Resumen de la Ponencia:
Si bien la preocupación por la conservación de la naturaleza emerge entre mediados y fines del siglo XIX con diversos intereses y preocupaciones, nos enfocamos en su abordaje por parte de la ciencia moderna, considerada por la corriente ambiental crítica como parte de las causales de la crisis, pero también como potencia transformadora según el signo y el contexto. Inicialmente desde el desarrollo de la ecología disciplinar, pero luego con el surgimiento de la Biología de la Conservación (BC) a partir de la década del 80, que se consolida como campo de estudios “especializado” en la conservación de la biodiversidad con cierta singularidad frente al abordaje de otras áreas y disciplinas de las ciencias. Su repercusión en nuestra época es crucial para la formulación de políticas de la conservación de la biodiversidad y el rol de los expertos adquiere una importancia similar.
Por eso, desde el campo de la filosofía de la biología, y a partir de la revisión de trabajos que abordan el desarrollo de la BC de manera crítica y expresan continuidades y rupturas de la racionalidad moderna, sistematizamos los fundamentos éticos y epistemológicos de la BC, y así poder contrastarlos con los criterios que han regido en la conformación y manejo de las ANP en Mendoza, Argentina. A partir de este trabajo, establecemos las dificultades que existen en la construcción de conocimiento científico, en particular la distancia entre la teoría y la práctica de la conservación, y posteriormente los desafíos que surgen en el rol de los expertos, la emergencia de otros actores sociales cuyos criterios trascienden los que aún dominan el conocimiento experto de esta área.
Introducción:
Comprendemos la crisis ambiental como proceso, pero podemos delimitar su emergencia problemática en los años 60 y su institucionalización en la agenda internacional con la celebración de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano convocada por la Organización de Naciones Unidas en 1972. Al respecto, algunas corrientes de pensamiento ambiental plantean esta crisis en términos de crisis de civilización: de la cultura occidental, de la racionalidad moderna y de la economía del mundo globalizado. En esa línea se cuestiona la noción occidental de la naturaleza y el rol de las ciencias naturales en las problemáticas ambientales.
Si bien los orígenes del conservacionismo se remontan hacia fines del siglo XIX, el mainstream científico de este campo, originado en los años ochenta como subdisciplina de la biología, se consolida en la agenda política global a partir del Convenio sobre Diversidad Biológica, tratado surgido de la a Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y Desarrollo (Río de Janeiro, 1992) frente a la preocupante pérdida de diversidad biológica. Esto se da en un contexto de creciente aceptación del desarrollo sustentable como concepción y modelo socioeconómico, que atendería la dimensión ambiental del desarrollo, en equilibrio con las aristas social y económica, y en oposición al modelo de límites del crecimiento. Otro elemento fundacional, es el aporte de la Biología de la Conservación (en adelante, BC), a partir de los trabajos pioneros de los años ochenta, que sentaron las bases éticas y epistemológicas del discurso científico-académico. Todo esto nutrió y cimentó la estrategia de conservación a través de áreas protegidas y patrimonialización de la naturaleza, prácticas que se convirtieron en las predilectas de muchos gobiernos, instituciones y redes de gobernanza internacional y ONG’s internacionales.
Con este trabajo nos proponemos revisar críticamente las bases éticas y epistemológicas de la BC con el soporte del pensamiento ambiental crítico, la ecología política latinoamericana y la antropología de la conservación, abonar el debate en relación a las continuidades o rupturas de la racionalidad moderna en el discurso y práctica de la conservación de la biodiversidad, específicamente en relación a las áreas protegidas. Para esto, a partir de trabajos de la filosofía de la biología, nos aproximamos a los orígenes y sistematizamos los fundamentos éticos y epistemológicos de la BC. Luego establecemos los debates actuales de la conservación de la biodiversidad para poder reconocer el rol de la ciencia y el Estado. Finalmente hacemos un breve recorrido histórico de la conservación de la biodiversidad en la provincia de Mendoza, Argentina, establecemos un “estado de situación” y contrastamos esta realidad local con los fundamentos discutidos.
Desarrollo:
Orígenes del conservacionismo y los ambientalismos críticos
La preocupación por la conservación de la naturaleza, se concibió como conservación del entorno “prístino” que rodea al “hombre”, civilizado y occidental, ligado a la concepción de “wilderness”, es decir, con una impronta moderna dualista escinde la sociedad o cultura de la naturaleza, da sus primeros pasos hacia fines del siglo XIX a partir de la creación de algunas zonas reservadas como cotos de caza en Europa, pero fundamentalmente con los primeros Parques Nacionales en EEUU que sentarán las bases de otras áreas protegidas (y otro tipo de categorías de protección similares) de distintos países, a partir del conocido modelo Yellowstone, por la fundación del Parque Nacional Yellowstone en 1872. Sin adentrarnos demasiado en este punto, este modelo fue exportado a todo el mundo y estuvo marcado por un contexto de conformación de muchos Estados-nación, y fue útil simbólicamente para consolidar la identidad nacional a partir de grandes paisajes como imágenes monumentales. Este esquema denominado “conservación estricta” (fortress conservation) persistió con fuerza hasta la década de 1980, y se dio a costa de la expulsión de pueblos originarios, justificado por el daño que realizaba el “humano a la naturaleza”, pretexto que sirvió para reservar áreas de naturaleza prístina del avance urbano-industrial en los países industrializados o en plena expansión, bajo un perfil elitista y autoritario (D’Amico y Arcos, 2022). A su vez, muchos de estos Parques Nacionales cumplieron roles estratégicos de consolidación de límites políticos-culturales, es decir, fueron áreas protegidas posicionadas en zonas de frontera (Fortunato, 2005).
Más allá de estos orígenes, sin duda atravesados por preocupaciones en relación al deterioro ambiental del crecimiento de las urbes de sociedades industriales que se expandían y la influencia del naturalismo de esa época, pero signados por otros valores ya mencionados, nos interesa concentrarnos en los discursos y prácticas de la conservación de la biodiversidad a partir de la emergencia de la crisis ambiental -entendida como un proceso- y sus manifestaciones en los años 60 del siglo XX (Agoglia, 2010). A partir de mediados del siglo XX el deterioro ambiental se manifiesta de forma drástica: en los últimos 50 años los cambios vinculados a las actividades humanas sobre los ecosistemas del planeta han sido los más drásticos, en cuanto a la extensión e intensidad, de toda la historia de la humanidad (Millenium Ecosystem Assessment 2005). Entre estos cambios o “síntomas” de la crisis ambiental, se incluye la “sexta extinción masiva” (Barnosky et al. 2011), la alteración de los ciclos bio-geo-químicos de los nutrientes, el cambio climático global, la deforestación y contaminación de agua, aire y tierra, entre otros (PNUMA 2010). Como reacción, a partir del reconocimiento de estas transformaciones del ambiente como problemática de escala global, emergieron los llamados movimientos ambientalistas o ecologistas, entre otros nuevos movimientos sociales (Riechmann y Férnandez Buey 1995), que gradualmente lograron poner esta problemática en agenda en ámbitos como la ciencia, la literatura, el arte y la política.
Además de las ciencias, entre las respuestas académicas, las humanidades se integraron al debate ambiental. Algunas corrientes de pensamiento buscaron reflexionar sobre la relación entre sociedad y naturaleza, a partir de la crítica a la racionalidad moderna, en la que encuentran relaciones profundas de causalidad vinculadas a la problemática ambiental. En ese sentido, estos ambientalismos críticos sugieren que esta problemática no es de carácter técnico principalmente, por lo cual no puede ser resuelto con aproximaciones tecnocientíficas, sino que se trataría principalmente de un problema de valores, de cosmovisión y de racionalidad, por lo cual se trataría de construir racionalidades alternativas (Agoglia 2010; D’Amico y Agoglia 2019, Leff, 2004). De estas reflexiones críticas, son centrales dos ejes para repensar el rol de la ciencia, en particular la BC, con la problemática ambiental: la concepción de naturaleza y nuestras maneras de relacionarnos, lo cual implica repensar los modos modernos de conocer y describir el entorno, es decir, reflexionar sobre el conocimiento científico, como conocimiento hegemónico de la modernidad avanzada. En este sentido, reconocen en la idea contemporánea de naturaleza un concepto moderno occidental que se erigió por una separación fundante, que distingue cultura de sociedad. Desde esta separación es que emergieron las ciencias destinadas a comprender el mundo natural (Latour, 2007). La racionalidad moderna concibió como naturaleza todo lo ajeno al “hombre” y a todo aquello que las ciencias pueden comprender mediante la razón y la experimentación. Este dualismo y jerarquización ya venía siendo estudiado por la Escuela de Frankfurt desde los años 40, cuyos referentes señalaron que durante el Iluminismo del siglo XVIII la naturaleza tornó en un objeto mensurable y útil, pasible de ser sometido y puesto a disposición de la industria y las ciencias a través de esta racionalidad moderna o instrumental. Así, mientras que por una parte las ciencias son denunciadas por el ambientalismo crítico como parte del origen de la crisis ambiental, por otra parte, las luchas en contra de las injusticias ambientales muchas veces recurren a la ciencia, por lo cual pueden jugar un rol en su resolución. De hecho, la ciencia ha sido clave para documentar, sistematizar y establecer relaciones causales en los cambios ambientales, de modo tal de hacer un diagnóstico, descripción y detección de muchas problemáticas ambientales.
En ese sentido, concentrándonos en el ámbito académico y científico, y en particular en la BC, resaltamos el trabajo de la Dra. Klier (2018) que a partir de la filosofía de la biología aborda esta relación entre modernidad-ciencia-crisis ambiental. Nos interesa retomar sus conclusiones para contrastar la realidad local de la conservación de la biodiversidad en Mendoza, pero antes resumiremos de su trabajo un breve recorrido histórico del surgimiento de la Biología de la Conservación y sintetizaremos los fundamentos epistemológicos y éticos de esta subdisciplina de la biología.
La Biología de la Conservación: revisión crítica de sus fundamentos epistemológicos y éticos
Como anticipábamos, uno de los síntomas de la crisis ambiental refiere a la pérdida de diversidad biológica, que se aprecia en la pérdida de diversidad genética (o erosión genética), en extinciones de numerosas especies y en la alteración y disminución de ecosistemas nativos, entre otros. Esta “crisis de biodiversidad” es tan acuciante que algunos trabajos la denominan “sexta extinción masiva” (Barnosky et al. 2011) y entre los principales factores de amenaza se menciona al cambio de uso del suelo (por fragmentación, destrucción o degradación de hábitats), la sobreexplotación de especies; la introducción de especies exóticas y la cadena de extinciones de poblaciones (relacionado a las redes ecosistémicas) (Diamond, et al. 1989). Asimismo, cada vez toma más relevancia el cambio climático como factor de amenaza (Thomas, et al. 2004).
Frente a estos diagnósticos sobre el estado de la diversidad biológica, algunos autores comienzan a abordar estas preocupaciones desde la ecología disciplinar, una de las primeras áreas científicas que integró los problemas ambientales en su campo de saber. De estos antecedentes, en la década de 1980 la BC emerge como una disciplina organizada, con sus instituciones, revistas y prácticas propias con el objetivo explícito de evitar la pérdida de biodiversidad (Sarkar, 2005). Sarkar señala que en los años ochenta la BC se distanciaría de la ecología disciplinar asumiendo sus propias reglas, metodologías y objetivos. El autor señala dos propuestas iniciales principales, la línea estadounidense y la australiana.
La primera se caracterizaba por: a) una tradición de la conservación a través de la creación de parques nacionales; b) un fuerte interés de incorporar modelos teóricos para el desarrollo y manejo de reservas, como por ejemplo la aplicación de la teoría de biogeografía de islas (BGI) (Wilson y Willis 1975, en Klier 2018) y c) un desarrollo ético y normativo explícito (Sarkar 2005, en Klier 2018). En esta corriente estadounidense se destaca el artículo “What is Conservation Biology” (Soulé 1985), que ha sido retomado por la bibliografía posterior y sigue siendo fundamental para el área, ya que sentó las bases de la BC y sus características principales, resumidas por la Dra. Gabriela Klier (2018:31-32) en cuatro ítems:
La BC es una disciplina de crisis ya que es necesario actuar con urgencia para evitar que continúe disminuyendo la biodiversidad;Es una disciplina inexacta, que considera la estocasticidad característica de los sistemas vivos, así como la necesidad de actuar sin conocer la totalidad de los hechos, asumiendo ciertos niveles de incertidumbre en sus análisis;Es una disciplina basada en valores: esto refiere a sus fundamentos éticos, que recuperan los escritos de Aldo Leopold (ecocentrismo) y consideran como fundamento de la conservación al valor intrínseco de lo viviente
per se;Es interdisciplinaria, ya que se plantea que la BC debe no sólo incorporar conocimientos de las ciencias naturales, sino que también considerar saberes sociales, económicos, políticos y otros.
Estas características son destacadas en el trabajo mencionado porque:
(…) vemos que la BC no es una ciencia meramente descriptiva, sino que pretende actuar incluso sin tener absoluto conocimiento de la situación. La justificación para la acción es ética y refiere al valor de la biodiversidad. De este modo, la BC no es una disciplina descriptiva sino prescriptiva, señalando qué acciones tomar a partir de un posicionamiento sobre el valor de lo vivo. (Klier, 2018: 32)
En ese sentido, la BC pondría en diálogo la ciencia o mundo académico y la práctica del mundo real de los problemas ambientales, amalgamando saberes de manejo y la ciencia básica (Jacobson, 1990 en Klier, 2018), asumiendo la necesidad de abordar la complejidad de estos problemas desde una perspectiva integral, y de insertar la ciencia en un área en el que actuaban sólo gestores y técnicos (Groom, 2006 en Klier, 2018). Más allá de otras posturas de esta corriente que buscaban ceñir la BC a un campo científico destinado a la mera descripción y explicación de los patrones de diversidad (Primack 1993, en Klier 2018), esta dimensión práctica, que pretendía autonomizarse de la ecología disciplinar, se profundizará en la confluencia con la corriente australiana de la BC.
Mientras la corriente norteamericana se enfocó en la aplicación de modelos ecológico-evolutivos con un marco teórico basado en teorías generales, en Australia se venía desarrollando una vía más orientada al manejo. En 1995 comenzó a consensuarse un marco en el que se integraba la visión pragmática australiana con la visión teórica estadounidense, y en el 2000 se publicó un artículo que plasmará esta situación. En el “Systematic conservation planning” (SCP) de Margules y Pressey se combina una visión que orienta sus acciones más a los resultados que a los marcos teóricos, con un marco académico para proponer un manejo adaptativo de ambientes naturales. El SCP implica una sucesión de pasos que suponen la elección y delimitación de la región de planificación, la identificación de los actores involucra-dos, la definición de indicadores de biodiversidad adecuados a los objetivos y metas de conservación considerados bajo múltiples criterios preestablecidos. Luego de la implementación de esta planificación, se debe monitorear sistemáticamente y revisar los pasos anteriores. Así, desde fines de 1990 se integran nuevas perspectivas de manejo para la conservación, aunque en el plano académico la BC sigue inscripta como ciencia biológica bajo tres puntos de anclaje: la evolución, la ecología y la genética (Groom et al., 2006).
Klier destaca del SCP tres dimensiones novedosas para la BC: la integración de actores sociales a la gestión y manejo de áreas protegidas (y la elección multicriterio sobre qué conservar), la idea de redes de reservas y la dimensión temporal-cíclica de continuidad y periodicidad en el monitoreo y revisión. Surgen entonces preguntas que siguen vigentes y vienen al caso de lo que discutiremos más adelante: quiénes son los actores clave para determinar el análisis, qué criterios son los relevantes, cuál es la biodiversidad que se debe conservar (Odenbaugh,2016 en Klier,2018). Aún más: cómo se integrarán los actores al manejo y gestión, tendrán poder de decisión, qué relaciones de poder existen en la trama de actores, entre otras posibles y necesarias reflexiones.
A partir del desarrollo de los orígenes y revisión de los fundamentos éticos y epistemológicos, Klier indaga en la realidad actual de la BC y en su análisis encuentra un desfasaje entre la propuesta teórica y su práctica: por un lado, en el marco teórico la biodiversidad presenta una aproximación relacionista, por otro lado, en la bibliografía analizada (principales revistas especializadas) se muestra un carácter elementista[1] que reproduce esta separación de naturaleza respecto a la sociedad. Es decir, en la práctica la biodiversidad se comprende bajo una mirada científica como objeto de estudio, ajeno, cuantificable y analizable. A su vez, destaca ciertos sesgos respecto a las entidades que se estudian (especies carismáticas), sin explicitar que estas elecciones sitúan al investigador en un contexto social, político y ético.
Otro aspecto refiere a la jerarquización del saber científico (a priori), ya que si bien en los fundamentos epistemológicos (artículos fundadores y textos teóricos principales) se aborda el trabajo de la BC como interdisciplinaria, holista y bajo un paradigma de complejidad, integrando las dimensiones sociales, la mayor parte de la investigación de la BC resulta disciplinar y proviene de un marco ecológico disciplinar, quitándole la perspectiva de problemática ambiental y subordinando otros conocimientos científicos (como de las ciencias sociales) y saberes locales de los territorios en cuestión. En ese sentido, esta dificultad de tratar la problemática ambiental desde una mirada científica tradicional se plasma en la planificación y gestión de la conservación, jerarquizando a priori los conocimientos científicos (de las ciencias naturales, principalmente) simplificando la realidad de los territorios donde se conserva, poniendo en lugares secundarios a los actores locales, y señalando qué y por qué se conserva desde ópticas meramente científicas, pretendidamente neutrales.
El trabajo de Klier destaca la BC como una subdisciplina científica que parece romper con el dogma de las ciencias modernas que plantea la separación radical entre conocimiento científico y valores, ya que, como mencionamos anteriormente, se asume que la biodiversidad tiene valor intrínseco, según los artículos y textos considerados fundacionales. En contraste con esa mirada ecocentrista, conviven posturas antropocentristas que dan a la biodiversidad un valor instrumental. Sin embargo, la autora recalca que la BC se diferencia de otros campos dentro de las ciencias de la vida, ya que en los libros de texto de referencia (“textos canónicos”) se incluye una sección dedicada a “debatir la dimensión valorativa de lo viviente en la conservación” (2018:177). Esta particularidad, pareciera no encontrarse explicitada en otro tipo de fuentes tales como artículos de revistas científicas (Griffiths y Dos Santos, 2012 en Klier, 2018).
Asimismo, dado el carácter polisémico de la biodiversidad (Faith, 2008 en Klier, 2018), la autora se pregunta específicamente cuáles son las entidades biológicas con valor intrínseco en la bibliografía de la BC. En este sentido, encuentra que este valor intrínseco de la biodiversidad se atribuye principalmente a las especies biológicas y a los ecosistemas, y por eso el nivel de amenaza de las especies o de sus correspondientes ecosistemas “nativos” resulta ser un criterio de conservación preponderante, por sobre otro tipo de entidades como organismos individuales, por ejemplo, en la metodología propuestas para el manejo de especies invasoras. Por otra parte, en su análisis de la bibliografía también halla la atribución de valor instrumental a lo vivo como fundamento para su conservación, en posturas utilitaristas que destacan los beneficios de la conservación de la biodiversidad para la humanidad, tales como las propuestas cercanas a la noción de “servicios ecosistémicos”.
Breve revisión histórica de los criterios de creación y manejo de las ANP en Mendoza (Argentina) y nuevos rumbos del conservacionismo
A nivel local, las áreas naturales protegidas (en adelante, ANP) y la conservación han constituido campos de investigación reservados a las ciencias naturales, particularmente para la biología de la conservación desde la década de 1980, tendencia que igualmente se verifica a nivel internacional tal como desarrollamos anteriormente. En consecuencia, se ha privilegiado el estudio de los aspectos físico-biológicos de la conservación, lo que ha generado un gran acervo de conocimiento de los ecosistemas de la provincia (D’Amico y Arcos, 2022). Por su parte, el estudio de los procesos sociales y culturales que las ANP conllevan no ha recibido el mismo interés por parte de la comunidad científica local, aunque en los últimos años se han publicado un conjunto de trabajos que marcan un sendero contrario (D’Amico y Arcos, 2022).
En la provincia de Mendoza, las ANP han quedado históricamente circunscriptas a la órbita del Estado Provincial y en algunos casos, bajo gestión y administración privada o mixta. La superficie abarcada hasta el 2019 por el sistema provincial de ANP era del 13,68% del territorio provincial con 22 ANP declaradas en el marco de la Ley Nº 6045/1993 (Régimen de áreas naturales provinciales y sus ambientes silvestres) (Torres, Cannizo, Campos, Tonolli, Moreno, Agneni, 2020).
Las preocupaciones ecológicas que se consolidan en el imaginario ambiental mendocino, surgen como resultado de los primeros indicios de desertificación, producto de la sobreexplotación de los bosques nativos, en el período socio-histórico en el que se configura un nuevo modelo productivo basado en la vitivinicultura (fines del siglo XIX principios del XX), sustituyendo al modelo forrajero-ganadero. A partir del desarrollo del sistema ferroviario, se favorece la circulación y transporte de leña, madera y carbón, para su propia expansión, pero también para el uso y desarrollo de la vitivinicultura, estableciéndose un modelo de concentración de recursos y población en los oasis, en desmedro de los territorios no-irrigados. Este modelo de extracción, centrado en la “cultura del oasis”, se sustenta principalmente en la concentración del recurso hídrico, garantizado por el sistema jurídico provincial y los órganos de gestión que reglamentan sobre el uso y la distribución de aguas (la Ley de Aguas de 1884 y la Constitución Provincial de 1916), que favorece la concentración del manejo del recurso hídrico en los sectores que conforman las élites dominantes, durante el período de conformación de los Estados provinciales y nacionales ( Escolar, Martín, Rojas, Saldi y Wagner, 2012).
En ese contexto, identificamos diferentes etapas del conservacionismo con rasgos particulares (Arcos, 2021 y D’Amico y Arcos, 2022). La primera etapa, concentrada a mediados del Siglo XX, a partir de la creación de la Reserva Natural de Ñacuñán (1961), con el objetivo central de restaurar una zona y un recurso profundamente degradado (preservación de los bosques de algarrobos -Prosopis flexuosa-). La Reserva Natural de Ñacuñán, queda establecida bajo la órbita del Estado provincial, desmarcándose de la prevalencia de los grandes parques nacionales (Administración de Parques Nacionales), lo cual va a marcar el rumbo en materia de conservación y conformación del sistema provincial de ANP. En este contexto, el Instituto Argentino de Investigaciones de Zonas Áridas (IADIZA) creado en la década de 1970, se erige como un actor ineludible en la política de ANP a nivel provincial, que se consolidará en el siguiente período (Rubio et al., 2014; D’Amico, 2017). La particularidad de este puntapié conservacionista es que, a contramano de la tendencia generalizada de preservar grandes porciones territoriales, pretendidamente “prístinas”, y de imponentes bellezas paisajísticas, el ecosistema de Ñacuñán no era prístino ni un paisaje imponente. El objetivo conservacionista estuvo dirigido a la recuperación de un recurso degradado y no un paisaje de belleza prístina, designa un inicio distinto, pero en sintonía con una tendencia mundial y nacional de auge de las ciencias ecológicas. A nivel nacional, durante los años sesenta, los parques naturales dejan de crearse para preservar grandes paisajes naturales y asegurar la soberanía del Estado nacional en zonas fronterizas, abriendo paso a la conservación de procesos y funciones ecológicas (Carusso, 2015).
En la segunda etapa, momento de gran expansión del sistema provincial de ANP, se identifica un cambio de criterios en las dimensiones que justifican la creación de ANP, trasladando la preocupación de la situación alarmante de los recursos naturales hacia una postura enmarcada por una estrategia de conservación sustentada en valores ambientales sobresalientes, aunque siguen siendo auspiciados por al ámbito científico, específicamente de las ciencias naturales. Esta etapa de esplendor conservacionista se ubica entre la década del 80 y el 2000, en la cual se crean 11 de las 22 reservas provinciales. El IADIZA continúa interviniendo de manera central, siendo permanentemente consultado. A la par asume un rol protagónico la intervención estatal de la mano de la Dirección de Recursos Naturales Renovables de la provincia. Este impulso a nivel provincial, sintoniza con el proceso de institucionalización ambiental de alcance global durante la década del 90, que a nivel provincial consolida el marco normativo ambiental. En ese contexto, se crea el Sistema Provincial de ANP (Ley 6045 del año 1999), adoptando las categorías de manejo establecidas por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Asimismo, en este periodo se amplía la protección sobre humedales, a partir de la incorporación de dos Sitios Ramsar (Rubio et al., 2014; D’Amico, 2017; entre otros). En términos sociales, por su parte, el fortalecimiento y la consolidación del sistema de áreas protegidas de Mendoza, no trajo consigo la flexibilización de las nociones tradicionales respecto de la presencia de seres humanos y de actividades distintas a la conservación, al interior de los parques y reservas naturales. Luego de veinte años de la creación de Ñacuñán, su posterior incorporación a la red mundial de Reserva de Biósfera, y en pleno auge de la sostenibilidad, continuó operando una definición de naturaleza prístina y virgen. Poca o casi nula atención recibieron las comunidades o poblaciones preexistentes en los territorios destinados a la conservación (Cannizo, Campos y Lichtenstein, 2020). Se mantuvieron, entonces, durante este período, criterios tecnocientíficos al momento de establecer la gran cantidad de áreas protegidas.
En un tercer momento, centrado a fines del Siglo XX e inicios del Siglo XXI, se registra un punto de inflexión que identifica el período actual. Los elementos distintivos comprenden, por un lado, una diversificación del mapa de actores sociales que se involucran en la promoción de proyectos de ANP: pequeñas comunidades, empresas privadas, y otros niveles de gobierno (municipales, intermunicipales, o incluso nacionales). Y, por el otro, una serie de cuestionamientos hacia el esquema de conservación más bien estricto que había predominado hasta ese momento (D’Amico y Arcos, 2022). Así se corrobora que, sin desconocer la importancia de los criterios científicos que predominan en el abordaje académico de la conservación de la naturaleza, estos espacios no quedan por fuera de procesos sociales, políticos y económicos (West, Igoe y Brockington, 2006; Cortés Vazquez y Beltrán, 2018). Por ejemplo, en esta etapa, las comunidades locales van ganando protagonismo al momento de impulsar proyectos conservacionistas ya que, ante el avance de proyectos extractivos, las ANP han funcionado, como una herramienta legal para la protección del ambiente (Cannizo, Campos y Lichtenstein, 2020). Ante esto, resulta interesante contrastar el fuerte peso que para algunos actores sociales continúa teniendo la visión tecnocientífica. En este sentido, resulta importante atender las dimensiones no exclusivamente biológicas, en tanto alrededor de la cuestión ambiental pueden darse procesos de apropiación privada de territorios y recursos naturales, cuyos fundamentos se legitiman en la protección del ambiente (Fairhead, Leach y Scoones, 2012; Apostolopoulou y Adams, 2018). Asimismo, tanto el Estado provincial en distintas escalas, como diferentes actores locales, han movilizado y activado proyectos de ANP, estructurados sobre criterios de control territorial o de intereses económicos privados, diferenciándose de los criterios “propiamente” conservacionistas (D’Amico y Arcos, 2022).
[1]La autora entiende como mirada elementista aquella que comprende a entidad como una mera suma de partes, desde una perspectiva analítica en contraste con una mirada relacional, que considera otros aspectos de las entidades de estudio que no sean reducibles a la mirada analítica.
Conclusiones:
A lo largo de este trabajo hemos visto cómo el conservacionismo surge desde preocupaciones ambientales atravesadas por diferentes intereses y valores, que luego irán convergiendo en una mirada predominantemente científica y particularmente influenciada por las ciencias naturales. En ese sentido la Biología de la Conservación ha constituido el principal campo de abordaje científico desde la década de 1980 frente a la pérdida de biodiversidad que se aborda actualmente más como problemática científica que ambiental.
Sin embargo, partir de una revisión crítica de sus bases éticas y epistemológicas vimos cómo en realidad ese campo surgió con distinciones respecto a la ciencia moderna, considerándose una disciplina inexacta, con una posición valorativa frente a una situación de crisis y con un abordaje interdisciplinario. Pese a estas bases que se reproducen en los textos canónicos, vimos cómo desde una mirada crítica, en la investigación científica todavía se aprecia una mirada elementista, pretendidamente “neutral”, que jerarquiza el saber científico frente a otros, reduciendo otras dimensiones posibles de la problemática, y poniendo foco en el valor instrumental de la biodiversidad por sobre otras valoraciones.
A partir de la comprensión del estado del conocimiento científico, y a partir de una revisión histórica de los criterios que han guiado la conformación de las ANP en Mendoza, Argentina, verificamos que ese proceso local ha seguido la tendencia global de la conservación, pero que actualmente nos encontramos en un momento de transición donde se disputan los sentidos de la misma, por lo cual el conocimiento científico dedicado a esta problemática, es decir el conocimiento experto, requiere una apertura hacia las ciencias sociales y otros saberes para poder diseñar nuevas políticas de la conservación acorde a los desafíos actuales.
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Palabras clave:
conservación de la biodiversidad; biología de la conservación; políticas de la conservación