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Resumen de la Ponencia:
El trabajo da cuenta del análisis de la violencia por razones de género desde la teoría de la interseccionalidad. Se hace hincapié de la necesidad de incluir las categorías de clase social, sexo, etnia, raza, ciudadanía, edad, situación de salud, situación de discapacidad; conceptos que permiten observar otras formas de desiguladad que generan violencias: exclusión, discriminación, estigma, opresión, racismo, clasismo y dominación. Objetivos: Identificar otras formas de desigualdad y de opresión en el fenómeno de la violencia por razones de género desde la interseccionalidad. Metodología: En 2019 se realizó un taller con estudiantes mujeres de Ciencias Sociales para identificar y reflexionar las violencias en las trayectorias de vida. Estudio cualitativo, dialógico y participativo, se utilizó el grupo de discusión, la narración de testimonios y la escritura de la experiencia. Resultados: Se escribieron 79 testimonios, se agruparon en categorías de análisis con base a los espacios de ocurrencia (la calle, el aula de clases, el consultorio, el trabajo, la escuela, el hogar, la fiesta, el transporte público), se identificaron otras formas de violencia y desigualdad relacionadas con la edad, la clase social, el sexo, y el color de piel. Conclusiones: Incluir la interseccionalidad en el análisis de las violencias implica ampliar la perspectiva del fenómeno y permite plantearnos preguntas distintas; dejar de ver el fenómeno de la violencia por razón de género como un asunto individual, privado, psicológista y apolítico. La interseccionalidad interpela al sistema heteropatriarcal, y lo ubica como la principal causa de la violencia contra las mujeres. Este trabajo es un diálogo desde las Ciencias Sociales que permite abrir otras discusiones y profundizar en las intersecciones desde las instituciones educativas.
Introducción:
El gran problema es la verdad. Lo intuimos pero nos negamos a aceptar las conclusiones que nos llevarían a pensar en sus efectos. Podemos ver la figura borrosa del Patriarca, lo reverenciamos y callamos, al mismo tiempo. Nuestra vida sería imposible si no creyéramos en ella, de ahí que las mentes más brillantes de la humanidad le hayan dedicado toda una vida para establecer su, o sus condiciones, de existencia. Llevar una vida auténtica, tenerla, ser puntual en las normas que la regulan, no parece haber un problema, al contrario, vemos una especie de consagración tenerla, para el caso que nos entretiene es el hombre poseído por esa otra abstracción igual de poderosa: el amor. Para un hombre, ahora macho, enuncia la desesperación de no poseer absolutamente el objeto de sus deseos y la asesina: Mía o de nadie, aparecen al mismo tiempo la ley universal y la acción. De ese sujeto, atado con desesperación a su objeto de veneración, solo algunos, pueden ceder a su acto, lo hizo por amor entonces las leyes deberían… y así se establecen reglas para evaluar su crimen pasional. La Verdad ahí está, es una presencia que nos parece ausencia, la advertimos cuando, para nosotres, de una manera inesperada actuamos y la acción que llevamos a cabo nos sorprende. En el instante maravilloso de la epifanía podemos ver del otro lado del mundo. Entonces nos parece que hemos desvelado algo esencial del Universo, y eso que entrevemos nos escandaliza por lo que creemos que tiene de verdadero, es decir, vemos que detrás de la verdad se esconde otra verdad, entendemos entonces que es posible multiplicar las verdades hasta la locura, caemos en la cuenta de lo posible, y al mismo tiempo de lo imposible de esa empresa, imposible para nosotres claro. Y entonces pensamos cómo oponer resistencia a una ley universal, dudar de ella es caer en la herejía, en los riesgos de ser exiliados del mundo de los hombres. Actuamos porque así lo manda.
Imponer una verdad, ese es el privilegio del amo. Cumplirla, es el deber del subalterno, está obligado a seguirla, si no es así será castigado de múltiples y, variadas maneras. Debemos aclarar el uso de ese concepto: amo. Representa simbólicamente al Padre, a las elites, a la verdad consagrada, al canon, al estereotipo… La verdad del amo es todo aquello que nos gobierna, todo aquello que se nos impone de maneras evidentes, ocultas, conscientes, inconscientes, legales, ilegales, de formas legítimas o ilegítimas. Lo cierto es que esas verdades nos llegan ya construidas, hechas, terminadas, concluidas, y nosotros, y aquí este pronombre designa a los subalternos, nosotros debemos actuarlas de la forma más precisa posible. No importa que esas verdades nos dejen mudes, desnudes, frente a todo aquello que, antes de que nos hubieran sido revelados sus efectos políticos, emocionales, eróticos, éticos, todas las cosas y todas las acciones a las que señalaban nos parecían naturales, legítimas y eternas; pero, saber que ha existido, que existe una verdad, dejemos de lado las otras posibles verdades, centrémonos en una antigua, presente y ubicua, que es la que ha dominado a unos seres sobre otras, que ha respaldado saberes, palabras, discursos y, sobre todo, acciones de violencias generizadas que siempre han jugado, que juegan, a favor de los cuerpos masculinizados, esas grandes violencias, y las otras, las que casi no se perciben -las microviolencias-, pero que justifican a las mayores, deberían advertir a nuestra conciencia de que algo no está bien en esas verdades que nos han dominado.
Debemos aceptar, porque intuimos a medias de qué se trata, que una característica de ese Hombre Universal, que es el que enuncia La Verdad, para algunos es un dios, para otros una figura abstracta que representa lo justo y necesario, a otros se le aparece bajo el emblema del estereotipo, de un ideal, como esas imágenes que aparecen en la pantalla del cine, hombres generalmente blancos, rudos, valientes, seguros de sí mismos, mujeriegos y, sobre todo, que no le temen a la violencia, ni al asesinato de criminales o inocentes, no temen a nada porque ellos encarnan el ideal del Macho. Actúan, hacen, imponen al mundo su idea de mundo, si lo reducimos a sus elementos más simples, es el uso de la violencia en contra de todos los cuerpos tercerizados. Al Hombre Universal lo vemos y lo santificamos, nos rendimos ante sus representantes como si fueran una imagen sacra, un santo al que habrá que rendirle pleitesía, sumisión. Lo extraño, ya lo dijimos, es que el hombre universal no lo sea. Solo es esa voz que advierte, norma, regula, manda, ordena, y sus efectos inmediatos son la obediencia y la conformidad. En ese momento caemos en la cuenta que ha aparecido fenoménicamente el Ser o, su emisario degradado.
Y ese Hombre Universal, que aparece en libros sagrados, en películas, en la literatura, en las telenovelas, en la familia, en los vecinos, en nosotres, que lo podemos ver, aún más degradado, acosando en las calles, en los colectivos, en las oficinas, violando en la intimidad de las casas, en la oscuridad de la noche, asesinando por amor, por odio, por indiferencia, porque sí, porque puede…ese Hombre Universal al que admiramos por su principal defecto, porque es un macho, se nos ha impuesto como si hubiera nacido de la misma manera que las bestias y las plantas, es decir, que es el producto perfecto de la naturaleza, y no de una cultura centrada en el Patriarca: es un macho, un fifas, un lobo jaspeado, un líder, el líder de la manada, un machirulo… Otra de sus características, y que nos llega con el peso de los siglos es que, para hablar de la humanidad toda, es necesario, imprescindible, hablar de El Hombre, pues ya este hombre universal -ahora lo ponemos en minúsculas-, contenía a la humanidad completa pero solo en lo que se ha imaginado como perfección: blanco, racional, heterosexual, con poder y riqueza, con voluntad para imponerse sobre los demás…, ahí entra cualquiera, a condición de que olvide sus deficiencias y, por supuesto ese representante de toda la humanidad, contenía, contiene, a todas las mujeres del mundo; creíamos con que ese pronombre habla y nos contiene a todes.
Aclarando los términos de la relación entre un amo y un esclavo o, para no herir las susceptibilidades de algún demócrata a ultranza, entre un empleador y un trabajador, un jefe y un empleado, un patrón y un obrero o, un hombre y una mujer o, un marido y una esposa, todas estas figuras se encuentran consagradas, legitimadas de una o de otra manera, en nuestra cotidianidad, todas hasta este momento, son universales, lo que no es poca cosa. Son esas inercias sociales sostenidas por la voluntad, la ignorancia y los privilegios que nos entregan, que van acompañadas del cálculo y la zafiedad, las que nos permiten no sólo reproducir las violencias que van contra nosotres, sino que nos apropiamos de ellas como si fueran nuestra legítima herencia, las reproducimos y la usamos en contra de la mayoría de la población del mundo, es decir, contra todas las mujeres, y eso lo tomamos como una evidencia más de nuestra superioridad de machos. Es verdadera nuestra superioridad porque la violencia que usamos en contra de las mujeres así lo demuestra cotidianamente. Advertimos no sólo la falsedad del argumento, sino todo lo que contiene de irracional y bárbaro.
Pero ¿Cómo se ha sostenido esa aparente superioridad de un cuerpo, de unos cuerpos sobre otros? Ha sido una construcción que le ha llevado a nuestra cultura siglos, y aquí decir nuestra cultura tiene el peso de la ironía, es claro que no es nuestra, se nos impone de manera tiránica, y hacemos uso de ella porque no tenemos alternativa y, además porque nos concede privilegios. El sedimento, para los hombres y las mujeres ordinarios, ordinarias, se ha concretado en un par de símbolos que parecen transparentes pero que ocultan tras de sí toda una mitología que cubre, arropa, resguarda, una jerarquía corporal que nos parece universal y necesaria: la existencia de cuerpos diferenciados, jerarquizados, según posean o no, pene.
Aquí lo decisivo son los cuerpos sexualizados. El hombre es azul, la mujer rosa, es claro que el color define, de una vez y para siempre, las cualidades de los cuerpos coloreados, el azul representa la fuerza, la voluntad, la acción, la luz y la razón… el rosa es un color deficiente, inacabado, significa resignación, pasión, entrega, son cuerpos incapaces de razón, débiles… todo lo anterior se ha construido con los siglos, que ya son milenios, y que han establecido una economía que parece eterna, de intercambios sexo-afectivos entre esos cuerpos, aquí el azul es el segundo dentro de la escala y la creación divina, Dios es el primero y el único, a él le sigue de manera cercana, un cuerpo cualitativamente diferente, si El Hombre -de nuevo son imprescindibles las mayúsculas- fue hecho a imagen y semejanza de Dios, la mujer -en minúsculas- es tan solo un fragmento -ni siquiera el más esencial del cuerpo masculino porque podemos vivir sin una costilla, o con dos, tal vez con seis costillas menos-, de una costilla de El Hombre, no hay que olvidar que las bestias y las plantas ya estaban en el Jardín del Edén, fue así porque Dios en su perfección no imagino un cuerpo imperfecto, la mujer -de nuevo con minúsculas-, fue la última en llegar… y sigue siendo la última… y fue creada solo para servir a El Hombre, la cultura occidental ha seguido con precisión ese mandato que cree divino y eterno. Por su parte, los fifas, los machirulos, toda su bárbara descendencia, aprovechan esa jerarquía que los beneficia cotidianamente. Esa es una de tantas diferencias artificiales que nos han convencido de la superioridad del cuerpo masculino sobre el femenino. Es evidente que la diferenciación entre hombres y mujeres no se queda únicamente en la diferenciación somática, ni en el sometimiento físico, legal, biológico, histórico, de los cuerpos femeninos, feminizados, generizados, va mucho más allá de esto: violencia. Ellas, todas las mujeres, nacen con el estigma de su inferioridad, y si no lo reconocen, siempre habrá un fifas que les recuerde el mandato divino, el mandato social, el mandato histórico, biológico, político, científico.
El tema que aquí nos preocupa es que los testimonios que le dan sentido al texto todos pasan, sin excepción, por ese abuso, por esas violencias que intentan apropiarse como sea, del cuerpo femenino. La idea que le dio forma al grupo de trabajo no tenía la consistencia de la verdad; al principio nos preocupaban las relaciones desiguales que existen entre hombres y mujeres, queríamos repensar aún dentro de las claves feministas tradicionales pero, en algún momento, se presentó en toda su brutalidad las grandes y las mínimas violencias a que la mujer, en general, se ve sometida desde su mismo nacimiento. Fue así que, del camino previsto nada queda, nos superaron los testimonios de ellas. El grupo de reflexión y análisis lo componían cuatro mujeres y, a un lado de ellas, dos hombres. Hasta ese momento aparecía cierta forma de conocimiento que era más propia de la intuición que de la razón. No era suficiente, teníamos que avanzar no sólo en el relato testimonial, sino que nos vimos obligades a reflexionar sobre ese acto centenario y fundacional sobre el que se ha construido la diferencia.
Por lo anterior se propone para el análisis, la teoría de la interseccionalidad que hace hincapié en otras formas de desigualdad que generan violencias y que permite plantear preguntas distintas. Como apuntamos más arriba, dos son los aspectos centrales que permiten la existencia de la violencia y del acoso sexual, el primero de ellos es la cultura machista, que ha convertido, de manera preferente a las mujeres y, a las minorías sexuales, en el objeto de su violencia y, en segundo lugar, las diferencias de poder que se dan, para el caso nuestro, en la vida cotidiana en tiempos de confinamiento por el COVID 19.
Desarrollo:
La vida cotidiana en la pandemia de COVID 19
Cuando lo que conocemos como vida cotidiana, se ve interrumpida de una manera inesperada y abrupta, entran al mundo los monstruos que la razón engendra cuando duerme; en un texto que apareció en los primeros días de marzo, de este año, podemos dar cuenta de los ensueños que se despertaron cuando llegó la noticia de que el COVID-19 había llegado a Europa. Nos resulta extraño leer a autores, que tienen prestigio mundial, olvidando de una manera palpable la realidad para mostrar la persona ordinaria que ve al mundo de una manera casi elemental, primaria; de la persona que experimenta la realidad tal como le llega, sin mediaciones, más que al intelectual que intenta interpretarla. La ruptura dramática y, repentina, de lo que antes se conocía como vida cotidiana, ha dado pie para que las visiones más fantásticas o irracionales cobren verosimilitud. Les científicos sociales, cuando abandonan la mirada crítica, al igual que el ciudadano promedio, están en manos de la imaginación, llegan desnudos al fenómeno, sin herramientas teóricas y sin la actitud necesaria para analizar lo que nos toma por sorpresa, entonces ven todo aquello que se nos escapa a la normalidad y a la monotonía, dentro de otros planos en lo que no cabe la interpretación cuando el mundo era normal. Entonces todo se coloca dentro del plano de lo posible, por lo tanto no es factible de ser analizado por las coordenadas establecidas por la ciencia y, aquí entran en juego las filias o las fobias del autor, caso más recurrente, puede ser analizado desde lo anormal, o desde la singularidad (cfr. Bauman: 1989) es decir, desde lo que no tiene parámetros para ser juzgado. Lo maravilloso entra al universo conocido y lo confunde; en este momento nos encontramos frente a la ruptura de lo que era nuestra cotidianidad y, frente al azoro que esto causa. Y es en este momento en que a algunes autores no les queda más recurso que acudir al ensueño de un mundo posible o, resguardarse en la imaginación responsable, dejar de lado los sueños y las utopías para tratar de ver con los ojos de la razón lo que está sucediendo allá afuera pero, esto no es lo normal dentro de este momento anormal, de una manera extraña nos damos cuenta que, después de jugar el juego que el capitalismo, en su versión actualizada el posmodernismo y el neoliberalismo, nos impusieron, al final de la guerra fría (1989), ha terminado por sedimentar la idea de otra realidad posible y, lo que ahora parece estar en boga se ha concretado en las visiones de un mundo distópico.
Es en este sentido que durante las primeras semanas de la aparición del virus algunos intelectuales trataron de visualizar los efectos que tendría a escala planetaria, en ese momento lo único que tenían para analizarlo eran referencias vagas, instrumentos de análisis que no permitían ver lo que en realidad estaba sucediendo o, peor aún, sus convicciones ideológicas los arrastraron por caminos extraños y, para este caso, la ideología, la imaginación o, la salida fácil, vinieron a duplicar sus deficiencias. Durante los primeros días aparecieron por todos lados versiones razonables al lado de otras que superan la ficción; en todo caso, unas y otras trataban de hacer accesible a nuestra comprensión el fenómeno que a todo el mundo tomó por sorpresa. Hubo abusos, como los del epígrafe, y otros que no están muy lejos de ese tipo de reflexión. Parece que la aparición de la COVID-19 dio motivos para la aparición de otra pandemia, la pandemia de la imaginación y el futurismo, fue como si los analistas o, intelectuales, quisieran ganar la carrera de la predicción. En un texto que se publicó de manera temprana, en marzo del 2020, cuando todavía se sabía poco sobre los efectos que tendría el virus sobre los estados nación y sobre la población, varios autores se dieron cita en el libro: Sopa de Wuhan (2020), es cierto que no son ensayos propiamente lo que ahí aparece, lo que nos obliga a leerlos con cierta distancia crítica, son apenas reflexiones marginales y, algunas fantásticas, sobre lo que podría suceder en el mundo durante y, después de la pandemia pero, no podemos dejar pasar de lado que ahí escriben autores que tienen peso en la opinión pública internacional. Es infrecuente encontrar a los intelectuales en falta, son meticulosos y, algunos esconden su pensamiento elemental bajo una palabrería confusa, llenando sus textos con citas con otros autores reconocidos. La pandemia a todes les tomó en falta, estaban obligades a pensar y a escribir sin tener un antecedente o, a pensar desde la originalidad y la imaginación; es en este intersticio que abrió el COVID-19 que podemos dar cuenta de la profundidad o, superficialidad, de su pensamiento.
A manera de metodología
Entre los meses de febrero a agosto del año del 2019, llevamos a cabo un taller de reflexión sobre la violencia en contra de mujeres y de minorías sexuales, con alumnes de las carreras de Trabajo Social, y de Estudios Políticos. La invitación al taller se realizó en el aula de clases. Las sesiones se llevaron a cabo una vez por semana con duración de dos horas con diez participantes al principio y al final seis. Al hablar de experiencias tan íntimas y dolorosas como el acoso y hostigamiento sexual fue necesario trabajar con una metodología cualitativa participativa dialógica. En la primera etapa del taller se propuso la técnica de grupos focales con el tema de acoso y hostigamiento sexual. En un segundo momento se trabajó con el método testimonial biográfico focalizado en experiencias de violencias. En un tercer momento se hizo un ejercicio de construcción, a través de la escritura, donde se describieron de manera detallada los testimonios de acoso, violencia y hostigamiento sexual. En la etapa final se trabajó en la revisión y corrección de los testimonios y se organizaron las historias por temas según el espacio donde sucedieron las violencias (vía pública, transporte público, hogar, fiesta, escuela, trabajo, consultorio). Es importante señalar que fue un ejercicio de reflexión crítica, de descubrimiento y de identificación de las violencias. Fue necesario también un trabajo de acompañamiento con las y los estudiantes por el tipo de vivencias que se socializaron.
La interseccionalidad de género
El enfoque de la interseccionalidad propuesto por Crenshaw, ha posibilitado el reconocimiento de los procesos complejos generadores de desigualdades ya que ha puesto de manifiesto que estas se generan en las intersecciones entre “género, orientación sexual, etnia, religión, origen nacional, (dis) capacidad y situación socioeconómica, que se constituyen uno a otro dinámicamente en el tiempo y en el espacio” (La Barbera, 2015, p.106). Crenshaw (1991) refiere que “existen intersecciones que afectan las vidas de las mujeres de maneras que no pueden ser comprendidas si se observan por separado dimensiones como el género y la raza”. La interseccionalidad es una herramienta que resulta útil para localizar las discriminaciones que ocurren en la cotidianidad produciendo la marginación femenina tanto en la vida privada como en la pública. Para Golubov (2016) “cuando incorporamos a la interseccionalidad a una investigación debemos preguntarnos cuándo, dónde y de qué manera resultan relevantes las diferencias e identificar cuándo lo son”. Autoras como Garzón afirman que el concepto de interseccionalidad permite “no sólo mirar cómo las desigualdades de género se instauran en los cuerpos y las prácticas, sino también cómo estas se insertan en otros entramados de relaciones de poder que configuran las relaciones de formas múltiples” (Garzón, 2018, p.10). Para Golubov, este concepto permite reconocer las interacciones antes mencionadas en diferentes categorías analíticas:
En la experiencia individual y la vida privada; dentro y entre grupos sociales; en instituciones, organizaciones y los discursos que en ellos circulan y los justifican; en representaciones culturales y políticas públicas, así como en la sistematicidad de esos cruces; en los mecanismos por medio de los cuales se forman y perpetúan las clasificaciones de las personas y los grupos sociales; en los regímenes de desigualdad; en quienes se benefician de la exclusión de ciertos grupos; en la manera en que se distribuyen los recursos (simbólicos, materiales), y cuándo y dónde se intersectan dos o más vectores de la discriminación. (Golubov, 2016, p.205).
Raquel Guzmán y María Luisa Jiménez (2015) demuestran que “el marco interseccional contribuye a ampliar la mirada hacia otras formas de violencia que padecen y enfrentan las mujeres, más allá de las más visibilizadas y problematizadas, legal, mediática y socialmente y que afectan a colectivos altamente vulnerables, como consecuencia de discriminaciones y desigualdades múltiples”. Por ejemplo, violencias ligadas a condición de inmigrante, etnia, edad, clase social, identidad sexual (p. 605).
Conclusiones:
Lo primero que surgió, de estas reflexiones, fue la casi absoluta libertad de que gozan los acosadores. El segundo factor que apareció fue la incapacidad de las mujeres, de clasificar, o conceptualizar, los diversos tipos de violencias a que se vieron sometidas. Y, por último, existía en todas, dos ideas dominantes que impidieron la denuncia: el miedo al perpetrador y la inutilidad de llevar a juicio al acosador. En este caso concreto, en los testimonios, solo aparecieron varones en el papel de violentadores. Uno de los principales hallazgos fue la naturalización de las mujeres con relación a los eventos violentos en la trayectoria de vida, la aparición de la violencia a temprana edad, la dificultad para identificar, nombrar y sobre todo denunciar la violencia y a los acosadores.
Con relación a la utilidad de la interseccionalidad en el análisis de las violencias nos dimos cuenta que las categorías de clase social, poder, género, identidad sexual, edad, raza, etnia, discapacidad nos permitieron plantear las siguientes preguntas en contextos de pandemia:
¿Quiénes son las mujeres que sí pueden quedarse en casa? ¿Quiénes son las mujeres que sufrieron el aumento de la violencia, las que salen a trabajar, las que tienen un sueldo seguro y pueden quedarse en casa, las desempleadas? ¿Qué mujeres, que sufren violencia, no aparecen en las estadísticas? ¿Quiénes son las mujeres que no denuncian? ¿Qué dificultades presentan las mujeres para denunciar? ¿A qué clase social pertenecen las mujeres que denuncian? ¿Qué dificultades enfrentan las mujeres para el acceso a la justicia? ¿Quiénes enfrentan mayor dificultad, las de clase baja o las de clase media y alta? ¿Existe revictimización institucional en casos de violencia de género? ¿Por qué en cualquier desastre o catástrofe las mujeres y las niñas son las más afectadas por la violencia? ¿Por qué aumentaron los embarazos en adolescentes? ¿Aumentó la violencia reproductiva en las mujeres?
¿Quiénes sufrieron mayor desempleo, los hombres o las mujeres? ¿Quiénes dejaron de tener acceso a la salud, las mujeres de clase media o las mujeres en situación precaria? ¿Qué pasó con las trabajadoras domésticas en el encierro? ¿Qué pasa con las mujeres en situación de discapacidad que viven violencia? Es un hecho que la violencia por razón de género sucedió en tiempos de pandemia, ha sido un continuo en la trayectoria de vida de las mujeres. El sistema patriarcal ha estado presente, en pandemia y sin pandemia. La condición de desigualdad de poder de las mujeres está presente con el confinamiento y sin él.
Este trabajo termina con más preguntas que respuestas, interrogantes que permiten abrir un diálogo distinto, crítico que nos puede llevar a discusiones pertinentes. Se sabe de esas violencias sistémicas que permiten que una mayoría de la población padezca la injusticia de una minoría, y el sentido irónico de la frase no lo podemos dejar escapar, pero a un lado y enriqueciendo, se le suman esas pequeñas violencias que dan la impresión que no vulneran, que no desgasta no solo los cuerpos y las emociones, sino que van más allá y terminan configurando a un ser que se nos presenta a la mirada unas veces como negativo, otras como una especie de otredad absoluta y, generalmente se nos muestra como un sujeto disponible para ejercer o imponer nuestra sexualidad, nuestra lascivia, en ocasiones nuestras utopías o ensueños pero, y esto es lo esencial, el cuerpo de la mujer, así en abstracto, se ha configurado como un ser-disponible-para-el-hombre. Tenemos que aceptar ese hecho indudable, hasta ahora el universo es masculino: la ciencia, el arte, la religión, la política, la arquitectura, la vida pública... están hechos a la medida del hombre. Es claro que ese hombre no es todos los hombres pero, hasta el más desdichado y menesteroso tendrá a un lado un cuerpo femenino sobre el que cebar sus frustraciones.
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Palabras clave:
Violencia, género y pandemia