Resumen de la Ponencia:
El presente escrito analiza el concepto de comunidad (o del nosotros) que surgió durante los primeros meses de la pandemia de COVID19 en México, cuando mediáticamente se presentaron las disposiciones del Estado y el organismo sanitario para cuidarnos del virus. Al inicio y en los 6 primeros meses se llevó a cabo un proceso de inmunización que mostró que el Estado y el organismo sanitario diseñaron una política para la multitud y la presentaron como una política comunitaria. Se plantea que el concepto de “nosotros” entró en crisis con el surgimiento y el desenvolvimiento de la pandemia, dando lugar a que el Estado y la política sanitaria, se organizaran y se dirigieran a “la multitud.”
Se tomará el planteamiento de Roberto Espósito y Patricia Manrique, sobre la dialéctica inmunitaria, para exponer de qué forma la pandemia de COVID19 propició una política sanitaria para la multitud. En un segundo momento, se analizará a partir del pensamiento de la propuesta de estos autores, cómo la negación del otro en el proceso de pandemia afirma el carácter de intruso, extraño y extranjero que tenemos con nosotros mismos. Y es en esa intrusión y en esa extrañeza que existe, está la posibilidad de recobrar un “nosotros”. De ahí que no resulte necesario plantearse nociones como la de “nueva normalidad” como una solución al problema del cómo y en qué condiciones habremos de relacionarnos, siendo que la noción misma de “normalidad” no ha sido críticamente evaluada. Al contrario, la noción de nueva normalidad es la ilusión ofrecida por los que apuestan por una política sanitaria de las multitudes. Vivir juntos, en un nosotros, implica un abandono de la normalidad y el riesgo y la fragilidad en un proceso inmunitario.
Introducción:
El animal-hombre puede vivir más tiempo que todos los otros porque está constitutivamente enfermo, no pese a ello. Para poderse “recargar,” la vida necesita sin cesar aquello que la amenaza…
(Cf. Roberto Esposito, Immunitas, Protección y negación de la vida)
La primera versión de este trabajo la realicé en mayo de 2020, apenas un par de meses después de que surgiera la pandemia de COVID19 en México. En aquel momento existía en mí una prisa, un deseo ansioso por comprender si el dispositivo de inmunización llevado acabo por las autoridades sanitarias de nuestro país estaba resultando de alguna manera “más hospitalario” que en otros países como España- donde el confinamiento era estricto y cualquier vagabundeo era causa de arresto- o si nos encontrábamos ante una posible política sanitaria que desestimara la fragilidad humana ante lo desconocido, ante lo incierto, ante lo puramente viral para protegerse de un estado de naturaleza y caos.
Casi dos años después de haber comenzado con esta reflexión, me di cuenta que la prisa es mala aliada (como diría Patricia Manrique) en el ámbito del pensamiento y mucho peor en el análisis de sistemas y políticas de salud. El estudio de los procesos complejos de salud- enfermedad-atención y cuidado que formaron parte del dispositivo de inmunización al inicio de la pandemia de COVID19 requieren tiempo para ser reflexionados, de otra manera corremos el riesgo de integrar todos los elementos reduciéndolo a esquemas.
En el 2020, no estábamos preparados para distanciarnos del acontecimiento de la pandemia en nuestras vidas, nos encontrábamos inmersos en un contínuo cambio de propuestas sobre seguridad social. Si acaso se mantenía la necesidad de un confinamiento general, uso de cubre bocas para evitar el contagio y la sanitización constante de manos para prevenirse de la enfermedad. Pero el tratamiento de la enfermedad por parte del sector salud en los hospitales públicos no parecía claro para los que no tenemos una formación médica y estábamos al tanto de la pandemia vía televisión, redes sociales o medios masivos de comunicación. En estos medios se hablaba del peligro del COVID19 por la velocidad del contagio, pero también por el índice acelerado de mortandad de los enfermos. El parámetro de lo “normal” al inicio de la pandemia se establecía a partir de enfermedades como la gripa (de la cual sabemos hay vacuna) que sólo mata a 1 de 30 pacientes. La mortalidad del coronavirus se presentaba mucho mayor por lo que parecía casi evidente que nos encontrábamos ante una situación anormal en términos de enfermedad.
Al final, viendo las cifras diarias de fallecidos por Coronavirus, la existencia en la pandemia parecía poco prometedora y a muchos nos llevó a preguntarnos cómo podríamos relacionarnos con los otros, sin sentirnos amenazados por la posibilidad de que al contagiarnos falleciéramos; o que nosotros los contagiásemos y “presuntamente” acabáramos con sus vidas. La tensión y el miedo primordial era el contacto entre todos: vecinos, familiares, amigos, conocidos, desconocidos. También existía temor a la violencia, a la sensación o la percepción de que los otros dejaran la diplomacia, el tacto y las buenas costumbres para proteger sus vidas sin considerar la propia- cayendo todos en una suerte de estado de excepción prolongado-. ¿Cómo conservar ese lazo comunitario destruido por la pandemia? ¿Podía ser que los sistemas de salud y los sujetos del cuidado de la salud pudiesen reconstruir ese lazo? ¿O más bien sólo en una responsabilidad compartida finamente tejida cabría esa posibilidad? Estas preguntas me llevaron hoy día, a replantear viejas conclusiones.
Desarrollo:
¿A qué me refiero cuando hablo de un proceso de imunización? El primer argumento de Roberto Esposito en su obra Immunitas, Protección y negación de la vida, sostiene que toda comunidad tiene un aparato inmunitario. La palabra immunitas en su etimología refiere: inmmunis: negación del munus (mundo); en su designación política: un privilegio; en su excepción jurídica: libre de cargas, exonerado, dispensado; en su excepción económica: quién no debe nada a nadie; y, en su carácter social: anticomunitario.
En la excepción biomédica (a la que estamos más acostumbrados) ¨ (…) condición de refractariedad del organismo ante el peligro de contraer una enfermedad contagiosa.” (Esposito, 2005, p.16).
En un proceso de inmunización, suele privilegiarse al desarrollo de una vacuna, como el pilar y el centro del mismo proceso pues es en ella encontramos la reproducción controlada del virus como protección ante la enfermedad. Sin embargo, en mayo del 2020, el mundo aún estaba lejos de producir esa respuesta (o por lo menos no había conocimiento de que existiera) y por ello se produjeron otros procesos previos de inmunización.
Para poder comprender el proceso de inmunización es necesario abordarlo en primer lugar, a partir de la teología política. La teología política fundamentó los procesos de imunización que después retomará la antropología filosófica y la biopolítica para analizar el fenómeno del Corona Virus.
La teología política explica de qué manera la religión judeocristiana inserta la observancia de uno o varios rituales y el respeto a una o varias prohibiciones para constituir a la comunidad. Cuando se violentan estas condiciones, la comunidad se destruye y entonces el proceso de inmunización se pone en marcha. Sólo que éste no tiene aún un carácter asociado a una enfermedad como la entendemos actualmente. Su liga más próxima se remite a una violación en forma de pecado- que es un distanciamiento de Dios, cuando es él quien mantiene la unidad de la comunidad (el cuerpo de Cristo)-. La idea cristiana “No hay mal que por bien no venga” es el claro ejemplo de que la comunidad puede hacer uso del mal para recobrar la cercanía a lo divino. De otra manera, la comunidad en cuanto tal es insostenible.
Para la antropología filosófica, que analiza el filósofo italiano, el proceso de inmunización es mucho más complejo. En nuestra era contemporánea la unidad de la comunidad involucra más allá de un basamento religioso. Se ponen en juego la participación de las instituciones como el Estado, pero también la mediación del conocimiento médico (o la institución médica) que configura y reconfigura nuestra visión de las enfermedades impactando socialmente. “Pero el exceso de mediación institucional que plantea la antropología filosófica no es más que una de las dos modalidades prevalecientes mediante las que el paradigma inmunitario se vincula con la dimensión colectiva de la vida.” (Esposito, 2005, p.25).
La primera modalidad del paradigma inmunitario es la biopolítica o el dispositivo biopolítico que surge en el siglo XVIII. Este coloca al cuerpo biológico como sinónimo de la vida misma, reduciéndola por completo al vacío y a la desnudez. Anteriormente no se podía hablar de vida, sin hablar, por ejemplo, de poseer un espíritu o una conciencia. Sin embargo, el conocimiento se tornó instrumental cuando fue necesario evitar más muertes por enfermedad. Por ejemplo, durante la peste negra, que al inicio se pensaba era un problema de herejía y que sólo afectaba a ese grupo, pero después ante la gran mortandad se corrobora que caían hasta los más santos.
Es entonces cuando los procesos de enfermedad y muerte cobran relevancia en un ámbito a nivel cuerpo biológico y se convierten en una amenaza. El cuerpo político que alguna vez sostenía su soberanía en el Rey o el Estado se sustituye por la protección reproductiva de la vida. Se subordina una función biológica a una visión general de la realidad. Por lo que, la función del sistema inmunitario aparece como un dispositivo militar ofensivo y defensivo, que va en contra de todo lo que no es reconocido como <<propio>> y entonces debe ser rechazado y destruido. En este sentido “(…) la vida sólo puede ser protegida de lo que la niega mediante una negación ulterior.” (Esposito, 2005, p.28).
Siguiendo el argumento en estos términos biopolíticos, la solución más próxima para defenderse de la amenaza de un virus es el uso del pharmakon (medicina y veneno al mismo tiempo). Este exceso de mediación del saber médico, sobre la posible solución de la amenaza de una enfermedad (Coronavirus) impide que la comunidad se reconozca como tal. Ya que subsume a la vida a meras funciones biológicas de cuerpos carentes de humanidad.
Esposito explica, que previo a este vaciamiento del cuerpo político en términos puramente biológicos, la propuesta Hobbesiana demuestra que el hombre pasa de un estado de naturaleza a un estado civil en la creación del Estado. El Estado funciona aquí como una nada artificial que permite anular la nada natural de la comunidad. Y así, aun cuando la comunidad pierde la socialidad durante el proceso de inmunización, la recobra cuando el soberano suspende su derecho de dar muerte a quien se le resista, esto significa que ¨la igualdad de todos los súbditos ante el soberano es la que desactiva el peligro determinado por la idéntica capacidad de dar o recibir muerte antes de la constitución del orden civil. ¨ (Esposito, 2005, p. 124).
Sin embargo, en los primeros meses de este proceso de pandemización (como lo llama Jean Luc Nancy) resultó imposible poner en marcha este proceso de reanudación de la comunidad. En primer lugar, porque es un virus (el nivel biomédico) el que amenazaba a la vida en general. Se pierde la singularidad y la particularidad de la vida en tanto hombre (ser no puramente animal, ni puramente espíritu) y se desestima el orden de lo antropológico en términos de fragilidad humana.
El acaecimiento de la pandemia, no es para nosotros, solamente del orden de lo biológico pues el animal-hombre, vive su existencia en términos de Esposito, como una constante herida que le obliga a objetivar su existencia y ponerla fuera de sí mismo. En la filosofía hegeliana, solo <<yo>> puedo constituirme como una conciencia a partir de mi relación <<con>> los otros y <<para>>los otros., siempre objetivándola.
Esposito (2005) afirma que el hombre “es la llaga, que lo refiere a lo otro de sí”. El cuidado de sí mismo, así como el cuidado de los otros en sociedad representa una constante productividad de lo negativo. Es decir, una constante conciencia de que vivir en comunidad, o de vivir con otros implica por un lado un reconocimiento de mí mismo, pero también una amenaza. De esa amenaza, que es lo negativo, la comunidad necesita sacar provecho para sostenerse. Para que exista una communitas, es indispensable la existencia de una immunitas. No se puede negar el aparato inmunitario. Sin embargo, cuando existe una radical aspiración a conservar la comunidad, el aparato inmunitario se sobrepone a la comunidad y pone en manos de la política la protección de la vida humana.
Al inicio y en los 6 primeros meses de la pandemia en México se llevó a cabo un proceso de inmunización que mostró que el Estado y el organismo sanitario diseñaron una política para la multitud y la presentaron como una política comunitaria. La modalidad de lo biopolítico se impuso de alguna manera, no sólo en México, sino en otros continentes como Europa. Manrique (2020), afirma que la comunidad, el “nosotros” se redujo al lenguaje de la identidad.
La biopolítica, completamente visible, ahora obligada si se quiere, implica e implicara, constantemente, decisiones acerca de quiénes somos, de cuál es “nuestra identidad” y quiénes formamos parte de ese “nosotros” que ahora hay que defender del virus, pero tiende a rechazar a todo lo extraño, otro… (p.159).
Es difícil aún sostener, después de tan poco tiempo del acontecimiento de la pandemia, que el organismo sanitario deliberadamente diseñara una política sanitaria para las multitudes. Me atrevo a proponer, más bien, que esa política fue una solución con “prisa” para contener la situación de amenaza.
El dispositivo biopolítico encontró por lo menos tres procesos de inmunización que fueron puestos en marcha al inicio de la pandemia: el confinamiento, el distanciamiento social y el uso de cubre bocas. Con el confinamiento y el distanciamiento social, se hizo expresa la necesidad de romper con el contacto cuerpo a cuerpo que la política sanitaria requería para evitar el contagio del virus y así contener la mortandad. Pero este dispositivo de disgregación social necesario (la potencia de lo negativo) propicio con su violencia la pérdida de la sociabilidad, pero también de la diplomacia. Los primeros meses se impuso un confinamiento que, de manera individual, adoptamos. Sin embargo, también se impuso una vigilancia proveniente de la Guardia Nacional (en México) que en algunos lugares generó un estado de miedo constante en la población.
Con respecto al tema del miedo generado entre ciudadanos y autoridades por la amenaza del Coronavirus, señala Roberto Espósito- siguiendo a Hobbes, hay en el cuerpo político distintas formas de manejar la violencia resultante.
La diplomacia, junto con el arte del “tacto” son dispositivos inmunitarios que generan cierta violencia pues el “(…) tacto es el arte de no-acercarse-demasiado, de no-ser demasiado abiertos” (Esposito, 2005, p.14). Sin embargo, la violencia del confinamiento o el distanciamiento social fueron dispositivos inmunitarios que de alguna manera desbordaron estos parámetros. Es importante resaltar la importancia de este arte para atender nuestro principal problema que es la comprensión de un “nosotros” en tiempos de pandemia.
La violencia del confinamiento y del distanciamiento social, fue (y aún es) uno de los motivos por los cuales el organismo sanitario atendiera a la multitud, en lugar de buscar restituir el sentido de comunidad. Según Virno (citado en Wikipedia 2022) afirma:
La diferencia básica es que bajo la distinción de Hobbes el conjunto de ciudadanos quede simplificada a una unidad como cuerpo único con voluntad única, mientras que el concepto de multitud rehúsa de esa unidad conservando su naturaleza múltiple. (p. 2).
La multitud o las multitudes funcionan como agentes de producción biopolítica dentro del sistema político. Por un lado, en un sentido negativo, se oponen al concepto de <<pueblo>>o al de <<muchedumbre>>, pues su naturaleza deviene múltiple y es imposible concebirlo como unidad. Por otro lado, su naturaleza múltiple permite la generación de una inmunidad virtuosa.
En su función negativa, una política sanitaria dirigida a la multitud, describe la incapacidad del cuerpo político de definirse en una voluntad única que proteja a todos los ciudadanos de la amenaza de la enfermedad. Entiéndase por voluntad única y siguiendo a Nietzsche, la capacidad de una voluntad de poder sana, de poder hacer frente a la enfermedad que le aqueja, desde una posición de sujeto de cuidado fuerte. Esto es en términos políticos desde una política en donde el Estado y el organismo sanitario pudieran encontrarse en una posición de mediación no excesiva. Pero a consecuencia, de la percepción de la amenaza de vida-muerte que generó la pandemia, el proceso de inmunización se impone sobre la comunidad y prácticamente la elimina.
Es aquí cuando, la consideración de una política sanitaria de las multitudes tiene un efecto positivo. Las disposiciones inmunitarias del confinamiento, el distanciamiento social y el uso de cobre bocas “impuestos” a todos, desdibujan todas las diferencias que impregnan nuestra vida cotidiana. Ya no hay determinaciones sobre clase, raza, edad, etc. sino disposiciones de cuidado, que inicialmente se disuelven en la categoría de la multitud. Gracias a este proceso aconteció que muchos médicos, enfermeros y voluntarios no se negaron a trabajar, aunque pudieron haber apelado a ello en una visión contractualista. La disolución de la categoría comunitaria en una categoría de multitud permitió que se llevara a cabo una propuesta de cuidado que en muchos de los casos propició la inmunidad virtuosa.
Conclusiones:
¿A qué nos referimos con inmunidad virtuosa? La inmunidad virtuosa propuesta por Patricia Manrique y sustentada por Esposito, promueve que la salud sea una responsabilidad compartida.
Pensar desde el “Nosotros” para abandonar “La Multitud”, es en cierto sentido, el segundo momento, después de aquel en donde surge la disposición al cuidado del otro como responsabilidad compartida. Sabemos que estar expuestos o ser expuestos- en este caso al Coronavirus- propicia dos caminos: la búsqueda excesiva de la protección propia sin la responsabilidad por el otro o los otros; o la capacidad de la prestación mutua, en la fragilidad de la vida, como política de salud.
En el primero de los casos se elude la responsabilidad por el otro pues primordialmente se le tiene por extraño, por extranjero o por amenaza. Esto en el sentido de no tener una cercanía o familiaridad o que no forme parte de tu comunidad o de un “nosotros”. El riesgo de esta posición va en dos vertientes: los dispositivos inmunitarios se perciben con una mayor violencia y pueden impulsar a este sector a permanecer en un estado de miedo y amenaza que impide restituir sus lazos comunitarios. Por lo cual, continúan inmersos en la categoría de la multitud pues no pueden salir de sí mismos. El segundo riesgo es que desdibujados en la multitud e incapaces de “ver” al otro más que como un cuerpo biológico, aplican la misma dialéctica de negación en sí mismos. Se subsumen voluntariamente a la propia violencia de la que creían mantenerse alejados.
En el segundo caso, la capacidad de la prestación mutua habla de una posición en donde esa categoría del “nosotros” se encuentra en constante apertura, sin la necesidad propiamente de identificación inicial. Aunque el proceso de inmunización exista un momento de negación del otro, durante la inmunización hospitalaria la responsabilidad compartida abre posibilidades donde la percepción del otro como un mero cuerpo biológico trascienden a un terreno existencial. Se ponen en juego las distintas capas que envuelven el entendimiento de la enfermedad. Se propicia nuevas habilidades de entendimiento y además se abre la posibilidad a crear políticas sanitarias donde la población participe en conjunto a las autoridades médicas.
Pienso, que no es necesario plantearse nociones como la de “nueva normalidad” como una solución al problema del cómo y en qué condiciones habremos de relacionarnos para llevar a cabo una inmunidad hospitalaria. La noción misma de “normalidad” corre el peligro de evocar las condiciones civilizatorias prexistentes a la pandemia. La realidad, desde mi punto de vista, es que no existe un solo saber y una sola “normalidad” prexistente.
La biopolítica impone de manera muy general, una visión de la realidad donde continuarán surgiendo nuevas enfermedades y en consecuencia nuevos fármacos o vacunas que resultarán necesarios para combatirlas. Es decir, nuevos aparatos de inmunización adaptados a las condiciones capitalistas. Un mensaje llevado a la multitud con demasiada prisa.
Me parece, que saber quiénes somos nosotros, es también saber que el desarrollo de la biomédica en tratamiento de enfermedades provenientes de virus o bacterias han transformado la propia visión del cuerpo. Ya no existe, en estos días un cuerpo, puramente natural, o puramente constituido biológicamente que pueda llamarse “normal”.
De la misma manera, tampoco existe un cuerpo político, un sistema político que consideremos “normal”. El desarrollo de la pandemia de COVID19 impulsó a las ciencias sociales- en mi caso a la filosofía- a no descartar la producción de nuevas formas de crear salud, a partir de la aceptación de que la enfermedad no necesariamente se asocia con un estado completamente higiénico, donde el cuerpo deja de ser frágil y puro. Y más bien entender en esta pandemización, la propia enfermedad es una oportunidad de recargar vida. Esto por supuesto, no quiere decir, que se elimine el temor ante la muerte y se busque borrarla pretendiendo que esta situación será la base de una nueva normalidad. La estrategia del borramiento, sólo sería consecuencia de la desestimación humana de la vida del animal- hombre.
Bibliografía:
Esposito, R. (2005), Immunitas, protección y negación de la vida, Buenos Aires-Madrid, Argentina-España: Amorrortu editores.
Manrique, P. (2020), “Hospitalidad e inmunidad virtuosa”, en ASPO (ed.), Sopa de Wuhan (pp. 145-163), España, ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) Editorial.
Virno, P. (2022), “Multitud”, Gramática de la Multitud. Para un análisis de las formas de vida contemporánea, 2, recuperado de http://www.wikipedia.org/wiki/multitud
Palabras clave:
inmunización
biopolítica
multitud