Resumen de la Ponencia:
El envejecimiento demográfico es uno de los fenómenos sociales más complejos a los que nos enfrentamos en el mundo contemporáneo. Implementar técnicas como la historia de vida para recuperar las narrativas que tienen las mujeres mayores sobre su propia vejez representa una aportación relevante y pertinente al campo interdisciplinar de la sociología del envejecimiento, el patrimonio cultural inmaterial y los estudios de género. Así pues, el objetivo del presente trabajo de investigación es estudiar la relación entre la calidad de vida en el envejecimiento femenino y el binomio sentido de comunidad-patrimonio cultural. Su desarrollo deriva del proyecto "Cibercultura y Gestión Cultural: Mejoramiento de la Calidad de Vida en la Tercera Edad” (PAPIIT IN303315, Universidad Nacional Autónoma de México). Las bases teóricas del estudio se sustentan en la revisión de los conceptos: envejecimiento activo, calidad de vida, sentido de comunidad y patrimonio cultural. El diseño metodológico de la investigación es de tipo cualitativo y hermenéutico, motivo por el cual se hace énfasis en la influencia del contexto sociocultural en la trayectoria de vida personal. A partir de la técnica de historia de vida, se construye el relato de Doña Petra C., originaria de Santa María Aztahuacán, pueblo de origen prehispánico ubicado al oriente de la Ciudad de México. Desde sus propias memorias se analizan e interpretan los factores socioculturales que condicionan el bienestar subjetivo y la calidad de vida en la vejez femenina. El tema principal de este estudio de caso es el pasado rural y, las prácticas y rituales propios de la festividad de Día de Muertos. Patrimonio cultural inmaterial que es percibido, sentido y vivido como un proceso y un vínculo que aporta bienestar biopsicosocial y dota de sentido a la existencia individual y colectiva. Gracias al análisis de los hallazgos se concluye que durante la vejez las mujeres refuerzan su rol de promotoras del fortalecimiento del sentido de comunidad, para lo cual se apropian, valoran, usan y gestionan el patrimonio cultural como un recurso para afianzar su autonomía y participación en el ámbito familiar y comunitario, disfrutando así de un envejecimiento activo y, por ende, de una mejor calidad de vida.
Introducción:
El envejecimiento demográfico es uno de los fenómenos sociales más complejos a los que nos enfrentamos en el mundo contemporáneo. Se espera que la proporción de personas de 60 años y más aumente un 14.1% en 2025 y un 22.6% para el año 2050 en los países de América Latina y el Caribe (CEPAL-CELADE, 2002). Esta transformación marca un hecho histórico en Latinoamérica, pues del año 1950 al 2000 la pirámide poblacional mantuvo una clara tendencia marcada por el crecimiento poblacional y la prevalencia de población joven en su base.
En México el proceso de envejecimiento demográfico muestra un progreso intermedio, comparado con países sudamericanos como Uruguay, Argentina y Chile, los cuales presentan un mayor avance. Sin embargo, por la gran cantidad de población que alberga, se estima que en las próximas cinco décadas la proporción de adultos mayores experimente un repunte vertiginoso (CEPAL, 2017). Esta transición demográfica deja atrás el “México joven” y nos conduce hacia un nuevo país, el “México de los adultos mayores”.
Para el año 2050 las mujeres de 60 años y más representarán el 23.3% del total de la población femenina, mientras que los hombres conformarán el 19.5% del total de la población masculina (INMUEJRES, 2015). El Estado de México y la capital son las dos entidades de la República Mexicana con mayor índice de población envejecida (INEGI, 2014). Es precisamente en el medio urbano donde hay un mayor número de mujeres mayores, de las cuales el 40.7% habita en hogares ampliados, es decir, formados por un hogar nuclear y al menos otro pariente.
Según el perfil sociodemográfico de los adultos mayores en México, las mujeres padecen una mayor desigualdad social. Respecto al nivel educativo se refiere, ellas poseen un menor grado de escolaridad en comparación con los hombres. Esta desventaja se ve reflejada también en el ámbito laboral, pues el 62.8% de las mujeres adultas mayores se dedican a los quehaceres domésticos -trabajo no remunerado- contra el 8% de los hombres (INMUJERES, 2015).
Hasta ahora, la acción del Estado Mexicano para atender las necesidades de las personas mayores se ha limitado a la repartición de subsidios económicos, apoyos y descuentos en el pago de servicios (Gutiérrez, 2016). Sin embargo, estas medidas no constituyen una política social efectiva para la mejora de la calidad de vida en el envejecimiento. El modelo de envejecimiento en el que se basan estas acciones de gobierno no promueve un cambio en las representaciones sociales que identifican a la vejez como sinónimo de enfermedad, pasividad y lastre social.
Esta tendencia tiene su origen en el énfasis por abordar sólo los aspectos patológicos de la vejez que mantuvieron las ciencias biomédicas hasta la década de los años 70. A partir de entonces, la psicología social comenzó a reivindicar el estudio de los aspectos socioculturales relacionados con la calidad de vida en el envejecimiento (Arias & Iacub, 2013), tales como la participación social (Krzeimen & Lombardo, 2003; Arias & Iacub, 2010; Urzúa et al., 2011), las redes de apoyo (Clemente, 2003; Guzmán, Huenchuan & Montes de Oca, 2003), las características sociodemográficas y el estilo de vida (Fernández-Ballesteros, 1997; Vera, 2007) y la espiritualidad (Aponte, 2015). En la actualidad, la mayoría de los estudios coinciden en destacar la necesidad de diseñar e incorporar metodologías cualitativas para recuperar las narrativas de las propias personas mayores sobre lo que significa el bienestar y la calidad de vida en la vejez (Arias & Iacub, 2013).
Con base en lo anterior, la presente investigación estudia el envejecimiento desde el género y la cultura. A partir de una perspectiva interdisciplinaria que combina el enfoque de la intervención social y la gestión cultural, se busca ahondar en los conocimientos acerca de la calidad de vida en el envejecimiento femenino y su relación con el binomio sentido de comunidad-patrimonio cultural. El estudio se basa en la construcción y análisis de la historia de vida de Doña Petra C., mujer de 95 años de edad, originaria de Santa María Aztahuacán, pueblo urbano ubicado en Iztapalapa, Ciudad de México.
Marco Teórico
A partir de los últimos años del siglo XX, el estudio sobre la calidad de vida ha tomado especial relevancia en la investigación e intervención social, así como en el campo de las políticas públicas. La noción de calidad de vida posee un carácter objetivo y subjetivo, en el cual influyen múltiples factores, tales como, la cultura, el origen étnico, la edad, el sexo, el género, la clase social, el nivel educativo, el estatus socioeconómico y la salud. La dimensión objetiva corresponde a la medición del bienestar material producto de las condiciones de vida. Por su parte, la dimensión subjetiva se refiere al bienestar individual psicológico, físico y social manifestado por la propia persona según sus pautas, estándares y expectativas personales.
El constructo de bienestar subjetivo se ha utilizado como sinónimo de calidad de vida subjetiva y comprende los aspectos psicosociales del individuo y de las comunidades que integra. Esta noción corresponde a las percepciones y aspiraciones de las personas sobre sus propias vidas (Campbell, Converse & Rodgers, 1976). Según García (2002) el bienestar subjetivo es:
El resultado de la valoración global mediante la cual, a través de la atención a elementos de naturaleza afectiva y cognitiva, el sujeto repara tanto en su estado anímico presente como en la congruencia entre los logros alcanzados y sus expectativas sobre una serie de dominios o áreas vitales, así como, en conjunto, sobre la satisfacción con su vida. (p. 22)
Tal naturaleza subjetiva de la calidad de vida conlleva a hablar, más bien, de “calidades de vida”, pues se puede afirmar que existen tantas concepciones de calidad de vida y de bienestar como personas y culturas existen en el mundo. Por ello, es preciso destacar el papel central del contexto social, cultural, político, económico, espacial e histórico, pues este incide directamente en la interpretación que los sujetos construyen sobre lo que para ellos significa vivir bien (Urzúa, et al., 2011).
La calidad de vida en las personas mayores, sin importar su edad, género y condición socioeconómica, es consecuencia de vivenciar y concebir el envejecimiento como un proceso vital activo y generativo (Limón & Ortega, 2011; Vera, 2007; Krziemen & Lombardo, 2003). Este modelo requiere romper con el imaginario social degenerativo, estigmatizante y decadente construido en torno a la vejez.
La posibilidad de tener una vida de calidad dependerá de que el sujeto se signifique y resignifique en su condición de “ser social” y no solamente en función de “abuelo”, “viudo”, “enfermo”, y demás significantes que responden a la representación social predominante acerca de la vejez, la cual suele homologar vejez a enfermedad, incapacidad e improductividad. (Krzeimen, s.f.).
En su lugar, se consolida un modelo de desarrollo que proyecta al envejecimiento como una etapa más del ciclo vital en la que, a pesar de la disminución de las capacidades físicas y mentales, la persona continúa desempeñando roles significativos en su entorno social. Este paradigma constituye un enfoque integral que prioriza las dimensiones ecológica, proactiva, intergeneracional, antropológica y comunitaria del proceso.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2015), el envejecimiento activo resulta del mantenimiento y la conjugación de tres elementos esenciales: participación social, salud y seguridad. Esta perspectiva asume que “los ciudadanos mayores han de tener oportunidad de participar en todo lo que les es propio, entendiendo por ello no sólo lo circunscrito a su ocio o a servicios o entidades para mayores, sino a cualquier esfera relativa a su comunidad” (Limón & Ortega, 2011, p. 230). Con ello se reafirma que la integración, el sentido de comunidad y la participación social empoderan a las personas mayores, ya que fomentan su bienestar y el de la sociedad en general, en todos los contextos en que se desenvuelven.
Por lo general, el envejecimiento en la mujer se caracteriza por la perpetuación de los roles de género que les han sido atribuidos históricamente: ser proveedoras de cuidados y de bienestar familiar, comunitario y económico en el ámbito doméstico. Al respecto, Krzemien (s.a., p. 4) señala que el envejecimiento femenino se puede clasificar en dos modelos:
El primero, conformado por aquellas ancianas más orientadas a la interacción y a la participación social, propiciándose la integración al medio como “actor social”, y el segundo modelo, representado por las mujeres que se adhieren al papel tradicional de ama de casa y abuela donde predominan relaciones sociales restringidas al círculo familiar. Ambas implicarían posiblemente diferentes niveles de calidad de vida: existirían ancianas que llevan un estilo de vida de dependencia y aislamiento social, así como otras que mantienen un grado saludable de autonomía y actividad.
La clasificación dicotómica que la autora propone no contempla un modelo intermedio que combine el papel tradicional y el de la participación socio-comunitaria en el envejecimiento en la mujer. Sin embargo, aún en aquellos casos en los que las mujeres mayores se desenvuelven casi de forma exclusiva en el ámbito familiar, también pueden desarrollar el potencial de desempeñar roles significativos que trascienden a la familia e impactan positivamente a la comunidad.
En adelante veremos que, sentido de comunidad y patrimonio cultural son un binomio que posibilita el empoderamiento individual y colectivo, en especial durante el proceso de envejecimiento. El concepto de sentido de comunidad fue concebido en el seno de la psicología social por Sarason (1974) y, posteriormente, desarrollado por McMillan y Chavis (1986), cuya obra lo define como:
El sentimiento que los miembros tienen de pertenencia, un sentimiento de que los miembros son importantes entre sí y para el grupo y una fe compartida en que las necesidades de los miembros serán atendidas a través de su compromiso de estar juntos. (p.9)
Estos autores establecen cuatro dimensiones que permiten identificar la presencia y el grado de sentido de comunidad entre los individuos, así como las relaciones que éstos mantienen con la comunidad, dichos factores son la pertenencia, la influencia, la satisfacción de necesidades y la conexión emocional (Ramos-Vidal & Maya-Jariego, 2014).
La pertenencia es el eje del sentido de comunidad, pues comprende la función de sentirse “parte de” e “identificado con” una colectividad (Krause, 2011). Este sentimiento dota de identidad a los individuos, proporcionándoles un marco a partir del cual se identifican como iguales y se diferencian de los otros. Por consiguiente, el sentido de comunidad implica el surgimiento de una conexión emocional compartida, basada en el reconocimiento y la valoración de experiencias y memorias que cohesionan al colectivo (Maya-Jariego, 2004) y forman el emblema de su identidad. A medida que se forjan vínculos emocionales fuertes, el sentido de comunidad se consolida aún más, consigue trascender en el tiempo y afianzarse en las nuevas generaciones.
Aquello que posibilita la identificación es el hecho de compartir una cultura común. Entendemos el concepto de cultura como un entramado de significaciones -valores, creencias, ideas, propósitos, aspiraciones, prácticas y conductas- propias de un contexto particular, en proceso de cambio y transformación permanente (Geertz, 2003). En consecuencia, la identidad y el sentido de comunidad son indisociables del patrimonio cultural, el magma de significaciones que une a los individuos y les hace reconocerse como una misma entidad social.
Desde una visión hermenéutica, el patrimonio cultural puede concebirse como: “El conjunto de significados e interpretaciones que surgen de la relación mediática entre el objeto-soporte y los individuos, por lo tanto, el patrimonio resulta de esta relación en el momento mismo de la interpretación, lo que supone su constante reactualización” (Dormaels, 2011, p.8). Es así como se puede afirmar que, el patrimonio cultural es una construcción social resultado de las significaciones sociales que los miembros de una comunidad le confieren a los bienes -prácticas y expresiones tangibles e intangibles- de los que son portadores, gracias al legado de sus antecesores.
El potencial que posee el patrimonio cultural como activador de procesos microsociales de desarrollo es aún mayor en aquellas manifestaciones que podemos denominar patrimonio vivo, es decir, el patrimonio cultural inmaterial. Las tradiciones orales, las lenguas, las artes del espectáculo, los rituales y las fiestas, los conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el cosmos y las técnicas ancestrales tradicionales son manifestaciones de esta riqueza cultural comunitaria UNESCO (2003). Este legado es transmitido de generación en generación y recreado constantemente por las comunidades en función de la interacción con su entorno, infundiendo en sus miembros un sentimiento de comunidad, pertenencia, identidad y continuidad histórica.
Desarrollo:
Metodología
El diseño metodológico de esta investigación es de tipo cualitativo y hermenéutico. El enfoque que se adoptó es el del estudio de caso, centrándose en la construcción e interpretación de la dimensión biográfico-narrativa. De modo que su objetivo es analizar los significados que encierran las prácticas y expresiones humanas narradas por el propio sujeto e interpretarlos a la luz del contexto sociocultural.
Las técnicas de investigación para recabar la información fueron: observación etnográfica e historia de vida. Esta última se define como: “El estudio de caso referido a una persona dada, comprendiendo no sólo su life story, sino cualquier otro tipo de información o documentación adicional que permita la reconstrucción de dicha biografía de la forma más exhaustiva y objetiva posible” (Pujadas, 1992, p.13).
Así pues, a pesar de que el método de investigación biográfico y la historia de vida se enfocan en estudios de caso, de los relatos de vida se pueden extraer conclusiones generalizables -universales particulares- que abarcan a los individuos pertenecientes al mismo contexto o en condiciones similares y que comparten características en común; pudiendo, además, captarse de forma integral la complejidad de las interacciones entre el individuo y su entorno macrosocial (relaciones familiares) y mesosocial (relaciones con las comunidades que integra) (Bronfenbrenner, 1987).
Las entrevistas a la informante principal y a las mujeres de su núcleo familiar se realizaron en el periodo 2017-2018 en su domicilio y en el mercado del Pueblo Santa María Aztahuacán. La transcripción de las entrevistas se realizó de forma literal, respetando las expresiones idiomáticas de los informantes y señalando anotaciones sobre el lenguaje no verbal. Su sistematización se realizó mediante el programa Atlas.ti, localizando en los textos las dimensiones y categorías de análisis previamente identificadas de acuerdo con los objetivos de la investigación. Para redactar el relato de vida y sentar las bases del análisis se recurrió al uso de las técnicas: línea de vida, genograma y ecomapa.
Gracias a la línea de vida se realizó un esquema donde se representaron cronológicamente los momentos más importantes de la biografía de la informante y se incluyeron los eventos del entorno meso y macrosocial. El genograma y el ecomapa fueron útiles para identificar las redes de apoyo y el tipo y la calidad de las relaciones que mantiene la informante con los sistemas que configuran su vida (familia extensa y nuclear; amigos, barrio; salud; trabajo; educación; recreación; patrimonio cultural y espiritualidad).
Análisis y discusión de los hallazgos
En el relato de vida -resultado final de la investigación de campo- se pueden constatar cuáles son los procesos históricos que marcaron la vida de la informante y de la generación a la que pertenece. Nos referimos a la Revolución Mexicana y al posterior proceso de reconstrucción de la nación, así como a las políticas de modernización y sus procesos de urbanización, industrialización, tecnificación y terciarización de la economía.
Dichas transformaciones estructurales, de alcance nacional y producto también de procesos socioeconómicos globales, tuvieron implicaciones en la vida de Petra, su familia y su comunidad. Un ejemplo de ello es la transición rural-urbana y la consecuente ruptura de la trayectoria laboral heredada de los antepasados, al sustituirse el trabajo agrícola por el comercio. Este proceso tuvo lugar en todo el país a consecuencia del establecimiento de políticas de desarrollo económico que a partir de 1980 se ajustaron al modelo neoliberal en el contexto de la globalización (Escalante et al, 2013). Desde la perspectiva de la teoría ecológica, estos fenómenos condicionaron los distintos contextos en que se desarrolló la vida de Petra, contextos a su vez condicionados por el macrosistema, es decir, por la cultura.
En el contexto sociocultural en el que se desenvuelve la trayectoria de vida de Petra se distinguen, en primer lugar, la división social del trabajo y los roles de género asignados a las mujeres en la sociedad mexicana del siglo XX. Ser mujer en este contexto implicaba -y aún implica- desempeñar el papel de servir, proveer y estar al servicio del cuidado, bienestar y estabilidad (doméstica y emocional) de la familia. Los roles esperados de esta condición social, histórica y transculturalmente vinculada a la realización de labores domésticas, ha estado presente a lo largo de la vida de Petra.
En el momento en que Petra comenzó a trabajar en el campo, un trabajo considerado apto sólo para los hombres, y luego como comerciante, ella transformó su vida y la de su familia. Con estas acciones fundó un oficio que ha heredado a las dos generaciones siguientes de mujeres de la familia, su hija y su nieta. Es decir, construyó y transmitió un patrimonio material e intelectual basado en el principio del trabajo femenino como medio de bienestar individual, familiar y comunitario.
De modo que puede afirmarse que el modelo tradicional de concebir a la mujer y sus funciones sociales fue transformado y desafiado por Petra, lo cual no implica que por ello haya sido rechazado. Como se dijo en el marco teórico, el sujeto no escapa a la influencia de la comunidad y de su contexto, pues los esquemas de interpretación de la realidad social propias de la cultura determinada son aprendidos, interiorizados y reproducidos a lo largo de la vida. Así pues, aún en la vejez Petra no deja de asumir su papel de cuidadora y proveedora de bienestar doméstico, familiar y comunitario.
Asimismo, en el relato de vida se observa que Petra concibe las labores domésticas -cocinar, limpiar y arreglar la casa- como un trabajo al que equipara con sus anteriores oficios de campesina y comerciante. Esta forma de pensar la función social de la mujer es un hecho a destacar, pues a pesar de que la labor doméstica no es socialmente valorada ni remunerada como un trabajo, en su discurso Petra enaltece y valora la importancia del trabajo doméstico realizado por las mujeres, sobre todo en la vejez. Es así como cobra sentido que identifique al trabajo como un factor necesario para sentirse sana, feliz y productiva.
Por otra parte, en el caso de estudio se observa que, tanto el acto de recordar como las evocaciones producto de esta acción, son percibidas también como fuente de bienestar. Si bien se recuerda con añoranza lo que se dejó atrás, los recuerdos otorgan satisfacción personal, conectan generaciones, cohesionan a la familia y a la comunidad y terminan por dar sentido a la vida presente. Estas memorias constituyen un patrimonio cultural que se transmite a la familia y la comunidad mediante la oralidad y se objetiva en prácticas cotidianas y festivas.
Aquello que se rememora privilegia el contexto espacio temporal y a la comunidad por ser el medio en el que cobra sentido la trayectoria personal. El campo y el estilo de vida rural, la interacción con la naturaleza, la cultura alimentaria, los valores de trabajo y solidaridad, el territorio, las creencias y las prácticas socioculturales, son los recuerdos que configuran el relato de vida de Petra. En suma, lo que se recuerda y reproduce es la comunalidad: pensar y actuar desde, por y para la comunidad a través de la apropiación de un sistema simbólico que va más allá del individuo e incluso, de la suma de los individuos; es el sentido de comunidad lo que los integra y los mantiene unidos de forma intergeneracional.
Año con año, Doña Petra se da a la tarea de montar una majestuosa ofrenda de muertos decorada con flores, imágenes religiosas, abundante comida tradicional mexicana, bebidas, pan y frutas e iluminada por un camino formado por más de cien cirios. El montaje del altar lo lleva a cabo según le enseñaron su abuela y su madre. Cada cirio representa a uno de sus difuntos, de los que lleva un registro a detalle en una libreta, herencia de su abuela. La lista es amplia, pues, además, la gente del pueblo le pide que encienda cirios para sus difuntos. La noche de Día de Muertos, Doña Petra recibe a sus muertos tocando su armónica, cantando y rezando para darles la bienvenida y guiar su camino.
“Es una costumbre que nuestros padres nos platicaban en cuentos que eran verdades. […] Ahora les prendo 130 ceras que ponemos aquí amarraditas con unas tiras de fierro, mi hijo todavía está y me ayuda. Esa noche yo me siento y voy diciendo, “fulano de tal recibe tu cera” y se la prendo, así uno por uno. Mi abuelita, que murió de 105 años, siempre me decía: -ustedes así van a seguir encendiendo-, yo le decía, -pues sí, pues mientras estemos abuelita, sí-”.
A través de los rituales de Día de Muertos que Petra realiza en Aztahuacán se puede observar que:
-Las prácticas y expresiones culturales propias de la fiesta afianzan el sentido de comunidad y favorecen el surgimiento de procesos de participación en el seno familiar y comunitario. Como señala Petra en el relato, la planificación de la ofrenda es una tarea que da satisfacción y sentido a su vida, pues sin importar cuánto tiempo falte para el festejo, la prepara y espera la fecha con entusiasmo. Además, por medio de esta celebración Petra refuerza su autonomía y autoridad en el entorno familiar, pues se respetan por completo sus decisiones sobre la colocación del altar, pero también en el entorno comunitario, al gozar del reconocimiento y admiración de la gente del pueblo. Es así como se fortalecen su autoconfianza y autoestima, lo cual se refleja en una mejor calidad de vida.
-La realización de la ofrenda de muertos constituye un compromiso con la comunidad real -los miembros que están- y la imaginada -los miembros fallecidos-. Con esta práctica y las manifestaciones que comprende se refuerza el sentido de pertenencia, la influencia -de la comunidad hacia el sujeto y viceversa-, la integración y la conexión emocional entre los miembros de la comunidad. En suma, se preserva y cultiva el sentido de comunidad.
-El ritual en torno a la celebración de Día de Muertos puede interpretarse como una metáfora de la vida. El sujeto, Petra, es quien ofrenda hoy a sus muertos consciente de que está cerca de ser a quien su familia dedique la ofrenda en fiestas futuras. De modo que puede decirse que la práctica da sentido a la vida y al mismo tiempo funciona como instrumento de preparación para la muerte. Además, la naturaleza de la fiesta privilegia el recuerdo sobre el olvido, lo cual se vuelve aún más significativo en la vejez. Además de generar satisfacción y bienestar subjetivo estimula las funciones cognitivas del cerebro (principalmente, memoria a largo plazo; memoria procedimental; memoria episódica; memoria semántica; orientación espacial y temporal), favoreciendo así, un envejecimiento saludable.
-El tipo de ofrenda que Petra coloca es un altar socio-comunitario, pues está dedicado no sólo al núcleo familiar. Es preciso hacer énfasis en el hecho de que por su composición -costo, número de objetos y alimentos, cantidad y diversidad de ánimas ofrendadas, decoración y apego a la tradición- es también un símbolo de estatus social (Mendoza, 2016). En este caso, la majestuosidad de la ofrenda no corresponde con el nivel socioeconómico de Petra y de su familia, sin embargo, se realiza de este modo porque es garante de prestigio ante la comunidad. Un ejemplo más del carácter socio-comunitario del ritual reside en el hecho de que cada año Petra abre las puertas de su hogar a la gente del barrio que le solicita ver su ofrenda, pero especialmente a los tintilimales (ritual del pueblo que la comunidad preserva). Con esta práctica participa directamente en la preservación de otra de las prácticas que configuran el patrimonio cultural del pueblo, cohesiona a la comunidad y, al mismo tiempo, se siente plena y dichosa.
A lo largo de su discurso el binomio sentido de comunidad-patrimonio cultural y su impacto positivo en la calidad de vida en el caso de estudio se halla en los siguientes factores:
-La pertenencia, integración, influencia y conexión emocional se reflejan en el conocimiento del territorio y el apego al lugar. Los significados que se le confieren al territorio perduran en el tiempo a pesar de las transformaciones sociales. La identidad individual y colectiva está determinada en buena medida por los imaginarios sociales construidos en torno al pueblo, lo cual se demuestra cuando Petra afirma que no cambiaría de lugar de residencia.
-Al narrar su vida, Petra se refiere constantemente a la comunidad al mencionar “nosotros” y “nuestro pueblo”. De este modo se denota su pertenencia e integración, pues recordemos que ella conoce y vivió el proceso de conformación del pueblo a través de la constitución de barrios familiares. La comunidad se funde en ella y ella se funde en la comunidad.
-Servir al pueblo a través de la colaboración como socia de las mayordomías, tal como lo menciona Petra, es una de las actividades que desde su juventud y hasta la fecha continúa siendo un compromiso con la comunidad y consigo misma. Esto es una muestra más de cómo influye la comunidad en su forma de pensar y actuar, así como de la forma en que el sentido de comunidad influye en su bienestar psicosocial.
Conclusiones:
Como se mencionó en el marco teórico, la percepción sobre el envejecimiento y la calidad de vida ha de interpretarse a la luz de los procesos históricos y del contexto sociocultural. A través de la historia de vida es posible conocer a profundidad las distintas formas de envejecer y las percepciones del envejecimiento desde la propia voz de quienes viven este proceso. A diferencia de otras técnicas, la historia de vida empodera al sujeto dándole la oportunidad de reflexionar, explicar, narrar e interpretar su pasado, presente, y plantearse su futuro.
No puede haber sentido de comunidad sin un patrimonio cultural en torno al cual se construyan significados comunes que doten de sentido a la acción individual y colectiva. La apropiación del patrimonio cultural -personal, familiar, comunitario- en el envejecimiento femenino -especialmente, pero no exclusivamente en esta etapa- deviene pues, en procesos de participación en el entorno inmediato que propician el empoderamiento y el bienestar -subjetivo- y, por ende, la calidad de vida.
Esto no significa que en los procesos de envejecimiento femenino dejen de reproducirse los roles de género impuestos socialmente. Las mujeres mayores asumen que tienen la función de continuar siendo cuidadoras y proveedoras de bienestar doméstico, familiar y comunitario. Sin embargo, la realización de prácticas y expresiones culturales que refuerzan la identidad -individual y social- y consolidan el sentido de comunidad tiene el poder de transformar este modelo tradicional de envejecimiento.
Así pues, las mujeres mayores desarrollan y refuerzan aún más el rol de promotoras del fortalecimiento del sentido de comunidad. Para ello, se apropian, valoran y utilizan el patrimonio cultural como un recurso para afianzar su influencia, participación y capacidad de acción y decisión en el ámbito familiar y comunitario. De manera que su acción social las posiciona como referentes emblemáticos en su entorno familiar y comunitario, y les permite vivir un envejecimiento activo.
En la vejez las mujeres consolidan su compromiso de transmitir a las generaciones presentes y futuras el bagaje cultural del que son portadoras. Este hecho hace que la familia y la comunidad las consideren a sí mismas como patrimonio vivo. En su entorno son vistas como depositarias de las memorias, prácticas y manifestaciones culturales que hacen ser a la comunidad; en ellas se objetivan los valores y creencias por las cuales la comunidad se ha mantenido unida; son el vínculo y la semilla, la raíz de su existencia, permanencia y continuidad en el tiempo. Al saberse valoradas, poseedoras y capaces de usar y gestionar tal legado cultural su autoestima, autoconfianza, satisfacción vital y bienestar aumentan, lo cual se traduce en una mejor calidad de vida.
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Palabras clave:
calidad de vida; envejecimiento; sentido de comunidad.