Resumen de la Ponencia:
Desde los medios de comunicación y la academia se emplea el concepto desigualdad que constriñe la vida de miles y millones de personas, desde una perspectiva economicista e interindividualista. Para nosotros la posibilidad de comprender, primero y proponer alternativas después, implica partir de dos cuestiones. Primero de pluralizar el concepto. No se trata de una desigualdad económica sino de múltiples desigualdades que imposibilitan que las personas emprendan proyectos innovadores, que les acerquen a otras formas de vida. La segunda cuestión es ir más allá de la discusión de lo económico y ubicarla en la dimensión psicosocial. Es importante indicar, de inicio, que partimos de la asunción de que la realidad psicosocial se construye, siendo que las personas participamos de dicha construcción en nuestro día a día sin ser autoras de ésta. Asimismo, esta realidad es de larga data, lo que implica que los elementos que hoy parecen estructurantes son resultado de la dinámica social a lo largo de años, décadas y siglos. Hoy nos pensamos con categorías excluyentes, tales como pobres y ricos, hombres y mujeres, cis y no cis, indígenas y mestizos y criollos, etc., de manera que es impensable una referencia hacia la otredad que es uno(a) mismo(a). Así, la lógica consecuencia es el reduccionismo, a través de la fragmentación de desigualdades intraindividuales, en una amplia diversidad de desigualdades que parecieran ser mutuamente excluyentes. Esto, paradójicamente, oscurece la desigualdad misma. Los discursos emancipatorios tienden a polarizar a favor o en contra de algunas de estas categorías excluyentes. Así, por poner un ejemplo, una mujer indígena, o una CEO de un corporativo financiero trasnacional, son consideradas como integrantes de una condición psicosocial compartida, por el hecho de ser mujeres. No obstante, entre ellas median desigualdades insalvables, de tipo económico, racial, cultural y educativo, entre otros, que se invisibilizan al ser reducidas a una mera desigualdad de género. Este esquema resulta insuficiente para el análisis psicosociológico de la desigualdad. Tantas y tantas distinciones enceguecen y limitan la apreciación de las diferencias que quedan acotadas a su virulencia y su disruptividad. Proponemos una alternativa que nos distancie de las limitaciones de la lógica de las polarizaciones, a favor de un esquema que le de mayor relevancia a lo que nos es común. Esto se deduce de los estudios del conflicto realista de Sherif y Sherif (1953) y de la teoría de la identidad social de Tajfel (1978). De ahí la necesidad del desarrollo de una psicosociología de las desigualdades que permita una comprensión más integral de éstas.
Introducción:
Es común encontrar en los medios de comunicación la reiteración de un prejuicio. Los pobres son pobres porque quieren ser pobres. Se trata de un prejuicio que encubre una realidad muy compleja en la que participamos todas y todos. Los que habitamos hoy las sociedades modernas y aquellos que nos han antecedido, en los últimos trescientos años, compartimos un mundo que tiene como valor de cambio el dinero. Este entorno socioeconómico y político se enmarca en una conceptualización de los seres humanos que toman el modelo del individuo y lo asumen como su identidad. Así, en el sentido común se repiten las consabidas ideas de que la riqueza es asequible a cualquiera que se esfuerce y que la desigualdad, que es siempre económica, deviene de una desigualdad en el empeño, en el esfuerzo, en la decisión de las personas.
Unos que tienen mucho, se deduce, se han esforzado más, o mucho más, que otros que no tienen nada o que carecen de prácticamente todo, que por ende son merecedores de tan desafortunado resultado. La argumentación economicista asume este prejuicio sin cuestionarlo. De hecho, al final, unos tienen mucho y son desiguales de otros que tienen poco, sin que importe la causa. De esta manera se ha dado una proliferación de estudios sobre la desigualdad que asumen la raíz economicista como causa y como efecto de lo que estudian (Stiglitz, 2017; Frankfurt, 2016).
Nuestra posición cuestiona el planteamiento economicista. Partimos de la idea de que la economía es el contexto que enmarca, en los últimos trescientos años, la construcción social del individuo y del individualismo. Desde un enfoque psicosociológico, las desigualdades que circunscriben y constriñen la vida social, política, educativa y económica de los hombres y las mujeres son resultado de dichas construcciones sociales. La solución, más allá de la importancia de que la riqueza se distribuya con una ética y moral diferente a la capitalista, pasa por una reformulación del vínculo psicosocial, esa es la propuesta que se desarrolla en el presente texto.
Desarrollo:
EL CONCEPTO DE DESIGUALDAD Y SU VERTIENTE ECONOMICISTA
En la actualidad es casi un lugar común el empleo del concepto desigualdad para referirnos a una lacerante realidad en la que muchos tienen muy poco y pocos, poquísimos tienen casi todo. Una distribución inequitativa de la riqueza se propone como la base, la razón, la causa de la desigualdad. La inmensa masa de las personas desposeídas que se ubican en uno de los extremos de la distribución de la riqueza, en donde la carencia económica es la constante, tienen una problemática que resulta de una larga historia (Pontón, 2016).
Desde el inicio de la realidad contemporánea en la que, en las sociedades modernas, las personas son dueñas de su destino, se ha asumido que la riqueza es siempre económica y siempre asequible a quien se esfuerce en alcanzarla. Así, que se carezca de lo indispensable es el resultado de un pasado en el que, quienes les anteceden en la historia familiar hicieron poco, se esforzaron poco y alcanzaron poco. Una posibilidad reducida para alcanzar bienes, para acceder a la distribución de la riqueza derivada de decisiones personales que les alejaron de aquellas otras personas que lograron, por un denodado esfuerzo acumular bienes, recursos, riquezas.
Un modelo de explicación de las personas busca argumentar, de manera coherente, un marco general que englobe lo que las personas son. Esto incluye todo lo que el mismo marco general concibe como el ser de las personas. En el caso del individuo, ese marco general incluye, de suyo, lo que las personas hacen, dicen y piensan. El modelo del individuo supone entonces que las personas se comportan (hacer), ejecutan (decir) y tienen procesos mediacionales, mejor conocidos como cognición (pensar). Este modelo asume que las personas son entes racionales que establecen una interacción con el mundo, a partir de lo que sucede en su interior. Además, supone que eso, que sucede en su interior, es explicable desde un argumento naturalista que, aseguran, es inmanente a los seres humanos, pero que, al mismo tiempo, hace a cada persona única en la faz de la tierra.
Esta perspectiva asumió, de inicio (desde el siglo XIX) una explicación causal unívoca. Se trata de una argumentación cientificista que busca leyes o parámetros generales de explicación del comportamiento. Centrar la explicación del comportamiento de las personas en ellas mismas es la resultante de un proceso de construcción social del individuo. Así la explicación centrada en el individuo busca las causas de su hacer dentro de éste. Se ha construido una compleja argumentación que encuentra en la persona tanto la causa como la consecuencia, o el efecto, para usar un lenguaje más pertinente.
De esta manera, la versión que centra sus explicaciones en el individuo busca en el interior de las personas las causas de su comportamiento, esto es, de su exterior. La eficacia derivada de la inteligencia personal, la agresividad o los celos como producto de sus inseguridades, el prejuicio como resultante de su personalidad dogmática, etc. La psicología al servicio de los individuos, que les pasa los costos a ellos mismos. El modelo del “individuo” al que nos referimos está presente en las actuales explicaciones academicistas. Esta cuestión es más que evidente. Pero fuera de las discusiones academicistas, este modelo permea explicaciones de todo tipo. Veamos algunos ejemplos concretos.
Temas fundamentales para las personas, en su vida cotidiana son aquellos referidos a la consecución de objetivos vitales. Uno de estos es el referente al empleo. En el espacio que se denomina economía, las explicaciones economicistas excluyen a las personas, porque están centradas en procesos a los que se denomina macros. Cuando las personas enfrentan la situación de falta de empleo, la economía calla. Esto es porque la construcción social del “individuo” ha tenido tal éxito que las personas se asumen de esa manera. El centro de las explicaciones es un ser que, de manera inherente, es capaz de resolver su vida. Esta exigencia les es impuesta a las personas por ellas mismas, al asumirse como seres autónomos y racionales, dueños de su vida y su destino. Así, aquel que fracasa en esta encomienda, es responsable único de su fracaso. Por supuesto que la economía argumenta que el desempleo es un problema estructural, pero esto no es traducido a una explicación alternativa para la persona que sufre del fenómeno macro.
Entonces, las alternativas personales que se socializan, en la vida cotidiana son enmarcadas en la construcción social del individuo. Es imprescindible que las personas desarrollen habilidades nuevas, que pongan en juego su creatividad, que hagan alarde de su raciocinio, para enfrentar exitosamente la disyuntiva. Siempre que en la vida cotidiana se buscan explicaciones para aquel que no obtuvo el logro o que teniéndolo, lo perdió, surgen explicaciones centradas en “el individuo”. ¿Pero qué fue lo que hiciste?, implicando necesariamente que algo se hizo mal, o no se hizo; es un cuestionamiento cotidiano, que supone, de inmediato, que lo ocurrido está en estrecha relación con el individuo cuestionado. No sólo con la ejecución de dicho individuo, sino, en el reconocimiento inmediato del paralelismo, con los contenidos internos del individuo.
En este contexto, la construcción social del individuo ha permitido el desarrollo de toda una industria: la de la superación personal vía la capacitación. Así, esas personas que se asumen como “individuos” asumen también que su falla siendo propia, es superable. Es sólo cuestión de corregir los errores internos que la mente racional del individuo, no ha resuelto. Así, tanto el problema como sus alternativas de solución son cuestiones propias del individuo, que deben ser atendidas por él mismo. Se trata de costos que hay que pagar, por el privilegio del libre albedrío.
Estas personas, además, asumen que su presente es más intenso que el pasado de sus ancestros, porque son autores del mismo. Asumiéndose como individuos, la autoría de su tiempo pasa por una autodefinición que les lleva a la autoproclamación. Somos ciudadanos se dicen a sí mismos. El modelo de individuo es llevado al terreno de lo público. No hay mayor distinción que la que implica el reconocimiento de espacios externos a la vida personal. Entonces tenemos la presencia de ciudadanos racionales, que son capaces de alzar la voz y demandar atención.
La construcción social del individuo, en el plano de lo público da como resultante una conceptualización particular del ser ciudadano. El discurso jurídico argumenta la existencia de derechos básicos e inalienables. Los derechos humanos entran en escena para ser incorporados, a nivel privado, como argumentos de defensa de la capacidad racional y autogestiva de los individuos. Es así que la argumentación liberal de la declaración universal de los derechos humanos, ocurrida en el 1948, es para nuestros días, un asunto individual. Es desde el individuo y sus exigencias que, la defensa de sus derechos humanos se antepone, de manera preponderante, ante la defensa de los derechos humanos de los otros. El que tiene más saliva, come más pinole. Estos ciudadanos levantan la voz, demandan y exigen la atención directa e inmediata a sus demandas individuales. Que me den, que me paguen, que me atiendan, que me sirvan dicen a gritos, en todos los espacios que logran ocupar. El individuo racional y dueño de su tiempo y su destino, centrado en sí mismo, demandando el reconocimiento que alguna vez fue conquista colectiva, sólo para sí mismo.
Partimos de la hipótesis de que las personas sólo somos objetivaciones de un pensamiento social en constante transformación. Cuando nos expresamos y cuando callamos estamos objetivando formas más o menos difusas de dicho pensamiento social. De esta manera, cuando esa objetivación toma la expresión de una defensa de la individualidad, es el pensamiento social que ha construido tal individualidad, el que se manifiesta. Todas las expresiones de los individuos son, entonces, objetivaciones de la construcción social del individuo que es contenida en el pensamiento social.
DESIGUALDADES PSICOSOCIALES
Nuestra propuesta implica que la demanda de éxito, que la vida contemporánea le impone al individuo, requiere de la pervivencia de la desigualdad. No se trata solo de una desigualdad económica en la que el individuo exitoso tenga posesiones de las que carezca el individuo fracasado. Se requiere, además de poseer, parecer que se posee. Y no solo posesiones materiales. Parecer exitoso requiere de la posibilidad de mostrar estilos y formas de vida que son reconocidos por todos como propias de grupos en los que el éxito se ha acompañado de cierta sensibilidad social y artística, de cierta forma y estilo de vestir, de ciertas prácticas sociales de divertimento, de solaz, que muestran una pertenencia identitaria.
En la dinámica social se ubican posicionamientos simbólicos en los que se reconoce al desigual y se le valora precisamente por eso, por ser desigual. Esto es, la valía y el reconocimiento del rico no proviene de su riqueza, sino del anhelo no cumplido, de la ambición de riqueza del pobre. Es la desigualdad la que lleva a valorar al que posee lo que se anhela y no se puede alcanzar. La conceptualización más conocida de la identidad social lleva suponer que lo común es sobrevalorar la identidad del grupo propio en tanto que se devalora el grupo ajeno. No obstante, en esta perspectiva la sobrevaloración corresponde al grupo de los otros, los desiguales privilegiados. Se devalora al grupo propio al anhelar las posesiones del privilegiado. Hablamos entonces de desigualdades psicosociales en las que se imagina lo que no se posee, se rechaza el mundo propio y se denigra la propia existencia.
Una sociedad tan estructurada como la moderna marca los territorios de los desiguales. Son desiguales los ricos y los pobres, los hombres y las mujeres, las personas cis y las no cis, los indígenas, los mestizos y los criollos, los jóvenes y los viejos. Sus desigualdades son construcciones sociales que acotan y excluyen, que limitan, valoran y devaloran. Se trata de enmarcamientos que llevan a las personas a posicionarse de manera conflictiva. El conflicto social es la disputa entre valores sociales que se expresa en todas las relaciones humanas. Las personas detentan valores que defienden en la vida cotidiana al posicionarse y objetivar una identidad frente a la identidad de otras, de otros a los que descalifican, a los que buscan excluir. Lo paradójico en el tema de las desigualdades psicosociales es que se descalifica al que es como uno porque se aspira a ser como los otros. El pobre que niega su pobreza al asumirse como perteneciente a un grupo menos desfavorecido al tiempo que acusa de desposeído al que es como él. Desigualdades simbólicas que se sustentan en narrativas, en discursos que llevan a la expresión conflictiva de disputas borrosas que dificultan la comprensión de que unas y otros, unos y otras pertenecen a grupos humanos mucho más cercanos y homogéneos de lo que alcanzan a ver.
PSICOSOCIOLOGÍA DE LAS DESIGUALDADES
Pero también existen otro tipo de objetivaciones. En el pensamiento social también existe una construcción social referida a la comunalidad, que dicho sea de paso, cuenta ya con una larga historia. Se trata de una construcción social que supone una relacionalidad diferente. En ésta el individuo no es el contenedor y lo contenido, a un mismo tiempo. Me refiero a la construcción social del colectivo. Se trata de una conceptualización de la vida en la que las personas se saben, con un saber no racional, parte de un todo. Así, la argumentación sobre la vida cotidiana y sobre las expresiones concretas de las personas es enmarcada en el terreno de las creencias y las tradiciones colectivas. Las personas entonces no son la causa de lo que contienen, pero tampoco son la consecuencia.
En el terreno de lo concreto el colectivo, como construcción social tiene múltiples expresiones. Es incluso de fácil aprehensión, por expresarse cotidianamente en aspectos fundamentales de la vida de las personas. Esto es, en la afectividad de la vida cotidiana. Fuera del terreno de la academia y de la investigación, su relevancia es innegable. Al interior de la disciplina, si consideramos las expresiones cotidianas de nuestro gremio, también. No es preponderante en la discusión académica, por la importancia que el gremio le da a la racionalidad científica y al individuo como el punto más alto de ésta. Siguiendo la argumentación ya expuesta antes, busquemos la presencia del colectivo en la vida cotidiana.
Aquella persona que carece de los recursos técnicos para emplearse, y que después de numerosos intentos se descubre fracasado recurre, decíamos, a la estrategia racional de reconvertirse, para las nuevas demandas de la vida económica. Este proceso puede ser de mediana o larga duración. No obstante, la persona sigue viviendo. Cuando el individuo ha fracasado, el camino se agota y le es necesario encontrar otro camino. Sin embargo, la construcción social de la comunalidad pervive. Así, esta persona desempleada sigue formando parte de un todo y continúa objetivando el pensamiento social. En este también puede apreciarse la búsqueda de sentidos alternos. Un sentido posible, para la vida del desempleado es el sentido de lo económico. Se busca un trabajo para obtener el dinero necesario para vivir. Hay quiénes encuentran que lo imprescindible es obtener el dinero necesario para vivir, no importa el cómo. Pero también se encuentran otros sentidos que le dan más importancia a la actividad a desempeñar, sin importar si por medio de ésta se llegue a la obtención de la retribución económica. Esto suena muy romántico, pero es una opción muy viable para aquellos que, de todas maneras, no la tienen a su alcance.
Así, las personas pueden insertarse en un estilo de vida en el que continúan buscando empleo, algunas horas a la semana, mientras que el resto del tiempo lo destinan a una gran cantidad de actividades no remuneradas que objetivan formas de pensamiento social, en tanto que otorgan sentido a la vida de seres que, en discusiones concretas sobre su papel como individuos, en la vida social, se asumirán fracasados, pese a que, en el terreno intersubjetivo se incorporen a una corriente disruptiva que los lleve a un sentido alterno de la vida. La relevancia que tiene este tema para la vida cotidiana de las personas es innegable, pese a lo cual, la psicología social cientificista le considera un tema irrelevante.
Es esto o seguir estudiando, como la opción que llena el tiempo de aquellos que en otras épocas tendrían que estar respondiendo a los requerimientos de la vida adulta, pero que en la actualidad cursan licenciaturas, maestrías e incluso doctorados. La juventud actual estudia, o tiene empleos de menor importancia. No importa, ya que su tarea fundamental es terminar de desarrollarse. Así los jóvenes son una importante expresión de la construcción social del individuo. Esto porque de fondo existe una visión unívoca de lo que significa ser adulto. Así, esa construcción individualista se expresa en la visión desarrollista que impera en las casas y en las escuelas.
Pero los jóvenes, los adolescentes y los niños no han hablado. De hecho no hablan, son los expertos los que dicen y definen el buen actuar de éstos. El mundo de la juventud, visto por los adultos, no es el mundo de la juventud. En el mismo sentido, la idea de vulnerabilidad que está presente en las actuales prácticas de crianza de la infancia, es una idea adulta, que remite al modelo de individuo que se ha construido socialmente.
Los niños, los adolescentes y los jóvenes ejecutan correctamente los acordes en sincronía con las expectativas adultas de su desempeño. Son individuos en proceso a los ojos de los adultos. Pero saben bien que sólo es una actuación. En ningún momento, a lo largo de su historia, se aprecian como proyectos de individuos. La impaciencia con la que viven su cotidianeidad es una muestra inocultable de ello.
Conclusiones:
Así, la construcción colectiva del individuo incluye una construcción colectiva de la niñez, de la adolescencia y de la juventud. En cada una de las etapas existe una normatividad constituida y una sanción social, más o menos severa, para quiénes se salen del guacal. Los niños, los adolescentes y los jóvenes la encarnan, pero más allá de esto, lúdicamente la cumplen, la evaden, la asumen, la transgreden. Para ello se asumen como individuos. Sin embargo, esta no es una posición que, a nivel personal cada uno elija. Se trata de una expresión de la comunalidad del colectivo. La sanción social les permite ampliamente la manifestación colectiva de la afectividad del ya mencionado pensamiento social.
Estas opciones, no reconocidas por la psicología social hegemónica, de encontrarle sentido a la vida, aunque el reclamo de la sanción social lo impida o de encontrarle el goce a la vida, aunque el imperativo de la espera, hasta ser un ser acabado, se manifieste en el día a día, son algunas de las opciones más relevantes para la sociedad. En éstas y otras se puede apreciar la construcción social del colectivo.
De hecho las expresiones de la afectividad social a las que me refiero están en la base de una ciudadanía. No me refiero a aquel que se asume individuo y cree que su expresión pública lo ciudadaniza. Me refiero a una ciudadanía construida desde el colectivo, que tiene su centro, justamente en la comunalidad. Es una ciudadanía que no se relaciona, ni lateralmente con la política. Su expresión no grita, no exige, no demanda. Su expresión discute, duda, interroga. Las persona, en su día a día, confrontando fuertemente al individuo construido.
El individuo como construcción social se ha aposentado en todos los espacios de la vida de las personas. En cualquier momento y en cualquier lugar, la sanción social nos remite a la existencia inobjetable del individuo. Una Psicología Social va, a contrapelo, tratando de asir a ese “ideal”, que cree “natural”. Frente a la sociedad, esta disciplina cumple el papel de espacio institucionalizador. Esto quiere decir que no está al servicio de la gente, sino de una construcción social particular.
La Psicología Social cientificista, al creer que el individuo es su objeto de estudio, renuncia irremediablemente al estudio del colectivo. Pero las personas, en su vida diaria, también objetivan esta otra construcción social. Este es un espacio de suma importancia para las personas. Que la vida tenga sentido y sea gozosa es una posibilidad. Que carezca de sentido y sea sufrible, es otra. Así la tarea que compete a la Psicología Colectiva es relevante y hasta fundamental.
Bibliografía:
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De Sousa, B. (2019). El fin del imperio cognitivo. La afirmación de las epistemologías del sur. Trotta
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Tajfel, H. (1984). Grupos Humanos y Categorías Sociales. Herder.
Turner, J. (1990). Redescubrir el grupo social. Morata.
Palabras clave:
Desigualdades psicosociales, Conflicto Social, Interseccionalidad, Discriminación, Racismo.