Resumen de la Ponencia:
A finales de 2018 se produjo en México un importante viraje en la conducción de la vida pública que despertó grandes expectativas sobre una mejoría radical en la atención a la salud para todos y en especial para los grupos más desfavorecidos. Pero rescatar al Sistema Nacional de Salud de las distorsiones producidas por décadas de políticas que concibieron a la salud como una mercancía se enfrentaría con poderosos intereses. A poco de iniciado este proceso, el país fue alcanzado por la pandemia de Covid-19. Frente a una emergencia de semejante magnitud y gravedad, no hay país en el mundo cuyos habitantes se muestren conformes con la conducción de sus autoridades sanitarias, y México no fue la excepción. Pero ni las mas legitimas preocupaciones por el cuidado de la salud y la vida de la gente evitaron que los intereses amenazados dirigieran las más implacables críticas a las estrategias sanitarias adoptadas, que se entremezclaron con los mensajes engañosos difundidos a través de los medios masivos, sin consideración alguna por el desconcierto suscitado en la población, ni por la merma en la posibilidad de brindarle orientación suficientemente informada y eficaz. En medio de semejante mar de complejidades, confusiones e intereses encontrados, una de las responsabilidades que caben a los investigadores críticos en el campo de las ciencias de la salud es la de esforzarse por construir versiones fidedignas de lo ocurrido, en busca de aprendizajes colectivos y posibles rutas que ayuden a salir fortalecidos de tan terribles experiencias. En este trabajo se presentan algunos resultados de un estudio cualitativo orientado por ese propósito, elaborado desde la tradición conocida como Investigación Narrativa. El material analizado proviene de las observaciones, vivencias y testimonios de un pequeño grupo de estudiantes de medicina de una universidad pública mexicana que durante el primer año de la pandemia realizaban su servicio social, bajo la asesoría de la autora, en centros de salud de primer nivel de atención en una zona del sur de la Ciudad de México ancestralmente marcada por la pobreza. Esta aproximación a lo vivido en uno de los escenarios más golpeados por la pandemia enfocada a recabar algunas de las historias detrás de los números mostró los recursos personales y familiares, materiales y emocionales con los cuales los integrantes de estos grupos encararon las difíciles experiencias a las que se vieron sometidos, y la brecha que separa a las limitaciones de un sistema de salud en pleno cambio de ruta, de las necesidades de atención a la salud largamente abandonadas que la pandemia puso al descubierto. Se concluye subrayando la necesidad de recuperar los aprendizajes obtenidos para construir un mejor futuro para la sociedad mexicana y para la reconstrucción de su sistema de salud.
Introducción:
A finales de 2018 se produjo en México un importante viraje en la conducción de la vida pública que llenó de esperanzas a una porción muy amplia de la población. Después de décadas de gobiernos neoliberales, cambiar el rumbo se anunciaba como una misión de altísima complejidad. Habría que oponerse al dominio de los intereses de los grupos oligárquicos que operaron a sus anchas durante décadas. Y a poco de comenzado este proceso, el país fue alcanzado por la pandemia de Covid-19 (Browner y Leal, 2022).
Ante una emergencia sanitaria de la magnitud y gravedad de la que esta pandemia ha planteado, no hay país en el mundo cuyos habitantes se hayan sentido conformes con las medidas tomadas por sus gobiernos y -más allá de la gran aceptación con la que el gobierno hoy en funciones llegó al poder- México no fue la excepción (Galarza-Molina, 2022). Ni siquiera las mas legitimas preocupaciones por el cuidado de la salud y la vida de la población pudieron contener la proliferación de las noticias falsas, con todos sus deletéreos efectos (Hurtado, 2020, Galarza-Molina y Muñiz, 2021). Incluso las voces de los grupos opositores a un gobierno que había puesto en jaque sus intereses se hicieron oír, como era de esperar, con lo cual sus implacables críticas y cuestionamientos a las estrategias sanitarias que se fueron adoptando se entremezclaron de las maneras más confusas con el cúmulo de versiones propositivamente deformadas de las noticias falsas (Galarza-Molina, 2022). En medio de este río revuelto, ni el esfuerzo que desde un inicio emprendieron los expertos que intentaban encauzar la pandemia para sostener la comunicación cotidiana con la población (Gobierno de México, 2020), ni las gestiones para dotar al país de vacunas suficientes, ni el exitoso programa de vacunación cuyos avances se presentaban día con día, bastaron para poner coto a la cotidiana descalificación proveniente de los más diversos frentes.
Pero más allá de los aciertos y los desaciertos de las disposiciones sanitarias tomadas por las autoridades gubernamentales en el país, son innegables las evidencias de que el abismo entre estas últimas y lo que las personas experimentaron, sobre todo en el primero y más trágico año de la pandemia, fue muy profundo. En este trabajo me propongo mostrar unas cuantas piezas de dichas evidencias como una invitación para profundizar en la reflexión en torno a las rutas que convendría seguir para reconstruir las enormes oquedades de nuestro deteriorado sistema de salud, en forma tal que viniera a potenciar los enormes esfuerzos que cotidianamente despliegan los integrantes de los grupos más desfavorecidos de la población para cuidar su salud y atender sus enfermedades.
Desarrollo:
En busca de las historias detrás de los números
El estudio del que proviene lo que a continuación presento está elaborado desde una perspectiva que considera que una responsabilidad importante de los estudiosos del campo de la salud es construir las versiones más fidedignas que nos sean posibles de lo ocurrido en el océano de complejidades, confusiones e intereses encontrados que se constituyó en este inédito escenario, y esforzarnos en que nuestros análisis nos conduzcan a un aprendizaje colectivo nutrido por las muchas y difíciles enseñanzas que esta experiencia nos ha dejado.
En esa línea, compartiré aquí una pequeña porción de los resultados obtenidos en un estudio cualitativo elaborado dentro de la tradición conocida como Investigación Narrativa aplicada al campo de la salud (Clandinin et al, 2017; Martínez, 2015) con un pequeño grupo de cinco estudiantes de Medicina de una universidad pública mexicana a quienes asesoré durante el año en el que prestaron su servicio social en centros de salud de primer nivel ubicados en una región del sur de la Ciudad de México ancestralmente marcada por la pobreza. Lo que hizo muy especial a esta experiencia fue que ese último año de su formación profesional coincidió con la llegada y los primeros meses de la pandemia.
Las observaciones y testimonios a los que me referiré surgieron a lo largo de nuestros diálogos en las reuniones periódicas de asesoría -que nos vimos forzadas a efectuar a distancia- por medio de las cuales acompañé a este grupo de pasantes durante esa difícil etapa. Al término de la experiencia, cada una de ellas virtió las historias y las elaboraciones que eligió para compartir públicamente en los documentos que elaboraron para entregar a la institución como informes finales de su servicio social. De cuatro de estos documentos, firmados por sus autoras, proceden las citas textuales con las que aquí trabajo. He dejado fuera por ahora al quinto de ellos en tanto su autora llega a la culminación de su proceso.
Esta investigación ha sido una de las rutas que he seguido en mi empeño por aproximarme a las historias detrás de los números de lo que se vivió en algunos de los escenarios más desfavorecidos del país, para averiguar algo sobre los muchos recursos personales y familiares, materiales y emocionales, de los cuales pudieron valerse los integrantes de estos grupos para encarar las terribles situaciones en las que se vieron envueltos, sin demasiada posibilidad de recibir el auxilio de un sistema de salud enteramente rebasado por la avalancha de casos graves ocasionados por la pandemia. Sin embargo, hay también que recordar que las protagonistas de mi relato, estas jóvenes y valerosas futuras médicas, formaron parte de los denodados intentos del sector salud y los profesionales que ahí laboran por hacer honor al compromiso de cuidar a la gente -en este caso, desde el primer nivel de atención- en medio de la vorágine.
En consonancia con las propuestas de la Investigación Narrativa, elegí para desplegar esta presentación de resultados y su análisis el siguiente entretejido entre mi propia selección de algunos fragmentos de los testimonios de las médicas pasantes en servicio social –una elección que obedeció al criterio de que los encontré especialmente significativos para los puntos que me interesa mostrar-, con mis reflexiones basadas en la epidemiología social crítica (Martínez, 2009).
Cuatro futuras médicas ante la llegada de la asoladora pandemia
Nos relata Dulce: "Durante mi servicio social surgió otra historia que contar. Todo comenzó cuando el 31 de diciembre de 2019 el gobierno de Wuhan, China, informó sobre la aparición de nuevos casos de un síndrome respiratorio agudo nunca antes visto (...) El 28 de febrero 2020 se reportó el primer caso importado en nuestro país, y fue aquí cuando empezó algo nuevo para todos nosotros, un mundo incierto y lleno de desafíos" (Figueroa, 2021).
Menos de un mes después, el 18 de marzo, las autoridades sanitarias confirmaron la primera muerte ocurrida en México por esta nueva enfermedad. Cuando los contagios empezaron a presentarse en la Alcaldía Xochimilco, los pasantes de medicina de nuestra Universidad, recién llegados al servicio social, fueron incorporados al equipo a cargo del seguimiento de los pacientes posiblemente contagiados, con la intención de reducir la propagación de la enfermedad. Se habían publicitado algunos teléfonos tanto en la Jurisdicción Sanitaria como en el servicio denominado Locatel, a los que se invitó a llamar a quienes temían haber contraído la peligrosa enfermedad. Los pasantes fueron rápida y un poco improvisadamente capacitados para llamar a cada uno de los teléfonos registrados. En estas llamadas, luego de presentarse con un cortés saludo, explicaban su cometido, hacían la batería de preguntas de detección, registraban las respuestas en una base de datos, ofrecían orientación médica, indicaciones sobre cuidado y aislamiento domiciliario, indicaban cuando era conveniente hacer una prueba, y cuando así se requería, ayudaban a las personas en la búsqueda de hospitales públicos disponibles para el internamiento.
Como lo relata Irendi: "Jamás imaginé todas las historias que escucharía tras el altavoz en esas llamadas, algunas bastante desafortunadas, historias que te dejan sin palabras, que te hacen saber lo impotentes que podemos sentirnos ante una situación desconocida como ha sido la pandemia. Jamás olvidaré mi primera llamada. Era una joven de 19 años, estudiante, sin comorbilidades ni antecedentes de importancia, quien presentaba algunos síntomas que hacían sospechar COVID-19. Al preguntarle sobre el contacto con algún conocido con diagnóstico confirmado esperaba un "no", o tal vez un "sí, hace unos días", pero no estaba preparada para lo que escuché: Sí, mi papá falleció por COVID-19 hace 3 días. Quedé paralizada. No supe qué decirle. ¿Qué consuelo podría ofrecerle? Luego de unos segundos de silencio, solo pude decir: Lo lamento, mi intención con esta llamada es poder ofrecerte la prueba diagnóstica y darte un seguimiento vía telefónica. Amablemente respondió que sí, me dio los datos necesarios y me comunicó con su madre, quien terminó de darme la información. Yo tuve una mezcla de emociones difíciles de explicar, una sensación de impotencia tan grande al no poder hacer nada para ayudarlas, reconfortarlas, ofrecerles algún alivio. Y ese fue solo el comienzo de lo que estaba por venir" (Orbe, 2021).
En su documento, Leiza reporta: "(...) no era raro que al llamar y preguntar por las personas que aparecían registradas en nuestra plataforma, nos atendieran sus familiares, quienes solían decir: ahorita no puede atenderle la llamada. Una respuesta bastante vaga, por lo que nos correspondía seguir indagando cual era el estado actual del paciente, siempre con la precaución y tacto que requerían estos casos, ya que la mayoría de las veces se trataba de personas que habían visto complicada su evolución y en ese momento se encontraban hospitalizados. A veces me preguntaba si estos casos no se deberían a que no lográbamos identificarlos a tiempo, al retraso en su registro por parte de los pacientes, a la demora en la referencia hacia nosotros como médicos de la jurisdicción y posteriormente a los servicios de urgencias... si acaso uno o dos días pudieran haber hecho la diferencia en su pronóstico. Pero tampoco podía atormentarme con esa idea, pues mucho de lo que sucedía del otro lado de la línea COVID-19 escapaba de nuestras manos" (Medel, 2021).
A la llegada de la epidemia se esperaba, por la experiencia reportada en otros países, que las personas de mayor edad experimentarían los mayores riesgos de fallecimiento. Pero en México empezó a sorprender y a preocupar la frecuencia con la que estaban muriendo personas en edades más tempranas de lo que se había visto en otros lugares. Fue así como se empezó a poner en evidencia el peso de este irremediablemente presente componente de la vulnerabilidad de la población mexicana ante covid-19 que es la elevadísima prevalencia de padecimiento crónicos como diabetes mellitus e hipertensión arterial (Shama-Levy et al, 2021) que se dejaron crecer descontroladamente a lo largo de décadas como si se tratara del curso normal e ineludible de la evolución del perfil de daños a la salud y no, como lo muestra la epidemiología social crítica, el resultado de las formas de vida que se fueron haciendo características en nuestra sociedad (Martínez, 2009; Martínez y Leal, 2003). A esto hubo que sumar el incremento desmedido de esa condición corporal que es la obesidad, producto también de la falta de regulación, a lo largo de varias décadas, de la calidad de la oferta alimentaria. Otra situación que influyó en la ocurrencia de una mortalidad en edades más tempranas en el país fue la mayor exposición a la que se encontraban sometidas las personas en edad productiva de los grupos más desfavorecidos de la población, que no podían permitirse el confinamiento bajo pena de que sus familias se quedaran sin sustento. Así que durante esos primeros meses, la pandemia hizo verdaderos estragos en el país.
Conforme avanzaba, las dificultades para el sector salud, en todos sus niveles, crecían. Para el nivel que teníamos la oportunidad de observar, Dulce narró: "El centro de salud se vio afectado por la cantidad de pacientes que solicitaban la realización de la prueba para Sars-Cov-2. Muchos de ellos acudían desde temprano para hacer fila y poder realizársela cuanto antes. El impacto del incremento de la pandemia se fue viendo en el centro de salud. Mi área de trabajo donde hacía llamadas fue removida y convertida en lugar de toma de pruebas. Me indicaron que mi nueva tarea sería llamar [desde mi casa] a los pacientes para darles el resultado de su prueba. (...) Varios de estos pacientes a quienes les indicaba que el resultado era positivo no lo tomaban con tranquilidad, se escuchaba la desesperación por saber qué iba a pasar con ellos. Otros lo asimilaban mejor y preguntaban los pasos a seguir. Mis compañeros y yo nos informábamos como podíamos para intentar orientarlos, porque no teníamos mucho asesoramiento, sólo nos otorgaban información sobre el funcionamiento de la plataforma de la Secretaría de Salud, pero no sobre las indicaciones que teníamos que dar a los pacientes" (Figueroa, 2021).
Cada vez más, situaciones como la siguiente, tomada del relato de Leiza, se hacían cotidianas: "Un día, cuando estaba por terminar de interrogar a una paciente, llegando a la parte donde preguntaba sobre el contacto en días previos con algún caso sospechoso o confirmado para COVID-19, la conversación dio un giro de 180°. La señora que hasta el momento había contestado a mis preguntas muy puntual y tranquila, ahora se escuchaba triste cuando empezó a explicarme que semanas antes su esposo había iniciado con los síntomas y ella se dedicaba a cuidarlo, pero había progresado hasta el punto en que tuvo que ser hospitalizado. Ahora ella comenzaba con síntomas similares, pero a un grado más leve, y no podía evitar preocuparse, pues tenía la necesidad de sentirse sana y fuerte para seguir desempeñando adecuadamente su papel de cuidador primario y jefa de familia. Vivía con la incertidumbre sobre su pronóstico y el de su esposo." (Medel, 2021).
Y poco más adelante continúa: "En una ocasión similar a estas, me encontré conversando con una señora de unos 70 años que se escuchaba bastante consternada. Me había contado que estaba en espera de su cita para la prueba, pues desde hace días estuvo en contacto con su esposo con COVID-19; lamentablemente, después de luchar contra la enfermedad y con un pronóstico poco favorable por su edad y comorbilidades, el señor había fallecido unos días atrás. A esta altura de la conversación no pude evitar notar que lloraba. Este tipo de situaciones me tomaban por sorpresa, pues con el chip de autómata que a veces nos creamos para protegernos, no lograba concebir palabras de consuelo para alguien que ni siquiera tenía frente a frente (...)" (Medel, 2021).
Pero las pasantes llegaron a escuchar historias aún más terribles, como la reportada por Zamira: "Cada vez era más común que al realizar una llamada, nos informaran que alguien había perdido a alguien cercano, o que la persona que intentábamos contactar ya estaba hospitalizada o había fallecido. Una mujer me contó que su sobrino tuvo complicaciones, acudieron a varios hospitales en donde no los aceptaron por falta de espacio y cuando al fin llegaron a uno libre, él ya había fallecido. En otra ocasión, me comuniqué con una mujer que parecía ir en el transporte público. Cuando empecé a hacerle las preguntas de rutina me comentó que iba en camino al domicilio de su hija porque le habían avisado que había ocurrido un feminicidio. Me preguntó por las medidas de higiene que debía tomar al ir a reconocer el cuerpo de su hija. Son situaciones para las que nadie nos había preparado ni nadie nos había enseñado a manejar" (García, 2021).
Mucho más ocurrió y muchas conmovedoras historias más fueron contadas. Pero con las anteriores baste para sustentar la reflexión con la que quiero cerrar esta presentación.
Conclusiones:
Por si alguna duda quedara sobre los estragos que han ocasionado en la salud, en los servicios médicos y en la vida de la gente las formas de organización social y económica que prevalecieron en el país durante las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI (Martínez y Leal, 2003), esta pandemia ha venido a constatar y a subrayar la urgente necesidad de enfilar hacia nuevos y menos insalubres escenarios. Tomó décadas llegar a los niveles de afectación de nuestra corporeidad y nuestro metabolismo, para que se gestaran los problemas de salud que desde hace décadas nos enferman y nos conducen a la muerte, y para alcanzar el grado de deterioro del sistema de salud que tendría que atendernos (Martínez, 2009). Así que resulta urgente la búsqueda de otras modalidades de organización económica y social que permitan formas de vida distintas y mucho más saludables. Y en esa búsqueda, el sector salud está llamado a jugar un papel fundamental. En el frente curativo, la reconstrucción de un sistema público de salud a la altura de las necesidades que plantea el perfil de daños de la población mexicana (Martínez, 2009 y 2018). Y en el frente preventivo, imposible continuar en la postura de dejar a la población librada a su propia suerte sin intervenir para intentar al menos establecer las regulaciones necesarias para crear entornos menos insalubres y más propicios para la construcción de la salud. Porque como reflexionó en su momento el propio subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud de la Secretaría de Salud (quien tuvo a su cargo la vocería gubernamental a lo largo de la pandemia), según lo consignó una reportera especializada en temas de salud en un diario nacional (Cruz, 2020): "La evaluación de la mortalidad por covid-19 debe considerar, además de los números, la historia nacional de 40 años de un grave deterioro de las condiciones de vida para la mayoría de la población, la concentración de la riqueza, desigualdad social y un perfil de malas condiciones de salud causadas por el consumo de productos ultraprocesados con altos niveles de azúcar, sal y grasas (...). También influyen las diferencias en el acceso a servicios de salud en zonas urbanas y rurales, así como las condiciones de pobreza en que vive la mitad de la población. (...) Hay una barrera de acceso, como resultado de 40 años de construcción de la desigualdad, y no es descabellado recordar que en ese deterioro de los servicios de salud estaba muy presente la corrupción."
Por todo ello, necesitamos atrevernos a desear para nosotros y para nuestros descendientes una sociedad más justa y propicia para la salud, y empeñarnos en trabajar con perseverancia el tiempo que sea necesario para llegar a construirla.
Bibliografía:
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Palabras clave:
Investigación Narrativa, Pandemia de covid-19, Xochimilco.