Descripción de la Publicación académica:
La independencia hispanoamericana, que en la mayoría de los países de la región se formalizó en el año 1821, no fue un proceso nacional sino regional. El proceso no se puede entender desde una perspectiva nacional, como pretenden algunos historiadores, porque no existían las actuales naciones hispanoamericanas y porque no se trató de un acontecimiento local sino la descomposición política del régimen monárquico de los borbones.La perspectiva oficial actual de las actuales entidades nacionales peca de dos graves defectos: uno, comete anacronismo, porque traslada los valores, creencias e identidades del presente hacia el pasado que se regía por otros criterios; dos, padece de historicismo, pues pretende tratar los hechos pasados como una predestinación que forzosamente nos traían al presente actual, a las naciones actuales y a sus clases dirigentes actuales. Al hacer esto, las historias oficiales se convierten en instrumento de dominación ideológica al servicio de las clases gobernantes actuales. La historia al servicio de la ideología nacionalista como instrumento de cohesión política.En 1821 no existían las actuales identidades nacionales. La independencia no empezó como un esfuerzo de construir “naciones independientes”, ni mucho menos “identidades nacionales”. Las guerras de independencia inician como una lucha por ampliar la participación democrática frente a la monarquía absolutista de los borbones, que entra en crisis y desaparece cuando, en 1808, Napoleón invade España y arresta a Carlos IV y a Fernando VII, e impone en el trono de Madrid a su hermano José Bonaparte.Se trató de guerras y revoluciones sociales y políticas, más que “nacionales”.Al final del proceso de guerras de más de 15 años, después de toda la sangre derramada, fue derrotado el absolutismo monárquico con la instauración de las repúblicas hispanoamericanas. Hecho al que contribuyó notablemente, aunque no suele mencionárselo, la sublevación del general Riego en Madrid, que obligó por tres años a Fernando VII a aceptar una monarquía con poderes recortados, y que decidió ceder en la guerra de este lado del mar. El resultado final de las revoluciones fue inconcluso: se logró instauraran sistemas republicanos pero no muy democráticos; y socialmente, los criollo se negaron a ceder derechos sociales, con lo que persistió la esclavitud y la discriminación y explotación de los indígenas. Hacia fines del siglo XIX, las élites criollas locales no solo habían estancado el avance democrático y social, sino que se supeditaron a nuevos imperios: Inglaterra y Estados Unidos. Por lo cual, continúa planteada la necesidad de la lucha por una Segunda Independencia.
Introducción:
La conmemoración del Bicentenario de la Independencia de Hispanoamérica propicia la reflexión sobre el acontecimiento desde muchos ángulos, uno de ellos, el presente, como balance histórico, ¿qué ha sido de los estados nacionales nacidos con la independencia? Pero también podemos preguntarnos desde el punto de vista de aquel pasado, ¿ya está todo dicho sobre la Independencia, o quedan zonas oscuras?
Haciendo lecturas sobre la temática nos hemos topado felizmente con un ensayo de Tomás Pérez Vejo titulado “Nuevos enfoques teóricos en torno a las guerras de la independencia”, que hace parte de una compilación de Enrique Ayala Mora, de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador, publicada en 2019, con el rótulo “De colonias a estados nacionales: independencias y descolonización en América y el mundo en los siglos XIX y XX” (Pérez Vejo, 2019).
Tomás Pérez Vejo es originario de Cantabria, España, y es investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia en México. Entre otras publicaciones tiene un libro titulado “España imaginada. Historia de la invención de una nación” y otro pertinente al tema que nos ocupa, “Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericana” (Pérez Vejo T. , 2019).
El encuentro con el artículo de Tomás Pérez Vejo es feliz porque en lo medular coincide con nuestro libro “Independencia hispanoamericana y lucha de clases”, publicado en Panamá, en 2010, su primera edición, por la editorial Portobelo (Beluche, 2012).
¿Qué es lo medular en que coinciden ambos ensayos? En señalar que es un error habitual enfocar las guerras de independencia como un proceso de liberación nacional, en el que supuestas naciones hispanoamericanas, preexistentes antes de 1810, y preconcebidas por los “próceres”, lucharon por la autonomía política contra el imperio opresor español. Las naciones hispanoamericanas no existían antes de la independencia, sino que son un resultado de ésta.
Cuando decimos que no existían, no se trata de que no existían como Estados nacionales independientes y soberanos, lo cual es lógico, sino que no existían como identidades nacionales, ni como proyectos políticos de construcción estatal.
¿Qué fue la lucha por la independencia, si no se trató de movimientos de liberación nacional? Se trató de un proceso de lucha de clases, descomposición del régimen monárquico absolutista y de una revolución política, en que se confrontaron diversos partidos políticos (aunque sin ese título aún) y clases sociales, a lo largo de fases sucesivas. Cada grupo defendiendo su cuota de participación en el régimen que nacía de la crisis monárquica surgida tras la invasión napoleónica a la península Ibérica y las abdicaciones de Bayona.
Desarrollo:
La independencia fue una revolución contra orden monárquico absolutista
Por eso hemos dicho que la independencia fue un proceso revolucionario en el pleno sentido de la palabra, en el que la lucha de clases fue escalando poco a poco, por fases, desde la lucha contra el ocupante francés que unió a “españoles” de ambos hemisferios, a moderadas juntas de gobierno locales que juraron lealtad al “rey ausente”, luego una guerra civil entre los absolutistas monárquicos que no querían mínimas reformas contra criollos moderados que pretendían participación sin modificar las estructuras del poder político y económico, hasta el surgimiento de un partido radical republicano que sí se propuso la independencia absoluta, que gobierna poco tiempo, ya que al final del proceso los criollos moderados recuperan el poder consolidada la independencia.
Tomás Pérez Vejo inicia proponiendo un marco teórico global nuevo sobre la independencia que supere las dos perspectivas habituales: la que la enfoca como “guerras de liberación nacional, parte del mismo proceso descolonizador que tuvo lugar en Asia y África a mediados del siglo XX”; la que lo enfoca como revoluciones modernas (burguesas, aunque no usa este concepto), productos de la revolución industrial y la Ilustración (Pérez Vejo T. , 2019, págs. 92-94).
No había “naciones” en el sentido actual del término
Ni había naciones, en el sentido actual del término, ni lo era España, ni tampoco los virreinatos de América. Las naciones nacerían a lo largo del siglo XIX. La identidad del sistema no era la que suele atribuirse, “imperio español”, sino “Monarquía católica”. Esto para aclarar que, el objetivo por extraer beneficios de América no provenía de un “interés nacional español”, sino del interés de la monarquía.
Tampoco existió un proceso de industrialización, que diera materialidad a una burguesía (tampoco usa el término) que dirigiera la “revolución democrática”; y la Ilustración hispanoamericana, cuya existencia admite, pero que no era similar a la francesa, pues acá no se cuestionó en principio la legitimidad política “dinástico-religiosa”.
“No podemos seguir planteando las guerras de independencia como un enfrentamiento entre naciones, las naciones surgidas de la desmembración de la Monarquía católica, …, no son la causa de las guerras de independencia sino su consecuencia” (Pérez Vejo T. , 2019, pág. 96).
Más adelante aclara Pérez Vejo que en el siglo XVIII los conceptos de Patria y Nación tenían acepciones distintas a las actuales. Patria eran todos los que vivían bajo las mismas leyes y poder, por lo cual, podría referirse a un reino, virreinato o cabildo. Nación eran todos los que tenían una misma forma de vida u origen (cultura, pero no usa el concepto). Existían muchas naciones, los indígenas, pero también los vizcaínos, por ejemplo. “El éxito de las políticas de nacionalización fue convertir “patria” y “nación” en sinónimos” (Pérez Vejo T. , 2019, pág. 105).
Un proceso paulatino de descomposición política de la monarquía absolutista
Si no es sobre el problema nacional, ¿dónde hay que poner el énfasis según este autor? ¿Cuál es la causa de la independencia? La causa de las guerras de la independencia es el vacío de poder dejado por la Abdicaciones de Bayona y la consiguiente lucha en torno a la legitimidad política y la soberanía de la que emana el derecho al poder. Desaparecida la monarquía y su tradicional legitimidad dinástico-religiosa, la disputa respecto a qué entidades eran depositarias de la soberanía y quién ostentaba el mando legítimo, es el problema.
Al respecto Pérez Vejo rechaza las explicaciones de ciertos historiadores mexicanos que se refieren a “la máscara de Fernando VII” para justificar las constantes apelaciones al monarca en las actas de las diversas juntas como si fueran una mascarada para ocultar verdaderos deseos de independencia. Había un deseo real de no romper con el régimen monárquico de parte de las élites criollas hispanoamericanas casi hasta el final del proceso.
Desaparecido de la escena el monarca, ¿dónde residía la soberanía? En la “nación”, mediante sus representantes en las Cortes, según la Constitución de 1812, explica Pérez Vejo. Pero ¿qué era la nación? “los españoles de ambos hemisferios”, con exclusión de las castas, es decir, solo los que tienen “sangre española”, según aquella definición constitucional. El autor especula que la exclusión de las castas tuvo como motivación la reducción de la representación americana, más que el prejuicio racial, con lo cual no estamos muy de acuerdo. A nuestro juicio fue una carambola de ambos objetivos.
A donde quiere llegar Pérez Vejo es que, en ese momento, el concepto de nación no tenía el sentido “étnico” (raza, lengua y cultura) que ha adquirido después. Y agrega que posteriormente a la independencia el concepto nación hispanoamericano evolucionaría en el sentido étnico, pero haciendo del “mestizo” el sujeto de la “nación”. No sería hasta el siglo XX en que las naciones hispanoamericanas reivindicarían lo indígena como parte de la nación, pero eso solo sucedió cuando surgieron como movimientos sociales.
A juicio del historiador citado, la evidencia de que no puede hablarse de un conflicto entre comunidades nacionales americana y española es que los ejércitos realistas estuvieron conformados y dirigidos por oficiales americanos, y a los oficiales realistas de origen ibérico se les ofreció respetarles el rango cuando se pasaban al bando “libertador”.
Por mi parte agregaría que había personalidades excepcionales que sí concibieron el conflicto como un choque con los intereses españoles y un proyecto nacional autónomo, aunque es cierto que eran minoría al principio. Tal es el caso de Francisco de Miranda con toda claridad, el cual había desarrollado un plan para una nueva nación continental que llamaría Colombia. Pero fue un proyecto que no encontró receptividad, hasta después de 1810.
Otra afirmación controversial de Pérez Vejo es que considera al desplome de la Monarquía católica como un acontecimiento “fortuito y exógeno”, en el sentido de que no había previamente, ni en los años iniciales de las guerras, el objetivo de destruir la institución, y que fue la intervención francesa la que produjo la crisis.
Ante esto señalamos que la propia invasión napoleónica y las Abdicaciones de Bayona reflejan una monarquía debilitada por una crisis que venía desde inicios del siglo XVIII. Elementos de esa crisis, entre tantos, lo fueron: la pérdida creciente de competitividad comercial con Inglaterra; el creciente descontrol sobre las posesiones y su comercio creciente con los ingleses; las reformas borbónicas y los conflictos que trajeron, entre ellos, la sublevación de Tupac Amaru en Perú y la de los comuneros en Nueva Granada.
Las naciones hispanoamericanas son el resultado, no la causa, de la independencia
En lo que coincidimos por completo con Tomás Pérez Vejo es cuando cita a Ernest Gellner al decir que las naciones no nacen con “ombligo”, en el sentido de que no son entidades intemporales, sino son fruto de un “tiempo concreto” inventadas por poderes políticos en busca de legitimidad.
En el caso hispanoamericano: “El proceso no había sido el de naciones en búsqueda de Estados, sino Estados inventando naciones en las que fundar su legitimidad política” (Pérez Vejo T. , 2019, pág. 113). El problema fundamental es que los criollos, como actores centrales de las guerras de independencias, no tenían diferencias étnicas, ni culturales, respecto de los “españoles”, ni entre unas regiones entre sí. De ahí que hasta el presente haya persistido la utopía de una “nación hispanoamericana”. Tampoco las fronteras nacionales se trazaron sobre la base de criterios étnicos.
Un aspecto que se señala, pero en el que no se detiene mucho este autor, y que a nuestro modo de ver es decisivo para comprender el problema en la época es que, al desaparecer el centro político, la monarquía, su lugar fue ocupado por los Cabildos o Juntas municipales. Todas las “actas”, tanto las iniciales que juraban lealtad a Fernando VII, como las posteriores a 1811, que declararon las independencias, lo hicieron en nombre de Juntas o Cabildos locales, no en nombre de una nación.
En el caso de Nueva Granada, por ejemplo, una cosa sucedió en Santa Fe de Bogotá, otra en Cartagena, otra en Santa Marta. No existía la nación granadina, ni mucho menos la colombiana. Para el virreinato de La Plata encontramos cada ciudad y Cabildo con sus peculiaridades sociales y políticas actuando más o menos independientemente, ya sea Buenos Aires, Córdoba, Montevideo, Charcas o Asunción. La nación argentina no existía aún.
Donde los realistas controlaron hasta bien entrado el proceso, como en la Nueva España o el Virreinato del Perú las autoridades actuaban en nombre de esas entidades, como representantes de la monarquía borbónica.
En nuestro libro, ya citado, decimos: “Al principio los procesos, expresados en las llamadas actas o proclamas independentistas, fueron más municipales que “nacionales”. En el virreinato de la Nueva Granada, en 1810 – 1812, actuaron por su cuenta ciudades como Caracas, Bogotá y Cartagena, para no mencionar otras, y hubo dos proyectos estatales confrontados, el centralista, encabezado por Nariño, y el federalista, por Camilo Torres. Era la época de “Patria Boba”” (Beluche, 2012, págs. 18-19).
Los sectores sociales y políticos involucrados en las guerras civiles de independencia
En Independencia Hispanoamericana y lucha de clases sostenemos una teoría o es que interpretativo que hubo cuatro sectores sociales y políticos confrontados a lo largo del proceso:
Los realistas o monárquicos, representados por los virreyes, alta oficialidad y jerarquía de la iglesia católica;La élite criolla, la clase explotadora y dominante local (comerciantes, hacendados, esclavistas, mineros, etc.) pero que, al ser nativa de América, no podía por ley ocupar los más altos cargos de la administración pública;La pequeña burguesía radical, intelectuales, profesionales, abogados y oficiales medios impregnados de cierto grado de “ilustración”, quienes van a constituir el partido republicano e independentista (Miranda, Bolívar, Nariño, Moreno, San Martín, etc.);El pueblo explotado, las “castas”, mestizos, negros, indígenas, esclavos en las minas o plantaciones, o en servidumbre en las haciendas, quienes por momentos su entrada en escena contra el opresor local podía favorecer a los realistas (como pasó con Tomás Boves en Venezuela), o favorecer a los libertadores.
Las fases del proceso revolucionario que culmina con la Independencia
También hemos sostenido que las guerras de independencia pasaron por una serie de fases, en las que, al igual que en todas las revoluciones clásicas como la francesa o la rusa, el “péndulos” político se fue moviendo de un extremo al otro conforme se sucedían los acontecimientos.
Hemos señalado los siguientes momentos del proceso:
1808 – 1810. En este momento, como la historiografía española lo llama, la “Guerra de Independencia” es contra el ocupante francés, y en esto se unen los “españoles de ambos hemisferios”, categoría que incluía a los criollos. Lo interesante es que ningún “ilustrado” en América apoyó la ocupación francesa portadora de las ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Por el contrario, por temor a que estas ideas se contagiaran hacia las castas actuaron las élites criollas.
1810. Ante la debacle de la monarquía y la ocupación total de la península, desaparecida la Junta de Sevilla, el Consejo de Regencia refugiado en Cádiz convoca la creación de Juntas en los cabildos americanos que asuman el autogobierno, lo cual no es aceptado por el aparato monárquico virreinal. Empiezan los forcejeos, pero se logran conformar Juntas locales controladas por criollos moderados de las élites que juran fidelidad a Fernando VII.
1811. La resistencia de los realistas a estas primeras juntas moderadas va a originar los primeros choques. Lo ejércitos monárquicos, a partir de territorios y ciudades que controlaban, atacan a las Juntas y estas se defienden. Ahí pierden el poder los moderados, incapaces de defender lo avanzado, y lo ganan los sectores radicales. Se realizan las primeras proclamas verdaderamente independentistas, empezando por Caracas dirigida por Miranda y Bolívar; y Bogotá por Nariño. En el sur, la Primera Junta orientada por Mariano Moreno asesta un golpe decisivo al fusilar al exvirrey Liniers, que estaba afincado en Córdoba, pero el ala radical es desplazada al poco tiempo, abriéndose una situación no definida respecto a la independencia, pese al largo conflicto por controlar Alto Perú y las provincias con Lima y Montevideo, que se mantenían leales al esquema absolutista. La independencia no se proclamó hasta el Congreso de Tucumán del año 1816. En la Nueva España, la derrota de Hidalgo y Allende, combinada con el temor de los criollos a las masas indígenas, va a permitir al aparato de la monarquía absolutista mantener hasta 1821 el control del poder en las áreas neurálgicas.
1812. Se proclama la constitución de Cádiz, La Pepa, pero en vez de ayudar a cohesionar se vuelve materia de ruptura la subrepresentación americana construida de manera artificiosa, además de que los sectores realistas nunca la aceptaron, y ya habían empezado las guerras civiles en América.
1813 – 1819. Se impone la contrarrevolución realista. En muchos lugares los ejércitos al servicio del absolutismo cuentan con apoyo decidido de sectores de castas que ven a los criollos como sus explotadores directos. La restauración de Fernando VII, el desconocimiento de la Constitución de 1812, la restauración del absolutismo y el envío de un ejército encabezado por Pablo Morillo, la dura represión desatada incluso contra los moderados, asestan duros golpes a los radicales independentistas, que deben retirarse en muchas zonas. Bolívar va a su exilio antillano.
1819 – 1825. La situación da un vuelco. La incapacidad de la monarquía borbónica para asumir las más moderadas reformas democráticas y sociales, le restan apoyos, así como la continuidad de la crisis económica, y la cada vez mayor penetración inglesa que, habiendo vencido a Napoleón, ya no era aliada de España, por lo cual empezó a respaldar a los independentistas con los que tendría relaciones comerciales directas. La revolución del general de Riego en 1820, y la restauración de la Constitución de Cádiz, fue fundamental en consolidar el proceso independentista en todos lados.
1826 – 1831. Consolidada la independencia en Ayacucho, dirigida por los sectores más radicales como Bolívar, Sucre y en el sur, por San Martin, el proceso empieza a enfriarse y los sectores moderados de las élites criollas retoman el poder político, desplazando a los radicales. En Europa la Santa Alianza derrota al general de Riego, liquida la monarquía constitucional y restaura el absolutismo, pero no le alcanza para intentar recuperar las antiguas posesiones, en parte gracias a la política exterior inglesa y norteamericana.
Conclusiones:
En resumen, la independencia hispanoamericana fue un proceso de guerras civiles en la que se confrontaron diversos proyectos políticos de Estado, desde los sectores reacios a cualquier cambio en el sistema absolutista de la monarquía borbónica, hasta los sectores claramente republicanos, pasando por los moderados que aspiraban a reformas cosméticas. Valga añadir que ni siquiera los sectores más radicales levantaron en ningún momento un proyecto de liberación para las grandes masas oprimidas de indígenas, de esclavos negros y campesinos sometidos a servidumbre, pese a que se apeló a ese “pueblo” como carne de ejércitos realistas y libertadores.
Por eso, concretada la independencia, asesinados algunas de las personalidades del ala radical, como Sucre o Monteagudo; separados del poder otros, como Bolívar, San Martín o Manuela Sáenz; y asimilados la mayoría, como Santander; para la masa popular explotada muy poco había cambiado. Los sistemas electorales quedaron basados en la propiedad de tierras o bienes como base del ejercicio efectivo de la ciudadanía y la representación política, con lo cual la absoluta mayoría de la población quedó marginada. Los sistemas más democráticos pusieron como condición la alfabetización del ciudadano como condición del derecho al voto.
Doscientos años después, hemos avanzado en algunos de estos aspectos formales dela democracia política, pero en cuanto a los derechos económicos y sociales continúa una deuda pendiente muy grande.
Por otro lado, la independencia de España, o de la Monarquía católica, como la llama Pérez Vejo, al cabo fue sustituida por otras dependencias políticas y económicas de los Estados recién nacidos, tributarios primero de Inglaterra y posteriormente de Estados Unidos de América.
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Palabras clave:
nación, patria, independencia.