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Resumen de la Ponencia:
Internet se ha constituido como una fuente de información de primer alcance, donde las personas obtienen información sobre las distintas enfermedades, incluyendo sus causas, consecuencias, formas de contagio, síntomas, medidas de prevención e incluso algunos pacientes buscan información sobre su diagnóstico y tratamiento; pero paralelamente esta capacidad de ofrecer a las personas grandes cantidades de información, ha reducido los mecanismos para identificar la información: falsa, errónea, sin sustento científico y por supuesto, sin el respaldo del personal especializado de la salud, poniendo en riesgo la salud pública.
En este sentido la pandemia de la COVID-19 no fue la excepción, debido a la naturaleza desconocida de la enfermedad a inicios de 2020, su rápida propagación, y alta gravedad; impulsó una demanda de información por parte de la sociedad; qué, ansiosa de obtener una respuesta a las múltiples dudas sobre el nuevo padecimiento, buscaba en cualquier fuente una revelación para comprender el fenómeno ante las segregaciones de información prevalecientes por parte de las instituciones de salud.Lo que derivó en un precipitado crecimiento de información: hipotética, falsa y real, que incitó a la ansiedad y confusión entre la población ya que discernir entre contenido fidedigno o engañoso resultó una tarea compleja, que perjudicó la confianza en la ciencia médica, así como en la atención y prevención de la salud pública, en este trabajo se analizan diversas desinformaciones que se presentaron durante los dos primeros años de pandemia, así como argumentar, que la desinformación es un desorden de la información que se origina y retroalimenta en la incorporación humana, y es en esa relación donde ubicamos la dimensión del problema, y si gran parte de los desórdenes informativos podemos localizarlos en Internet y sobre todo en las redes sociales, ya sea en forma de noticias falsas, propagandas, teorías conspirativas, rumores, o publicidad; no es sólo la cantidad de ellas lo que produce conductas desviadas que obstruyen la posibilidad de prevenir la enfermedad, y atender y apoyar en el mantenimiento de la salud pública; sino, la manera en que los receptores le dan significado a la desinformación y la eficacia simbólica con la que están cargados los discursos que se desarrolla la concepción de enfermedad y salud sobre todo en su relación con la pandemia de COVID-19.
Introducción:
La pandemia de la Covid_19 ha desatado una gran crisis sanitaria, con una expansión social que fue reforzada por una crisis de sentido, donde la desinformación formo parte de la manera en que los individuos construyeron sentidos y valores con los que se formaron una idea de salud y de enfermedad, e incidieron en la salud pública Por lo que en este trabajo se analizan las condiciones históricas en las que se desarrolló la pandemia por la COVID-19, se vincula con la información difundida, en la cual las noticias falsas y la posverdad crearon significados variados debido a la eficacia simbólica de sus contenidos los cuales impactaron en las decisiones del colectivo en la salud.
Desarrollo:
COVID-19 Y SU INCIDENCIA EN LA SALUD PÚBLICA
El 19 de diciembre de 2019, en la Comisión Municipal de Wuhan, provincia de Hubei China, se ha seguido a un conglomerado de 27 casos de neumonía atípica, de etiología desconocida, que presentaron sintomatología desde el 8 de diciembre, ¿la causa? un nuevo patógeno desconocido, que puede ser un nuevo brote de SAR, una infección respiratoria de alta gravedad y propagación que afectó a más de ocho mil personas en 2003.
Con esta información preliminar, el 31 de diciembre de 2019, ocurrió un hecho insólito que sacudió a la salud pública de todo el mundo. A la Organización Mundial de la Salud (OMS) le fue notificado por primera vez la existencia de un nuevo coronavirus denominado SARS COV-2 por su parecido con el SAR CoV [1] (OMS, 2020a). Por lo que la OMS, la necesidad de generar conocimiento al respecto, centrándose en dos cuestiones generales, ¿en qué medida afecta las personas? y ¿en dónde sucedió?
En cuestión de días el brote crece entre la población y los médicos, confirman su alta transmisibilidad, lo que supone una alerta para la salud de la población general. Para el 14 de enero del 2020 se confirmó oficialmente un caso de SARS COV-2 en Tailandia: el primero fuera de su lugar de origen.
Ante estos sucesos, el 23 de enero de 2020, China cierra el tránsito a la ciudad de Wuhan, con la intención de encontrar cada caso, aislarlo y detener la cadena de transmisión, poniendo en cuarentena a toda la ciudad y zonas aledañas. Sin embargo, el tránsito de personas en días anteriores ya ha iniciado el proceso de multiplicación de contagios en el resto del mundo, por lo que diversos países implementarán el cierre de fronteras terrestres y aéreas (OMS, 2020a).
Para finales de febrero tanto en China como en el mundo “todavía no se conoce el origen del virus, aunque se atribuye al pangolín, un mamífero usado como alimento” (Maguiña, Gastelo y Tequen, 2020), que aparentemente fue consumido en el mercado mayorista de mariscos de Huanan, en Wuhan, pero no se tiene una evidencia que constate que esta sea la causa de la enfermedad.
A su vez los conocimientos que se tienen del virus consisten en que la infección tiende a dañar el aparato respiratorio, provocando una respuesta inmune de tipo inflamatorio con incremento de citoquinas[2], que agrava al paciente y causa daño multiorgánico, y se transmite de persona a persona a través de tos, secreciones respiratorias y por contactos con superficies contaminadas que son llevadas por las manos a la mucosa, boca, nariz u ojos (Hung, 2013, p. 375).
Durante el mes de marzo Europa es el epicentro de la enfermedad; Italia y España resultaron las naciones más afectadas a nivel mundial, donde los contagios se incrementaban, la ocupación sanitaria era total e incluso rebasada y las defunciones constantes. Con este escenario replicándose en diversas partes del mundo, el 3 de marzo de 2020 la OMS informó, sobre la escasez en los suministros sanitarios para la protección del personal médico en los hospitales como: mascarillas médicas, respiradores, guantes de seguridad, pantallas faciales, batas y delantales, la cual ha sido motivada por un aumento en su demanda, e impulsada por el acaparamiento y compras de pánico (OMS, 2020b).
Esto trajo como resultado que, para el día 11 de marzo, la OMS declarará a la enfermedad como una emergencia de salud mundial, “una pandemia” causada por la infección del nuevo coronavirus (OMS, 2020a). Debido a su facilidad de transmisión, y al desconocimiento de portadores asintomáticos se presenta un aislamiento social tardío en todas las naciones.
Debido al constante aumento de los contagios en los cuatro continentes se recurre al llamado de permanecer en casa, así como a la suspensión de actividades económicas no prioritarias. Esto da un golpe a la economía global, y el 16 de marzo de 2020, los mercados bursátiles del mundo sufrieron desplomes en todas sus bolsas durante la apertura, debido al pánico generalizado por la COVID-19. Ante este desplome generalizado y sobre todo en los precios del petróleo, se suspenden transacciones a sólo 15 minutos de haber iniciado. Los vuelos que aún operaban serían cancelados en pocos días, por lo que varios países hicieron un llamado a sus nacionales para regresar cuanto antes, ya que no podrían garantizar su retorno posterior. Por ejemplo: Estados Unidos suspende por treinta días todos los vuelos hacia y desde Europa, Guatemala cerró sus fronteras a los europeos, Colombia, España, Francia, Italia, Argentina y Perú dispusieron aislamiento a viajeros procedentes de China; Líbano prohibió el ingreso a ciudadanos de España, Alemania, Egipto, Francia, Irak, Reino Unido y Siria y dio cuatro días a sus connacionales para regresar (La jornada, 2020 marzo 12).
A su vez, la OMS (2021), informó que la enfermedad podía ser transmitida por portadores asintomáticos e hizo un llamado a las naciones, empresas e investigadores para la búsqueda urgente de una cura o vacuna que pudiera desacelerarla y aunque se conoce que algunos síntomas incluyen fiebres superiores a los 38 grados centígrados, tos seca, dolor muscular, dificultad de respiración, y que las causas de muerte incluyen colapso respiratorio, o falla múltiple de órganos, no se cuenta con una cura.
Por lo que se hace necesario prevenir la transmisión para salvar vidas y hacer modificaciones generalizadas de conducta, como el uso de cubrebocas, evitar multitudes con un gran número de personas, y mantener las cosas limpias, utilizando alcohol, cloro, agua y jabón para eliminar virus en las superficies.
Durante los siguientes meses se realizaron una serie de ensayos clínicos para obtener algunos medicamentos, seguros y eficientes; así como los primeros intentos por obtener una vacuna. Sucedió que a los 11 días del doceavo mes de 2020 la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) emitió su autorización para el uso de la vacuna contra el COVID-19, del laboratorio Pfizer – BioNTech, para ser aplicada en personas mayores a los 16 años; esta será la primera vacuna aprobada por la OMS de las seis aprobadas el año siguiente.
Figura 1: Vacunas aprobadas por la OMS 2021

Elaboración propia con información de la OPS, 2021
Pero para la salud pública no todo eran buenas noticias, mientras se producían avances en la vacunación ocurrió, que de manera paralela, Reino Unido, Sudáfrica, Brasil e India notificaran la existencia de cepas variantes del SARS-CoV-2, Alpha, Beta, Gamma y Delta, respectivamente, y en noviembre de 2021 se registra la variante Omicron con presencia en varios países (OMS, 2021b). Dichas cepas se clasifican como variantes de interés (VOI), ya que representan cambios en la epidemiología de la COVID-19, en la trasmisibilidad, clínica, o en la disminución de las medidas sociales y de salud pública. Hasta el 3 de diciembre de 2021, en el mundo se registran 264 millones 892 mil 562 casos de Covid-19 (Johns Hopkins University Medicine, 3 de diciembre de 2021), y México ha acumulado 3 millones 897 mil 452 casos confirmados (Gobierno de México, 2021).
LA DESINFORMACIÓN Y SU INCIDENCIA EN LA SALUD PUBLICA
En la Declaración de Yakarta sobre la Promoción de la Salud en el Siglo XXI (1997), se especifican las prioridades para el cuidado de la salud pública; una de ellas cosiste en promover la responsabilidad social por la salud, es decir atender y disminuir aquellas situaciones perjudican la salud entendida esta “como un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”(OMS, 2021c), y aunque la desinformación no ha sido mencionada, en la actualidad representa un reto para el mantenimiento de la salud, sobre todo para manejo de enfermedades infecciosas como: la COVID-19 en las que se requiere llevar a cabo estrategias de cooperación colectiva en la búsqueda de intereses y valores comunes.
La desinformación tiene efectos adversos en la salud pública, como, por ejemplo; la emitida por grupos antivacunas que contribuyen con la reducción de las tasas de vacunación y aumento de enfermedades, fomentar la desconfianza en las instituciones de salud, e interferir en la capacidad de toma de decisiones meditadas que ponen en riesgo la salud entre otras (Espinoza y Masuelos, 2020) que nos afectan colectivamente.
Dicha desinformación se hizo evidente, sobre todo durante los tres primeros meses de la pandemia, e incluso en el mes de abril de 2020, la OMS hizo patente que nos encontrábamos ante una infodemia. Al respecto Sylvie Briand, directora de Gestión de Riesgos Infecciosos del Programa de Emergencias Sanitarias de la OMS y artífice de la estrategia de la OMS para contrarrestar el riesgo de la infodemia, dijo “Sabemos que cada brote irá acompañado de una especie de tsunami de información, pero también dentro de esta información siempre hay desinformación, rumores, etc.[…] Lo que está en juego durante un brote es asegurarse de que las personas hagan lo correcto para controlar la enfermedad o para mitigar su impacto” (Zaracostas, 2020).
En este sentido se hace necesario comprender el impacto de la desinformación y lo que la sociedad hace con ella, y aunque, ésta no es la primera infodemia que existe en el mundo sí podemos afirmar, que no tiene precedentes, por dos aspectos; el primero, antes del internet y de sus múltiples plataformas no existía una herramienta con tal velocidad, alcance, y distribución de información que permitiera una completa interacción entre prácticas comunicativas, sociales, y de infraestructura tecnológica; y en segundo lugar; porque tampoco contábamos con un instrumento con la capacidad para producir contenidos de fácil acceso y uso colectivo dentro de un instantáneo y masivo sistema de comunicación en red (Del Fresno y Manfredi, 2018)
Las noticias falsas no son un fenómeno aislado de la realidad social, ni mucho menos una externalidad de la tecnología, el problema de las noticias falsas y de la posverdad órbita en la incorporación social que se hace de una tecnología y sus contenidos, y la significación que los sujetos hacen de ellos. Porque ante un proceso de infodemia, los individuos creen respetar los patrones de conducta colectivos, aunque contradigan la conducta esperada.
Por lo que sus acciones son producto de la negociación individual con las estructuras extra individuales que rigen a la sociedad (Alexander, 2008: 18); en este caso todo el contenido mediático falso, incompleto o sin fundamento con el que interactúa la sociedad retrasando el orden social que se intenta generar, en este caso la salud.
La palabra desinformación no sólo refiere a un estado de ignorancia sobre un tema determinado o carente de información, por el contrario, apunta a una acción dirigida a construir informaciones engañosas, inexactas, erróneas o deliberadamente falsas con la intención de confundir al receptor.
Podemos decir que la desinformación hace referencia a dos acciones; uno el error y dos la mentira; la primera explica que la desinformación es producto de una omisión, error o engaño, que probablemente no tiene el propósito de producir un daño y puede ser entendida como el desconocimiento de un tema o ignorancia (Estrada, Alfaro y Saavedra, 2020). La segunda acción por su parte implica la difusión de información incompleta, inexacta, engañosa o completamente falsa donde los creadores de este tipo de contenido tienen un objetivo claro; el mentir, deliberada o intencionalmente sobre la verdad (Vázquez, 2020).
Estas dos acciones, corrompen el proceso de recogida y representación de los hechos, como la existencia de una amplia posibilidad de proposiciones entre lo verdadero y lo falso para generar duda, temor, o controversia, sesgando la percepción del objetivo e incidiendo en el comportamiento de las personas (Del fresno, 2019, p.3)
Fallis (2014) considera que la desinformación tiene tres características fundamentales: primera, toda narrativa depende del análisis del contenido semántico o análisis representacional que se adopte, es decir, puede ser falsa o verdadera, pero en ambos casos, es información; la segunda, es qué es engañosa o confusa porque fomenta falsas creencias y tercera, es intencional, porque su fin es simplemente el de engañar e induce al error, al miedo o el prejuicio y por lo tanto queda en el receptor su interpretación.
Prueba de ello es El Estudio infodemiológico sobre Covid-19 epidemia e infodemia realizado en China (Hu et al, 2020), que permitió observar el crecimiento exponencial de la mala nomenclatura del nuevo virus durante el momento de su aparición, analizando diversos documentos tanto científicos como noticiosos, el estudio demostró que tan solo la mala nomenclatura provocó un estado de desinformación en el mundo que creció de manera exponencial. En dicho estudio se realizó un análisis cienciometrico de las incidencias de consulta de las palabras clave que se usaban para obtener información en Internet sobre el COVID-19, en Google y en las bases de datos WoS y PubMed, y se percataron que en 58 países incluidos México, en el que se promovía una estigmatización negativa y progresiva contra la población China; con la reproducción de frases como “nombran a China como una de las principales amenazas”, “China es el verdadero enfermo de Asia”, o como: “el origen no natural del coronavirus COVID-19 fabricado en China”, las cuales incitaban a provocar el miedo, el prejuicio, el disgusto, la xenofobia y el pánico para la nueva enfermedad contaminando así el sistema mediático con este tipo de desinformación, incluyendo el factor emocional.
En este sentido la desinformación engloba dos procesos por la forma en cómo se construyen: a) la posverdad (post-truth) y b) las noticias falsas (Fake News).
Posverdad (
post-truth, en inglés) no es un sinónimo de mentira, pero es una relativización de la verdad; debido a que la posverdad se vale de la subjetividad y del discurso emotivo por encima de los hechos o la razón, y se hace presente cuando la gente prefiere hacer caso a sus creencias y emociones en lugar de la verdad objetiva, lo que ocasiona que las personas acepten la información como verdadera.
La posverdad, permite “la acción de introducir elementos sentimentales, emotivos y creencias aceptadas por la sociedad para dotar a los mensajes de una fuerza arrasadora” (Zarzalejos, 2017, p. 12).Si bien la manipulación basada en creencias o sentimientos no es una mentira en sí misma, se puede entender como tal, ya que no contiene argumentos objetivos ni hechos verídicos que sean contrastados con la realidad y se construye bajo la idea de hacer creer que una cosa que existe, no existe y que lo que no existe, existe. Por tanto, cae en la categoría de desinformación y de mensajes falsos (Estrada, Alfaro y Saavedra, 2018).
Noticias Falsas
De manera general las noticias falsas se definen como la difusión deliberada de información engañosa a través de medios sociales (Tinoco, Oliveira, Luiz y Paes, 2020). El término fake news no tiene una connotación única, algunos la utilizan como un medio de atracción de tipo propagandística o alarmista; otros la usan para referirse a reportajes falsos o sensacionalistas o simplemente como una forma para expresar una inconformidad mermado la confianza de la sociedad en la información periodística.
Por ejemplo en el estudio “Las noticias falsas y su incidencia en la credibilidad del periodismo salvadoreño” (Coreas de Mendoza et al., 2019), se explica que los periodistas en el Salvador carecen de fiabilidad, debido a que la desinformación ha llegado a sobrepasar los límites de la divulgación de los periodistas, en razón de que la sociedad prefiere informarse con el contenido que prolifera en las redes sociales y deja de lado la información que los medios tradicionales como el periódico, la televisión o la radio proporcionan. Esto, a su vez, genera un espacio de superabundancia informativa descentralizada, ya que la producción de información está a cargo de cualquier individuo y no de una organización, lo que afecta de forma importante la elaboración de información fidedigna; pues las noticias creadas por periodistas profesionales conviven con las producidas por cualquier usuario que unido al anonimato que permiten las plataformas digitales, generan un caldo de cultivo idóneo para la proliferación de noticias falsas (Van-Dijck, 2009; Flichy, 2010; Magallón, 2019).
LA EFICACIA SIMBÓLICA EN LA DESINFORMACIÓN
Ya sea en forma de posverdad o bien como noticias falsas, la desinformación ha significado un riesgo para la salud, por ejemplo: Facebook detectó durante el segundo trimestre de 2020, siete millones de publicaciones que contenían información falsa sobre la COVID-19, en la que se promovían curas y medidas preventivas falsas (Forbes, 2020 agosto 11) y muchas de ellas trajeron consecuencias en la población. Durante marzo de 2020, más de 2 mil 100 iraníes fueron envenenados por ingestión oral de metanol, los intoxicados dijeron que los mensajes de las redes sociales sugerían que beber alcohol podía prevenir la infección por Covid-19, bajo esta falsa información casi 900 pacientes ingresaron a la unidad de cuidados intensivos y 296 fallecieron. (Tinoco, Oliveira, Luiz y Paes, 2020).
Situación similar ocurría en Bolivia, dónde, pese a las consecuencias ocurridas en Irán por información engañosa, durante el mes de julio, afuera de las farmacias de la localidad de Cochabamba, los bolivianos hacían filas para comprar dióxido de cloro[4], promocionado en las redes sociales como tratamiento alternativo para evitar el contagio de la COVID-19. Como consecuencia el Ministerio de Salud Boliviano reportó un gran número de intoxicaciones relacionadas con mensajes que circulaban en las redes sociales, cuya idea consistía en que al rociar o beber cloro o alcohol, este eliminaba el coronavirus. (Trigo, Kurmanaev y León, 24 de julio de 2020).
Con lo anterior podemos decir que la desinformación contiene una eficacia simbólica que le permite ser considerada como verdadera. De acuerdo con Levi Strauss (1997), la eficacia simbólica es la capacidad que poseen ciertos acontecimientos que surgen en un contexto psicológico, histórico y social apropiado, de inducir una cristalización afectiva que tiene lugar en el molde de una estructura preexistente. Bajo esta lógica “nuestro acceso al mundo (interior y exterior) se realiza en forma indirecta, es decir a través de representaciones, sean éstas símbolos (imágenes) o signos (palabras), las cuales ordenan y dan coherencia a lo percibido en un proceso que intenta disipar la real incertidumbre del mundo que nos rodea.
Así, por ejemplo, la definición de lo real permite un tipo de desinformación, en la que el derecho de ofrecer alternativas ante un hecho desconocido o con poca información, se convierte en una variación de la eficacia simbólica, porque supone una construcción y deconstrucción constante entre el subconsciente y el inconsciente; que aprovechan las teorías conspirativas y los rumores, pues estos surgen como resultado de la necesidad de encontrar explicaciones a una pregunta sin respuesta (Brotherton,2015).
En este sentido, la relación entre el subconsciente y el inconsciente es primordial para entender la aceptación de los rumores y teorías conspirativas, pues en el subconsciente los individuos contienen todo un léxico social a modo de recuerdos que conservan en la memoria, pero no están siempre disponibles; y el inconsciente, siempre tan vacío, es capaz de imponer leyes estructurales a elementos inarticulados que vienen de otra parte (Strauus, 1997).
Dicho en otras palabras, las teorías conspirativas tienen una eficacia simbólica porque el subconsciente es el receptáculo de recuerdos y de imágenes coleccionados en el transcurso de la vida, convirtiéndose en un aspecto de la memoria; que puede permanecer siempre guardado en el fondo de ella, pero resurgirá y tomará forma cuando el inconsciente lo organice según sus leyes, en un discurso lógico que le permita adquirir significación para nosotros y para los demás.
Así, las teorías conspirativas sobre los orígenes de la COVID-19, las vacunas o posibles curas que abundan en los canales de videos y páginas de Internet se ostentan como reales gracias a que mantienen una eficacia simbólica donde conservan una coherencia en la idea que presentan con las ideas previas de los individuos, de manera que este encaje permite su aceptación o cuando menos abre la puerta a la duda (Vega-Dienstmaier, 2020).
Es pertinente agregar que “para que la eficacia simbólica pueda concretarse el símbolo tiene que operar dentro de un sistema de referencia que lo sustente, es decir dentro de un colectivo que crea y tenga fe en él” (Musso, Enz y Werbin), y uno de los elementos con los que se ha constituido el conocimiento es a través de la ciencia, y el lenguaje científico, que representan lo objetivo, verdadero, correcto e indudable, convirtiéndose en un elemento de inducción a la creencia de, qué todo aquello que sea referido a través del lenguaje científico debe ser real, aunque esté manipulado y no sea del todo verdadero.
En muchos casos el uso del lenguaje científico por parte del ámbito corporativo se ha caracterizado, por ser sesgado, haciendo énfasis en ciertos puntos sin mencionar otros que impedirían la compra o aceptación de un producto. Generalmente busca realzar aquellas partes que “la ciencia le permite asociar con determinado lenguaje científico, el objetivo es, simplemente, el de otorgarles una apariencia científica” (Medina, Sobías y Ballano, 2007, p. 88).
Este tipo de desinformación tiene a generar una apropiación en el individuo al considerar su eficacia simbólica, ya que esta nos remite al sistema de creencias que las personas tienen en la ciencia y en consecuencia sobre las que realiza acciones en la realidad.
Por lo que la carga simbólica, del lenguaje científico que utiliza una información falsa, le permite al discurso constituirse en realidad para los sujetos que acceden a ella, pues el lenguaje científico tiene un factor inductivo de objetividad que permite la creencia, hacia que su uso significa objetividad y por tanto de verdad.
Otra forma en la que se presenta consiste en poner en duda a la misma ciencia, cuestionando las evidencias científicas o entrando en pseudo debates con los avances científicos que van contra sus intereses, distribuyendo sus ideas en los medios de comunicación. En el contexto mediático, estos discursos se convierten en mensajes caracterizados por el uso de terminología científica para identificar a su producto con una idea, que además aprovecha la inmediatez y fugacidad que permite los medios de comunicación y las redes sociales, prometiendo en diversas ocasiones una eficacia total (Medina, Sobías y Ballano, 2007).
No obstante, parte de su lógica consiste en mostrar un gran desprecio e indiferencia hacia la ciencia al transmitir mensajes que no proporcionan suficiente información o que ponen en entredicho la labor científica.
Incluso el factor inductivo del lenguaje científico puede desatar otras informaciones falsas que afecten la salud Así por ejemplo; durante febrero se esparció un rumor sobre las condiciones climáticas y la tasa de transmisión de la COVID-19, en el que se afirmaba que el virus duraba menor tiempo en el aire cuando mayor era la temperatura y la humedad del lugar, sin embargo en el meta estudio realizado por la National Academies of Sciences, Engineering and Medicine de Estados Unidos, se advertía que el estudio se había realizado en laboratorio y que históricamente diferentes virus han tenido comportamientos distintos en ambientes controlados y al aire libre , por lo que la evidencia del estudio no eran concluyente. (Onshuus, et al., 2020). Pero al deformarse la información, se construyeron otras informaciones falsas, inducidas por la confusión en la información.
Siguiendo el ejemplo anterior, varios discursos comenzaron a circular fomentando la idea de que las altas temperaturas podrían mitigar su diseminación; por lo que exponerse al sol, darse baños de agua caliente o tomar líquidos calientes eran aconsejados como medidas para amenorar el contagio, lo cual no era efectivo y a pesar de ello, se planteó la posibilidad de que, al llegar las estaciones calurosas el virus tendería a desaparecer.
Como resultado en México se hacía un llamado a la población a no alarmarse bajo el argumento de que el virus no sobrevivía a temperaturas mayores de 26 grados centígrados; así lo expresó el Secretario de Salud Jorge Alcocer Varela cuando dijo: “afortunadamente hay un factor favorable: nosotros estamos saliendo del periodo de invierno, conforme vayan pasando los días, las temperaturas se irán elevando en nuestro país, esto permitirá que la posibilidad de contagio por coronavirus baje considerablemente” (El Heraldo de México, 28 de febrero 2020). Este mensaje, hizo eco en la población y durante semanas, muchas personas usaron estos remedios totalmente inútiles para evitar el contagio. Situación que no fue exclusiva del país y la OMS se vio en la necesidad de publicar estas medidas como falsas, para intentar revertir el efecto de está desinformación.
[1] En 1973, el Comité Internacional de Taxonomía de Virus (ICTV) autoridad mundial en la designación de nombres de los virus, determinó que existen 7 espectros de coronavirus humanos (HCoV) conocidos por causar los resfriados, de ellos, los coronavirus HCoV-229E, HCoV-NL63, HCoV-OC43 y HCoV-HKU1, son habitualmente responsables de enfermedades respiratorias leves como el resfriado común, pero que pueden causar graves infecciones en individuos inmunodeprimidos. No obstante, tres miembros han causado brotes mortales: SARS-CoV, MERS-CoV y el recién identificado coronavirus ahora conocido como SAR-CoV-2 (Hu et al., 2020).
[2] La tormenta de citoquinas durante las infecciones virales, representan la primera línea de defensa coordinada del cuerpo en contra de virus SARS. Sin embargo, una rápida replicación viral y una alta respuesta de citoquinas proinflamatorias en células epiteliales, dendríticas y macrófagos del pulmón inducen a apoptosis, deteriorando las barreras pulmonares microvasculares y células epiteliales alveolares, causando hipoxia (Manzano, 2020).
[3] En 2016, los lexicógrafos del Diccionario Collins monitorearon 4, 500 millones de palabras y eligieron a la palabra fake news como la palabra del año 2017, cuyo uso aumentó 365%, con respecto al año anterior
[4] Tipo de cloro que se usa para el blanqueado y desinfección de piscinas y pisos
Conclusiones:
Y es que, así como con frente dolor nadie reacciona de la misma forma frente a la misma herida, actuar frente a lo desconocido en esta época de pandemia se convirtió en una experiencia singular, donde cada individuo responderá a la afección que le genera, aunque las condiciones sean compartidas social y colectivamente. (Bustos, 2000). Pues si bien la medicina puede explicar las diferencias y variaciones de acuerdo con las características fisiológicas y anatómicas, explicar las variaciones culturales que afectan a un individuo con ocasión de un acontecimiento, como lo es la pandemia de la COVID-19, y la desinformación. Implica comprender que la diversidad de acciones y significación subjetiva es producto de un momento y contexto social. De manera que la eficacia simbólica no se da solo de la multiplicidad de mensajes falsos, para que exista es necesario tener un escenario especifico, como en el caso de la pandemia por COVI-19 una enfermedad desconocida de alta gravedad, información sesgada y un contexto donde la inmediatez esta a la orden del día han sido factores que contribuyen a conductas desviadas que ponen en riesgo la salud pública. Por lo tanto, los símbolos ejercen una resonancia concreta cultural de significaciones personales y sociales, y la desinformación actúa entonces en el corazón del vínculo social. Por lo que se hace necesario regresar a la subjetividad y cuestionarnos sobre la praxis humana, para apoyar a la salud publica en este problema que nos incumbe como sociedad global.
Bibliografía:
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Palabras clave:
Covid-19, desinformación, salud