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Resumen de la Ponencia:
En esta ponencia se presentará la problematización y metodología de una investigación, cualitativa y exploratoria, sobre las miradas feministas que atraviesan los discursos que desde la sociedad civil chilena están posicionando a la menstruación como un problema social y político, inscribiéndose en un activismo menstrual latinoamericano transfronterizo que ha cobrado fuerza en la última década.
Desde el concepto de discurso social que propone Angenot (2010) y con la noción de lo agonístico de Mouffe (2014) se analizarán los discursos que desde la sociedad civil chilena están desafiando el tabú y estigma menstrual, dando cuenta de las diferentes propuestas para resignificar la menstruación y las miradas feministas que atraviesen estos discursos, identificando convergencias y divergencias entre los feminismos que sustentan a la menstruación como problema social y político.
Se considerará el posicionamiento del cuerpo menstruante no solo como un cuerpo individual, sino que como cuerpo social y político (Scheper-Hughes y Lock, 1987).
Si bien el ciclo menstrual es un proceso fisiológico que experimentan mujeres y personas menstruantes por alrededor de 40 años, existe el tabú menstrual (Bobel, 2010) y el estigma menstrual (Johnston-Robledo y Chrisler, 2013), documentándose diversos efectos negativos que estos tienen en la vida de quienes menstrúan (Chandra-Mouli y Vipul, 2017, Hennegan et. al., 2021).
La menstruación ha estado invisibilizada como problema social y político y es considerada como una “cosa de mujeres” (Tarzibachi, 2017) y quienes menstrúan deben ocultar su estado menstrual (Wood, 2020) cumpliendo una serie de regulaciones y costeando de manera privada los productos de gestión menstrual que suelen pagar un “impuesto sexista”. Así, menstruar se constituye como un elemento más en la desigualdad estructural hacia mujeres y personas menstruantes, lo que ha sido denunciado desde la sociedad civil, inicialmente a través del activismo menstrual y posteriormente se han sumado otras iniciativas.
En Estados Unidos se ha asociado el activismo menstrual al feminismo espiritual y radical (Bobel 2010), donde el primero tiende a esencializar el binomio sexo/género, reforzando la menstruación como algo “femenino” mientras que el segundo cuestiona este binomio. Esto también se ha apreciado en México (Ramírez, 2020) y Argentina (Felliti, 2016). Calafell (2020) ha descrito al auge de la ginecología natural en Latinoamérica como un movimiento sociocultural que aborda la menstruación como fenómeno histórico-social atravesado por la colonialidad, emergiendo discursos desde el activismo menstrual que apelan a una “menstruación decolonial”.
En Chile la menstruación ha comenzado a ser discutida públicamente a raíz de la crisis sociosanitaria y económica producto de la pandemia del coronavirus. La pobreza menstrual, el impuesto sexista y otros temas afines han comenzado a estar en la agenda pública, existiendo hoy un proyecto de ley por los derechos menstruales.
Introducción:
El ciclo menstrual es un proceso fisiológico que experimentarán durante décadas niñas, adolescentes y mujeres en edad reproductiva, así como otras personas menstruantes (intersexuales, personas de género no binario, hombres trans, etc.) marcando la fertilidad de dichos cuerpos.
Según UNICEF el 26% de la población femenina está en edad reproductiva, experimentando un ciclo menstrual. Cada día 800 millones de personas menstrúan y a lo largo de una vida humana se estima que se vivirán 2400 días o 7 años seguidos menstruando (Mosciatti, 2021). Sin embargo, en prácticamente todas las culturas del mundo existen restricciones y/o prescripciones asociados a la menstruación (Gottlieb, 2020), lo que ha llevado a que diversas autoras hablen de un tabú y/o estigma asociado a la menstruación (Bobel, 2010, Johnston-Robledo y Chrisler, 2013). Estos incluyen el silencio alrededor de la menstruación, el distanciamiento físico hacia quién menstrua, la prohibición de mantener relaciones sexuales, restricciones respecto de las tareas del hogar y de la higiene corporal y el ocultamiento del estado menstrual (Wood, 2020). Si bien muchas de estas prácticas y restricciones se asocian a creencias religiosas que varían según la cultura y la geografía, el ocultamiento del estado menstrual es un mandato que predomina en las sociedades occidentales y occidentalizadas contemporáneas.
Este imperativo de ocultamiento menstrual ha sido apoyado durante el siglo XX por la industria de productos menstruales desechables (conocido como Femcare) y se ha estudiado como este es coherente con una configuración social patriarcal que desprecia a las mujeres y considera sus procesos reproductivos como abyectos y vergonzosos (Ussher, 2006, Wood, 2020). Así, la menstruación suele estar vinculada a sentimientos de vergüenza, asco y rechazo (Roberts, 2004).
Sin embargo, durante las últimas décadas mujeres, disidencias sexuales y otros actores sociales están cuestionando estas nociones respecto de la menstruación, lo que se ha considerado como un movimiento global por la visibilidad del ciclo menstrual, desde el cual se exigen cambios económicos, culturales, sociales y políticos para transformar la situación de desventaja que enfrentan aquellas personas que menstrúan.
Dado que la menstruación es parte de un ciclo menstrual que influye en la salud física y mental, la reproducción humana, y ha sido considerada como marcador del género femenino, es que cuestionar el tabú y estigma menstrual implica cuestionar nociones asociadas a la salud, el cuerpo, el género, la femineidad y el consumo, entre otros aspectos que están siendo relevadas principalmente por actores de la sociedad civil. Así, activistas menstruales, personas asociadas a proyectos de manejo e higiene menstrual y el mercado de productos de gestión menstrual reutilizables están disputando nuevos significados asociados al ciclo menstrual, sacándolo del espacio privado y buscando una resignificación de la menstruación que tiene implicancias médicas, culturales, sociales, económicas y políticas.
Las críticas al tabú y estigma menstrual, las estrategias para su visibilización, las demandas y propuestas han comenzado a ser estudiadas desde las ciencias sociales desde la década del 2000, aumentando considerablemente estas investigaciones desde la década del 2010, a pesar de que la menstruación se ha considerado un objeto académico no lo suficientemente “serio” (Bobel y Fahs, 2018) y de difícil inclusión en la academia y en la discusión pública (Gaybor y Harcourt, 2021).
La reciente publicación del libro “The Palgrave Handbook of Critical Menstruation Studies” (2020) está relevando el emergente campo de los estudios críticos de la menstruación, campo que se sustenta en la menstruación como una categoría de análisis que permite dar cuenta de cómo los sistemas de poder y conocimientos están construidos y quiénes se benefician de dichas construcciones sociales. Este es un campo multidimensional, coherente y transdisciplinario que incluye la investigación y la incidencia, permitiendo una novedosa claridad epistemológica que contiene un potencial significativo para la producción de conocimiento y la transformación social (Bobel, 2020, p.4).
Esta investigación, de carácter cualitativo y exploratorio, tiene por objetivo identificar y analizar las lecturas feministas que atraviesan los discursos de visibilizadoras, colectivos y organizaciones de la sociedad civil chilena que desafían el tabú y estigma menstrual y buscan resignificar la menstruación como problema social y político. Debido a que la investigación no está terminada, es que se presentará la problematización y el enfoque teórico y metodológico, pero no será posible presentar los resultados pues aún se están analizando los datos.
Desarrollo:
En esta investigación se considerará la propuesta analítica de Scheper-Hughes y Lock (1987) respecto del estudio del cuerpo reproductivo a partir de tres enfoques teóricos y epistemológicos distintos, pero que se articulan entre sí: el cuerpo individual (que refiere al cuerpo encarnado, el vivido y construido desde una perspectiva fenomenológica), el cuerpo social (referente a los discursos sobre cómo se construyen los cuerpos, las representaciones y los símbolos) y el cuerpo político (que implica una visión analítica del poder, la regulación de los cuerpos individuales y colectivos, la vigilancia y control así como las posibles transgresiones y resistencias) (Scheper-Hughes y Lock (1987). Las últimas dos categorías serán centrales, debido a que interesa estudiar cómo se construyen los discursos en torno al cuerpo, el género, el poder, las regulaciones así como las resistencias y transgresiones que permiten comprender el tabú y estigma menstrual así como su alteración y resignificación.
Se entenderá por discurso social todo aquello que "se dice y se escribe en un estado de sociedad, todo lo que se imprime, todo lo que se habla públicamente o se representa hoy en los medios electrónicos. Todo lo que se narra y argumenta" (Angenot, 2010, p.21). Además, se comprenderá que existe una circulación de discursos que luchan de manera agonística entre sí, favoreciendo una pluralización de hegemonías (Mouffe, 2014) que, eventualmente, permitirán cambiar las miradas hegemónicas que existen sobre el ciclo menstrual.
En esta sección se orientará el trabajo en base a lo que se presenta en la Figura 1.
Figura 1: Escenario global sobre la visibilización del ciclo menstrual

Fuente: Elaboración propia
Tabú y estigma menstrual y sus consecuencias
La palabra tabú proviene del polinésico tapu y se refiere a un estado de ser demasiado poderoso como para ser discutido o alterado (Gottlieb, 2020), por lo que tiene una connotación neutral moralmente. Sin embargo, en occidente la palabra tabú se ha asociado a una connotación moralmente ambigua, por lo que discutir sobre un tabú es discutir sobre lo que está prohibido, es prohibitivo o es desalentado en los discursos, representaciones y en las prácticas explícitas debido a que los valores socioculturales lo consideran inaceptable socialmente (Bobel, 2010, p. 199).
La menstruación ha sido considerada un tabú en las sociedades occidentales u occidentalizadas, debido a que ha permeado el silencio alrededor de ella (Gottlieb, 2020). Sin embargo, es importante mencionar que no todas las sociedades experimentaron o experimentan la menstruación como tabú en un sentido negativo. Sin embargo, debido a que durante las últimas décadas las fronteras entre el Norte y Sur Global se están diluyendo, esto ha favorecido la expansión de las nociones occidentales del tabú menstrual en un sentido prohibitivo. Así, los estereotipos y el tabú menstrual se reproducen constantemente reflejándose por ejemplo, en la enorme cantidad de eufemismos que existen para la palabra menstruación. Para Gottlieb (2020) el tabú menstrual está imbricando con la vergüenza y la censura y su origen se remite a la ideología patriarcal que es inherente a las tradición judeocristiana y que fue posteriormente adoptada por el islam.
Según Johnston-Robledo y Chrisler (2013) la sangre menstrual constituye un estigma social que mezcla las tres categorías de Goffman, a saber: a) se considera una abominación corporal, b) se le asocia “problemas psicológicos” –sobre todo en la etapa premenstrual y menstrual- y c) es vivida, principalmente, por mujeres, grupo históricamente marginalizado en una cultura patriarcal (Johnston-Robledo y Chrisler, 2013).
El tabú y estigma menstrual tiene consecuencias negativas en la salud, educación, desempeño laboral y contribuye a sentimientos de rechazo tanto de quienes menstrúan hacia su propio cuerpo como desde otras personas hacia quienes menstrúan (Bakoto, 2020, Benshaul-Tolonen et al., 2020, Tinoco, 2020, Hennegan y Montgomery, 2016). Además, la mayoría de las niñas viven su menarquia sin la suficiente información, sintiendo miedo y poca preparación para este evento (Hennegan y Montgomery, 2016) y se ha documentado que en los países de ingreso bajo y medio la mayoría recibe la menarquía con poca información y no preparadas, muchas no tienen los medios para el autocuidado durante su menstruación y no reciben el apoyo ante problemas, lo que obstaculiza su capacidad de realizar activadas diarias y contribuye a su desempoderamiento (Chandra-Mouli y Vipul, 2017).
Se ha planteado que el rechazo que suele generar la menstruación -tanto para quienes la viven como para quienes no- se debe a la noción del cuerpo reproductivo de las mujeres como un cuerpo “monstruoso” (Ussher, 2006) y a la relación que se establece entre la menstruación y el género, donde menstruar “te convierte en señorita” y ser una “señorita” viene aparejado de una serie de disciplinamientos que implican, paradójicamente, desmentir y ocultar el proceso de menstruar (Tarzibachi, 2017).
La menstruación como marcador del género
La discusión en torno al género también emerge con la visibilización del ciclo menstrual debido a que este puede reforzar estereotipos de género y, al mismo, tiempo tensiona las nociones de sexo/género pues existen mujeres que no menstrúan – por ejemplo, las mujeres trans, mujeres con problemas de salud menstrual u otros donde el ciclo menstrual se suprime, embarazadas, puérperas y menopáusicas- y personas que menstrúan y no son mujeres -como hombres trans, de género fluido, no binarias o intersexuales- (Felliti, 2016, Bobel, 2010). Además se dan tensiones entre la teoría de género y algunas corrientes feministas en las que resaltan las diferencia sexual (biológica) en la construcción social del género, mientras que la teoría de género postula la construcción social en la misma aproximación a lo sexual (biológico) (Bobel, 2010).
En muchas culturas la menarquia es un evento que socialmente se significa como el tránsito del ser niña a ser señorita y/o mujer, por lo que pueden contraer matrimonio infantil (McCarthy y Lahiri-Dutt, 2020, Sawo, 2020). Así, al comenzar a menstruar las niñas reciben una serie de consejos por parte de su familia y la sociedad en general respecto de cómo deben comportarse para responder a los mandatos y estereotipos asociados al género femenino.
Tarzibachi (2017) investigó cómo en América Latina la introducción de los productos de gestión menstrual descartables - Femcare o “cuidado femenino”- transformaron las formas de gestión menstrual y signaron la menstruación como un evento que refuerza nociones esencialista y heteronormadas del género, asumiendo, la construcción del cuerpo menstrual como pura biología así el cuerpo menstruante es el de mujer y enlaza biología/naturaleza con género/cultura (Tarzibachi, 2017).
Separar menstruación y género
La propuesta de separar el ciclo menstrual del género femenino ha ido relevado por el activismo menstrual (Bobel, 2010) utilizando la categoría de “persona menstruante” -en inglés “menstruator”-, término que ha sido criticado por algunos sectores feministas, existiendo cierta resistencia al uso de la palabra ya que se ha asociado a un “borramiento de las mujeres” en la medida en que se usa el concepto “género” para referirse a las mujeres o al sexo femenino, debido a que “…la eliminación del “sexo” como categoría jurídica borra a las mujeres” y plantean que “El sexo es la base de la discriminación y la violencia que sufrimos las mujeres” (La Alianza Contra el Borrado de las Mujeres, s.f) poniendo en riesgo los derechos de las mujeres.
Por lo tanto, aun cuando la menstruación es vivida por personas de diversas identidades de género este es un territorio en disputa.
Teorías y conceptos asociados al ocultamiento menstrual
Jill Wood (2020) plantea la teoría del imperativo del ocultamiento menstrual que da cuenta de la internalización de la cultura de ocultamiento como una forma de control social y proyecto corporal que mantiene a las mujeres desconectadas de su propio cuerpo y las oprime. Esta teoría propone una internalización de percepciones de la menstruación como una enfermedad, tabú y estigma que facilita la desconexión corporal y la auto-objetivación, introyectando una auto-vigilencia que es facilitada por la medicalización del cuerpo de las mujeres y la aproximación neoliberal hacia la salud de las mujeres, generando una política corporal generizada que fomenta la noción de los cuerpos de las mujeres como “otros”. El biopoder que este imperativo de ocultamiento menstrual hace que los cuerpos de las mujeres sean lugares de disciplinamiento que producen cuerpos dóciles.
Iris Marion Young (2005) acuñó el concepto de “clóset menstrual” respecto de cómo el espacio público no considera las especificidades de las mujeres y personas menstruantes. Es decir, la búsqueda de la igualdad política para las mujeres y su inclusión en el espacio público fue a costo de la adecuación a la “norma” masculina, por lo que el cuerpo menstruante de las mujeres es considerado como queer, siendo despreciada por su sexualidad y el proceso de menstruar debe ser recluido en el “clóset menstrual”. Esto implica al menos dos paradojas: 1) se dice que la menstruación es normal pero se experimenta como experiencia abyecta y desordenada y desagradable y 2) se genera un desajuste entre la necesidad de quienes menstrúan y las instituciones públicas que buscan el reconocimiento y acceso a beneficios sociales pero se estructuran desde un ideal corporal masculino (incluidos la escuela y los lugares de trabajo).
Menstruación en América Latina: significados asociados previos a la colonización
Para diversos pueblos indígenas del mundo y América Latina, la sangre menstrual significa tanto la fertilidad femenina individual como la de la propia comunidad (Calfio, 2012) al asegurar la fuerza vital para la reproducción del grupo social (Vásquez y Carrasco, 2016). Sin embargo, estos significados cósmicos y mágicos atributos a la menstruación (Carrasco y Gavilán 2009) se han ido trasladando a lo largo de los años, principalmente al expandirse nociones de su impureza asociados a una visión judeocristiana derivada del proceso de colonización (Meigs 1984; Strathern y Steward, 1997).
Además, durante la colonización hubo una inferiorización de la sangre menstrual de las mujeres indígenas que se enlaza con la diferencia colonial de la nueva episteme del siglo XVIII “la diferencia menstrual se convierte en una herramienta que jerarquiza a las mujeres, situando a aquellas de los “países ardientes” como paradigma de lo patológico y representándolas como cuerpos peligrosos” (Eraso, 2015, p.123).
Discursos que desafían el tabú y estigma menstrual
Ante los efectos negativos que se derivan del tabú y estigma menstrual se vuelve urgente “sacar del clóset” el ciclo menstrual y llevarlo a la discusión pública, promoviendo una construcción social colectiva a favor de una menstruación digna, que permita a las niñas, mujeres y personas menstruantes menstruar seguramente, informadas con lo que está sucediendo en sus cuerpos y ampliando los discursos asociados a la menstruación -más allá de la incomodidad, el dolor, y el rechazo-.
Esto es relevante porque, tal como plantea Chris Bobel, si las mujeres y personas menstruantes ignoran sus procesos corporales o los reconocen únicamente como problemáticos, otros/as cooptarán sus vivencias y se internalizarán discursos que tienden a reproducir formas de opresión respecto del propio cuerpo, favoreciendo que las mujeres reconozcan sus procesos corporales como problemáticos y que se relacionen con estos procesos principalmente a través del consumo. El silencio alrededor de la menstruación facilita la internalización de discursos que provienen de médicos, profesionales de la salud, corporaciones, compañías farmacéuticas y empresas publicitarias que pautan y/o cooptan las formas de relacionarse con el cuerpo, alerta que las feministas deben considerar (Bobel, 2010, p. 27).
Por su parte, Naciones Unidas reconoció que el estigma y vergüenza por los estereotipos asociados a la menstruación tienen serios impactos en todos los derechos humanos de niñas y mujeres, incluyendo el derecho humano de la igualdad, salud, vivienda, agua, saneamiento, educación, libertad religiosa o de creencia, condiciones salubres y aseguras para el trabajo y de poder participar en la vida cultural y publica sin discriminación (Organización de las Naciones Unidas, 2019).
En el escenario actual, se identifican tres actores clave en la visibilización y resignificación de la menstruación: las activistas menstruales, el movimiento de Manejo e Higiene menstrual (MHM) y el mercado de productos de gestión menstrual reutilizables. Estos tres movimientos se sustentan en discursos asociados al feminismo, la equidad de género, los derechos humanos y la ecología que están influyendo en el desarrollo de una “política corporal global”, es, decir, a los esfuerzos y luchas políticas transnacionales de las personas en su reclamo para tener el control sobre sus experiencias corporales vividas y sentidas a nivel biológico, social y cultural (Harcourt, 2009).
Activismo menstrual
El activismo menstrual es un movimiento que se inició en los países de ingresos medios-altos y altos desde la década de 1960 y que en las últimas décadas ha cobrado relevancia en países de ingresos medios y bajos. Según Bobel (2010) el activismo menstrual trabaja para que el embodiment pase de ser un objeto a un tema de investigación, es decir, ver el cuerpo no como algo trivial o poco importante, sino que como algo fundacional, urgente y políticamente relevante.
En la investigación sobre el feminismo de la tercera ola en Estados Unidos y las activistas menstruales, Bobel (2010) identificó dos ramas del activismo menstrual: las feministas espirituales y las feministas radicales. Ambas le daban un rol relevante a la menstruación, su gestión y visibilización, pero las formas y el contenido de dicha visibilización variaba considerablemente.
Las feministas espirituales tendían a considerar la menstruación como un proceso sagrado y esencial del ser mujer, brindando connotaciones esencialistas al proceso de menstruar, enfocándose en el desarrollo personal de la mujer y no cuestionando elementos estructurales que afectan en la vida de las mujeres y la vivencia de su sangrado (Bobel, 2010). Este grupo estaba conformado principalmente por mujeres blancas de clase media y alta.
Por su parte, las feministas radicales eran mujeres y personas disidentes del binarismo de género que se basaban en una ideología punk cuestionando la esencialización de la menstruación como algo propio de mujeres, buscando crear alternativas ecológicas para la gestión del sangrado y rebelándose contra el capitalismo corporativo (Bobel, 2010). Este grupo estaba conformado principalmente por mujeres lesbianas, personas de género fluido o que no se identifican con el binarismo de género, la mayoría eran blancas, aunque también habían mujeres afrodescendientes o de otras ascendencias, y pertenecían a clase social baja, media y alta (Bobel, 2010).
En América Latina estudiar el activismo menstrual tiene sus propios desafíos, pues existen pocas investigaciones académicas en este ámbito, aun cuando en los últimos cuatro años han aumentado los encuentros y publicaciones no académicas que abordan la educación y activismo menstrual. Carbajal (2020) plantea que el activismo menstrual en la región tiene sus antecedentes en el arte experimental desde la década de 1980.
Si bien Ramírez (2020) en México y Felliti (2016) en Argentina han identificado aspectos del feminismo radical y espiritual en los activismos menstruales locales, en la región circulan también otras corrientes, como la descolonización de la menstruación. Por ejemplo, Calafell (2018) plantea una "menstruación decolonial" a partir de la circulación de manuales de ginecología natural, estando atravesadas esas propuesta por las tecnologías de género que reproducen binarismos en materia subjetiva a la vez que permiten imaginar tantas otras realidades en la experiencia corporal de la menstruación.
Tarzibachi (2017) plantea que el activismos menstrual es un catalizador de las “políticas sobre los cuerpos menstruales” y que, junto a la abogacía menstrual internacional, tiene cinco ejes: 1) exponer la vitalidad del estigma de la menstruación y el valor de la sangre como marcador del cuerpo sexuado dentro del dualismo femenino-masculino, 2) dar cuenta de la heteronorma en la menstruación, 3) saldar la deuda sobre la seguridad de las usuarias de productos de gestión menstrual, 4) reclamar para que las políticas públicas dediquen fondos a garantizar el acceso equitativo a la gestión menstrual y 5) licencias por menstruación.
Manejo e higiene menstrual (MHM)
MHM surge desde el sector de cooperación internacional centrada en los proyectos de agua, saneamiento e higiene (WASH por sus siglas en inglés), y se define como:
Mujeres, niñas y adolescentes usan un material limpio para manejar su higiene durante la menstruación, pueden cambiarlo en privacidad, con la frecuencia necesaria, acceden y usan agua y jabón para el lavado del cuerpo cuando sea necesario, y tienen acceso a instalaciones seguras y convenientes para deshacerse de la basura de manera discreta y digna. (Tinoco, 2020, p.11)
Este concepto ha variado a lo largo de los años, incluyendo a veces a la noción de “salud e higiene menstrual” que amplía el manejo de la higiene menstrual al incorporar otros factores como “la salud, el bienestar, la igualdad de género, la educación, el empoderamiento de niñas y mujeres adolescentes y sus derechos” (Tinoco, 2020, p.7). Este campo incluye el trabajo de actores de organizaciones internacionales, organizaciones de la sociedad civil, universidades y empresas trasnacionales. A pesar de los esfuerzos de MHM de trabajar contra la denominada “pobreza menstrual” este sector ha sido ampliamente criticado por feministas, académicas y organizaciones de la sociedad civil (McCarthy y Lahiri-Dutt, 2020), principalmente por su mirada colonialista, aunque también se ha destacado la capacidad estratégica de estos proyectos para posicionar la menstruación al nivel de una política corporal global, incentivando el trabajo global en esta área (Gaybor y Harcourt, 2021).
Mercado de productos de gestión menstrual reutilizables
Finamente, el mercado de productos de gestión menstrual reutilizables ha fomentado nuevas narrativas positivas del menstruar, ya que promueven el cuidado del medio ambiente, de sí misma, e incluso han favorecido reflexiones afectivas entre las usuarias y el producto reutilizable (por ejemplo, el “amor a la copa menstrual”) (Tarzibachi, 2017).
Sin embargo, algunas de estos productos presentan discursos esencialistas del menstruar y ser mujer en su “naturaleza femenina” y “persona cíclica” donde las distintas fases pueden brindarles poderes a las mujeres si realizan procesos de autoconocimiento, vinculando el ciclo menstrual a otros ciclos de la naturaleza y/o del universo (como la luna o la madre tierra) que estarían “dentro de la mujer” (Tarzibachi, 2017).
Visibilización del ciclo menstrual en Chile
En Chile, país donde se estima que 4 millones de niñas y mujeres están en edad fértil, se comenzó a abordar públicamente la menstruación en pandemia, debido a que la crisis socio sanitaria dio cuenta de la dificultad que muchas mujeres tenían para contar con productos de higiene y gestión menstrual, sobre todo aquellas que viven en la calles, las más empobrecidas y las que están privadas de libertad. En este periodo el acceso a productos de gestión menstrual se volvió crítico por el aumento de la pobreza y la falta de ayuda estatal. Las primeras canastas de emergencia entregadas en cuarentena por el gobierno no incluían productos menstruales, por lo que agrupaciones feministas y de mujeres hicieron una campaña en redes sociales con el hashtag “en cuarentena seguimos menstruando” (Mosciatti, 2021). Además, el 2020 fue el primer año en que se conmemoró el día de la higiene menstrual –el 28 de mayo-.
Este posicionamiento público contribuyó tanto a que se publicara la primera investigación estatal, el “Informe de Gestión menstrual” elaborado por Servicio nacional del consumidor (en agosto 2021), y que el mismo año se enviara un proyecto de ley para la “Promoción, resguardo y garantía de los derechos menstruales”, el cual hace referencia a los derechos menstruales como derechos humanos, da cuenta de que el costo económico de menstruar contribuye negativamente a la equidad de género y buscan brindar una mirada integral, es decir, elaborar políticas públicas con enfoque de género que consideran el menstruar desde el ámbito económico, social, cultural y sanitario.
Respecto del activismo menstrual y su relación con el feminismo, se ha descrito lo poco que el feminismo en Chile ha tematizado la menstruación (Molina, 2017) existiendo muy poca investigación en este tema. Una excepción es el estudio de Castillo y Mora (2021), quienes analizaron un colectivo feminista conformado por mujeres mapuches y no mapuches que reflexionaban en torno a su menstruación e identificaron tres feminismos distintos, posibilitando un diálogo intercultural feminista y menstrual.
Enfoque metodológico
Este es un estudio que se enmarca en la tesis de magíster en ciencias sociales, mención estudios de la sociedad civil, realizado en la Universidad de Santiago de Chile. Esta es una investigación exploratoria, que sigue una metodología cualitativa (Flick, 2004), debido a que existen muy pocas investigaciones sobre la menstruación desde la perspectiva de las ciencias sociales en Chile, además de que el enfoque cualitativo es el más pertinente para lograr el objetivo de la investigación .
Además, se tuvo un enfoque feminista en la investigación, lo que implica dar cuenta de la posición situada de la investigadora y trabajar en torno a la reflexividad (Harding, 1998).
Previo a la producción de datos cualitativos hubo una etapa de familiarización donde se realizaron observaciones participantes (Flick, 2004) en distintas instancias de visibilización menstrual a nivel local y global (charlas, talleres, etc.). Como herramienta de producción de datos se realizaron entrevistas individuales y grupales semiestructuradas (Kvale y Brinkmann, 2009), de manera presencial y virtual, utilizándose guiones temáticos (Flick, 2004), generando una conversación guiada por preguntas que permitió profundizar en los temas centrales de la investigación.
Para la selección de participantes se realizó un muestreo intencionado de variedad máxima (Patton, 1991), definiéndose tres grupos de interés: visibilizadoras, colectivos y organizaciones de la sociedad civil. Se entendió por visibilizadoras a aquellas mujeres y/o personas menstruantes que visibilizan la menstruación a través de redes sociales y elaboración de material educativo; los colectivos refieren a grupos de mujeres y/o personas menstruantes que se reúnen para realizar acciones de visibilización del ciclo menstrual y que no cuentan con una formalización institucional mientras que las organizaciones de la sociedad civil realizan la misma labor pero sí se han formalizado institucionalmente.
En la globalidad del proceso de investigación se buscará lograr la saturación teórica (Strauss y Corbin, 2002). Para el análisis de datos se realizará un análisis de contenido (Delgado y Gutiérrez, 2007) siguiendo los procedimientos de la Teoría Fundamentada (Strauss y Corbin, 2002). Una vez analizados los datos se invitará a las participantes a discutir los hallazgos a través de un grupo de discusión, lo que permitirá generar debate, relevando los significados de las participantes y generando diversidad y diferencia (Flick, 2004).
La investigación ha implicado la realización de 13 entrevistas – tres a visibilizadoras, cuatro a colectivos y seis a organizaciones de la sociedad civil- con un total de 17 mujeres participantes. En este texto no se presentan los hallazgos de la investigación pues se está en la etapa de análisis de datos.
Esta investigación fue aprobada por el Comité de Ética de la universidad y cada persona firmó un consentimiento informado.
Conclusiones:
Al momento de enviar esta ponencia es posible afirmar, de manera preliminar, que el tabú y estigma menstrual es cuestionado tanto por visibilizadoras, colectivos así como por organizaciones de la sociedad civil que están brindando nuevos significados al proceso menstrual, sosteniendo sus discursos desde posicionamientos feministas diversos que a veces son explícitos al público y otras veces no, ya sea por motivos estratégicos o por decisiones institucionales.
Si bien todas las mujeres entrevistadas se consideran feministas, es posible asociar sus posicionamientos a feminismos de diversos “tipos”, incluyendo los feminismos populares, descoloniales, ecofeminismos, liberales y de la diferencia. Así, es posible encontrar tanto convergencias como divergencias en sus discursos.
En una futura publicación se compartirán los resultados y conclusiones de esta investigación.
Bibliografía:
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Palabras clave:
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