uso en contraste con la producción de valores de cambio en función de la reproducción ampliada del capital6, este es el caso de las cajas de ahorro.
Es decir que, mientras el propósito de la economía capitalista es generar plusvalor7 para la acumulación de riqueza, la economía solidaria se preocupa por la satisfacción de necesidades para la reproducción ampliada de la vida como el eje central de la producción. Para el caso de las cajas de ahorro, la generación del ahorro se produce para resolver necesidades económicas que permitan la reproducción material y simbólica de la vida y, al mismo tiempo, producen relaciones sociales que implican la gestión colectiva de la vida comunitaria. Antonio Cruz lo explica de la siguiente manera al hablar del proceso de acumulación capitalista:
Lo que caracteriza el modo de producción capitalista y que estructura toda su formación social es la lógica de la acumulación ampliada del capital, que se centraliza y concentra desde el proceso de competencia de los mercados, que a su vez determina la necesidad de valorización permanente de los capitales empleados (Cruz, 2011, pág. 16).
Sí bien en la economía solidaria también se genera plusvalor, éste no necesariamente funciona para la acumulación y el enriquecimiento individual, tiene otras formas de distribución que disputan la propiedad privada, y las estructuras de poder vertical, entre otros principios del sistema capitalista. En el caso concreto de las cajas, el ahorro que producen las mujeres se destina a resolver necesidades de sus núcleos familiares, generando la independencia a los sistemas de endeudamiento a través de la usura, y permiten dar continuidad a las actividades de los miembros de la familia y la comunidad. Así entonces, tal y como lo propone Antonio Cruz (2011), las formas de producción solidarias, asociativas o cooperativas están estructuradas como relaciones sociales no capitalistas, aunque subordinadas a la formación social capitalista, generando, de esta manera, estrategias que permiten el fortalecimiento de relaciones que permiten gestionar la vida comunitaria.
De otra parte, el trabajo desarrollado por las feministas italianas de la campaña por el salario doméstico, que tiene lugar en la década de los 70’s, por el reconcomiendo de la invisibilización del trabajo reproductivo como un pilar en el sostenimiento del capital, ha sido fundamental en el proceso de las cajas de ahorro para el auto-reocnomiento de la labor que realizan de manera cotidiana cada una de las mujeres en sus núcleos familiares. Silvia Federicci, describe de la siguiente manera la forma en que el trabajo reproductivo permite el sostenimiento del capital:
Cuando Marx dice que la fuerza de producción se debe producir, que no es natural, como hemos visto antes, a nosotras nos pareció muy acertado, pero pensamos ‘si, es el trabajo doméstico el que produce la fuerza de trabajo’. Este trabajo no se reproduce solo a través de las mercancías, sino que en primer lugar se reproduce en las casas. Y empezamos una labor de reelaboración, de repensar las categorías de Marx, que nos llevó a decir que el trabajo de reproducción es el pilar de todas las formas de organización del trabajo en la sociedad capitalista (Federicci, 2018, p. 16).
Así entonces, se ha construido una separación determinante entre las esferas de la producción y la reproducción, ocultando su relación dialéctica y otorgando a las mujeres la asignación social del trabajo reproductivo no remunerando. Es decir, ha generado una inserción de las mujeres a la esfera del mercado a través de las acciones asociadas al cuidado que no son reconocidas de manera salarial, ni simbólica. Así, se ha construido una relación hegemónica útil sobre la división sexual del trabajo, que se reproduce en el consejo comunitario y que sirve a las lógicas del capital que repercuten en la reproducción de la fuerza de trabajo disponible a las esferas de la economía hegemónica invisibilizando el trabajo concreto que recae en el ámbito de lo femenino para la reproducción material y simbólica de la vida.
La economía feminista implica una forma de economía que reconoce las esferas del cuidado, la solidaridad, la reciprocidad y la cooperación como partes fundamentales en el rompimiento de la separación hecha dentro de las lógicas del sistema capitalista entre la producción y reproducción (entre otras). En este caso concreto, el ejercicio de las cajas que es generado y gestionado por las mujeres de la comunidad, ha implicado el reconocimiento y el rompimiento de su dependencia económica y, al mismo tiempo, ha abierto la posibilidad de producir relaciones reciprocas y de confianza que permiten la circulación de la palabra para gestar redes de apoyo que las ayudan en la superación de situaciones personales y emocionales difíciles.
La economía feminista y la manera en la que pone de manifiesto la necesidad de visibilizar el trabajo reproductivo como un lugar fundamental para el mantenimiento de la vida, es imprescindible para entender el proceso de las cajas ahorro del CONESICE. Las mujeres que impulsan la experiencia concreta de esta investigación han podido atravesar un proceso de reconocimiento de su función y trabajo en los espacios domésticos y han dotado de un valor primordial la labor que realizan en la cotidianidad de sus hogares, que se ha conformado con el tiempo en un motor para el mantenimiento de la iniciativa.
De esta manera, esta experiencia representa una forma de economía disidente que implica una fuerza destotalizante para las relaciones sociales que establece el sistema capitalista patriarcal. El ejercicio de las cajas, se lee como una estrategia económica que no se encuentra plenamente subsumido al capital y que reproduce nuevas formas de asociación que permiten el sostenimiento de la trama comunitaria.
1 De los más de 900.000 habitantes de Cesar, alrededor de 24.727 son mineros. De estos, el 92,5% se dedican a la explotación de carbón en cinco municipios: La Jagua de Ibirico, Chiriguaná, El Paso, La Loma y Becerril. (...) En total, alrededor de 22.883 cesarenses trabajan directamente en las empresas de carbón. Pero, por ejemplo, en el caso de la empresa carbonífera Drummond Ltda., que genera 2.752 empleos directos, “solo 1.316 (47,81%) son ocupados por personas nacidas en el departamento”, según el plan de desarrollo (PNUD, 2010)
2 Los pago diario, también conocidos como gota a gota, son una modalidad de crédito informal cuyos prestamistas cobran hasta el 20% de intereses y emplean mecanismos de cobro, que para el caso del Cesar pueden llegar a ser violentos y amenazantes.
3 Cada acción tiene un valor de $2000 pesos, es decir que cada mujer ahorra quincenalmente $10.000 pesos, sólo es permitido comprar hasta 10 acciones en caso de que alguna desee generar un ahorro mayor. El fondo común tiene una aportación de $500 pesos.
4 Se entiende el valor de uso como la producción de valores que permiten la reproducción material y simbólica de la vida que son subsumidas dentro del intercambio de mercancías capitalistas en la forma valor de cambio, es decir el valor que valoriza.
5 En Colombia se contemplan las organizaciones solidarias por la ley a partir de 1998 con la ley 454
6 Se entiende el valor de uso como la producción de valores que permiten la reproducción material y simbólica de la vida que son subsumidas dentro del intercambio de mercancías capitalistas en la forma valor de cambio, es decir el valor que valoriza.
7 Es importante tener siempre claro que la producción de plusvalor solo es posible a través de la explotación de la fuerza de trabajo.
Conclusiones:
Una experiencia de ahorro de mujeres como productor de común
Dentro de la producción teórica sobre lo común, existe una línea que se desmarca de la mercantilización y economismo con la que autores como Ostrom (2002), Laval y Dardot (2014) y Hardt y Negri (2011) trabajan. En esta dimensión no economicista de lo común, se encuentran autoras como Silvia Federicci, Raquel Gutiérrez, Lucía Linsalata y Mina Navarro, entre otros, que han explorado la manera en la que se construyen formas diversas de tramas comunitarias para la reproducción de la vida en territorios concretos de México y Latinoamérica. Así, se ha construido un marco de reflexión sobre las formas de establecer relaciones sociales que permiten la organización colectiva para la reproducción material y simbólica de la vida, a partir de lógicas no plenamente mediadas por el capital, que prioriza la producción de valores de uso por encima de la producción de valores de cambio.
En ese sentido, me permito citar a Raquel Gutiérrez para dar cuenta de una postura epistemológica que establece lo comunitario o la producción de lo común, como una categoría relacional que, aunque entiende las tramas comunitarias cercadas y en tensión con el capital, alumbra lógica de relacionamiento que resisten a la fuerza totalizante del mismo.
Colocando la acumulación capitalista como punto de partida, sencillamente se invisibiliza y niega la amplia galaxia de actividades y procesos materiales, emocionales y simbólicos que se realizan y despliegan en los ámbitos de actividad humana que no son de manera inmediata producción de capital, aún si ocurren en medio de cercos y agresiones. Quedan ocultos y son considerados “anómalos” tanto los procesos creativos y productivos que sostienen cotidianamente la vida humana y no humana, como el conjunto de actividades y tareas destinadas a la procreación y sostén de las siguientes generaciones; se desconocen y niegan las capacidades humanas de generación de vínculos sociales de todo tipo, que se orientan mucho más allá de las relaciones mercantiles asociadas a la producción de valor, pese a que, casi siempre, tales prácticas se desarrollan en medio de cercos impuestos por la expansivamente agresiva lógica de la valorización del valor (Gutiérrez, 2018:53)
Sí bien el capital pretende expandir formas de establecer relaciones sociales específicas y útiles a la valorización del valor a partir de mecanismos violentos de separación, este proceso cada vez más violento invisibiliza dos dinámicas que constituyen el núcleo de lo que las autoras han llamado como lo común o lo comunitario: el trabajo reproductivo y la interdependencia comunitaria, afectiva y material (Gutierrez, Navarro , & Linsalata, 2016).
De esta manera, a pesar del reconocimiento de la amenaza permanente, de los límites y cercos que representa el capital y sus lógicas totalizantes para las tramas que constituyen lo comunitario o la producción de lo común, es importante establecer como punto de partida lo no plenamente capitalista que se desprende de las relaciones de cooperación, reciprocidad y solidaridad que generan las cajas de ahorro. De esta manera, se visibiliza y da fuerza a las relaciones sociales trazadas en una red comunitaria que procura el sostenimiento de una vida cotidiana que no se encuentra totalmente mediada por las leyes del mercado, es decir, que no se encuentra plenamente mediada por la producción de valor.
La producción de lo común o lo comunitario alumbra la capacidad que tienen algunas tramas sociales para generar dinámicas de cooperación y formas de gobierno que se construyen desde la posibilidad de producir en común las formas para mantener y reproducir un tipo de vida colectiva. Una forma de vida que, como lo explica Lucia Linsalata (2015) es sostenida por la inconformidad a la lógica de vida capitalista, que posibilita defender concepciones de mundo distintas en las que se entiende y valora el uso del tiempo y se práctica una forma específica de estrechar vínculos sociales y de regular la vida en común. En los términos que propone Lucía Linsalata al hablar de lo comunitario popular y en diálogo con Raquel Gutiérrez y Mina Navarro:
Dinámicas asociativas contemporáneas - particulares y concretas (esto es histórica y geográficamente definidas) - que se producen a partir de la capacidad social –siempre actual- de generar ámbitos comunes y autodeterminados de producción y reproducción de la vida social. Dinámicas que no solo se producen (o reactualizan) en múltiples espacios-tiempos de nuestra época moderna, sino que la interpelan constantemente, cuestionando, contradiciendo, destotalizando, desconfigurando y reconfigurando los supuestos políticos, económicos y sociales sobre los cuales se han elevado la modernidad dominante y sus universales (Linsalata, 2015, pág. 22).
Lo comunitario o la producción de lo común se encuentra en la experiencia de las cajas de ahorro al procurar la construcción de vínculos sociales y el despliegue de capacidades creativas para sostener y mantener la vida. En este sentido, las cajas de ahorro van dando forma a lo que las autoras llaman como la producción de lo común, es decir, a la producción, reproducción y gestión de condiciones para el sostenimiento de la vida material y simbólica. Las tramas que dan sentido a lo comunitario son entendidas a partir de dos aspectos fundamentales que dan forma a la red de relaciones sociales que persisten, a pesar de la amenaza del capital: lo productivo y lo político.
Lo productivo, es entendido desde la producción y reproducción de condiciones para el mantenimiento de una vida digna que se centra en el reconocimiento de los valores de uso. Es decir, la producción de riqueza social que se da, no para la acumulación y la apropiación privada, sino para la satisfacción de necesidades materiales e inmateriales que se reflejan en el ejercicio de las cajas de ahorro (Salazar & Gutierrez, 2015). De la mano de Marx y de Bolívar Echeverría, las autoras centran las lógicas y dinámicas asociativas de lo común, en la producción y consumo de valores de uso pensados como un “proceso natural y social a la vez, que permite al ser humano dar una forma al mundo en el que habita, dándose una forma a sí mismo: “producir” naturaleza, produciéndose a sí mismo y al entorno en el que habita” (Linsalta, 2018, pág. 16). En ese sentido, se contempla en la producción de valores de uso el carácter semiótico que se encuentra inscrito en el proceso de reproducción material de la vida.
El sostenimiento de las tramas comunitarias es una estrategia que persiste en el tiempo para el mantenimiento y reproducción de una vida cotidiana colectiva que se construye en la organización y gestión de bienes comunes, que en este caso particular parten del ahorro y se extienden a las nuevas dinámicas colectivas que el espacio genera. Aunque como se menciona, las tramas comunitarias o asociativas son diversas y variopintas, todas ellas reflejan la defensa de las capacidades colectivas para establecer el tipo de vida y los límites que se pretende mantener, a pesar de la amenaza permanente del capital. Es decir, que hay una dinámica de organización que permite el encuentro de quienes conforman las tramas comunitarias para establecer y consensuar aquello común que se quiere defender, recuperar y/o mantener. De esta manera, uno de los puntos de partida que permite lo comunitario o la producción de lo común, es la capacidad de defender y producir colectivamente las condiciones materiales que permiten la existencia de quienes conforman la trama, es decir, los ámbitos de producción colectiva de la vida material, a pesar de la tendiente y cada vez más agresiva fuerza del capital para convertir dichos ámbitos del hacer colectivo1 en trabajo asalariado. Así se va definiendo entonces lo común o lo comunitario para las autoras:
Lo común no es – o nunca es únicamente – una cosa, un bien o un conjunto de bienes tangibles o intangibles que se comparten y usan entre varios. Lo común se produce, se hace entre muchos, a través de la generación y constante reproducción de una multiplicidad de tramas asociativas y relaciones sociales de colaboración que habilitan continua y constantemente la producción y el disfrute de una gran cantidad de bienes –materiales e inmateriales– de uso común. […] Tales relaciones, sí bien coexisten de forma ambigua y contradictoria con las relaciones sociales capitalistas no se producen, o sólo en una mínima parte, en el ámbito capitalista de la producción de valor. En la mayoría de los casos, las relaciones sociales que producen lo común suelen emerger a partir del trabajo concreto y cooperativo de colectividades humanas auto-organizadas que tejen estrategias articuladas de colaboración para enfrentar problemas y necesidades comunes y garantizar así la reproducción y el cuidado del sustento material y espiritual de sus comunidades de vida. En este sentido, sostenemos que lo común da cuenta antes que nada de una relación social, una relación social de asociación y cooperación, capaz de habilitar cotidianamente la producción social y el disfrute de riqueza concreta en calidad de valores de uso (Gutiérrez, Linsalata, Navarro, 2017: 388).
En este sentido, siguiendo lo común como un proceso que se produce y se reproduce en el hacer, en el trabajo concreto, las cajas de ahorro han desencadenado la posibilidad de construir hilos a partir de los cuales tejer la trama de lo comunitario. El despliegue de las estrategias para obtener los recursos de las personas que hacen parte de las cajas ha permitido dinámicas de generación de recursos de manera colectiva que se encuentran, desde la preparación y venta de productos hasta la búsqueda de recursos externos.
Las cajas se convierten en un productor de sentido que empieza a tejer lo común a partir de la construcción de relaciones sociales que, aunque surgen del valor de cambio del dinero a partir del ahorro, trascienden su carácter monetario y permiten la vinculación solidaria y cooperativa de las mujeres para fijar intereses comunes. El ser parte de, se empieza a construir a partir de la distribución de tareas y responsabilidades que son asumidas y que tienen una reproducción concreta en el ejercicio de hacer-colectivamente.
1 Esta noción se nutre y conversa con la noción del hacer del John Holloway en la que se establece el hacer como una manera de nombrar la oposición al trabajo abstracto y que permite pensar el trabajo concreto con toda la potencialidad creativa del ser.
Bibliografía:
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Palabras clave:
Economía popular, economía solidaria, economía feminsta, producción de común, relaciones de género