Resumen de la Ponencia:
A partir de un primer acercamiento a una comunidad Ashaninka, con el fin de examinar los procesos de urbanización en la cuenca del Perené (Junín, Perú), se puso en evidencia la escasa sociocompatibilidad entre las reglas de juego y naturaleza de la investigación científica y las formas de interacción de la cultura local. Luego de un tiempo considerable encontramos – de manera casual - una vía alternativa de generar información y relacionarnos con nuestros interlocutores: caminar y pensar con ellos y ellas. La propuesta de “andar-con y pensar-con” como experiencia vivida potencia la reflexividad epistémica (Bourdieau y Wacquant, 1992) y nos invita a pensar de manera crítica-reflexiva sobre conceptos como lugar, espacio y movimiento. Caminar-con nuestros interlocutores en su propio medio nos ayuda a superar de cierta manera la jerarquización entre investigador e investigado. Es además una manera de responder a y habitar un lugar a través de la experiencia vivida del movimiento que además activa modos de participación de manera situada y relacional (Springgay y Truman 2018). Sintonizamos el caminar con la producción de sentido y al mismo tiempo con la construcción del lugar puesto que el lugar no es algo fijo o predeterminado donde entra a tallar los tiempos ritmos de los pasos y cuerpos humanos y no- humanos, la activación de todos nuestros sentidos. En sí mismo el tema de producir conocimiento caminando nos abre una serie de interrogantes. El conocimiento científico, las humanidades, las artes son parte de una historia gestada en y por Occidente y por lo tanto son formas eurocéntricas de conocimiento que la academia en América Latina ha acogido/heredado. ¿Qué tanto hemos incorporado las formas de conocimiento subalterno a los procesos de producción de conocimiento? (Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007: 21). ¿En qué sentido mantenemos una razón cartesiana que establece una oposición entre el sujeto que indaga – Europa, la razón – y quién es objeto de la indagación? (Segato, 2014: 51). ¿Cómo repercute todo eso en nuestras consideraciones éticas? Tenemos que respetar los tiempos y formas de comunicación de nuestros entrevistados y observar una validez ecológica (Briggs, 1986) entendida como el grado en que las circunstancias creadas por el/la investigadora armonizan con aquellas condiciones que corresponden a la vida cotidiana de nuestros interlocutores. La investigación en Ciencias Sociales opera en el ámbito público, por lo tanto está sujeta a escrutinio público. La rendición de cuentas y la transparencia de procedimientos, al igual que el trato respetuoso y cordial con nuestros interlocutores es crucial en una investigación (Gaskell y Bauer, 2000). Lo público tendrá que aludir necesariamente a un espacio descentrado, políticamente plural que se construya en conjunción con lo diverso (Tubino, 2015).
Introducción:
A la luz de la articulación entre los objetivos, el marco teórico-metodológico y una ética situada, el propósito es brindar elementos que permitan abordar los dilemas que suponen los encuentros y desencuentros entre las reglas de juego y naturaleza de la investigación científica - en particular en cuanto al diseño etnográfico - y las formas de interacción de la cultura local, lo que se resume en la idea de validez ecológica tal como explicaremos a continuación. Todos estos aspectos tendrán repercusión en la manera cómo interrogamos, comprendemos e interpretamos la realidad.
En primer lugar, destacaremos la importancia de la reflexividad (a diferencia de la reflexión) en la construcción de un paradigma crítico y la apuesta por desarrollar las implicancias epistemológicas de formas alternativas de conocimiento para las ciencias sociales. Nuestro cometido es centrarnos en lo que supone el trabajo de campo, como una situación particularmente gráfica de lo que significa el encuentro con el otro- diferente-a -uno. Luego de referirnos a la experiencia de investigación que nos forzó a imaginar y llevar a cabo procedimientos alternativos de investigación, damos cuenta de la transversalidad de la dimensión ética. Nuestra apuesta en coincidencia con Abad (2016) es por desarrollar una ética situada a la luz del encuentro y comunicación con nuestros interlocutores. El camino a un paradigma crítico no se resume en hallar un modo y técnica diferente de abordar el trabajo de campo desde la razón, sino desde la interacción social en campo en situaciones cotidianas cara a cara, en el aquí y en el ahora, tomando en cuenta también las subjetividades involucradas.
Desarrollo:
Al encuentro de un paradigma crítico alternativoConstelación de saberes dominante y ciencias sociales
La multiplicidad de experiencias, historias y expresiones culturales a nivel mundial fueron articuladas en torno a un patrón de poder cuyo eje central, de carácter colonial, sitúa a los pueblos indígenas en una posición de inferioridad (Quijano, 2004: 229 y 237). La diversidad cultural ha sido encuadrada dentro de un solo gran sistema mundial de dominación que ha subsumido formas de conocimiento, memorias históricas, universos simbólicos y subjetividades, otros saberes y formas de sentido, interceptándolas, obstruyéndolas, anulándolas (Quijano, 2004; 238; Lauer, 2007: 27; Segato 2014: 52). [1]
El conocimiento científico, las humanidades, las artes son parte de una historia gestada en y por occidente y por lo tanto son formas eurocéntricas de conocimiento que la academia en América Latina ha acogido/heredado. ¿Qué tanto hemos incorporado las formas de conocimiento subalterno a los procesos de producción de conocimiento? (Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007: 21). ¿En qué sentido mantenemos una razón cartesiana que establece una oposición entre el sujeto que indaga – Europa, la razón – y quién es objeto de la indagación? (Segato, 2014: 51). ¿Cómo repercute todo eso en nuestras consideraciones éticas, así como metodológicas? Por último ¿cómo traducir los conocimientos y modos de pensar de otros pueblos cuando lo que tenemos a mano es un lenguaje y una lógica proveniente de una tradición y paradigma distinta a la que estamos observando? Desglosar y reflexionar todas estas interrogantes escapa a los límites de este artículo, sin embargo, son preocupaciones que nos impulsan a escribir estas líneas.
La ciencia es el referente central de una constelación de saberes dominante que considera a los pueblos indígenas como sociedades del pasado, subdesarrolladas y pre-modernas. Pareciera, en ese sentido, como lo señalan Castro-Gómez y Grosfoguel (2007: 21), que aún no hemos encontrado la manera de acceder a las formas de vida y cosmovisión de los pueblos indígenas de una práctica científica enraizada en principios epistemológicos, ontológicos y metodológicos ajenos a estas.
Reflexividad, diálogo intercultural y trabajo de campo
La investigación científica opera en el dominio público y tendría que estar siempre sujeta al escrutinio público. La rendición de cuentas y la transparencia en los procedimientos metodológicos resulta crucial en cualquier investigación (Gaskell y Bauer, 2000, p. 344).
En países originalmente plurilingües y multiculturales como el Perú, lo público no puede limitarse a ser monolingüe y reducirse a lo culturalmente etnocentrado (Tubino, 2015, p. 33). Lo público implica, por extensión, pensar en una zona accesible, de libre circulación, de uso colectivo, diverso y multifuncional (Borja citado en Vega-Centeno, 2006, p. 124). Lo contrario, nos remitiría a un ámbito autocentrado que se organiza de manera jerárquica, donde se discrimina el acceso y resulta inalcanzable para una gran mayoría de ciudadanos. De esta misma manera queremos entender, metafóricamente o no, la tarea de repensar la posibilidad del quehacer de las ciencias sociales en diálogo con la diversidad social y cultural.
A diferencia del astrónomo, el químico y físico, por ejemplo, el científico social estudia a la misma especie de la que forma parte. Compartimos una naturaleza humana con nuestros sujetos de estudio, pero no podemos simplemente reiterar lo que los actores sociales dicen y piensan (Dubet, 2012, p. 61) con el añadido de advertir las posibles disonancias entre lo que un entrevistado declara realizar y lo que realmente realiza en la vida real. Tenemos que guardar cierta distancia y mantener una disposición interrogativa constante de tal manera que debemos “convertir en problema lo evidente por convención” (Weber, 233). Eso que nos es familiar debemos de tornarlo extraño. No tiene sentido reproducir de manera tautológica lo que aparentemente ya conocemos y terminar en un círculo vicioso redundante, confundiendo el nivel estructural con la coyuntura, culpar, por ejemplo, a ciertos grupos sociales de su propia situación con fundamentos ad hominem y reproducir de manera estereotipada, sin mayor fundamento, ideas preexistentes sobre una supuesta promiscuidad. Tampoco estamos apostando por un relativismo extremo y el “todo vale” y justifica. La generación de nuevos conocimientos nos fuerza, más bien, a una revisión constante de los diversos aspectos del proceso de investigación (Giddens, 1992, p.20)
Dado que los científico sociales nos ocupamos, aparentemente y en términos generales, “de los objetos de reflexión del sentido común y de la reflexión común sobre esos objetos” y suscitamos además (aparentemente) encuentros de una manera parecida que todos los demás miembros de la comunidad mundial, estamos particularmente más expuestos al veredicto “de los no especialistas que se creen más autorizados a dar crédito a los análisis propuestos” de las primeras impresiones, de la ilusión del saber inmediato y espontáneo, (Bourdieu et al, 1979, p. 42). De ahí la importancia de la ruptura no solamente epistemológica y de una polémica ininterrumpida con nosotros mismos, lo que nos tendría que obligar a una actitud de constante reflexividad, es decir, una revisión crónica de nuestras prácticas y conceptos a la luz de los encuentros en campo, entendiendo campo como “una decisión del investigador que abarca ámbitos y actores” y no como un área geográfica debidamente delimitada (Guber, 2005, p. 47).
Los resultados de una investigación en ciencias sociales se generan, entre otros factores, de procesos comunicativos (Bauer, Gaskell y Allum 2000: 5). Investigar es una experiencia de comunicación intercultural, sin embargo, dialogar y comprender lo que el otro dice, no se resuelve colocándose en su lugar y reproduciendo sus vivencias y reiterar lo ya conocido. De otro lado, los riesgos de una sociología espontánea siempre estarán presentes, por lo que tenemos que tomar en cuenta que los marcos de referencia que distinguen a las ciencias sociales son diferentes a las de nuestros interlocutores (Guber, 2005, p. 50). Tenemos que aceptar que el universo de significación de los investigadores es distinto a la de los participantes de un estudio, aún si provienen del mismo grupo o sector social. Lo más probable es que nuestros entrevistados no se reconozcan en nuestros análisis, que los significados difieran apareciendo momentos de tensión, brechas y malos entendidos, divergencias produciéndose un desfasaje y una tensión que debemos saber manejar (Dubet, 2012, p. 62-63) podría interpretarse como sinónimo de haber producido un desacalabro en ciertos conocimientos que se habían naturalizado.
¿Cómo mejorar un diálogo intercultural y al mismo tiempo velar por los criterios de rigurosidad científica?
A nivel de nuestras acciones y prácticas, uno de los desafíos particularmente concluyentes para las ciencias sociales es lograr validez ecológica – concepto acuñado por Aaron Ciocurel – entendida como el grado en que las circunstancias creadas por los procedimientos implementados por el investigador, armonizan con las circunstancias y procedimientos que corresponden a la vida cotidiana y normas de nuestros interlocutores (Briggs, 1986: 24) tanto éticas como estéticas. Nuestros interlocutores responden no solamente a las preguntas que formulamos, a los fenómenos de transferencia y contratransferencia, por ejemplo, sino a la atmósfera que conjuntamente vamos creando en un proceso de negociación de roles y marcos de referencias que traen en ambos casos, el sujeto y objeto de investigación (Briggs, 1986: 24).
Confiar que los resultados de una investigación no son producto de la mera imaginación o especulación del investigador nos remite a la reflexividad. A su vez, reflexividad implicará descentramiento de la propia posición, lo contrario sería mantenerse en una actitud etnocéntrica, unilateral, sesgada o egocéntrica (Gaskell y Bauer, 2000: 344). Es a través de la reflexividad desde una postura crítica llegaremos a identificar las estructuras que nos limitan que aparecen sin haber sido reflexionadas como resultado quizá de una comunicación distorsionada (Bauer, Gaskell y Allum, 2000, p. 15). Tenemos que desarrollar una disposición y actitud interrogativa, formular preguntas que normalmente no nos hacemos, detenernos, ralentizar los tiempos, así como esclarecer valores, creencias, ideas, convicciones propias del proceder de las ciencias sociales y no dar nada por sobreentendido (Dubet, 2012, p. 59)
La reflexividad, sin embargo, deberá de entenderse como resultado de un proceso trasversal que no proviene de la aplicación de etapas secuenciales donde primero la investigadora procede a activar su reflexividad y luego accede a la de los participantes. Más bien, la reflexividad se activa en la interacción misma, en el encuentro cara a cara, en el aquí y el ahora. Como en cualquier relación social, investigadora e interlocutores se influyen mutuamente en sus decisiones, expectativas, actitudes que se resignifican y encuentran un nuevo lugar (Guber, 2005, p. 50). En cada encuentro además se actualizan sentimientos, actitudes y conductas inconscientes y se asignan roles mutuamente a través de fenómenos como la transferencia y contratransferencia (Bleger, 1985, p. 24). El llamado a la triangulación de las perspectivas teóricas y métodos es uno de los caminos para la institucionalización del proceso de reflexión en la investigación.
De esta manera, el trabajo de campo es el momento de ponderar y reconsiderar los objetivos y estrategia de la investigación y no es solo una instancia a partir de la cual realizo la generación de la información (Guber, 2005, p. 53).
Hacia una ética situada
3.1 Caminar y pensar con nuestros interlocutores
Tomando en consideración lo anteriormente expuesto, luego de haber revisado los estudios previos fundamentales y conceptos clave, incidir en la historia del lugar y características socio-económicas, realizamos lo que hemos venido llamando primer reconocimiento de campo, así seamos expertos en la temática en cuestión. En otras palabras, realzamos la importancia de un diagnóstico previo que no necesariamente implica exponer a la población a un interrogatorio general. Más bien estamos proponiendo una primera visita (que pueden ser varias dependiendo el caso). Generar información en esta etapa será algo mucho más flexible y “espontáneo” al dejarnos llevar por la situación, a tal punto que no estamos pensando tampoco en ensayar la guía de preguntas o de observación. Lo que se espera es que empiecen a aparecer aspectos que no habíamos tomado en cuenta en la mesa de trabajo. Se trata de un estar ahí, de dejar que el campo nos interpele, que nos asombre, generar lazos de confianza (también de manera no calculada). La subjetividad del propio investigador pasa a ser el instrumento central en la generación de la información (Hernández et al, 2014, p. 397). Si emprendemos la tarea por descifrar una situación es porque la problemática y por lo tanto, las personas involucradas, nos interesan genuinamente como seres humanos y no simples datos impresos en un formulario.
El objetivo del primer reconocimiento de campo o diagnóstico espontáneo, es conocer, no solamente la perspectiva y maneras de las personas o comunidades a ser investigadas con el propósito de anticipar posibles problemas éticos como lo señala Santi (2016, p. 80), sino también teórico-metodológicos para precisar mejor la formulación del problema de investigación, por ejemplo, respecto a la viabilidad, acceso a la información, darle un sentido a la investigación. Esa etapa que no aparece generalmente en los manuales de investigación y se refiere a un investigar de manera previa para investigar y situarnos menos en la problemática a ser abordada. Con esto no estamos sugiriendo tampoco, ir al campo con una tabula rasa sino ya con una plataforma de información como lo hemos señalado más arriba: revisión de la literatura, estudios previos incidiendo en la historia local y regional en todos sus aspectos, así como en cuanto a la vida cotidiana de los pobladores (siempre y cuando exista ese tipo de información).
3.2 El caso en cuestión: andar y pensar con.
Desde que habíamos formado parte de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (2001-2003) como coordinadora de los estudios de profundidad (Tomo V), había quedado pendiente seguir conociendo la Amazonia, región a la que no se había prestado suficiente atención hasta la primera década del 2000. Con el objetivo de comprender los cambios en la configuración del territorio y los modos de vida de la población Ashaninka y realizar un primer reconocimiento de campo llegamos también con la intención de aprender la lengua, cuya complejidad y sonoridad nos impactó desde un inicio. Gracias al maestro Ashaninka Enrique Casanto Shingari, conocimos los principios de la lengua Ashaninka en el Instituto de Historia Andina y Amazónica de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (ISHRA-UNMSM). Me propuso conocer Puerto Bermúdez lo cual no fue posible. Luego surge la idea de visitar una zona menos expuesta al narcotráfico. De esta manera me acerqué a una comunidad de la provincia de Chanchamayo (departamento de Junín, Perú) a la cual visité con frecuencia en el 2011. [2]
La rápida confianza y empatía generada, sin embargo, no fue suficiente para pensar en aplicar las técnicas de recolección de datos e instrumentos. Transcurrido varios meses y de varios intentos de recoger información desde la perspectiva local encontré– de manera un tanto casual - una vía alternativa de generar información y relacionarnos con nuestros interlocutores: caminar y pensar con ellos y ellas.
Fue en un viaje de supuestas vacaciones a la que fui con mi hija al lugar de estudio que nuestro anfitrión nos ofrece una visita guiada a otra de las comunidades del lugar donde se abre para mi fascinación y estupor una dimensión no contemplada. Mientras caminábamos relajadamente, sin mayor planificación, tras indagar por el bienestar de una de las lideres mujeres de la zona, surge de parte de nuestro guía una historia con elementos que en ese instante me fue imposible descifrar y que me condujo a consultar de manera sistemática sobre perspectivismo amazónico. [3]
La propuesta de “andar-con y pensar-con” como experiencia vivida potencia la reflexividad epistémica (Bourdieau y Wacquant, 2005). Caminar-con, desplazarnos junto con nuestros interlocutores en su propio medio nos ayuda a superar de cierta manera la jerarquización entre investigador e investigado. Es además una forma de responder a y habitar un lugar a través de la experiencia vivida del movimiento que además activa modos de participación de manera situada y relacional (Springgay y Truman, 2018). Sintonizamos el caminar con la producción de sentido y al mismo tiempo con la construcción del lugar puesto que el lugar no es algo fijo o predeterminado donde entra a tallar los tiempos ritmos de los pasos y cuerpos humanos y no- humanos, la activación de todos nuestros sentidos. En sí mismo el tema de producir conocimiento caminando nos abre una serie de interrogantes.
Las investigaciones son corporalmente urbanas, basadas generalmente en relaciones asimétricas y dónde la tendencia es asimilar al otro como una identidad pre-establecida (Belaunde, 2012) cuando de lo que se trata es de concebir los encuentros en campo como juegos de alteridad. En un país de grandes brechas socio-económicas, culturales y de poder, la tendencia a negar y subordinar al otro-diferente-a-uno se reproduce en la situación de la investigación, contribuyendo a mantener un orden jerárquico (Walsh, 2014, p. 12). [4] Una forma de reproducción son nuestras prácticas y junto con la comunicación no verbal, nuestras propios cuerpos. Nuestros cuerpos urbanos están adiestrados a permanecer sentados. De lo que se trata, a partir del perspectivismo amazónico es de dar cuenta que cada uno de los participantes en una investigación es un hilo dentro de un entramado y maraña de interrelaciones desde donde las subjetividades tanto del investigador como de los interlocutores emergen.
[1] La relación de intelectuales latinoamericanos como Anibal Quijano, Enrique Dussel, Walter Mignolo, Edgardo Lander, Rita Segato, Silvia Rivera Cusicanqui, entre otros, que están a la búsqueda de una epistemología alternativa al positivismo y la ciencia moderna es cuantiosa. Añadiría igualmente la importancia de los estudios de Viveiros de Castro, Tania Stolze Lima, Luis Elvira Belaunde en la batalla por obtener una mayor claridad de la cosmovisión de los pueblos indígenas de la Amazonía desde sus propios términos. Referido a la cosmovisión andina quisiera destacar los estudios de Marisol de la Cadena. A esta relación se suman pensadores de otros hemisferios, empezando quizá por “los maestros de la sospecha”: Freud, Marx y Nietzsche, que sospecharon que la razón no lo resuelve todo (Patrón, 2012), sigue la Escuela de Frankfurt, estudios subalternos, estudios culturales, etc. Foucault, desde otra disciplina, destaca al mostrar “las opacidades y silencios producidos por la ciencia moderna” que marginaron, suprimieron y desacreditaron “regímenes de verdad” alternativos (de Sousa Santos, 2006: 22). Referirnos a un recuento pormenorizado de esta situación escapa a los fines de este artículo.
[2] La recepción de los pobladores fue abierta y sumamente generosa. En ese entonces, la ISHRA-UNMSM, a cargo del historiador Pablo Macera conducía unos proyectos en la zona. Aunque yo nunca fui parte de ellos, señalar que era profesora de San Marcos me abrió las puertas, además de tener a Enrique Casanto como referente central, emparentado con alguno de los pobladores del lugar. Más allá de mis expectativas y la imaginación, sin embargo, llegué a un lugar completamente empobrecido, árido, trastocado en sus cimentos tal como lo explican Santos-Granero y Barclay (1995). El bosque ya no era bosque. El polvo era lo que prevalecía dentro de la comunidad. Los desperdicios de latas de atún y empaques de avena y galletas provenientes de distintos programas de ayuda alimentaria del Estado pululaban por doquier en un lugar donde no existe un programa del gobierno local que se haga cargo del recojo de desperdicios sólidos. En lo posible, me encargué de llevar, en el tiempo que permanecí (esporádicamente alrededor de una semana en cuatro visitas que realicé) llevaba bolsas para acumular basura que las desechaba en el tacho de la ciudad más cercana.
[3] Fue gracias a Luisa Elvira Belaunde que pude identificar la literatura pertinente sobre el tema en cuestión. Ver Acha (2011)
[4] Las rutinas y dedicación al trabajo eran de tal magnitud que nuestros interlocutores no mostraban disposición de tiempo sea porque partían de madrugada al “monte” o porque llegaban extenuados de las faenas agrícolas. De otro lado, cuando parecía que se daba la oportunidad para una entrevista, las respuestas eran escuetas, rápidas y superficiales, aún con toda la confianza y empatía que habíamos generado.
Conclusiones:
Abordar la complejidad del perspectivismo amazónico sería una tarea demasiado extensa para haberla desarrollado en estos momentos, por lo que escapa a los límites trazados de este artículo, sin embargo, queremos rescatar la idea que toda investigación llevada en la Amazonía con pueblos indígenas tendrá que tomar en serio al perspectivismo amazónico para comprender lo que implica la incorporación del otro en uno.[1] Somos ontológicamente incompletos y necesitamos de los demás (Viveiros de Castro, 2011). Basta mencionar por el momento que, múltiples evidencias etnográficas arrojan que para el perspectivismo amazónico el cuerpo es el punto de vista es lo que permite ver al mundo y verlo desde ese punto de vista. El cuerpo es el lugar de la perspectiva. Personas acostumbradas desde niños a estar sentados tendrán una perspectiva totalmente distinta de aquellos que están en constante movimiento (Belaunde, 2012). Por ende, será indispensable una actitud crítico-reflexiva (reflexividad a la que nos hemos referido más arriba) acerca de las repercusiones ético-políticas, como también de procedimiento metodológico (que no se reducen a ser cuestiones de forma) que se derivan de obligar a nuestros interlocutores a adoptar las formas urbanas de entrevista sentados frente a frente, sin además respetar sus rutinas de trabajo y horarios. [2]
Luego de esta experiencia en campo, queremos dar cuenta igualmente del significado de una dimensión ético-política en la investigación cualitativa para no incurrir en daños ni riesgos para todos los involucrados, incluyendo a la investigadora misma. [3] A la luz de una ética situada con enfoque intercultural como perspectiva, el primer reconocimiento de campo será parte indispensable de la investigación que junto con la metodológica (y también marco-teórico) son aspectos con repercusiones mutuas como ya lo habíamos señalado (Bromseth 2002: 35 citado en Abad, 2016, p. 103).
[1] Existe una larga relación de autores que han desarrollado esta línea de investigación. En este texto hemos utilizado dos que creemos son de una comprensión para cualquier tipo de público: Viveiros de Castro (2011) y Belaunde (2012).
[2] En más de una oportunidad he sido testigo de cómo llegan los funcionarios del Estado o del gobierno local para disponer del tiempo de los pobladores sin previo aviso. La distancia, falta de tiempo y problemas de comunicación son factores que no pueden convertirse en una excusa válida. Nos falta cimentar una cultura tanto estatal como académica que incida en los diagnósticos previos y primer reconocimiento de campo como estrategia de acercamiento y discernimiento de los procesos de interacción respetuosos, así como de eventos de retroalimentación donde se realice la devolución de los resultados. De otro lado, también he podido observar cómo los talleres que se organizan para la población no toman en cuenta los aspectos comunicacionales y culturales propios del grupo social intervenido dado el lenguaje técnico especializado utilizado y las maneras tan urbanas de organizar largas sesiones de capacitación donde los participantes son además tratados como niños de la primera infancia.
[3] Santi (2016) habla de varios tipos de riesgos: físicos, psicológicos, sociales, económicos y legales.
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Palabras clave:
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