Resumen de la Ponencia:
El vínculo víctima – victimario es el telón de fondo de una conceptualización muy extendida en la manera de aproximarse a la violencia que viven las mujeres en sus relaciones de pareja. Es lugar común la referencia a una violencia inter-pareja vertical, del hombre hacia la mujer. Si bien se trata de una realidad inobjetable, la relación intergénero es un tipo de relación humana en la que las creencias y los valores juegan a favor y en contra de ambas partes interactuantes. La propuesta del presente trabajo es, a partir de los datos arrojados por la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares del INEGI y el Diagnóstico sobre Violencia Feminicida de la CNDH, proponer un tipo de construcción social de la victimización, que permita problematizar la naturalización de la violencia, que lleva a un ocultamiento del papel activo de la víctima en una situación de violencia de pareja. Las explicaciones que centran su atención en la mujer como la receptora de la violencia ejercida por el hombre limitan la posibilidad de cuestionar críticamente el papel que el pensamiento social juega en la expectativa de algunos hombres, que esperan atención, protección, cuidado y sumisión de parte de las mujeres. Así como en algunas mujeres, que reconocen esas demandas sociales siguiéndolas y demandándolas a otras mujeres. Desde aquí se busca comprender qué elementos intervienen en el mantenimiento del vínculo de la relación de pareja en las mujeres que viven violencia. Pues encontramos que este intercambio de significado de lo que es ser víctima y ser mujer, está legitimado por la cultura con una masculinidad dominante en la que fueron educadas y, como señala Hierro (2002), domesticadas para ser mujeres. Unas de las instituciones más importantes para ello son la familia y el matrimonio o unión, que se encarga de reproducir los estereotipos de lo masculino y de lo femenino. Es decir, en el contexto de estas mujeres, existe una narración de victimización legitimada para éstas, aunque no sea nombrada e identificada por ellas como tal. La victimización impide reconocer la pugna que define nuestro presente, con roles y exigencias sociales en proceso de transformación. El tema central en este proceso es el de la libertad. De hecho es la libertad la que se coarta, se acota, se niega, cuando uno de los integrantes de la pareja violenta la relación. Una relación de pareja es no violenta cuando ambas partes son capaces de reconocer la libertad del otro y ofrecen mutuamente respetarla. La victimización es opresiva porque limita la posibilidad de que los integrantes de una relación de pareja violenta cuestionen sus prácticas y se permitan una vida en libertad.
Introducción:
El tema central cuando se habla de violencia intergénero, es el de la Libertad. De hecho es la libertad la que se coarta, se acota, se niega, cuando uno de los integrantes de la pareja violenta la relación. Una relación de pareja es no violenta cuando ambas partes son capaces de reconocer la libertad del otro y se ofrecen mutuamente el respeto a ella. Puede gustarnos o no el ejercicio de la libertad del otro, pero cualquier acción que socave el derecho que tiene el otro a ser y a hacer será ante todo defender su derecho, y el propio, a ejercerla libre y conscientemente. Se define como violencia a una conducta humana (acto u omisión) con la que se pretende someter y controlar los actos de otra persona; como consecuencia de ello se ocasiona un daño o lesión y se transgrede un derecho. Se produce siempre en un esquema de poderes desiguales, donde hay un arriba y un abajo que pueden ser reales o simbólicos. La violencia tiene un origen social y no natural.
El género se concibe como una categoría de análisis que ha ido evolucionando. El género es una construcción social e histórica específica que sobre la base biológica del sexo, norma lo masculino y lo femenino en la sociedad así como las identidades subjetivas y colectivas. Igualmente condiciona la existencia de una valoración social asimétrica para varones y mujeres y las relaciones de poder que se establecen entre ellos. Es decir, se comprende al género considerando que primero debe hacerse una distinción entre lo que significa el sexo biológico y la construcción cultural e histórica que éste significa.
Para Lamas (1997), por ejemplo: “los seres humanos simbolizamos un material básico que es idéntico en todas las sociedades: la diferencia corporal, específicamente el sexo… se ha dado en llamar el “sexo biológico” de una persona: genes, hormonas, gónadas, órganos reproductivos internos y órganos reproductivos externos (genitales)” (p.339). Sobre la que se diferencia a los seres humanos es el sexo, y la relación que tiene con nuestra capacidad de procrear. Sobre tal base es que se construye social, histórica y políticamente el género. Y en algunas culturas pareciera que si hablamos de lo femenino automáticamente nos referimos a las mujeres; y si hablamos de masculino lo hacemos de hombres. Esto no necesariamente es así, por ello al hablar de género debemos tomar en cuenta el contexto al cual nos referimos, pues cada cultura organiza este sistema de formas diferentes.
Desarrollo:
LO FEMENINO Y LO MASCULINO
Las mujeres se convierten en tales a partir de su asociación simbólica con la femineidad, el cuerpo se simboliza y lo hace con lo otro, el afuera, la naturaleza, el caos, la oscuridad. Además lo femenino es desvalorado, las mujeres y las tareas al estar asociadas a este simbólico cambian automáticamente de valor. Para Hierro (2003) existe una condición femenina actual que “parte de la biología, obedece a las necesidades culturales y se sanciona por la doble moralidad positiva en todos los regímenes patriarcales. Se conserva y perpetúa a través de la educación femenina (p.57).
Dicha condición se caracteriza por ser de inferiorización, de control y uso de las mujeres. La inferiorización de las mujeres consiste en un ser para otro, para sus padres, hijos, hermanos, etc. Que les impide ser para sí mismas. Esta inferiorización está basada en lo biológico como la constitución física, talla, peso, menstruación, la posibilidad del embarazo y la lactancia; así como su interpretación social en donde gracias a esta constitución todas las mujeres deberían ser madres. Una posibilidad de reivindicación para las mujeres es su capacidad para dar amor, éste “es para la mujer la única posibilidad de valorarse, tanto individualmente como dentro de las jerarquías sociales” (Firestone cit. en Hierro, 2003, p. 29). Sin embargo para las mujeres dar y recibir el amor constituye el sentido de su vida, Kollontay (cit. En Hierro, 2003) dice que existe “la necesidad de que la mujer renuncie al amor como único sentido de vida, si desea ser libre, como los hombres” (p.29).
Comenzaré estableciendo que existe una diferencia entre roles y estereotipos. El rol es sobre el hombre concreto, su conducta, actitudes y condiciones, a lo real. Primero surge la necesidad de diferenciarse de lo femenino, es decir de probar que son hombres en cada comportamiento que llevan a cabo, pues en éstos su identidad se pone en juego y no comprobar su masculinidad equivale a ser homosexual. Generalmente se confunde la masculinidad con ser hombre, virilidad u hombría, que más bien se refieren a las características sexuales, físicas como los genitales, la voz, la musculatura. Por eso cuando se ve cuestionada la masculinidad pareciera que se está cuestionando todo esto.
Es un prejuicio muy extendido que hace vulnerables a los hombres el referido con la frase Los verdaderos hombres siempre están listos. Esta idea es confirmada por la tendencia de algunas personas a difundir la idea de que los hombres cuentan con un amplio número de conquistas sexuales. La sexualidad masculina es percibida como irrefrenable, instintiva, animal y no necesariamente ligada a una expresión de afectividad. En el terreno de la violencia de pareja esta hipersexualidad justifica la infidelidad y la violación, pues al proponerse que es instintiva permite asumir que no puede ser controlada por el hombre y, por ende, se justifica.
En cuanto a que son violentos, para los hombres lo más importante en la definición de lo masculino es el dominio en la sociedad: autoridad y poder. La violencia de los hombres hacia las mujeres, niños y hombres homosexuales, es una forma de reafirmar su poder. De forma similar, realizar conductas donde arriesgan su vida sobre todo en la adolescencia, es parte de la afirmación de la identidad de género. Esto generalmente se realiza en las pandillas o grupos de padres, donde se pasan pruebas y ellos, tengan miedo o no, se esfuerzan por demostrar su indiferencia. Por lo menos así han sido socializados y eso es lo que asumen que su grupo social les demanda. También se presenta la represión de las emociones que es la contraparte de la rudeza, algunos hombres solo hablan de sus afectos o lloran cuando están ebrios. Los padres y madres no alientan el desarrollo afectivo en sus hijos por temor a la homosexualidad, lo cual dificulta las posteriores relaciones entre hombres y mujeres.
Los hombres se perciben como no domésticos, como proveedores, pues si mantienen el hogar económicamente son los jefes y mandan, tienen autoridad y dominio sobre la familia. Aunque también con los cambios sociales los roles se han modificado, hay ocasiones en que son las mujeres quienes ganan más que su pareja, a veces ellas son las que mandan, en otras no.
En las sociedades latinoamericanas se ha encontrado una constante en cuanto al género. Lo masculino y lo femenino son percibidos como opuestos. Se ha observado que para los varones la relación primordial es con el mundo exterior a la familia y la comunidad. La masculinidad es sinónimo de machismo. El honor es responsabilidad del hombre y resguardarlo significa proteger a las mujeres, sobre todo la sexualidad de éstas (madre, esposas, hijas y hermanas). Existe una doble moral que favorece a los hombres. Ellos pueden hacer lo que sea, sin riesgo al castigo, pero reprueban esas mismas conductas en las mujeres de su familia y de su grupo. En cuanto a la identidad masculina, asumen que el verdadero varón es aquel capaz de fundar una familia. De hecho asumen que el paso de la niñez a la adultez se deriva del ser padre. Embarazar a la novia, que por supuesto debe haber sido virgen al llegar al encuentro sexual con él, es un logro que los convierte en adultos. Se trata del varón hipersexuado, con ejercicio irrefrenable de su sexualidad. Claro que si la novia embarazada no era virgen, seguirá siendo un niño y, lógicamente no asumirá el rol de jefe de familia y proveedor. Se trata de un tipo de masculinidad que tiene dificultad para reconocer la vulnerabilidad y la necesidad de ayuda. Son hombres que se caracterizan por tener una tendencia a culpar a los otros por el temor a cuestionarse uno mismo, a ser juzgado o rechazado. Tienen también dificultad para reconocer lazos de causalidad entre sus actitudes y comportamientos y las consecuencias para ellos mismos a ser juzgado o rechazado. Son varones que tienden a negar o huir de sus problemas y sentimientos mediante el trabajo compulsivo, el alcohol, las drogas o la violencia. También tienen miedo a expresar sus emociones, ya que no se permiten perder el control sobre sí mismos. En ese sentido parece que la violencia está íntimamente ligada con el concepto del poder. Hierro (2003) dice al respecto que “Poder y violencia pueden sentirse como sinónimos porque realizan la misma función: “Hacer que los otros y las otras actúen como yo deseo”. La violencia es la más flagrante manifestación de poder” (p. 265)
El problema surge cuando encontramos que en algunas culturas esta diferenciación del género en masculino y femenino que ya revisamos mas arriba, no es una relación entre iguales sino que existe una jerarquía que subordina y por lo tanto devalúa lo femenino, y le otorga ese poder dominante del que ya mencionamos también, a lo masculino. Y como hablamos de dominación entonces lo hacemos de violencia que en este caso tiene una dirección específica: de los hombres a las mujeres.
Esta posición explicaría que por ejemplo, cuando en una pareja el marido golpea a su esposa, está ejerciendo una violencia directa, pero esta es sostenida por la violencia estructural, pues se supone que existe una jerarquía por el sexo al que pertenecen, entre el hombre y la mujer, en donde esta última tiene la posición subordinada. Jerarquía que está justificada por la violencia cultural, por las creencias en torno a la superioridad de lo masculino sobre lo femenino. Hierro (2003), hace un análisis sobre tres ámbitos en los que aparece la violencia y que considera pueden descubrir sus causas: 1. “la violencia cultural que es la configuración de los espacios genéricos. 2. “la violencia de la socialización diferenciada y asimétrica, en la conformación de los roles genéricos. 3. “la violencia de las instituciones sociales: la familia, la sociedad civil y el Estado” (p.264). En esta forma las tres violencias se interrelacionan una con la otra y se legitiman mutuamente.
Para esta autora el patriarcado, como sistema de dominación “delimita los espacios jerárquicos dotándolos de una significación, que opera como barrera que incluye o excluye a los grupos subordinados, de acuerdo con las necesidades y los intereses del poder” (p. 269). En el caso de las mujeres como subordinadas no se les da a elegir los espacios sino que se les imponen, como la casa o ámbitos específicos de trabajo, por ejemplo las maestras o enfermeras; que también pueden ser simbólicos como lo privado, la naturaleza, la religión, etc. En cuanto a la socialización diferenciada, en la que: “los mecanismos de implantación de los estereotipos de género se desarrollan progresivamente en la subjetividad mediante mecanismo de socialización minuciosos y complejos; adquieren carácter normativo que regula y legitima la interacción desigualitaria entre los grupos, y se ejerce contra los hombres y las mujeres” (Hierro, 2003, p. 270).
Son dos procesos uno externo y otro interno los que sostienen los estereotipos, el primero está representado en las leyes y el interno en la socialización de la dependencia en materia sexual y la represión del placer sobre las mujeres (Hierro, 2003). Las instituciones encargadas de la socialización son la familia, la sociedad civil y el estado, que promueven una educación formal y no formal diferenciada y desigual. La sociedad civil y el Estado se encargan de legitimar esos aprendizajes, pues los mantienen y defienden castigando a quienes no se comportan de acuerdo con las normas. La complicidad entre estas instituciones hace que la violencia tome un tono de normalidad en la vida cotidiana y que sea difícil de reconocer, por todas las estrategias que se utilizan. En este sentido las constantes amenazas y golpes de los esposos o parejas hacia las mujeres constituirían la prueba del primer punto. De acuerdo con Ferreira (1996) generalmente este tipo de mujeres no tiene contacto con su familia, amigas, amigos o vecinos, ya que el marido le ha prohibido que tenga relaciones con ellos.
SOCIALIZACIÓN DE LA VULNERABILIDAD FEMENINA
En la literatura sobre violencia hacia las mujeres éstas son caracterizadas como las víctimas y el hombre como el agresor. A la mujer se le coloca en la condición de víctima, pues es común que se afecten bienes jurídicos y/o se les ocasione de daño. Sin embargo la conducta que crea la victimización no es un delito, al contrario, los victimizadores actúan cumpliendo las normas de rol social que desempeñan. La realidad está tejida por símbolos, significados y sentidos que constituyen el lenguaje, pero este no ocurre en la nada, sino en personas, construidas ellas mismas por él, que están en relación constante entre ellas. Gergen (1996) propone una teoría relacional donde explica que las personas realizamos auto narraciones sobre nuestra vida. Estas son autoexplicaciones de lo que somos a través de acontecimientos relevantes y a lo largo de un tiempo. Es decir, para este autor somos el resultado de un relato construido y relatado por nosotros mismos. Se trata de creaciones de orden narrativo que pueden resultar esenciales al dar a la vida sentido, significado y dirección. Es decir, las narraciones que hacemos sobre nosotros mismos o nosotras mismas están ubicadas cultural e históricamente, por lo tanto crean el sentido de lo que es “verdad”.
Cada individuo tiene una narración que construye con coherencia sobre lo que deben ser sus vidas de acuerdo con la cultura a la que pertenecen. Los otros siempre forman parte de la narración y dependemos de su afirmación para validar nuestro relato. Esto forma una red de identidades en relación y reciprocidad. De hecho cuando el otro se reitera de la narración o la contradice es amenazada su existencia. Incluso el concepto de yo, que para algunas teorías es interior, individual, personal y único, es definido por Gergen (1996), como una narración que se hace inteligible en el seno de las relaciones vigentes” (p. 232).
De acuerdo con Gergen (1996), para nosotros es importante abordar los discursos de las mujeres puesto que nuestra cultura provee no sólo los contenidos de lo qué decir sino también las formas de cómo decirlo. El género es una de las primeras marcas de identidad, al momento de nacer (y a veces antes) nos llaman niño o niña, entonces nuestras historias de vida están impregnadas de dicha asignación. Estas historias no son producidas originalmente por nosotras sino que tienen una forma y un contenido específico para hombres y mujeres, de lo que una y otro deben ser y entonces cada una y uno va viviéndolo de acuerdo con que género fue asignado.
Reconocer la forma que en el terreno del género adquiere la desigualdad social supone el reconocimiento de una cosmovisión de lo femenino marcada por la construcción de una identidad de género en la que lo que prevalece es la ausencia de opciones para acceder a un proyecto de vida propio. Esto implica una identidad de género vulnerable por su doble dimensión de exclusión. Más allá de ser para otros, las mujeres se viven como un ser únicamente a partir de otro. Esta forma de enfrentamiento a la vida es deficitaria y carente.
Esta situación se reproduce en la socialización de muchas mujeres. Un estilo de sociedad en el que las normas y las prescripciones son naturalizadas de manera rígida por hombres y mujeres que reconocen un discurso conservador y lo objetivan en reglas sociales que limitan a las mujeres y les ponen lejos del alcance de la escolarización y la formación para el trabajo. El resultado es claro, ser a partir de otro y enfrentar un contexto económico difícil, pone en alto riesgo a estas mujeres, que son susceptibles de ser violentadas y excluidas.
El papel de la cultura y lo social en la construcción de las mujeres y los hombres y en la construcción de lo femenino y lo masculino como formas de apropiación y de construcción del mundo. Siendo hombres o mujeres, reconocemos lo que sí y lo que no. Identificamos las ventajas y desventajas de nuestro propio género, porque lo masculino y lo femenino, como formas del pensamiento social, son nuestras y están en nosotros. La inferiorización de las mujeres consiste en un ser para otro, para sus padres, hijos, hermanos, etc., que les impide ser para sí mismas.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de las Dinámicas de las Relaciones en los Hogares 2016, del INEGI, los hermanos, el padre y la madre son los principales agresores de las mujeres que sufren violencia. Se trata de un dato que muestra que el núcleo familiar que primero no proveyó de los elementos necesarios para que las mujeres enfrentaran las vicisitudes de la vida con fuerza y firmeza y que, por el contrario les propició el desarrollo de alternativas vulnerables para su desarrollo, es además el encargado de violentarlas.
Además, es el espacio del hogar que no solo falla en proveer de un ambiente seguro, sino que es el lugar en el que, en primer lugar, ocurre la violencia hacia la mujer.
Es en la relación de pareja en donde estas mujeres han experimentado violencia física y/o sexual. Sin embargo no acudieron a buscar ayuda ni denunciaron porque ellas mismas legitiman la violencia que sus parejas ejercen en su contra. Los datos arrojados por la encuesta, que se aprecian en las siguientes tres gráficas muestran la tendencia a constituirse como víctimas y a legitimar esto, al mismo tiempo.
Conclusiones:
La identidad de las mujeres está construida a través de roles tradicionales de la cultura a la que pertenecen. Por modelos de madres sumisas, padres proveedores o ausentes, que se relacionan en una violencia casi imperceptible, micropoderes para utilizar el concepto de Foucault, que fueron las formas a través de las cuáles las mujeres aprendieron a relacionarse con sus parejas.
El ser mujer significa para ellas una dicotomía entre el ama de casa versus la profesionista con doble o triple jornada. Además de percibir al colectivo mujeres como una dificultad versus la libertad que tienen los hombres, en varios ámbitos de la vida cotidiana, desde los juegos de niños hasta la elección de profesión o siquiera la oportunidad de estudiar.
Con estos roles las mujeres responden a las expectativas de los hombres en la relación de pareja, en donde ellos tienen el control y toman las decisiones importantes; además esperan que ellas les sirvan, los entiendan, les sean fieles, les den hijos. Las mujeres también esperan igualdad en dicha relación, aunque todavía se siguen asumiendo como mantenidas, es decir, con dependencia económica de sus parejas.
La violencia que los hombres, sus parejas, ejercen contra estas mujeres es justificada por ellas, asumiendo la responsabilidad por ellos, culpándose o explicándola por otros factores externos a los hombres, restando la responsabilidad que ellos deberían reconocer por este tipo de conductas.
Existe resistencia hacia el poder que se ejerce contra ellas, pues observamos que responden a los golpes, insultos, chantajes, etc. Sin embargo, esta reacción no se utiliza con fines de deshacer el vínculo, es decir, no se visualiza la posibilidad de elegir una alternativa a la situación de violencia contra estas mujeres, por ellas mismas.
No se perciben como víctimas, por lo menos no la mayoría, aunque en sus narraciones se observen las características de una víctima: el sufrimiento y la injusticia. Lo que podría hablarnos de la naturalización de la violencia, es decir, su forma estereotipada – todos los hombres insultan, son celosos, golpean las mujeres y ellas lo resisten hasta que la muerte los separe -, la convierte en algo normal, que sucede a diario y es parte de la actitud natural. La libertad y la independencia son alternativas que no han sido exploradas por ellas debido al miedo que les producen pues no han sido educadas para elegirlas.
Esta descripción nos lleva a concluir que la construcción social del ser mujer, para las mujeres que consideran así el mundo es la construcción social de una víctima, es decir, sufren por la violencia que se ejerce sobre ellas y tienen una idea de que éste no es un trato justo, pero no lo nombran como tal, es decir, no se llaman a sí mismas víctimas.
La identidad de las mujeres está construida a través de roles tradicionales de la cultura a la que pertenecen. La violencia que los hombres, sus parejas, ejercen contra estas mujeres es justificada por ellas, asumiendo la responsabilidad por ellos, culpándose o explicándola por otros factores externos a los hombres, restando la responsabilidad que ellos deberían reconocer por este tipo de conductas. Existe resistencia hacia el poder que se ejerce contra ellas, pues observamos que responden a los golpes, insultos, chantajes, etc. Falta un modelo alternativo de feminidad, formal e informal, que incluya como valores la independencia y la libertad.
Bibliografía:
Aguilar, R. M. (1998). “Violencia y micropoderes”. En A. Sánchez (Ed.). El mundo de la violencia. México: UNAM/FCE.
Corsi, J. (1992). “Abuso y victimización de la mujer en el contexto conyugal”. En a. Fernández y M. Belluci (Eds) Las mujeres en la imaginación colectiva. Una historia de discriminación y resistencias. Buenos Aires: Paidós.
Ferreira, G. (1996). La mujer maltratada. México: Hermes
Gergen, K. (1996 a). Realidades y relaciones. Aproximación a la construcción social. Barcelona: Paidós.
Hierro, G. (2003). Ética y feminismo. (2ª. Ed.). México: UNAM.
Lamas, M. (coord.). 1997. El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. México, PUEG/UNAM.
Sánchez, A. (2020) La violencia de género en México, ¿En qué vamos?, Revista Digital Universitaria, vol. 21, Núm. 4, doi.org/10.22201/cuaieed.16076079e.2020.21.4.1
Palabras clave:
Victimización, Desigualdad, Creencias, Valores, Naturalización.